El fútbol bajo el yugo de Estado Islámico

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El 21 de enero de 2015, trece niños iraquíes fueron ejecutados a sangre fría delante de una multitud —entre la cual se encontraban sus padres—por haberse escondido en las afueras de Mosul para ir a ver a un partido de la Copa Asia que enfrentaba a las selecciones de Iraq y Jordania. Sus cuerpos fueron dejados a la vista deliberadamente, como advertencia.

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Nada confirma, sin embargo, que los trece chicos fueran asesinados solamente por asistir al partido. No existe ninguna fuente fiable que apunte en esa dirección. Ali al-Ahmed, un analista de Arabia Saudí experto en organizaciones terroristas y wahabismo, es prudente: “A veces usan excusas como esta para mostrar su liderazgo, por lo que no sabemos si estos niños murieron solo por ir al partido”.

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El fútbol está proscrito en la parte iraquí del territorio administrado por Estado Islámico (EI). Un funcionario iraquí de la región de Basora, en conjunción con las ONG, lo confirmó bajo condición de anonimato. “Hay muchas cosas que no pueden hacer en las tierras de Daesh [acrónimo árabe para referirse a Estado Islámico] y el fútbol es una de ellas”.

Incluso un funcionario de alto nivel de Bagdad —que quiere, eso sí, mantener el anonimato— se muestra de acuerdo: “A EI no le gusta nada que tenga que ver con la diversión, pero esta historia no se puede confirmar. No sabemos lo que sucede allí”, reconoce.

“Nuestros contactos dentro de EI son escasos y están ocupados en otras cosas”, prosigue. “Así que ten cuidado con los rumores, porque nadie de EI ha anunciado que esos niños murieran solo por querer ver el partido”.

El deporte visto por el Islam ultrasalafista de Estado Islámico va en contra de la doctrina de la organización terrorista. “Las piernas, los muslos, las rodillas y las espinillas van desnudos cuando se juega, y eso no está permitido”, dice Ali al-Ahmed.

La represión del fútbol va más allá. Los carteles que representaban a jugadores extranjeros —e incluso a futbolistas locales— de los cafés y otros locales de ocio han sido retirados en todo el territorio dominado por Estado Islámico: al fin y al cabo, en estos carteles no solo aparecían kuffar (no creyentes), sino que además el régimen los consideraba potencialmente perturbadores para el orden religioso.

Ilustración de Pierre Thyss

En Arabia Saudí, la situación legal del fútbol ha mejorado enormemente en los últimos veinte años. No obstante, Al-Ahmed explica que el deporte sigue siendo motivo de polémica entre los clérigos wahabíes, ideológicamente cercanos a la doctrina de la de los salafistas de EI. El jeque Adel al-Kalbani, ex imán de la Gran Mezquita de La Meca, lo confirma en este vídeo en el que abiertamente dice que “tenemos el mismo pensamiento que Daesh”.

“Antes, en Arabia Saudí, los religiosos no querían que se jugase a fútbol porque puede ser una forma de mostrar solidaridad y fomentar el desarrollo personal. La prohibición es una manera de controlar mejor la sociedad”, analiza Al-Ahmed. En amplias regiones de Iraq, desde Faluya hasta Baquba, las ciudades han sufrido constantes bombardeos por parte de la coalición occidental y del ejército iraquí: jugar en campos abiertos se antoja imposible, pues, debido a la combinación entre represión violenta y ataques aéreos.

En la capital iraquí, Bagdad —ciudad que EI no ha conseguido alcanzar—, el fútbol aún vive. El pasado 29 de enero, los bagdadíes celebraron ruidosamente la clasificación para los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro de su selección sub-23. Se alteraron tanto que hasta los iraquíes exiliados llamaron a la calma a través de las redes sociales, temiendo por sus familias que se habían quedado atrás.

Este es un país de fútbol. Cuando juegan el Real Madrid y el FC Barcelona, vibra todo el país

Claude Gnakpa, futbolista francés que jugaba en Iraq antes de la invasión de Estado Islámico

En Siria, la situación es menos estable. Tim —seudónimo de un periodista del medio ciudadano Raqqa, dedicado a exponer al mundo las acciones de EI en la capital del autoproclamado califato— decide arriesgarse y contarnos lo que sabe sobre el fútbol en la zona ocupada.

“El tema del fútbol en Daesh no está descrito en ninguna parte. No hay una ley específica que dicte que el fútbol está prohibido”, asegura el periodista. “Teniendo en cuenta lo que se habla en las calles, en las mezquitas y en los puntos de encuentro de las ciudades, la prohibición es bastante confusa. En Manbij, por ejemplo, han prohibido jugar a los chicos de más de doce años, pero esto no pasa en otras partes como Deir ez-Zor. Varía dependiendo del lugar”.

En Raqqa se permite jugar a fútbol a aquellos que tengan menos de quince años. Después, el balompié está prohibido. “Dicen que el fútbol distrae a los adultos de sus deberes religiosos y oraciones”, dice Tim, “pero sé que algunos se esconden de las autoridades y juegan escondidos, nunca durante mucho tiempo, para no correr riesgos”.

Tim explica que asistió a varias escenas de violencia contra la población de Raqqa cuando estos estaban agrupados delante en los cafés para ver algún partido.

Niños sirios jugando en Marat Numan, província de Idlib. Foto de Khalil Ashawi, Reuters

Paradójicamente, los permisos para ver fútbol van y vienen. Nunca se sabe. “No se puede ver partidos de fútbol gratis, pero a veces nos dan permiso. Otras veces, los milicianos vienen a los cafés y comienzan a golpear a la gente porque no han solicitado de antemano el permiso. Es un caos”, relata Tim.

Tim también recuerda el caso de un Madrid-Barça que se disputó pocos días después de los ataques de París: ese partido fue extrañamente autorizado por los líderes de Estado Islámico, pero como justo antes de empezar se hizo un minuto de silencio por las víctimas de los atentados, todo se truncó.

“Al ver eso, se volvieron locos y empezaron a sacarnos de todos los cafés y cerraron violentamente todos los sitios que lo retransmitían” recuerda Tim, que explica que no entiende esos cambios de política hacia el fútbol.

Al principio de la ocupación del califato en Raqqa, EI permitió jugar a fútbol sin distinción de edad: solo se obligaba a todo el mundo a llevar pantalones largos. “Llegó un día, sin embargo, que dijeron que este deporte alejaba el pueblo de Dios y de sus deberes”, comenta Tim, “y todo cambió de repente”.

Un partido en Marat Numan, província de Idlib. Foto de Khalil Ashawi, Reuters

La prohibición, sin embargo, no se aplica a los yihadistas extranjeros procedentes de Europa y Estados Unidos. “Yo sé que los occidentales ven los partidos desde sus casas u otros sitios privados. Muchos tienen también decodificadores de BeIN Sports. La gente de Daesh es hipócrita: nos prohíben jugar y ver partidos, pero probablemente ellos sí que los ven desde casa… e incluso juegan a la PlayStation”, aclara Tim.

Todo esto le parece normal a Al-Ahmed: “Es cierto que los combatientes extranjeros tienen mucho más valor para los líderes de Daesh. A menudo están más motivados y son más fanáticos, y por tanto les sirven mejor para su maquinaria mediática y propagandística. Es normal que les permitan algún capricho”, explica el analista.

En las ciudades más grandes de Siria o Iraq, los yihadistas de Francia, Bélgica, Alemania, Túnez, Arabia Saudí y del resto del mundo comparten las grandes casas de los barrios ricos que sus dueños abandonaron al huir. La cohabitación sería un desastre: la mayoría de los sirios e iraquíes no soportarían la arrogancia, la violencia y la omnipotencia de estos ‘nuevos’ musulmanes extranjeros.

Los yihadistas extranjeros están en sus casas y cierran algunos lugares especiales para ellos. A los civiles de aquí les prohíben acceder a sus zonas de ocio

Tim, seudónimo de un periodista que trabaja en los territorios ocupados por EI

“Estado Islámico lanzó una fatwa [resolución basada en la ley islámica] contra la difusión de partidos de fútbol, pero no contra su práctica”, nos cuenta una ex traductora de los servicios de inteligencia del régimen de Bachar al-Assad que prefiere mantener su nombre en secreto.

Louai Aboaljoud, periodista sirio, reformuló el debate en su visita a París para hablar sobre la situación en Alepo. Aboaljoud, que estuvo en algunas cárceles de Daesh, explicó que en la mayor parte de Siria “la gente piensa más en los cortes de luz, en encontrar agua y alimentos o en saber dónde caerá el próximo barril de explosivos que en el fútbol”.

Los pocos estadios de fútbol que aún quedan en pie han sido requisados por los yihadistas para usarlos como escondites. Desde Raqqa, Tim explica que el gran estadio de la ciudad se convirtió en una base de la policía islámica. “Rebautizaron el lugar como ‘los 11 puntos’”, asegura el periodista. “Para los miembros de EI el estadio es muy práctico, porque tiene muchas dependencias y hay sitio para aparcar coches”

A pocos kilómetros del califato, donde la palabra pelota rima con amargura y represión, empiezan las zonas que están en poder del Ejército Libre Sirio. Ahí el fútbol se expresa de forma diferente. Orwa Kanawati, fundador del equipo nacional de la Siria Libre, describe, no sin cierto orgullo, la situación de este deporte en la zona liberada: “Podemos jugar sin peligro que nos ejecuten”, asegura Kanatawi.

“A pesar de la guerra, en las zonas controladas por las fuerzas revolucionarias se juega a fútbol. En Homs, Idlib, Deraa, Alepo y en las zonas exteriores de Damasco, juegan tanto los pequeños como los adultos”, prosigue Kanatawi. “Hay más de 75 clubes en nuestra área y juegan una liga de 40 equipos que está establecida en Idli”.

A pesar del conflicto y de las privaciones, de una cosa no hay duda: hará falta bastante más que un bombardeo para que la pasión por el fútbol desaparezca de Oriente Medio.

Sigue el autor en Twitter: @MllerQuentin