Cómo Mediaset y ‘Los Gipsy Kings’ perpetúan el racismo antigitano

Veo poco la televisión. Mi relación con la mal llamada “caja tonta” se basaba en una cordial indiferencia hasta que hace unos días descubrí Los Gipsy Kings. Ese reality de Cuatro que lleva tres temporadas en pantalla con cuotas de audiencia superiores al 12 por ciento.

Por alguna razón, Jacobo Eireos, director de Los Gipsy Kings, piensa que su producción colabora a mejorar la imagen de los gitanos, y Pepi Fernández se ríe irritada cuando se le pregunta por el programa. Pepi es trabajadora social y miembro del departamento de Inclusión Social de la Fundación Secretariado Gitano (FSG): “Creen que este programa rompe el estereotipo de gitano ladrón, de vendedor de droga, de chabola, porque ofrece una imagen distinta a esos estereotipos negativos, pero es que los estereotipos que ellos muestran también son negativos”. Jacobo Eireos afirma que ellos únicamente “marcan” situaciones, “pero nunca lo guionizamos”. Alguien debería explicarle a Jacobo que no hay que ser un maestro del método Stanislavski para darse cuenta de que la actitud grotesca de los protagonistas huele a forzado.

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Los Gipsy Kings perpetúan el racismo antigitano. Todas las fotos por Sebas Oz

Pepi Fernández, en el departamento de Inclusión Social de la Fundación Secretariado Gitano (FSG)

El programa se aferra a una lógica mercantilista a priori inofensiva: generar un freak show a partir de lo cotidiano y servírselo en horario de máxima audiencia a casi dos millones de espectadores ávidos de drama ajeno. Hasta aquí todo bien. Pero cuando se trata de caricaturizar a la minoría étnica más grande y más estigmatizada del Estado español, reproduciendo algunos de los estereotipos que les siguen encasillando como incultos, pícaros, frívolos o machistas, entonces un mínimo sentido de ética profesional debería asomarse y decir “hola, soy tu código deontológico y ya está bien”.

La versión anterior, Palabra de gitano, era peor si cabe. Peor porque todo parecía más serio, más riguroso, dotado de esa pátina pseudocientífica más propia de un trabajo de campo antropológico que de un producto televisivo de la misma empresa que lleva dando de comer a Belén Esteban trece años.

“Creen que este programa rompe el estereotipo de gitano ladrón, de vendedor de droga, de chabola, pero es que los estereotipos que muestran también son negativos”- Pepi Fernández, trabajadora social de la Fundación Secretariado Gitano

Obviamente, parafraseando al señor de la coleta, a Mediaset los gitanos y sus estigmas se la bufan. “Un miembro del consejo asesor del grupo mediático aceptó reunirse en su día con tres representantes del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, pero aquello no fue más que un ‘paripé’”, explica Beatriz Carrillo, antropóloga y presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Gitanas Fakali. Beatriz explica que “Mediaset estaba en posición de escucharnos, pero aquello fue una excusa para consolar al pueblo gitano […] Ellos justificaban que era un docureality, que en ningún momento tenían intención de que fuera representación de todos los gitanos y que la libertad de expresión te permite utilizar los productos que tú creas conveniente para ganar audiencia”. También contactaron con los anunciantes que financian el programa. Ni uno solo contestó.

“Está socialmente censurado casi todo tipo de racismo, pero el gitano es de los últimos racismos casi tolerados. No vemos un programa que se llame Palabra de africano. El antigitanismo tiene mucha menos censura que la homofobia o la islamofobia. Hay una historia de exclusión legal permitida; ya ves cómo el Diccionario de la Real Academia Española sigue incluyendo términos discriminatorios”, se lamenta Gonzalo Montaño, técnico del departamento de Internacional de la FSG.

¿Qué relación existe entonces entre este reality y las actitudes racistas hacia los gitanos? Para Mikel Azkiaran, secretario de SOS Racismo, el programa “fomenta una actitud de rechazo hacia el pueblo gitano en la medida en que se caricaturiza como un colectivo de personas que buscan una vida fácil, que no trabajan, que viven entre esa cultura del pelotazo. Si fomentamos estos estereotipos con un reality, tras los estereotipos se generan prejuicios y el siguiente paso es ya no quedarse con la imagen mental sino actuar a través de acciones discriminatorias. El programa fomenta, aunque sea indirectamente, posibles actuaciones de rechazo”.

Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) uno de cada cuatro encuestados afirmó que le importaría mucho o bastante que sus hijos compartieran clase con niños de familias gitanas, mientras que solo el 10 por ciento afirmó lo mismo al tratarse de inmigrantes. Esa misma encuesta, realizada en 2005, reveló cómo a un 40 por ciento de los encuestados les molestaría mucho o bastante tener como vecinos a gitanos, prefiriendo tener antes a personas que hayan salido de la cárcel, alcohólicas, de extrema derecha, con problemas psíquicos o inmigrantes. Además, según el estudio El proyecto STEPSS en España, las personas de etnia gitana son identificadas diez veces más por la policía que aquellas de apariencia caucásica europea.

Los Gipsy Kings, estereotipo gitano

Antonio Vázquez, Antonio Vázquez, vicepresidente del Consejo Estatal del Pueblo Gitano

“Sigue habiendo una discriminación cotidiana que se traduce en una empresa que no te hace una entrevista por tus apellidos, unos jóvenes que tienen problemas para acceder a una discoteca, dificultades para comprar una vivienda, niños a los que se le niega una plaza escolar, etc. Se tiene que ser consciente lo que conlleva un mal imaginario”, explica Sara Giménez, abogada y directora del departamento de Igualdad de la FSG.

El antigitanismo tiene mucha menos censura que la homofobia o la islamofobia

Ha llevado siglos generar esta imagen negativa de los gitanos a la que Mediaset aporta ahora su toque circense. Fueron los Reyes Católicos quienes tomaron la iniciativa promulgando en 1499 una pragmática que rezaba: “Si fueren hallados o tomados, sin oficio, sin señores, juntos… que den a cada uno cien azotes por la primera vez y los destierren perpetuamente de estos reinos, y por la segunda vez que les corten las orejas, y estén en la cadena y los tomen a desterrar”. La última de una lista de más de 2000 leyes antigitanas fue obra del régimen franquista, que proscribía el uso del caló como “jerga delincuente”.

“Al final por no formar parte del sistema establecido, por no tener fronteras, por tener otro tipo de cosmovisión de la realidad, no se les ha tenido en cuenta y han tenido una historia que ha derivado en una realidad muy compleja. Se percibe al pueblo gitano como ajeno a la identidad española y sin embargo aspectos que la definen como el flamenco están aportados por el pueblo gitano”, reflexiona Antonio Vázquez, vicepresidente del Consejo Estatal del Pueblo Gitano. Beatriz Carrillo es de la misma opinión que Vázquez: “los que somos diferentes somos un estorbo para la sociedad y la cultura universal. Al construirnos como forasteros, gente incómoda, y ser tratados desde una visión racializada, hoy somos vistos como un pueblo al que hay que tutorizar e integrar en la mayoría”.

De lo que Carrillo y Vázquez hablan es lo que Boaventura de Sousa Santos definió magistralmente como “sociología de las ausencias”. Para Sousa Santos, el ombliguismo de Occidente le ha impedido ver riqueza en lo diverso, ninguneando formas alternativas de interpretación de la realidad. Estas visiones de la realidad alternativas han sido históricamente marginalizadas, invisibilizadas y construidas por tanto jerárquicamente como ausentes desde las estructuras de poder, de manera que, como diría el portugués, Occidente no puede pensar “el sur sin el norte; a la mujer sin el hombre; al esclavo sin el amo”. Ni a los gitanos sin los no gitanos.

El racismo contemporáneo en el que se enmarca el antigitanismo no consiste en afirmar que los gitanos son sucios, o vagos, o delincuentes, por una mera cuestión genética, sino cultural. El matiz es sutil pero trascendental. El foco de la crítica ya no es el gitano sino su forma de vida, su cultura. Estaremos de acuerdo en que decir “no me gustan los gitanos” suena notablemente peor que decir “no me gusta la forma de vida de los gitanos”. Y a su vez esto conlleva una segunda implicación: si no te gusta una cosa es porque hay otras que te gustan más en una jerarquía de valor, es decir, si no te gusta la cultura gitana y su forma de vida es porque tú, como europeo, blanco y heterosexual, te sientes heredero del progreso y la modernidad, tú eres un tipo solidario que comparte su patria con cualquier desarrapado. La frase “yo no soy racista pero” resume esto bastante bien.

Aunque suene a inmortal epitafio de Paulo Coelho, nadie se preocupa de uno como uno mismo. Por ello para Antonio Vázquez la situación de los gitanos no cambiará mientras no ocupen posiciones de poder. “Todas las culturas –explica Vázquez– que forman parte de España han conseguido leyes y marcos competenciales para gestionar y proteger sus identidades y sin embargo el pueblo gitano es como si no existiera. Existe como problemática, son unos sujetos a socializar a quienes hay que implantarles políticas para que superen su realidad histórica y encima eso lo hacen no gitanos. La percepción oficial es que nosotros no estamos capacitados para regir nuestro propio destino. Es como ayudar a la mujer empoderando a los hombres”.

Los Gipsy Kings

Gonzalo Montaño frente a un cartel protesta

El círculo se cierra cuando los gitanos interiorizan, no ya como reales, sino como propios de su identidad cultural, los estereotipos que les reducen al tópico. Beatriz Carrillo lo compara con los estereotipos sobre los andaluces, quienes “llegamos a asumir que somos un pueblo vago, que solamente nos gusta la fiesta. Aquí existe ese complejo de inferioridad. Y los españoles cuando se van a Alemania les pasa exactamente lo mismo: son vistos como los países del sur que se gastan todas las ayudas en copas y putas”. Esta idea del efecto llamada que puede provocar la reconstrucción estereotipada de la identidad gitana también la comparte Gonzalo Montaño, para quien la población gitana “nos vemos muchas veces viviendo esos roles que nos dicen, y hay muchos niños y niñas que están asumiendo esos roles del programa como propios”.

“La percepción oficial es que nosotros no estamos capacitados para regir nuestro propio destino. Es como ayudar a la mujer empoderando a los hombres”- Antonio Vázquez, vicepresidente del Consejo Estatal del Pueblo Gitano

“A mí me gusta hablar de los españoles que somos gitanos. Lo que une al final a todas las comunidades de gitanos es lo romaní, pero cada una nos hemos ido adaptando a lo que nos ha tocado vivir y esa frase de ‘los gitanos somos así’ es brutal, es dejar vencerse por esa colonialidad mental y práctica, hacer de los estereotipos la totalidad”, concluye Beatriz.

Y no se puede hablar de gitanos sin mencionar el mantra de la integración, un término que quienes hemos entrevistado rehúsan utilizar. En primer lugar porque sigue fomentando uno de los mayores tópicos, aquel de que “los gitanos no quieren integrarse”, y alimentando el exotismo de un pueblo que se piensa replegado sobre sí mismo voluntariamente. Y en segundo lugar porque denota el etnocentrismo del que hablábamos antes. Hablar de integración es hablar de invisibilización en una sociedad que se ha pensado homogénea, donde lo diferente gusta poco, donde si quieres ser parte del grupo tienes que parecerte a nosotros, que somos los buenos, los civilizados. “No queremos usar la palabra integración porque integrar es introducirte en algo que ya está creado y que tú tienes que asimilar. El término que usamos es inclusión; incluirte es crear algo en común donde tú aportas lo tuyo”, resume Pepi Fernández.

El director de Los Gipsy Kings se ha esforzado en dejar claro en alguna entrevista que no cree estar estigmatizando a nadie, que ellos jamás han dicho que “sean costumbres de toda una raza”, pero, como escribió Bourdieu, la televisión puede “producir efectos de realidad y efectos en la realidad, unos efectos no deseados por nadie que, en algunos casos, pueden resultar catastróficos […] La televisión, que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea una realidad”, y aunque Jacobo Eireo se esfuerce por hacerse el tonto, la televisión es la ventana al mundo de mucha gente para quien los gitanos son eso, una molestia tragicómica.

Justo después del derrumbe de la URSS Isabel Fonseca recorrió en los primeros años de los noventa los escombros de algunos países exsoviéticos de Europa del Este, conviviendo con las comunidades gitanas allí asentadas. En algún momento de Enterradme de pie, el libro de crónicas que resultó de aquellos años, Mitko Tonchev se dirige a ella con el convencimiento de que, como gitano, sería el último de la cola en encontrar un empleo: “Antes no pasaba eso. No sabíamos que éramos gitanos. Todo el mundo tenía trabajo. Ahora no somos libres en nosotros mismos”.