Fuimos al café más antiguo de la CDMX

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Artículo publicado por VICE México.

Un mostrador con uñas de gel. Un puesto de flautas doradas. Bicicletas que pasan con bolsas del mandado. Sol de mediodía. “Pásele, hay ostiones.” Un expendio ambulante de árboles de navidad sintéticos. Conversaciones a gritos. Una verdulería improvisada en pleno paso peatonal. Y justo detrás, el anciano Café Equis, sobre Roldán en el número 16, en el Centro Histórico de la CDMX con su fachada amarilla, sus vitrinas repletas de granos tostados y la fama de ser el negocio de ese giro con más años en el Centro. “Pásele, también hay café.”

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El sitio es una institución que se respeta porque con los años se ha vuelto un punto de encuentro amable en el corazón de una colonia agreste. El Equis es tan necesario en la Merced como el mismo caos. Todos lo saben y por eso todos lo cuidan.

No tiene mesas, ni sillas, ni panadería de la casa, ni wifi para los clientes, ni la mala costumbre de marcar los vasos con un nombre. El establecimiento es austero, pero entrañable, podrá no tener mucho garbo, pero sí mucha historia.

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1920. Hace casi 100 años. En esos días nació el primer Café Equis en la calle de Corregidora, a unas cuadras de donde está el actual. Tenía otro dueño, otro estilo; los alrededores eran similares, pero con un ambiente distinto. Duró una década en el mismo local. Luego fue comprado por cinco hermanos españoles, encabezados por Gaspar González, quienes lo movieron a la calle de Roldán, donde tenían una tienda de abarrotes.

“En aquel tiempo, esta zona era como la Central de Abastos de la ciudad. El mercado de la Merced estaba en la esquina y los alrededores estaban llenos de camiones cargueros con fruta. Por doquier había tiendas de ultramarinos, tlapalerías, vinaterías, almacenes de velas”, cuenta sentado afuera del Equis, en una de las únicas cuatro bancas de madera, Carlos González, hijo de Gaspar y actual propietario del negocio.


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La mudanza del café fue un respiro para la cuadra. La gente que trabajaba en el mercado y en los negocios aledaños pasaban, casi de rutina, por una dosis de la bebida y por varias piezas o cajas de galletas. No obstante, desde entonces la finalidad principal del Equis era expender en mayoreo a otros negocios. La atención al transeúnte era una amenidad más; el grueso de sus ventas estaba destinado a proveer de grano a todo tipo de restaurantes, cafeterías, hoteles y oficinas.

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“El lugar tuvo una edad de oro. Fue entre 1930 y 1965, cuando también fue el auge del mercado de la Merced. En esa época mi papá se volvió dueño único del local. Yo recuerdo perfectamente mis días de niño aquí: entre costales, molinos trabajando y gente de todas las ocupaciones habidas y por haber, que entraban y salían con vasos humeantes de unicel en mano”, recuerda Carlos.

De acuerdo con sus cálculos, en ese tiempo era normal que unas mil personas fueran diario a tomar café. Vendiendo más de 10 toneladas al mes. Pasaron varios años al mismo ritmo. Luego el regente de la ciudad, Carlos Hank González, movió la Central de Abastos al lugar donde está hoy día, y todo cambió en la Merced.


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“El negocio se murió un poco. Nuestras ventas nunca volvieron a ser las de antes. Nunca. Fuimos de los poquitos establecimientos que se quedaron en sus sitios y verdaderamente nos costó levantarnos y reactivarnos”, cuenta Carlos, mientras pasa frente a una persona que canta Tu cárcel, de Marco Antonio Solís, en la entrada.

Reponerse de eso les tomó años. Por esa razón es que también implementaron un servicio de cafetería un poco más formal desde el 2000. Con ello lograron atraerse de nuevo a muchos clientes de a pie, que comenzaron a volver a su barra por el mero gusto de sentirse en casa, estando fuera de ella.

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Te vas, amor. Si así lo quieres, ¿qué le voy a hacer? Niños persiguiendo un balón a media calle. Motonetas. Sol de pasado el mediodía. Olor a acetona y a laca para el cabello. Un par de ancianos caminando lentamente hacia el Equis, y el olor inconfundible del café recién pasado por el tostador. “Dos capuchinos con leche deslactosada, joven.”

Según Carlos, el interior del lugar se ha mantenido prácticamente intacto desde tiempos de su padre, quien falleció hace unos años y lo dejó a la cabeza. Siguen en su sitio los mostradores traslúcidos con granos de Oaxaca, Chiapas y Veracruz; el logo de siempre; el recibidor con una máquina registradora; las básculas; la zona de panecillos; las vitrinas llenas de bolsas de colección con cafés de todo el mundo.

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“Parte de eso explica que tengamos clientes que llevan 20 o 30 años viniendo religiosamente a comprar o tomarse una taza de café. El lugar sigue como cuando ellos lo conocieron. Lo que nos hace muy felices es saber que viajan desde lugares del Estado de México o de Morelos para venir a surtirse acá. Siempre les estaremos muy agradecidos”, asegura el dueño.


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A pesar de que ahora no sobrepasen las cinco toneladas de venta al mes, Carlos dice que no se desaniman, que confían en que sus variedades molidas, en grano o tostadas, son bien conocidas por su calidad y por sus historias.

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Han pasado el tiempo, las altas y bajas de inseguridad en la zona, las pérdidas, la bonanza y la ruina económicas, así como el cierre y apertura de nuevos negocios cercanos, y el Equis sigue —y seguirá— siendo lo de siempre: el café con más historia del Centro Histórico; el que prefieren los albañiles, los pregoneros, los estudiantes; el café del barrio, pues.

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