El negocio del fútbol clandestino con apuestas mueve millones en Argentina. Jugadores con nivel para ser profesionales de AFA (Asociación del Fútbol Argentino) se ganan la vida en partidos de 5 vs 5, jugando por pozos millonarios, que reparten en partes iguales entre los ganadores y los capitalistas. Pero además, las entradas, las consumiciones, el estacionamiento y, por supuesto, las apuestas, lo transforman en un negocio que crece día a día, o mejor dicho, noche a noche y gol a gol.
En Argentina sabemos hacer dos cosas: exagerar y jugar al fútbol. Para la primera el contexto sociopolítico sigue siendo tan ideal como surrealista. Para la segunda la cosa se complicó un poco más, cuando la urbanización, producto de las migraciones internas y las revoluciones industriales atentó contra los espacios verdes en los que aprendieron a jugar los maradonas, messis, ortegas y riquelmes de estas tierras.
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Esos espacios en los que se desarrollaban talentos y astucias eran conocidos como “potreros”. Ante la ausencia de estos espacios comunes, los “jugadores de potrero” tuvieron que reinventarse y encontraron en las canchas reducidas de 5 vs 5 el espacio para desarrollarse. Aunque si investigamos un poco más, nos encontramos con un mundo en donde lo que se cuenta por millones no son solo goles.
Estamos en el sur de la Provincia de Buenos Aires. Es sábado por la noche y la cumbia o el trap de fondo dejan lugar a otro ritmo que atrae multitudes. El picar de la pelota en el cemento, el llamar de los apostadores, el chillido del cuero debajo de la suela y el grito de gol que se expande de adentro hacia afuera como una marea en espiral bailan, al ritmo de la madrugada..
La pasión del fútbol de potrero no termina solo en quienes lo juegan. Dentro de los barrios más humildes hay todo un circuito en el que estos equipos son seguidos por miles de personas. Espectadores que pagan una entrada, se comen una hamburguesa, toman unas cervezas y muchos apuestan fuerte sumas de dinero.
El ambiente es siempre picado y hostil, como una bomba a punto de estallar, pero que nunca estalla. El público (que se multiplica semana a semana y llena todos los clubes) termina siempre dentro de la cancha. Solo se mueven cuando la pelota va estrictamente para ese lado. Como un animal ancestral que rodea su presa, cientos de personas se mueven al unísono al picar la pelota, se contraen y se expanden si es necesario.
Estos partidos llevan décadas jugándose. Antes se organizaban en el “boca a boca”. Cuando alguien sabía que tenía un buen equipo “retaba” a otros para medir fuerzas, pero las redes sociales aceleraron el proceso. Hoy se organizan por las distintas plataformas y hasta algunos jugadores van camino a transformarse en “influencers” por la cantidad de seguidores.
La Sub 21 para todo el mundo
Franco es delantero. Parece perdido entre tantos espectadores que lo rodean y gritan, pero espera el pase de su arquero inmutable. Un segundo antes de recibir, queda solo. Todos ya buscaron posición fuera de la línea pintada. Controla de pecho y con la pelota a máxima altura ensaya una volea muy potente, que se mete al segundo palo, golazo. De esos que además de gritos, van acompañados de aplausos, incluso de los rivales.
Ese instante mágico para la Sub 21 significó sellar el triunfo, para muchos espectadores llevarse unos “mangos” a la casa, y para el goleador otro día en la oficina.
Franco Roldán tiene 25 años y juega al fútbol desde que aprendió a caminar. Se destacó siempre. Pasó por varios clubes de cancha de 11 y lo buscan los equipos más importantes del país de fútbol de salón, pero su lugar en el mundo lo encontró con “La Sub 21”, hoy por hoy, el equipo más importante de lo que se conoce como “fútbol de potrero”, un circuito de fútbol de salón por plata, en el que las apuestas, entradas y consumiciones mueven fortunas por semana.
Los equipos tienen entre 5 y 7 jugadores (no llevan más de dos suplentes), las jornadas son de 3 a 4 partidos donde, como en el boxeo, los más populares, y por ende los que generan mayores pozos, son los que hacen el “partido de fondo”.
Es un circuito de gente trabajadora a la que se le complica muchas veces llegar a fin de mes (tanto jugadores, espectadores y apostadores), muchos dejan sus pocos pesos en partidos de dos tiempos de 40 minutos.
Algunos aseguran haber podido “hacer su casa” con lo que ganan en apuestas. Otros perdieron quincenas enteras por una pelota que pegó en el palo y se fue. La pasión por el fútbol y el juego de “semi azar”(que llega a la ludopatía) se combinan y retroalimentan en noches que parecen no tener final.
Los partidos arrancan con un monto mínimo de apuesta que se pacta entre los participantes, lo que se llama “pozo de base”. Pero las apuestas van subiendo los montos que llegaron a ser de un millón de pesos. Hay un capitalista que pone la plata y si su equipo gana se queda con el 50 %, y el resto es para los jugadores.
Si bien la actividad funciona en la clandestinidad, la policía no se mete (salvo que sea necesario por situaciones de violencia, pero pasa muy poco). Los partidos no se detuvieron, incluso, en los momentos más duros de la cuarentena, y para muchos fue una salida laboral indispensable para ganarse la vida.
La ganancia de los deportistas no es siempre igual. Cambia semana a semana, no solo si ganan o no, sino por la cantidad de partidos que pueden llegar a jugar, que pueden ser hasta 10 por semana, o los que el cuerpo aguante.
En promedio suelen ganar 3 o 4 veces el sueldo mínimo, que en Argentina es de unos 31 mil pesos que equivalen a 296 dólares en el mercado oficial y 166 en el mercado ilegal.
Según lo pactado hace un año en la Asociación de Fútbol Argentino, el promedio de un jugador de Segunda División es de 40 mil pesos, por ende suelen ganar más que la mayoría de los jugadores profesionales.
Además hay equipos muy populares como la “Sub 21” o “Gran Bourg”, que tienen arreglos para quedarse con un porcentaje de la entrada, ya que hay multitudes de personas que los siguen donde jueguen, no solo porque apostar por ellos es ganar casi siempre, sino porque su nivel, tanto individual como colectivo, lo hace un espectáculo deportivo de primer nivel.
La fama de la Sub 21, construida a base de triunfos y buen fútbol, los llevó a ser el equipo estrella del momento. Juegan siempre de visitante. Se suben a autos y recorren la noche bonaerense (y de CABA) enfrentando rivales (han llegado a jugar hasta 3 partidos por noche). De los jugadores algunos trabajan, y otros viven exclusivamente de esto. Para muchos son ídolos, les piden fotos y les hacen canciones.
En Franco Ascenso
“Franquito” Roldán es uno de los jugadores preferidos. De buen pie y de un ritmo infernal, le cuenta a VICE en Español qué se siente ser parte de este fenómeno que no para de crecer.
“Nosotros somos un grupo de amigos que jugamos juntos hace mucho (cuatro o cinco años). Somos cinco y siempre llevamos uno o dos más, que vamos probando, a ver si andan bien. Por suerte siempre hay pibes que quieren jugar con la Sub 21, no solo por lo que se gana sino porque somos un lindo grupo”, explica el exjugador de juveniles de primera y segunda división.
Roldán jugó primero en las inferiores de Huracán, desde los 9 hasta los 17. Cuando quedó libre fue a probar suerte a Atlanta de la segunda división de Argentina, donde jugó dos años en reserva y hasta fue parte del plantel profesional, pero otra vez le cerraron las puertas. Ya con 19 años tenía que salir a buscar trabajo y su carrera se había hecho muy cuesta arriba.
“No tenía representante, estaba bastante solo y no es fácil para alguien que no tiene contactos hacerse un lugar en el fútbol profesional. Tuve que empezar a trabajar pero ganaba poco y me di cuenta que ganaba más en los partidos de barrio que en el trabajo”, rememora.
A pesar que por su edad ya no piensa en ser profesional de cancha de 11, muchos equipos del fútbol de salón quisieron y quieren contratarlo, pero él explica que no le conviene, porque “por ahí lo que me ofrece un club por mes acá lo puedo ganar en un fin de semana”.
Cuando se le pregunta qué caracteriza al jugador de potrero, él no tiene dudas: “La picardía, la viveza, es algo que sí o sí tenés que tener para jugar acá. No cualquiera puede hacerlo. Yo vi muchos chicos que jugaban muy bien en cancha de 11 o en futsal (fútbol de salón) y no se destacan en el potrero. El fútbol de barrio tiene cosas que son únicas y que si no las manejas no podés jugar”.
Los partidos son duros. Tanto dentro como fuera de la cancha. Y conforme fueron haciéndose un nombre los rivales y los pozos se fueron incrementando, pero Franco explica que más allá de alguna patada o discusión “nunca pasa de ahí”, porque “nos conocemos todos y antes que nada prima el respeto”.
“Mirá hace un tiempo jugamos por un millón de pesos, pero acá nos conocemos todos. Acá se sabe que hoy jugás en contra y mañana sos compañero, entonces si te zarpas o pegas una patada mala leche sabes que por ahí lastimas a alguien que de esta forma le da de comer a su familia, antes que nada nos cuidamos y nos respetamos, porque esto es todos los días”.
Y agrega: “Igual que los que ponen plata o apuestan, saben que hoy pierden un millón y mañana ganan tres, o al revés”.
“Incluso para nosotros, el fútbol de potrero es una ruleta: hoy ganas tres partidos seguidos y mañana perdés cuatro y ya la gente te deja de seguir. Esto es todos los días y día a día”, cuenta.
Franco hace varios años que juega estos partidos que hoy se transformaron en el principal sostén de su familia. Hasta hace poco tenía otro trabajo formal pero lo perdió por quedarse dormido una mañana luego de una jornada extendida de fútbol. “Ya hace unos años que vivo de esto. Gracias a Dios se sobrevive, pero igual siempre busco trabajo, de logística o de lo que sea”.
Roldán admite que alguna vez les han “ofrecido plata para no ganar un partido”, pero que “jamás lo aceptarían”. “Cada tanto alguien te dice: ‘te doy una moneda si vas para atrás’, pero nunca vamos a hacer eso”.
“Nunca nos traicionaríamos, ni a nosotros ni a los que nos vienen a ver. Se gana o se pierde pero siempre dando lo mejor”. Y añade: “Sabemos que si te vendes después no te llama nadie, te jugás el respeto. Entonces hasta económicamente no te conviene, porque a la larga perdés gente que te banca”.
Para el que llega por primera vez a ver estos espectáculos parecieran encontrarse con una especie de “circo romano”, en el que 10 jugadores dejan todo por plata, pero en la “arena” o en la “canchita” no hay esclavos, sino chicos que son muy conscientes de dónde están y lo que provocan.
Una de las cosas que más sorprende es la seriedad con la que se manejan. Saben lo que generan, y saben que son los protagonistas de lo que pasa a su alrededor. Es mucho más “justo” que una relación formal entre trabajadores y empresarios u organizadores. El reparto de plata es siempre equitativo y decidido por ellos. En cuanto a lo recaudado: los jugadores son todos iguales en su ganancia. Eso es fundamental, para que no se transforme en una guerra de egos que luego deteriore el equipo.
Al respecto, el jugador número 96 asegura que son “conscientes de todo lo que crecieron y lo que pueden llegar a conseguir”.
Destaca, además, la importancia de los jugadores más grandes como guía. “Nuestro capitán, que es el mayor y tiene 30 años, siempre nos habla y nos enseña, porque sabemos que acá puede venir uno cualquiera y querer hacer plata con nosotros. Pero somos conscientes y hacemos todo para nosotros. Acá ganamos 100 o un millón y se divide entre 5 o 6 en partes iguales. Nadie se lleva más, es para todos igual”.
“Nosotros sabemos cuánta plata se mueve y cuánta plata se genera alrededor de nosotros. Lo que se apuesta y lo que se gana o se pierde, por eso también te digo que esto no es para cualquiera. Nosotros estamos acostumbrados y lo entendemos como un trabajo. Hoy ganamos y mañana no, pero como te dije: los que nos siguen saben que con la Sub 21 ganan 7 veces de 10 y eso trae mucha gente”, explica.
Franco encontró en el barrio y los amigos que ahí construyó, no solo una salida laboral, sino un nuevo sentido de pertenencia. Una nueva bandera con la cual identificarse. No es fácil para alguien que se preparó toda su vida para ser futbolista, que a los 19 años le digan que tiene que buscarse otro destino, que tiene que reinventarse. Las opciones no son muchas y no todas son buenas.
El barrio lo salvó y junto a “Leka”, “Caño” y otros construyeron una marca propia, que genera pasiones y admiración donde van (además de dinero). La Sub 21 le devolvió las ganas de jugar al fútbol, esa que la cancha de 11 le había quitado por no tener contactos. “Hoy por hoy si no tenés una palanca está muy complicado. Acá somos todos iguales y lo hacemos por la pasión del fútbol”, asegura.
Son las 4 de la mañana. Franco entra a casa despacio con su bolso. Cansado y feliz. Tiene que hacer silencio porque su familia está durmiendo. Le duele todo. Las patadas ya son sobre viejas patadas y los dolores empiezan a aparecer cuando el cuerpo se enfría.
La adrenalina de ganar con amigos, silenciar a algunos y hacer gritar a otros es el mejor analgésico, pero cuando se saca esa camiseta con los mismos colores de Gremio de Porto Alegre deja de ser el superhéroe para ser lo que más ama: el papá de Matteo.
La familia siempre banca, sabe que su trabajo no es algo normal, sabe que sus horarios tampoco lo son, pero entiende y acompaña. En el silencio de la madrugada todavía retumban en sus oídos los gritos de gol, que quizá no son los que había soñado de pibe con la camiseta de Huracán pero le da la misma felicidad.
Antes de ducharse ve a su hijo durmiendo con una pequeña camisetita con los colores de la Sub 21 que le abrigan el pecho. “Papá ganó por vos, hijo”, piensa. Ya está listo para acostarse. Ahora hay que descansar. Mañana espera otro día en la oficina versus Gran Bourg y esos pibes también la “pisan lindo”.