Entonces le dices a tu novio que prefieres las patatas fritas, y cuando te las traen están frías.
Primer día de vuelta al trabajo después de las vacaciones y te sientes extraña; finalmente te das cuenta de que esa sensación extraña es que “tienes frío”. Tu compañera te pregunta cómo han ido las vacaciones y le contestas que genial. Te pregunta lo mismo otro compañero y dices que una maravilla: un mundo lejos de la productividad y del sentimiento de desapego, de los sueldos irrisorios y del sentimiento de que eres un engranaje más en una máquina y el peso de saber que cada día tienes 2.000 mails esperando respuesta.
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¿Empiezas a dudar de ti misma y te sientes atrapada en una relación o un trabajo, decepcionada con la “vida real”? Pues tienes todos los números para estar sufriendo una crisis de los veinte.
El Dr. Oliver Robinson también atravesó una etapa de dificultad, dejó atrás ciertos aspectos de su vida y dedicó su profesión a estudiar este fenómeno que aqueja a tantos jóvenes en sus veinte. “Las crisis a los 25 años son como una espada de doble filo”, me explicó por teléfono. “Son periodos de inestabilidad y estrés, pero también épocas de intenso potencial para el desarrollo y el crecimiento”.
Hoy más que nunca, estas crisis son muy evidentes entre los jóvenes, en parte porque el mundo se ha convertido en un lugar horrible para vivir, pero también porque las cosas que solíamos hacer a los veinte años se han pospuesto una década: ahora la gente se casa y tiene hijos bien entrada en los treinta. “La parte positiva es que ahora la gente tiene la posibilidad de vivir experiencias divertidas antes de instalarse en la rutina; la parte negativa es que estos cambios propician la aparición de una crisis a los veinte, ya que a esas edad los jóvenes son más inestables y están sometidos a más estrés”, afirma el Dr. Robinson.
Según afirma el Dr. Robinson, existen dos tipos de crisis del cuarto de vida: “En el primer tipo, el joven siente que, pese a todos sus esfuerzos, no es capaz de integrarse en la sociedad adulta”, señala. “El segundo tipo lo forman los jóvenes que se han visto abocados hacia un derrotero que no querían tomar y se verán obligados a tomar decisiones importantes sobre su futuro a lo largo de un proceso largo y doloroso”.
Naturalmente, las cosas no tienen por qué ser así. Con suerte, ¡incluso podrías vivir una mezcla de ambas experiencias!
Por todo ello, he pensado que podría ser útil esta lista de ideas ofrecidas por coaches de vida, psicólogos y expertos en el arte de salir indemnes de una crisis de los veintitantos. Tomadlo como una pequeña guía para hacer que el proceso sea más llevadero.
Empieza por reconocer tu reacción absurda pero perfectamente normal a la crisis que te afecta
Según la coach de vida y psicóloga Karin Peeters, la crisis del cuarto de vida consiste básicamente en estar atrapada en una situación de estrés continua provocada por la toma de decisiones constantes. “Hay gente que se queda bloqueada y es incapaz de tomar decisiones, otras reaccionan huyendo del problema: dejando el trabajo, a la pareja o la ciudad”, afirma. “La tercera reacción es la lucha, la voluntad de trabajar duro para lograr algo, lo que sea”.
Lo importante es saber reconocer tu reacción. La mía está entre la parálisis respecto a las decisiones más simples, como qué hacerme de comer, y el intento de evadir determinadas circunstancias. No recomiendo ninguna de las dos, pero si quieres analizar tu comportamiento y trabajar esos impulsos en lugar de tomar decisiones precipitadas y a ciegas, ayuda mucho tomar consciencia de tus reacciones.
Cambia el concepto que tienes del tiempo
Tomemos como ejemplo un dilema muy tópico de la crisis existencial de los veintitantos: ¿debería conservar mi puesto de trabajo mediocre e ir dejando que el tiempo me acerque cada vez más a la muerte o quizá tendría que dejarlo todo e irme de viaje por Centroamérica?
La ansiedad que genera esta decisión se acentúa por el hecho de que se trata de situaciones inmediatas o a muy corto plazo. ¿Debo hacerlo ya, ya mismo? La coach de vida Natalie Dee recomienda ampliar nuestro concepto del tiempo: “Planifica a largo plazo”, señala. “Es mejor que pienses, “en algún momento durante los veinte quiero viajar una temporada”. Es un plan ambicioso pero tienes más tiempo para llevarlo a cabo. A los treinta y tantos quiero estar encaminado hacia una carrera profesional que me guste. A los cuarenta me gustaría tener la vida establecida. Podrías incluso plantearte, en esos diez años, la posibilidad de conocer a alguien”.
En otras palabras, deja de obsesionarte con irte a Tailandia tres meses y date cuenta de que ya eres cinco años mayor que los demás en las full moon parties, así que por un par de años más no pasará nada.
Deja de ver el matrimonio y todo lo que este conlleva como el centro sobre el que deben girar tus primeros años de vida adulta
“No sé por qué he elegido esta edad, pero creo que es genial tener 37 años y estar soltera”, afirma Bertie Brandes, una de las creadoras de la revista Mushpit, que acaba de publicar un número dedicado a la crisis. “Creo que es necesario volver a plantearse el concepto del matrimonio como el epicentro de tus primeros años de vida adulta y empezar a valorar todos los años de tu vida por igual. Nos sometemos nosotros mismos a esa presión. Tengo amigos solteros que, aunque no están hiperfelices con su situación, son conscientes de que no es ningún drama”.
La extensión de esta línea temporal invisible la componen los hijos, un tema que afecta más a las mujeres durante la veintena. Es cierto que el reloj biológico no espera, pero también lo es que podemos soportar determinado nivel de presión autoimpuesta.
Deja de plantearte la idea de volver a la universidad
Si tienes dinero para ello, adelante. Si tienes la imperiosa necesidad de seguir formándote o de cambiar de profesión, no te lo pienses. Pero si solo quieres volver a estudiar una carrera y endeudarte aun más simplemente para perpetuar esa sensación de eterna adolescencia, es mejor que lo superes y pases página, porque es una idea terrible. No eres Van Wilder y tampoco quieres serlo.
Confía en las rupturas provocadas por tu crisis
Cuando rompes con tu pareja en plena crisis del cuarto de vida, es fácil pensar que lo has hecho por tu situación y que, cuando pienses en ese momento dentro de dos años, te arrepentirás mucho de haberlo hecho. “No son síntomas accidentales”, explica Bertie. “Llegas a un punto de tu vida en que te das cuenta de que la persona con la que estabas realmente era gilipollas y no quieres seguir con ella. Es una etapa muy egoísta y tienes que obsesionarte un poco contigo misma”.
Siendo egoísta, aprendes más de ti misma y de lo que buscas en los demás y así te evitas acabar con algún cretino descerebrado.
No dejes de tener rollos sexuales con cierta regularidad
Esto tiene justificación científica, así que no lo discutas. Es posible que cuando pasas una temporada sin acostarte con nadie mejore mucho tu productividad y tu capacidad de desarrollarte, pero también corres el riesgo de volverte un poco maniática y antisocial. Esto no es ningún concurso para ver quién aguanta más sin follar. “Intenta practicar sexo al menos una vez cada cuatro meses. Al menos”, recomienda Bertie. “Si no lo haces, empezará a aterrarte la idea de compartir tu intimidad con alguien y te centrarás en tu trabajo, o la falta de él, o en cómo sales en las fotos. Es importante cultivar las relaciones con la gente”.
No hagas de tu habitación una especie de santuario
“Si conviertes tu habitación en un altar en el que todo tiene que estar perfectamente ordenado, te estás refugiando en un segundo útero y empezarás a reforzar la idea de que nunca podrás compartir tu espacio con otra persona”, afirma Bertie.
Aprende a distinguir entre el estrés provocado por deseos o por necesidades
Hemos ido al colegio, al instituto, nos hemos puesto a trabajar o hemos ido a la universidad… Hemos seguido el camino que se nos ha trazado sin cuestionarlo, por lo que no resulta sorprendente que muchas de las crisis de los veinte surgen cuando de repente nos encontramos solos ante la inmensidad.
Natalie opina que a esta edad es muy importante distinguir entre lo que quieres y lo que crees que deberías tener. “Una necesidad es algo impuesto, quizá por la sociedad, los amigos o los compañeros de trabajo, y es muy distinta de un deseo”, explica. “Es casi como una obligación y te somete a mucha presión. El deseo implica un movimiento hacia algo pero que empieza por propia iniciativa”.
Procura no atribuirlo todo a un aspecto concreto de tu vida
Es fácil empezar a creer que si tuvieras un trabajo decente serías una persona totalmente distinta y más centrada. “Yo me obsesiono con la idea de que no puedo seguir soltera, pero no tiene nada que ver con que quiera o necesite una relación, sino más bien con que estoy confundida respecto a qué estoy haciendo con el resto de mi vida”, asegura Bertie. “Eso es peligroso, porque si culpas al trabajo de tu infelicidad, lo dejas y luego te das cuenta de que no era la causa, vas a tener un problema aun más gordo”.
Defiende tu derecho a estar agotada
Me ha costado 25 años no sentirme increíblemente culpable por “no ser productiva” cuando decido tumbarme en la cama a ver series de Netflix todo el fin de semana porque me noto hecha polvo. No te castigues si de vez en cuando te tomas un periodo de inactividad.
“El año pasado atravesé una etapa en la que me sentía deprimida y me pasaba el día en la cama viendo blogs de YouTube; no podía pasar sin ellos”, recuerda Bertie. “Me sentía como si estuviera desperdiciando la vida y tres meses después escribí un artículo sobre el tema, en el que expresaba todo lo que sentía, y entonces todo cobró sentido. Cada una de las experiencias que vives, aunque sea la de pasarse cinco días en la cama, resulta útil de un modo u otro, aunque en ese momento no te lo parezca. Estamos tan condicionados para pensar que deberíamos ser productivos en todo momento que hemos perdido todo el respeto al arte de perder el tiempo. Y es precisamente en esos momentos cuando pasan cosas geniales o se te ocurren ideas tontas que pueden acabar siendo brillantes. El descanso es útil. Cuando estás en la cama, tu cuerpo descansa, aunque tu mente esté a cien”.
Esta cultura del tener que estar siempre a tope y vivir al máximo todos los aspectos de nuestra vida tiene su origen en la crisis de los cuarenta. En cualquier caso, como señala Robinson, es más probable que tomes una decisión adecuada desde la calma.
Manda a la mierda a quienes desprecien tus sentimientos
“Muchos adultos jóvenes temen que los demás piensen que sus crisis no son más que quejas y lloriqueos”, explica Robinson, “sobre todo gente más mayor o que nunca ha sufrido estos periodos de duda existencial. Hay que recordar que todo lo que sientas es válido, pese a que los demás no opinen lo mismo”.
Así que la próxima vez que alguien te diga que los veinte años son la mejor época de la vida, diles que un experto en crisis generacionales dijo: “este quizá sea el periodo más difícil de la vida en lo que respecta al estrés y la salud metal, debido al gran número de decisiones importantes que hay que tomar”.
Haz algo, lo que sea
Consuélate pensando que, al margen de lo jodida que esté tu vida, seguramente no será tan mala a la larga. Puedes pensar eso o quedarte ahí sentada, con este artículo guardado en Favoritos, comiéndote una ración de patatas fritas frías junto a un chico que ni te va ni te viene.
Traducción por Mario Abad.