Artículo publicado por VICE Argentina
“Poseídos por el mismo espíritu y valor que aquellos que hicieron nuestra Patria grande, hemos de extremar nuestros sacrificios por la consecución del objetivo que nos hemos impuesto. Que Dios, nuestro Señor, quiera bendecir nuestra empresa”.
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Era la mañana del viernes 2 de abril de 1982 y así rezaba una marcial locución que leía, para todos los medios de radio y televisión argentinos, el comunicado Número uno del Órgano Supremo del Estado que actuaba como cúpula de la dictadura militar desde la ocupada Casa Rosada.
La “empresa” había comenzado la noche anterior a las 11:15 pm cuando los primeros Comandos Anfibios desembarcaron en la costa de Puerto Argentino ( Stanley, según la denominación británica).
El “espíritu” que los poseía era el de abrazar una causa noble, recuperar la soberanía que la Argentina había perdido sobre sus Islas Malvinas en 1833 cuando el Reino Unido ocupó y desalojó ilegalmente a los argentinos ahí establecidos, con fines proselitistas relacionados con la abrupta caída de popularidad que estaba padeciendo el régimen de facto.
El apoyo que una gran parte de la sociedad civil le había demostrado al llamado “Proceso de Reorganización Nacional” se estaba esfumando. Los distintos movimientos por los derechos humanos que luchaban contra la represión y reclamaban por la aparición con vida de los desaparecidos tenían cada vez más eco y los sindicatos habían empezado a movilizar con mayor fuerza en todo el país.
Si bien parecía que la suerte de la Junta estaba echada, los militares se estaban guardando la última jugada. El General Leopoldo Galtieri, actuando como Presidente de hecho de la Nación, tenía guardada su última carta: recuperar Malvinas.
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El represor que se autoconsideraba “el niño mimado de Estados Unidos” encima pretendía aceptación desde Washington como respuesta a una acción militar contra su eterno e histórico aliado. No sólo no sucedió eso, si no que también falló en su análisis previo de la eventual respuesta del Reino Unido, en donde auguraba falta de interés para con el conflicto y las Islas per se. Sí gozó de un manipulado apoyo popular y vitoreo a una lunática promesa de victoria. Lógicamente, todo se volvió en su contra cuando ya no había marcha atrás.
Así, en la Guerra de las Malvinas murieron 649 soldados argentinos y 255 del lado inglés. Los únicos tres civiles que fueron asesinados eran mujeres. Muchas veces, si no la mayoría, ese detalle se olvida.
El excapitán Hugh McManners confesó que estaba dirigiendo el Bombardeo de San Carlos y pensó que “la zona estaba libre pero había isleños” y bombardeó con “fuego amigo” una casa donde se refugiaba una familia.
El 13 de junio de 1982, el periodista Richard J. Meislin del New York Times escribió en su columna que “el bombardeo mató a dos mujeres, identificadas por Noticias Argentinas como Susan Whitley (30 años) y a Doreen Boner (46 años). La señora Whitley llevaba varios meses embarazada”. A la vez, incluía a Mary Goodwin en la lista de heridos por la trágica maniobra, pero finalmente terminó muriendo. Pero ellas no son las únicas víctimas que cayeron en el espiral del olvido intencionado.
“Dicen que la guerra es de hombres y parece que fueran los únicos que la padecen, por lo que a las mujeres se las invisibiliza por completo”, cuenta Alicia Panero, profesora de Historia de la Universidad Nacional de la Defensa de la Fuerza Aérea. “Se suele pensar que el veterano es un hombre. Por eso cuando escribí Mujeres Invisibles llegué a encontrarme con personas que me preguntaban si mi libro era una novela de ficción”, explica.
Alicia, además de formar parte de la fuerzas armadas desde un lugar académico, hace 33 años que está casada con un Comodoro retirado de la Fuerza Aérea.
“Yo tenía 17 años y todas las chicas de mi edad atendían heridos que venían de la guerra, por lo que eran las que sabían cómo volvían los que volvían”, relata Panero. Alicia señala que “ahí es dónde empezaron a acallar las distintas historias” porque a las mujeres “se las participó y después se las ocultó y silenció”. “Después de escribir mi libro, hasta mi marido tuvo problemas. Tuvo una carrera impecable como ingeniero pero después de que escribí lo mandaron a sastrería”, confiesa.
Mucho se habló, al finalizar la guerra, de cómo la sociedad les dio la espalda a los veteranos tras la derrota. Poco, casi nada, de las veteranas que estuvieron en el terreno de las Islas o en las 200 millas marítimas del conflicto bélico. Mujeres de entre 19 y 30 años embarcadas en el Rompehielos ARA Almirante Irizar, en las naves de la marina mercante, en Puerto Belgrano o Comodoro, en hospitales de campaña como enfermeras o instrumentistas, radio operadoras, etc.
Sólo 17, de por lo menos medio centenar, recibieron un reconocimiento oficial. “No hay ningún monumento que conmemore esta participación de las mujeres en la guerra. Ni siquiera una contemplación el Día de Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas”, dice Panero.
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“Hay una idea de que las mujeres de Malvinas son las viudas, las madres y las hijas de los soldados. Acá no se pretende una retribución económica, se pelea por un lugar en la historia. Por lo que es todavía más injusto”, explica la docente de Fuerza Aérea.
Del lado inglés, las mujeres que participaron del conflicto armado eran enfermeras navales de entre 21 y 25 años. Todas formaban parte del equipo del Queen Alexandra’s Royal Naval Nursing Service, bajo el mando de Nicci Pugh. Sus memorias quedaron coleccionadas en el libro “Nave Blanca, Cruces Rojas”, donde ella misma relata el trabajo de la enfermería a bordo. Durante la guerra atendieron tanto heridos británicos como enemigos. Todas ellas fueron condecoradas el día del desfile de la victoria cuando la flota británica volvió a Reino Unido.
Del bando nacional, en contraste, Liliana Colino fue la única mujer argentina que pisó el suelo de las Islas Malvinas rescatando heridos. Aún hoy no se le ha rendido ningún homenaje y tampoco es mencionada en las efemérides de la guerra.
“El abandono que sufren las veteranas es desconsolador. En el 2015 fuimos con una ex aspirante naval, Patricia Lorenzini, a la televisión con el motivo del Ni Una Menos que estaba durante su primera marcha. Estaba denunciando, junto a Nancy Stalcato, que habían sido víctimas de acoso sexual y violación de los mismos superiores. Las dos habían sido de dadas de baja luego de denunciarlo internamente y lo estaba recién hablando tres décadas después”, relata Panero.
En 1981, las dos habían decidido enlistarse en las Fuerzas Armadas. Fue entonces cuando, a sus 16 años, Nancy empezó su carrera para llegar a Cabo Segunda en enfermería. En el mismo año, Patricia tenía 15 e ingresó como Aspirante Naval en la misma profesión.
“‘Aspirante Lorenzini, venga, vamos a ir a que se pruebe su uniforme de gala’, me decía el teniente Italia. Y yo me subía a su cupé Fiat celeste”, contó la veterana, por primera vez en 30 años, al periodista Juan Parrilla en 2015. “me besaba, y llevaba mi mano a su miembro, mientras acariciaba mis entrepiernas. Sucedió muchas veces”, recordó aquella vez.
Ellas son sólo dos casos dentro de por lo menos siete denuncias más de abuso sexual y psicológico que, hasta el momento, quedaron en la nada. Según cuenta Panero, además, lo único que recibieron de su entorno profesional fue más rechazo todavía. “No recibimos nada bueno, solo silencio y en los que hablaron lo hicieron para decir que ella con su denuncia había manchado la guerra, muchas de sus propias compañeras se enojaron y usaron frases como ‘y, bueno, ella usaba la pollera corta’ o ‘era provocadora’. La madre de un caído, Delicia Giachino, sacó una nota de repudio y las mujeres enfermeras de la fuerza aérea no quisieron participar más en eventos donde ella estuviera”, recuerda Alicia con dolor.
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Hilda Aguirre de Soria, senadora por la Provincia de La Rioja, presentó por esos días un proyecto que proponía que el Estado brinde su “reconocimiento al personal femenino argentino que participó en la Guerra de Malvinas en 1982”. Lejos de la atención política, el proyecto perdió estado parlamentario y quedó sepultado como las denuncias.
El primero de septiembre de 2017, Patricia Lorenzini se suicidó incendiándose a lo bonzo.
La escritora cuenta que hace poco se dio a conocer que en el Archivo General de la Armada, ubicado en el barrio porteño de La Boca, están los registros de las llamadas de atención al Teniente José Italia por conducta indecorosa con las estudiantes. “Pero ella ya murió, después de padecer adicciones por años. Nunca sabremos si la afectó más el abuso, el olvido o las agresiones que recibía por su lucha”, comenta.
Uno de los fantasmas que persiguieron a las mujeres que estuvieron en la guerra fue el recuerdo del olor a sangre acompañado de gritos desconsolados de cientos de soldados que al unísono pedían por su madre. “Muchas de ellas fueron las que incluso tuvieron que avisar a las familias que sus hijos o maridos estaban vivos, porque la dictadura no lo hacía. Fue una labor extremadamente importante y veteranas como Graciela Gerónimo o Susana Mazza murieron con relatos como estos que merecen tener un lugar en la historia”, explica.
Alicia Panero destaca que se cansaron de repetir que el reclamo colectivo “no es para buscar una pensión” y que “lejos de una compensación económica lo que se persigue es el reconocimiento igualitario por la participación”. La escritora destaca que su libro fue “el primero pero no el mejor”, ya que después de haberlo publicado fue cuando más historias todavía empezaron a emerger.
La experiencia de haber compilado los roles y respectivos traumas en cada una de las mujeres que formó parte del conflicto armado le dejó en claro que “existe una intencionalidad porque se olvide todo eso”. “El reconocimiento histórico vendrá cuando no haya ya veteranos en la conducción de las Fuerzas, cuando exista la objetividad y el equilibrio de darle a las mujeres el mismo lugar que a los hombres cada vez que se rememora la guerra, eso contribuirá también a la igualdad de las generaciones presentes”.
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