“¿Y entonces, campeona?”, le dijeron a Catalina Usme sus entrenadores cuando los llamó para contarles que se había lesionado por segunda vez. La misma rodilla, los mismos ligamentos y los mismos meniscos rotos. La misma historia de tres años atrás, cuando se lesionó en los Juegos Olímpicos de Londres. La misma rabia y la misma frustración. Pero diferente. Estaba a punto de jugar la Copa América, en plena clasificación para las Olimpiadas de Río, 2016, y a meses del Mundial de Mayores en Canadá. Era la goleadora de la Selección femenina de Colombia y pasaba por uno de sus mejores momentos. “Pues, nada”, respondió. “Me opero y a seguir jugando”.
No eran tan fácil. La EPS pedía seis meses para aprobar la cirugía, los mismos que faltaban para el primer partido de la Selección en el Mundial. En una clínica particular, costaba 12 millones de pesos sin contar los gastos de fisioterapia y recuperación. “Cuando ya no sabía qué hacer, se me apareció un ángel”, cuenta Catalina. Mauricio Palacio, ortopedista y traumatólogo de la Clínica Medellín de El Poblado, se ofreció a cobrarle sólo por los injertos y las suturas. Los doce millones ahora eran cinco. “Seguía siendo algo que yo no podía pagar, pero le dije: listo, opéreme, opéreme que yo me los consigo”.
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A las dos semanas, montaba bicicleta. A los seis meses y dos días, jugaba contra Francia en el Mundial. Y al año, hacía historia con el primer gol de Colombia en los Juegos Olímpicos. Uno de tiro libre que se coló entre las piernas de Solo Hope, la arquera de Estados Unidos. Luego vendría el segundo, luego todos los demás. Usme nació en Antioquía, tiene 27 años, 44 partidos internacionales jugados y 20 goles. Lleva el número 11 en la espalda de su camiseta y siempre ha jugado al frente. En el fútbol y en la vida.
[Del primer balón]
De mi primer balón me acuerdo bien. Fue un Micasa de cuero con triángulos blancos y negros. Lo compró mi papá cuando supo que yo iba a nacer. “¿Y si es una niña, qué hacemos con eso?”, le dijo mi mamá. “Pues nada. Las niñas también juegan fútbol”. Y ya vez, le salió literal al viejo. Debía tener 4 o 5 años cuando comencé a jugar. Tengo dos hermanos mayores y me iba siempre con ellos. “Qué pesar su niña, tan chiquita y tan bonita, jugando fútbol en una cancha”, le decían a mi mamá. Pero a ella nunca le importó y a mí tampoco. Yo soy de Marinilla, un pueblo a una hora y cuarto de Medellín. Y como allá no había equipos femeninos siempre tuve que jugar con niños. Te podés imaginar las burlas: me decía marimacho. Pero siempre encontré personas que hicieron que eso me resbalara. La directora del colegio donde yo estudiaba era muy alcahueta. Cuando los niños me molestaban, los sacaba de la cancha para que yo pudiera jugar. Es que eso de que “el fútbol es de hombres” pesa mucho, pero te los sacudís y ya está.
[Del primer equipo]
Cuando vivían en el pueblo, entrenaba en la misma escuela de mis hermanos. Pero cumplí 14 años y comencé a necesitar un equipo femenino. Mi entrenador de ese entonces buscó a Liliana Zapata, la directora de Formas Íntimas, en Medellín y la convenció de recibirme, de verme jugar y de hacerme pruebas. ¿Te sonó charro? Tiene ese nombre porque lo patrocina un fabricante de ropa interior que se llama igual. “Que venga el martes a las cinco de la tarde”, dijo Liliana. Mi mamá me acompañó y nos perdimos, llegamos como una hora después de que el entrenamiento había empezado. ¡Pero es que cómo no! Si estaban contaditas las veces que habíamos salido de Marinilla y esa era la primera vez que íbamos a Medellín.
[De entrenar, estudiar y caminar]
Sí, pasé. A mi mamá le dijeron que por qué no me había llevado antes. Entregamos mis papeles y comencé a entrenar todos los días. Estudiaba por las mañanas y por las tardes viajaba de Marinilla a Medellín. Como en mi casa sólo podían darme para el pasaje hasta el Terminal del Norte, yo tenía que irme caminando al entrenamiento. Me gastaba dos horas. Era lejos, en Santa Lucía, una de las últimas estaciones de Metro al occidente. Y es que el trato con mi mamá era que tenía que terminar el colegio. Que yo podía hacer del fútbol mi vida siempre y cuando me graduara. Por eso iba y venía. Hacía maromas con el tiempo y pasaba los fines de semana poniéndome al día con las clases. Cuando recibí mi diploma, dije: “No más, necesito buscar otra forma”.
[De llegar a la ciudad]
Me vine a vivir a Medellín. Llegué sola y sin tener a nadie. Me tocó hacer de todo para levantarme la comida: fui mesera en restaurantes, trabajé en supermercados, hice inventarios en bodegas. Al rato llegó mi hermano del medio y ya éramos dos rebuscándonos la vida. El cambio fue brusco. Cuando todo lo que conocés es un pueblo, la ciudad te asusta. Pero nada, la cosa era para adelante. Yo quería nuevas oportunidades, quería un equipo de Selección que me viera jugar. Y así fue. Llevaba dos meses en “Formas” cuando se abrió una convocatoria para ser Selección Antioquia. Me presenté y quedé. Comenzó a irme bien, rendía en los entrenamientos y era efectiva adelante. No había cumplido un mes cuando me llamaron para ser Selección Colombia. Mi primer gol lo recuerdo clarito. Fue en Chile, en un Suramericano y se lo hice a Bolivia. No puedo decir que corrí por la cancha para celebrar porque mis compañeras me tiraron al piso, pero es una alegría de esas que no te creés. Luego, en ese mismo partido, hice el segundo.
[De jugar fútbol antes y jugar fútbol ahora]
Hace doce años, el fútbol femenino no tenía nada que ver con lo que es hoy. Eran muy pocos los torneos y ni siquiera era obligatorio participar. Había un Suramericano cada dos años y si decidían no llevarnos no pasaba nada. Todo era muy difícil. Nos convocaban un par de meses antes de cada competencia y en tiempo récord teníamos que estar listas. Cuando vos entrenás sólo para una fecha, no tenés con qué competirle a los países que sí trabajan todo el año. Estábamos en desventaja y la diferencia era abismal. Pero ahora tenemos Liga Profesional Colombiana. La creó la Dimayor en enero de este año. Eso es importante porque los procesos no se cortan. El talento que hay en el fútbol femenino es muy grande, pero sólo con eso no le podés pelear a las potencias. Necesitábamos apoyo para ese esfuerzo y por fin nos lo dieron. Yo lo veo como un premio, como un pago por tantos años que le hemos regalado al fútbol sin más recompensa que celebrar un gol.
[De hombres y mujeres en la cancha ]
Aquí importa más el fútbol masculino, eso es verdad. Pero yo creo que todo es un proceso. Los equipos y los torneos de hombres llevan muchos años en el mercado y nosotras llevamos sólo seis meses. Los pasos tampoco pueden saltarse. Hicimos una primera versión de La Liga y la hicimos muy bien. La final de Santafé contra Huila tuvo un récord de asistencia que nadie se esperaba. Meter 36 mil espectadores en ese estadio bogotano no es fácil y lo logramos. Esa es una muestra de que vamos por buen camino. Para mí, ver eso fue comprobar que la tarea nos quedó bien hecha. No niego que hay muchas cosas por mejorar, pero vamos paso a paso. Tenemos que seguir mostrando resultados internacionales para que nuestro fútbol se consolide. Estamos apenas comenzando y al principio nada es perfecto. Los hombres ya tienen hecha su historia, nosotras hasta ahora estamos creando la nuestra.
[De vivir del fútbol]
Se puede. Claro que se puede vivir de jugar fútbol. Ese es mi trabajo. Yo soy futbolista profesional y ahorita no necesito hacer nada más aparte de eso. Antes todas teníamos trabajos alternos porque ya éramos mayores de edad y no nos faltaban obligaciones. Era difícil y trabajábamos en lo que fuera resultando. Sin ninguna estabilidad porque si nos llamaban a concentración teníamos que faltar un mes entero. ¡Qué jefe te va a decir: claro, ve, que cuando volvás aquí está tu puesto! Pero desde que existe La Liga pudimos dedicarnos a esto de lleno. Nunca tuve una segunda opción. Era fútbol o era fútbol. Mi mamá me decía “Hija, es que fútbol femenino no hay”. Y yo terca: que sí hay. Y si no, pues nos lo inventamos.