¿Quién es el coleccionista de huesos de West Mesa?


Unos trabajadores excavan la escena de un crimen en las afueras de Albuquerque, NM, donde se encontraron los restos de once cuerpos. Foto por Sergio Salvador / AP

La historia de los asesinatos de West Mesa comienza fuera de Albuquerque, Nuevo México, en una alta planicie desierta que se eleva sobre el Río Grande. Una gran región soleada con subdivisiones que tienen nombres como Flor del Desierto en primavera y Colinas del Paraíso conducen a la arena seca, plantas rodadoras y estacionamientos para tráilers. Esta es una parte desolada en West Mesa. Hay un campo municipal de tiro, una vía rápida y el Centro de Detención Metropolitano del Condado de Bernalillo. También está la escena del crimen donde fueron encontrados los restos de once cuerpos en estado de descomposición, que habían sido enterrados a poca profundidad en 2009.

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A la policía de Albuquerque le tomó semanas descubrir todos los cuerpos —mismos que estaban regados por todas partes en un área de 92 acres de extensión, propiedad de una compañía inmobiliaria— y casi un año en identificar a las víctimas. Todas eran mujeres de entre 15 y 32 años de edad, y la mayor parte eran latinas. Las mujeres habían sido reportadas extraviadas entre 2001 y 2005, mucho antes de que se descubrieran los cuerpos. Diez de las once víctimas eran prostitutas conocidas y consumidoras de drogas, un hecho que la policía se apresuró a señalar en repetidas ocasiones. Una de las víctimas, Michelle Valdez, de veintidós años de edad, tenía cuatro meses de embarazo. La última mujer en ser identificada tenía quince años de edad, Jamie Barela y había desaparecido en 2004. Había ido al parque con su prima, le dijo la madre de Barela a los reporteros, dejando la casa con sus tenazas para el cabello todavía encendidas. Su prima, Evelyn Salazar, de 27 años de edad, había sido identificada dos meses antes. Otra chica de quince años de edad, Syllania Edwards, quien venía huyendo de Lawton, Oklahoma, era la única víctima afroamericana y la única con lazos fuera de Nuevo México.

Fue el caso de asesinatos más terrorífico que jamás se hubiera visto en Albuquerque. Si bien los asesinos seriales no son tan raros en el oeste de los Estados Unidos, la ciudad más grande de Nuevo México nunca había enfrentado a uno. La policía les prometió a las familias de las víctimas que resolver los asesinatos era una prioridad, y al principio así pareció. Los investigadores conformaron un equipo de primera que incluía detectives y expertos en perfiles psicológicos con el apoyo de agencias responsables de hacer cumplir la ley de todo el estado para tratar de saber cómo fue que los huesos de once mujeres terminaron desperdigados en el desierto. Han pasado cinco años después de que se encontró el primer cuerpo. La policía aún no tiene sospechosos oficiales y hace mucho que Albuquerque se olvidó de lo que alguna vez fue llamado como el “crimen del siglo” de la ciudad.

“No ha habido el grado de temor ni de alarma entre la gente como sería de esperar. Ha habido poca publicidad”, dijo Dirk Gibson, un profesor de la Universidad de Nuevo México que ha escrito dos libros sobre asesinos seriales. “Hay una sensación física de algo remoto; este lugar está muy alejado. Una combinación de lejanía en el tiempo y en la geografía han hecho que haya poca presión para que la policía investigue”.


Fotografías de los archivos de la policía de las 11 víctimas de West Mesa.

Para ser justos, no había mucho más que la policía pudiera hacer. Oficialmente, la causa de muerte de las víctimas fue “violencia homicida”, pero la verdad es que ni los médicos examinadores ni los expertos forenses pudieron determinar cómo habían matado a las víctimas. Ningún testigo se ha pronunciado y virtualmente no había ninguna evidencia forense en el lugar donde estaban enterrados los cuerpos, lo que significa que no había nada que vinculara a las víctimas entre sí excepto su sepultura compartida y su “estilo de vida de alto riesgo”.

Aunque hubo algunas pistas. Primero estuvieron las fotos, publicadas por el Departamento de Policía de Albuquerque a fines de 2010, que mostraban a siete mujeres que los policías pensaban que podían estar ligadas a los asesinatos de West Mesa. Después se descubrió que dos de las mujeres estaban vivas y una había muerto, aparentemente, de causas naturales.

La policía nunca ha dicho cuál es el origen de estas fotos o si han conducido a algún hallazgo. Luego estuvo Ron Erwin, un fotógrafo de Joplin, Misuri, y un visitante frecuente de la Feria del Estado de Nuevo México, que se lleva a cabo cerca del sitio donde enterraron los cuerpos. Pero después de confiscar cientos de fotos y documentos de su casa y de sus negocios, la policía no pudo vincularlo con los asesinatos. (Erwin, obviamente, declaró después ante un periódico local que estaba devastado por la sospecha de que él fuera el asesino serial). Después, ese mismo año, George Walker, un investigador privado, comenzó a recibir correos electrónicos y llamadas telefónicas crípticas, provocadoras, de una persona que decía tener información sobre el asesino, pero la pista no ha dado frutos. Al correr de los años han surgido otros nombres en la investigación —la mayoría son padrotes locales y golpeadores seriales, algunos muertos o en la cárcel— pero nada que sea sólido.

“Existe la posibilidad de que el asesino haya ido y venido. Los asesinos seriales se mueven; por eso no los atrapan”, dijo Walker. “Si no lo atraparon, estoy seguro de que hay más víctimas en algún lugar. Posiblemente podría estar suelto en Nuevo México o en otro estado”.


Los familiares de Michelle Valdez se lamentan en un lugar para recordarla. Fotografía por Adolphe Pierre-Louis / Periódico de Albuquerque / AP

La investigación mostró el lado oscuro de Albuquerque, una ciudad aletargada del suroeste con medio millón de habitantes, donde el índice de crímenes violentos es más del doble del promedio nacional y donde las mujeres de moral cuestionable pueden desaparecer como si nada sin que a nadie le importe una chingada. En 2007, dos años antes de que se revelara el crimen, un reportero de Albuquerque descubrió que el único detective de la ciudad encargado de investigar a las personas desaparecidas había compilado los nombres de 16 prostitutas que habían desaparecido en la ciudad entre 2001 y 2006; el primer indicio de un asesino serial. Pero para la policía, al parecer, no era sino una lista de putas perdidas. Tiempo después, nueve de esas mujeres fueron identificadas en el cementerio de West Mesa. El paradero de las otras siete permanece desconocido y entonces surge la duda de si el asesino tuvo otros lugares para enterrar a sus víctimas y de si podría continuar por ahí asesinando a más personas. “Es lógico pensar que puede haber más de un lugar de entierro de las víctimas”, dijo Gibson. “Albuquerque está lleno de este tipo de lugares. Si la policía descubrió éste, que claramente ha sido descontinuado, tal vez haya otro. No me sorprendería en absoluto”.

A pesar de lo impactantes que son los asesinatos seriales de West Mesa, no son los únicos. Aunque el número de asesinatos seriales ha disminuido en Estados Unidos en décadas recientes, los que hay ocurren desproporcionadamente en contra de mujeres. De acuerdo con la información proporcionada por el FBI en 2011, 70 por ciento de las víctimas de asesinos seriales desde 1985 han sido mujeres, la mayoría en sus veintes o treintas. “La mayoría de las víctimas de los asesinos seriales son lo que yo llamo los menos muertos; en lo que al público se refiere, están menos vivos porque suelen ser los grupos marginados de la sociedad; en este caso drogadictos y prostitutas”, dijo Steven Egger, quien da clases de criminología en la Universidad de Houston-Clear Lake en Texas, y ha sido consultor del FBI. “Hay una actitud que permea en la prensa y en el público que disminuye la presión en la policía para resolver el crimen, al menos al principio, hasta que hay un mayor número de víctimas”.

La policía en Albuquerque afirma que aún investigan los asesinatos seriales de West Mesa, conocidos oficialmente como los Homicidios de la calle 118. Los detectives han dado muy pocos detalles acerca del estado de la investigación en años recientes, y una vocera del departamento de policía se negó a hacer comentarios para este relato. Los policías de Albuquerque también han tenido sus propios problemas: a fines de julio, la ciudad anunció que el Departamento de Justicia sería el monitor del Departamento de Policía de Albuquerque, luego de que una investigación hecha por civiles encontrara un patrón de uso excesivo de la fuerza por algunos oficiales de la policía, lo que resultó en 20 muertos por ese uso de la fuerza entre 2009 y 2012; de acuerdo con la investigación, la mayoría de los disparos realizados habían sido inconstitucionales. Además, los oficiales de policía de Albuquerque y Nuevo México han sido sacudidos por escándalos sexuales en años recientes, incluyendo acusaciones de que un oficial de policía del estado y un oficial de policía de Albuquerque atacaban sexualmente a prostitutas.

Sin embargo, a falta de detalles oficiales y actualizaciones del caso, todo mundo tiene su propia teoría acerca del coleccionista de huesos de West Mesa; teorías que van desde sucios policías hasta bandas de drogas. Sin importar la respuesta, parece que ambos el asesino (o asesinos) y Albuquerque han continuado su camino. “Los pobladores de Albuquerque no se identifican con las víctimas; piensan que sólo es un bonche de putas y drogadictas”, dijo Gibson. “Los presupuestos de la policía son muy limitados. Hay muy poco dinero y muchos crímenes. Investigar un crimen de diez años atrás del que la policía piensa que las víctimas se lo buscaron… no hay mucho incentivo para eso”.