Pier Paolo Pasolini hizo que me enamorara del fútbol

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Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol

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Albert Camus

“A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura por haberme apartado del camino recto”. Así Dante Alighieri empieza su épico poema La Divina Comedia, escrito entre 1304 y 1321 en idioma florentino vulgar. Con este ‘incipit‘, lo que el toscano quiere dibujarnos es su desorientación total frente a la vida y frente al futuro: Dante se desnuda y nos confiesa la crisis moral sin precedentes que parece haberle marcado sin remedio. Crisis, por cierto, de la cual solo podrá salir gracias al ayuda de su único y verdadero mentor: el poeta romano Virgilio, autor de la famosísima epopeya latina La Eneida.

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Menciono todo esto para poder explicar la crisis que surgió desde mi aparentemente sólida naturaleza de buen ‘cultureta’ cuando, durante un paseo en un parque cualquiera de Barcelona, vi a unos tíos que se lo pasaban de puta madre jugando al fútbol. Yo, en cambio, empezaba a aburrirme en mi castillo de certezas, construido a base de cámaras reflex e instrumentos musicales africanos, sentado en un oasis feliz de buena compañía tanto estética como culturalmente hablando.

El silencio se llenaba con los gritos de los chicos que jugaban al fútbol. De repente, mis honoradas habilidades como el canto, la poesía y la música me parecieron muy vetustas.

“El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, me dije yo citando a Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, con una cierta arrogancia y sin mencionar que la frase no era mía. “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”, aseveré con repugnancia, citando otra vez a Borges con un tono más alto de voz y de nuevo sin especificar que la frase no era mía.

Pero mi pequeñas igniciones de odio hacia el fútbol no sirvieron para nada. Los jugadores seguían pasándoselo genial mientras yo perdía cada vez más público y mi ukelele se volvía cada vez más taciturno y tímido a mi lado. Empecé a cubrir mis tatuajes, y mi peinado y mi barba perfectamente cuidados se convirtieron en algo superfluo y fuera de lugar. Solo me quedaba una cosa por hacer para evitar la humillación completa: unirme a ellos, pasarme al lado oscuro, convertirme en un deportista (puaj).

Para poder hacerlo, sin embargo, para volver a encontrar el camino para salir de mi dolorosa y anónima ‘selva oscura’, yo también sentía la necesidad de encontrar un guía que me indicase el camino. Por eso, desde el cielo más puro y emotivamente fotogénico bajó Pier Paolo Pasolini, con todo su esplendor de artista que todos los ‘culturetas’ aman —y del cual nadie sabe realmente nada.

Como juego, el fútbol está muy bien para chicas toscas, pero es muy poco conveniente para chicos delicados

Oscar Wilde

Para aquellos que como yo llevan ‘snickers‘ sin hacer deporte y saben quien son los Run The Jewels pero que también aman a Vivaldi —y por supuesto no podrían vivir sin Fellini—, Pier Paolo Pasolini es un ‘must’. Solo con pronunciar el nombre del cineasta italiano ya te elevas un metro por encima de los demás ignorantes; sin embargo, cuando te encuentras con alguien que también le conoce te entra un miedo atávico que te hace dudar verdaderamente sobre una cuestión esencial: ¿de verdad sé quien es Pier Paolo Pasolini?

La respuesta, por supuesto, es no, ya que probablemente tampoco él mismo sabía quién era en realidad. Pero lo cierto es que el poeta, director de cine y escritor italiano tenia una inusual pasión por el fútbol que muchas veces parecía chocar con lo que parecía su perfil de artista y pensador: no en vano Pasolini fue siempre un personaje incómodo para la clase dirigente de aquel entonces.

“Los deportistas están poco cultivados y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción“, me dijo el mismo Pasolini sin siquiera girarse hacia mí, recién llegado y mirándose los zapatos. El acontecimiento me recargó de fuerza, sugiriéndome que entrara en el campo de fútbol con los ojos. Tiré el ukelele, me quité la camiseta de Johnny Cash, tiré el porro al suelo, puse el iPod con Así habló Zaratustra en mi mochila y grité bajo las notas de la Las Valquirias de Wagner: “me uno, chicos, ¡quiero jugar!”.

Pier Paolo dio una señal de aprobación. Fumando intensamente su primer cigarro entre sus áridos dedos con el aire de quien lo tiene todo bajo control, como si fuera una mezcla entre Mourinho y Darth Vader, el maestro mostró una pequeña sonrisa dirigida a mí. No me iba a dejar solo: Pier Paolo iba a estar a mi lado todo el tiempo.

Yo no sabía jugar a fútbol y de hecho lo veía como un deporte súper estúpido y aburrido —como mi amigo Borges—, pero tenía que probarlo. Sentía la necesidad total de salir de mi zona de confort de ‘chico delicado’ y probar una vez más mi inteligencia, que si se queda encerrada en lo conocido no puede ser considerada como tal.

Los italianos pierden las guerras como si fueran partidos de fútbol y los partidos de fútbol como si fuesen guerras

Winston Churchill

El público

Siempre he considerado el público del fútbol como un gran grupo de cabras sin ninguna capacidad intelectual que gritan y que sudan. A mis ojos, siempre habían sido poco menos que chusma, gentes desnortadas que tienen como héroes a personajes que nada han hecho para la Humanidad más allá de demostrar a los demás que sin su aptitud natural para jugar a la pelota jamás serán nada en la vida. Mientras pensaba esto y mi rostro se transformaba en una mueca de asco, Pier Paolo se me acercó.

“Yo, por mi parte, soporto con pena al aficionado, digamos, de tipo napolitano. Como dice Benedetto Croce, la afición es un ‘pseudoconcepto’”, me susurró el maestro con palabras que resonaron directamente en mi materia gris. “El ‘tifoso‘ napolitano es un poco así: lo sabe y está iluminado por una especie de gracia… ¡y qué beatitud la suya!”

“De nada sirven los razonamientos, y menos las demostraciones y la experiencia de cada domingo antes la realidad del juego. El ‘tifoso‘ tiene una parte del cerebro —la principal— separada del resto, y solo es capaz, bajo esa iluminación carismática, de un único, fijo y inmutable pensamiento. Todo lo que está fijado y reconstruido genera inmovilidad: genera, pues, la máscara, la ‘caricatura’. Esto es algo que humilla el hombre”.

Pier Paolo estaba de acuerdo conmigo: lo noté gracias al tono de su voz. Su sentencia me aclaró el hecho de que hay públicos y públicos. ¿Por qué está aquí para ayudarme, entonces? ¿Dónde veía el maestro lo bonito del fútbol, si él también despreciaba a muchos de los pobres seres humanos que se pasan el tiempo fuera del campo mirando a las 22 cabras que persiguen un balón sobre el césped?

Es algo que no entendía todavía. Sin embargo, empecé a calentar los músculos igualmente mientras los demás me miraban, intentando calibrar mis capacidades como futbolista.

Yo no corro, porque correr es de cobardes

Carles Rexach

Posición en el campo

Me metieron en el equipo de los ‘sin camisetas’ —donde por suerte ya empezaba a destacarme por mis tatuajes— y me preguntaron en qué parte del campo jugaba. Y ahí pensé: podría encerrarme en la portería y así destacar, porque ser portero implica tradicionalmente un carácter diferenciado, como su mismo uniforme deportivo en el terreno de juego.

Mientras me dirigía hacia la portería, sin embargo, una voz me entró en la cabeza y una nuble de humo captó mi atención al lado del campo. Era Pier Paolo, que me empezó a hablar en un tono casi enfadado.

“Todo el mundo es capaz de apreciar la habilidad de un portero, incluso un profesor de instituto, que se quedaría totalmente indiferente ante una triangulación suprema de Montuori o de Schiaffino en sus mejores momentos”.

Al oírle, decidí ponerme momentáneamente en el centro del campo. Sin saber como se llamaba la posición que había ocupado, miré a Pier Paolo y pensé que estaba perfectamente en el medio y podía verlo todo, como si fuera un director: “¡Me pongo aquí, como director!”, dije. Me miraron con extrañeza, pero asintieron.

Y así fue. El partido estaba a punto de empezar y sentí la sangre hirviendo en mis venas. Los pies me temblaron y mis problemas desaparecieron. Ahora solo quería no cagarla: la paz en el mundo, la crisis económica o el conflicto palestino-israelí se convirtieron en frustraciones lejanas de un pensador que lo único que quería era marcar un gol y probar la alegría infinita que conllevaba. Enseguida concluí que probablemente esta era una de las armas más potentes del fútbol.

Muchas veces me dicen ‘vos sos Dios’, y yo les digo que están equivocados. Dios es Dios y yo simplemente soy un jugador de fútbol

Diego Armando Maradona

El fútbol como espectáculo

“El fútbol —y en general el deporte— sirve para distraer a los jóvenes de las actitudes contestatarias. Sirve para tener tranquilos a los trabajadores. Sirve para no hacer la revolución. Como hace Franco en España con las corridas de toros”, me dijo Pier Paolo. Y ahí me quedé, otra vez indignado por lo que estaba a punto de hacer. Pensé en volver a ponerme mi camiseta y en tirar la pelota muy lejos, en ponerme a leer a Marcel Proust, en ver un cortometraje de David Lynch, o simplemente en irme al teatro a ver una obra totalmente desconocida.

El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro. El cine no ha podido sustituir al teatro, pero el fútbol sí. Porque el teatro es una relación entre un público en carne y hueso por una parte y personajes en carne y hueso que actúan en la escena por la otra. Por ello considero que el fútbol es el único gran grito que queda en nuestra época”, me dijo Pier Paolo, mientras apagaba otro cigarro con la suela del zapato.

De repente volví a darle dignidad y lo vi como el espectáculo que tiene que ser. Aunque distraiga de lo que realmente debería importar, pensé que no es el fútbol en sí el problema: al fin y al cabo, si quieres ocuparte de otras cuestiones puedes, tú tienes el mando, y si lo ves es porque es tu decisión —aunque parece que todo el mundo quiera que vayas en esa dirección.

A todo esto, aún teníamos que empezar. Los jugadores preguntaron si estábamos todos listos y acordaron poner el marcador a cero porque yo acababa de entrar. Estaba todo listo: yo el primero. Sabía lo que tenía que hacer: lograr que me pasaran la pelota y meterla en la portería. Es bastante simple y intuitivo, casi estúpido… pero a la gente le mola, ¿no?


El problema a la hora de entender las enormes tensiones mentales de los futbolistas nace de la extendida creencia de que son todos idiotas

Johan Cruyff

El fútbol es un lenguaje

“El fútbol es un sistema de signos, es decir, un lenguaje”, me dijo Pier Paolo. “De hecho, las ‘palabras’ del lenguaje del fútbol se forman exactamente como las palabras del lenguaje escrito-hablado: utilizando combinaciones de los ‘fonemas’ representados por las veintisiete letras del alfabeto. En el lenguaje del fútbol, el ‘fonema’ es por ejemplo el pie del jugador que chuta el balón —la unidad mínima— y a partir de ahí hay infinitas combinaciones que forman las ‘palabras futbolísticas’, cuyo conjunto forma un discurso —el partido— regulado por verdaderas y propias formas sintácticas”.

Luego sí que lo vi más claro: es cuestión de crear, de saberse mover. Igual que en la escritura y en el cine es cuestión de generar un discurso que tenga sentido y que tenga gracia. Fallar muchos pases y perder la pelota sin sentido hace que el público deje de prestar atención. Si no hay discurso, ocurre como en las películas que no funcionan: se pierde el hilo conductor y todo falla en una hora y media de aburrimiento. De repente pensé en una de las pocas referencias futbolísticas que cabían en mi mente: la famosa ‘mano de Dios’ de Maradona en el Mundial del 86.

Eso fue como un misterio irresuelto en una película de Hitchcock, como un giro del guion en una película de Tarantino, y el mirarlo otra vez y otra vez en mi vida ha sido como ver un film de Christopher Nolan. Ahí hay magia, ahí explotaron corazones, ahí cayeron muchas más lagrimas que en cualquier largometraje bulímico de Wes Anderson. Pero no son todos como Maradona, ¿verdad?

“Naturalmente, como toda lengua, el fútbol tiene su momento puramente ‘instrumental’, rigurosa y abstractamente regulado por el código, y su momento ‘expresivo’. Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol como lenguaje fundamentalmente poético. Para que me entiendas: Bulgarelli juega al fútbol en prosa: es un ‘prosista realista’; Riva, en cambio, juega al fútbol en poesía: es un ‘poeta realista’.

Cristiano Ronaldo es Ernest Hemingway, por su arrogancia y sabiduría descarada; Andrea Pirlo es Albert Camus, por su estar destacado y a la vez cociente de todo lo que pasa; Zlatan Ibrahimović es Dante, porque se cree Dios y juzga a todos —y también la nariz es la misma—. Lionel Messi comparte elegancia con F. Scott Fitzgerald; Maradona jugaba con la pelota y los corazones ajenos como Shakespeare. Didier Drogba podría ser Herman Hesse por su elegancia y sinuosidad; Manuel Neuer es claramente León Tólstoi. Ahora todo está clarísimo: solo es cuestión de entender quién quiero ser, cómo quiero jugar, y dar vida a un cuento que sea lo más emocionante posible.

Bajemos un poco el tiro, sin embargo: no estoy en el estadio Azteca de México en 1986, no hay más de 100.000 personas mirándome, si marco no cambiará nada, y esta no es la final de la Champions League. Nadie se emociona, nadie llora, ningún país exulta, el poco público presente está mucho más pendiente del móvil que del césped. Todo esto del fútbol es muy triste si no se juega a un nivel muy alto.

Dime, Pier Paolo: ¿hay algo que se pueda aprender en un pequeño partido entre amigos?

“El deporte se compone de dos hechos completamente distintos que no tienen nada que ver el uno con el otro: el deporte que se practica y el deporte que uno ve. Esto segundo no es deporte, sino espectáculo”, me dijo Pier Paolo. “Que el deporte —lo circense— es el ‘opio del pueblo’, esto ya se sabe”, aseveró el maestro, encendiéndose un nuevo cigarro.

“Por otra parte, ese opio también es terapéutico. Creo que ningún psicoanalista lo desaconsejaría”, prosiguió. “Las dos notas en el estado del aficionado —agresividad y fraternidad— son liberadoras incluso si, en relación con una moral política o una política moralista, son horas evasivas y cualquieristas”.

Pier Paolo tenía razón, como solía ocurrir siempre. Casi me pareció natural distinguir el fútbol jugado del fútbol como espectáculo y pensé hasta qué punto hoy en día se había convertido en una verdadera religión. Pero también pensé que el fútbol jugado por las calles, entre amigos, tiene algo que a lo mejor no se puede explicar, y que ayuda mucho más que muchos libros que se puedan leer sobre el crecimiento personal. En cambio, el fútbol de las estrellas… ese sí que da miedo.

“El deporte ya no es ocio, libertad, juego, a ningún nivel, sino superación, competitividad, productividad del individuo al 200%. Del compromiso de amor, incluso el compromiso político, al compromiso autocorporal. ¡Tú puedes! Crea tu propia marca, crea tu propia empresa, aumenta tu ‘capital corporal’. Sí, quiero. No, no quiero”, me gritó un Pier Paolo medio histérico desde el lado del campo, envuelto en una nube de humo que empezaba a cubrirle completamente.

En ese momento, Pier Paolo probablemente se sintió satisfecho por lo que me había dicho. Se dio la vuelta, tiró el vigésimo cigarro al suelo y lo apagó con la suela del zapato. Sin una sonrisa y sin ninguna expresión que yo pudiese interpretar como una despedida o algo parecido, se fue, silencioso, imponente.

No hubo conclusiones de lo que me pasó. Pier Paolo Pasolini me dijo todo lo que tenía que decirme y escuchándole supe todo lo que tenía que saber. En realidad, en ese momento tuve unas ganas irrefrenables de tocar el balón, que en ese momento descansaba en el centro geométrico del campo.

Todos estaban listos y me miraban. El sonido de Las Valquirias de Wagner se había apagado. Lo único que quedaba por hacer era empezar el partido y jugársela. El ukelele dormía, el público esperaba, el sol abrió el cielo y yo me cagaba encima.

Silbato inicial.

A ver que tal este ‘fútbol’.

Y gracias, Pier Paolo.

“De nada”.

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