Son casi las dos de la mañana de un sábado 22 de septiembre, es la primera parada del viaje de Pablo hacia Medellín, a su primer toque fuera de la ciudad, y aún no ha caído en cuenta de la magnitud de lo que está por pasar. Ahora se ve más cómodo que antes, está ocupando tres de las cuatro sillas de la última fila del bus. No se despierta, parece que se tomó muy en serio eso que andaba diciendo un par de horas atrás frente a un chuzo de empanadas en Pablo VI, en Bogotá, desde donde saldría el bus: que el viaje se lo disfrutaba desde ya porque debía volver a la mañana del día siguiente.
Hobby habitual, sueño accidental
Hasta que Pablo Jaramillo llegó a la música, lo suyo eran otras artes. Siempre había escuchado rap, de hecho escribía, pero le guardaba distancia a eso de hacerlo realidad. La revelación le llegó escuchando “Milki” de Akapellah, cuando se dio cuenta de la brecha existente en el trap bogotano. Aquí nadie hablaba de los muchos problemas de la cotidianidad, de su cotidianidad, tres días después de que saliera la canción del venezolano, ya había escrito las letras de su único EP, lo primero con lo que se sintió satisfecho. “Los Peches”, “Le Doy” y “Merchopercho” fueron su No Son Drogas (2017), que desde el título empezaba a romper con el tabú de drogas, mujeres, sexo y plata, que traía consigo el imaginario del trap.
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“Milki, ya la vaina más pendeja cuesta milki,
desde un pote e’ fresco hasta una vara e crispy.
Si seguimos cómo vamos no se va a poder,
nos vamos a joder”.
El 9 de octubre de 2017 Pablo, esta vez como Ha$lopablito, subió “Merchopercho” a YouTube, esta, “Le Doy” y “Los Peches” fueron grabadas sobre beats libres, que, junto a Aaron Moreno, la otra mitad del proyecto, compró tras ahorrar un buen tiempo para poder subirlas a plataformas. Aún hoy, es difícil saber cómo escaló de la forma en que lo hizo. “Pablito fue un accidente, le ha tocado crecer a la fuerza”, dice Juan Antonio Carulla (El Enemigo), se volvió viral, llegó a los editores de las listas de reproducción de Spotify, y entró a Novedades, luego a Top Virales Colombia y por último al Viral Semanal, cuando en la portada estaba Bad Bunny, uno de los exponentes máximos de ese género al que él le estaba dando tres vueltas. Incluso, no habían pasado tres meses desde su proeza y ya se ganaba un lugar en la prensa especializada: “Ha$lopablito: el primer trapero criollo por excelencia”, “El Trap de ha$lopablito: La disputa de una identidad” y “¡Paren todo! Ha nacido el trap anti-Uribista!” fueron algunos de los titulares de medios que lo tuvieron como protagonista, y que hablan de cómo, parafraseando un par de comentarios que han dejado en sus canciones, le volteó la torta y le encontró emoción a la vida clasemediera, además de cambiar lo que la gente pensaba del trap con sus propios medios.
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Pablo está en cuarto semestre de Artes Visuales, eso porque es de las pocas carreras que le da “el chance de jugar”. Quería estudiar lo mismo en la Universidad Nacional, pero al ver la facultad hecha pedazos lo dejó ir, luego olvidó inscribirse a las pruebas de la Distrital. Fue así como terminó en la Javeriana, “Ahora le debo vida y media al Icetex”, dice. Hoy los raps de Pablo se han vuelto prioridad, su diario es un constante pilotear la vida musical y todas las entregas de la universidad. En ese proceso, es pieza clave Diana Moncada, su mánager, “A veces se le cruzan las clases, los trabajos, las entrevistas y las grabaciones… no ha sido fácil, pero se maneja”, Diana ha sido clara, él tiene que tener una prioridad, sabe que cuando esto interfiera con la universidad deberá tomar una decisión.
El golpe de suerte que ha sido Ha$lopablito es de no creer. A su primer toque, en una fiesta de fin de semestre planeada con una semana de anticipación, en la que además estaban WYK, Cooler, Montenegro y Pava, algunas de las bandas del under capitalino, a menos de dos meses de la publicación del EP, fueron unas 300 personas. Aún hoy dan cuenta del fenómeno que es. Ese día no se había subido a la tarima y desde abajo ya gritaban: “¡Merchoperchooooo, Merchoperchoooo!”. Definitivamente querían verlo.
Afuera de la bodega en Barrios Unidos, estaba la policía a punto de acabar con el evento, clandestino y sin permiso alguno, por supuesto. Adentro no había quién callara a la gente, que a duras penas podía moverse en el lugar. Antes de tocar, Pablo estaba más emocionado que nervioso y al subir a la tarima hasta temblaba. Con cada tema se hacía más consciente de lo que pasaba, antes de tocar “Merchopercho” salió con un “¡Bueno, esta sí se la conocen, yo quiero que la canten conmigo!”, y aunque al cantarla entró tan rápido que no cayó en el beat, logró mantener a la gente arriba.
La aparente calma y el interno tropel
A sus 19 años debería dormir de ocho a diez horas, pero ni él, ni las 39 personas más –– entre ellos los integrantes de Nicolás y Los Fumadores, Quemarlo Todo Por Error y Bliss, con edades que no se alejan mucho de la suya –– que van rumbo a Medellín en ese bus, lo hacen. Es la primera vez que toca fuera de Bogotá y a menos de 24 horas de enfrentarse a ese miedo gigante, que seguro nació desde que supo que tocaría en otra ciudad, mantiene la calma. Mientras espera la segunda ronda de empanadas, uno de los 39 que anda vacilante frente a comerse otra recibe de Pablo un “Los números impares son de mala suerte”, y deja de vacilar. Tranquilo.
Con una empanada en la mano y los audífonos en la otra, cuenta que el otro día pintando en la facultad, a eso de las dos de la mañana, le llegó un dibujo que alguien le había hecho; antes que ufanarse, Pablo se extraña. Está siendo relevante para otras personas, son conscientes de su lugar en el mundo, aún no se lo cree y eso que ya se cumplió un año desde que lo de la música le funcionó. “No es porque el tema sea mío, pero es muy hijueputa”, le dice a uno de sus amigos, que ahora tiene los audífonos que hace un rato tenía en su mano, y que cabecea con una de sus canciones. La dualidad en su comentario y en toda la escena, que no dura más de unos pocos minutos, evidencia dos cosas que son claras en Pablo: que vive constantemente elevado, sus ideas son inconclusas, y que la modestia que se desprende de su éxito es extraña hasta para él mismo.
Pablo va del cielo a la tierra en cuestión de segundos, de estar sonriendo porque la portada del disco ya está lista, a preocuparse por cosas que aún no han pasado: “Qué enchonche. Ojalá la gente no se me vaya cuando se acaben Los Fumadores”. Lo de la música… quizá sí se lo cree, pero aún no completo, con todo lo que eso trae.
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En Colombia el trap ha sido demeritado por un buen tiempo, quizá porque al haber sufrido de una apropiación por parte de quienes hacen reggaetón, y convertirse entonces en una especie de “evolución” del género, ha sido visto como sexista, denigrante, ofensivo, humillante, agresivo, burdo, ordinario, y un motón de adjetivos más que no denotan nada bueno. La idea, en un inicio, no es tan descabellada, si no fuese porque tanto el reggaetón como el trap, vienen del rap; el primero nace en Panamá al mezclarse con ritmos jamaiquinos, el segundo en Atlanta al mezclarse con la música electrónica. La diferencia, en últimas y omitiendo lo rítmico, cobra sentido únicamente al hablar del origen, uno panameño/puertoricense, y otro norteamericano, no es más. “Si un reguetonero dice que no quiere hacer trap, es negar la idea misma del reguetón”, como afirmó Granuja, integrante del colectivo paisa de rap Moebiuz, a El Colombiano.
Contra el trap, se han ido sobre todo, los puristas del rap, que se hacen llamar “reales” y que lo defienden a capa y espada, “puro”, sin admitir cambios ni concesiones. Basta con revisar su origen para ver que esa pureza no es más que, al igual que en el reggaetón y el trap, una mezcla de géneros, ¿y entonces qué es lo “real” ?, ¿quiénes son los “reales”? La palabra ha sido usada sin escrúpulos. Reales los que aceptan que les es imposible hablar de cosas que no han vivido, no los que siguen una misma temática para pegar; reales los que crecen a punta de autogestión, nos los que creen indispensable un séquito gigante detrás para hacer su trabajo.
Por un lado, y poco a poco, las líneas divisorias entre géneros se hacen más difusas, artistas como Akapellah, Zethyan, Crudo Means Raw, C. Tangana y otros como Elsa y Elmar y J Balvin han sacado temas de trap, aun teniendo a otros como el pop, el reggaetón y el rap como a los principales. Por el otro, el miedo al trap y esa ansia exacerbada por mantener al rap impoluto, no ha hecho más que dividir.
Ha$lopablito ha sabido moverse en el trap con la dualidad que traen consigo el chiste, la chanza y el juego, y la seriedad y mesura de su proyecto, reflejado en sus letras, que dejan ver desde las incomodidades de viajar en el transporte público en “TM Everywhere”; agradecerle al D1 por sus precios bajos en “Trappin’ en el D1”, y hasta hacer oposición política contra el ex presidente Álvaro Uribe, con una de sus frases célebres “le doy en la cara, marica”. “Siempre estamos jugando con la música, es ahí en donde salen las nuevas ideas”, dice Aaron, que llegó como productor y se amañó convirtiéndose en la mano derecha de Pablito. Antes que una remuneración económica, busca trabajar en proyectos a los que les crea, “Mi virtud fue confiar en él porque me caía bien y creía que el producto era bueno, así que dije ‘qué chimba colaborarle a este pelado en lo que se pueda’”. Ahora Aaron está en Nueva York, becado para estudiar una maestría en tecnología y arte, no se piensa como indispensable para el proyecto, y cree tanto en Pablo que está seguro que aún sin él aquí de la misma forma que antes, logrará llegar muy lejos.
Changuaboyz
Pablo está recién tatuado, esta vez es un dibujo que hizo su hermana menor. Es viernes, son casi las nueve de la noche y está comiendo pollo frito frío con las manos. Hoy ni desayunó. Se acuerda de la vez que conoció a Akapellah, uno de sus raperos favoritos, y no espera terminar de comer para contárnoslo. Interrumpe su propia historia para contar que hace un par de días lo reconocieron en dónde menos lo esperaba, con uno de sus hermanos en un centro comercial donde se junta, según él, “toda la nobleza del norte de Bogotá”.
Es inquieto y apasionado. No tiene control. Va a tocar en el Sónar, un festival internacional de música electrónica y experimental, que celebra sus 25 años en el circuito europeo, y su cuarta edición en Bogotá. Habla de todo lo que va a pedir para el camerino, “una bandeja paisa traída directamente desde Medellín”, dice. De repente le entra la angustia, ¿¡cómo va a hacer para que todos sus amigos tengan cargos en el show y puedan entrar a verlo!? Aún falta un mes para eso, entonces decide preocuparse por algo que tiene un poco más cerca, ¿¡cómo va a hacer para que todos sus amigos puedan entrar a la fiesta de la disquera a la que lo invitaron!?
– ¡Dianis, pero nos dijeron que lleváramos a todo nuestro equipo!
– Ellos no sabían que eran tantas personas, Pablito.
– Pero todos tienen que ir. Ah, y Luis quiere llevar a una chica. Creo que ahora tenemos que hacer que ella entre también…
Pablo pocas veces es consciente de lo que está haciendo, de lo que está logrando.
Detrás de Ha$lopablito están los Changuaboyz, la crème de la crème, su grupo de amigos, esos esos a los que cree indispensables y con los que le es inimaginable haber llegado hasta donde ha llegado. Y es que además del Sónar, fue el artista sorpresa de una de las fechas del festival Hermoso Ruido, donde sin importar que se le haya ido la luz en pleno show cantando uno de sus hits, logró salir victorioso, pues el respaldo de la gente a la que ha sabido conquistar con su proyecto es tal, que no necesitó de consolas ni sonido para que en medio del silencio y la oscuridad los coros no se callaran hasta que todo volvió a la normalidad.
“Más allá de funciones y roles, que suelen cambiar generalmente, como tomar fotos o ayudar en los vídeos y en los conciertos, ‘los changua’ son un parche de amigos que quieren trabajar juntos por algo”, dice Aaron. En parte, de todos ellos depende mucho lo que ha pasado con Ha$lopablito, se trata de pasarla bien, haciendo las cosas bien, sin afán de lucrarse o hacerse famosos. Empezaron con la idea de que lo que hacían, lo hacían para la abuelita, el amigo o el primo del amigo, “ahora se trata de crecer en una comunidad en la que todos botan ideas porque les traman y el resto copea, no existe una obligación laboral, es un compromiso por amistad, esa que impulsa todas las cosas”, reitera Aaron. Pablo no piensa por uno, nunca piensa por uno, por su parte y con un “Changua es changua, lo demás es caldo”, lo resume.
“Con felicidad a la fama le pongo los cachos
Prefiero a mis panas que ser ricacho”
“Áspero” – ha$lopablito
Trap-tara
En la portada de Es El Puto Sueño (2018), su primer disco, están: Aaron Moreno; Pablo, con una pijama rosada alzando a su perro; y un Mercedes Benz (un mercho). Puede sonar a chiste y verse como uno, pero es más real de lo que parece. Pablo es de lo más ecuánime en el género, entró cuestionándose el trap latino, burlándose de él con sus rimas asonantes, críticas y de tipo coyuntural. Es de todo, menos más de lo mismo.
Faltan tres horas para que empiece el toque, Pablo tiene que estar en el aeropuerto a las 6:23 de la mañana del día siguiente. Hace cuentas rápido, “6:23 en sala… Eso es que me puedo estar yendo al aeropuerto como a las 5… ¡ah, me puedo ir a las 5, breve!”, de a poco se le acaba la noche y con ella el viaje. Tiene que volver, no hay de otra. 15 minutos después, está caminando de un lado a otro preocupado, va hacia una esquina solo, se sienta en una de las mesas del lugar y a mano hace el setlist para esa noche, el suyo; el de Emiliano, su DJ; y el de Mariana, su corista. Ahora está en medio de la gente viendo a sus amigos tocar, cabecea y entra al pogo. ¿El miedo?, latente, pero bien disimulado.
Se sube a la tarima, echa de menos a Aaron y le agradece a todos los que fueron a verlo. “A mí me encanta la empanada y este es un trap de las empanadas”, dice antes de “Traptara”, uno de los nuevos temas de álbum. No puede cantarle a nada que no tiene, ni de nada que no le pase; le canta a lo que conoce, a lo que siente, a lo que vive y a lo que le gusta. ¿Qué es más real que cantarle al Transmilenio (“TM Everywhere”), a un senador (“Ledoy”), a los sueños (“Merchopercho”), al presidente (“Nos llevó el P*tas”), a ser feliz “(Áspero”), al fin de año (“5 pa’ las 12”) a un supermercado (“Trappin’ en el D1”) o a las empanadas (“Traptara”)?
Ahora, si lo “real” es contar el barrio, la vida en el gueto y las calles, seguro Pablo no es real, no encaja en las nociones que trae consigo el término en la música. Pero si se entiende “real” como a ese algo que surge, justamente, de la realidad, es decir, que tiene una existencia objetiva, Pablo es muy real, narra con la sinceridad del que vive agobiado por no tener un “mercho” y tiene que andar en Transmilenio, la del que quiere comer y no tiene plata, la del que no puede más con un gobierno como el que ha tenido su país por años. Pablo no le canta a las drogas, ni a las armas, no quiere calle, mujeres, ni fama; es real, y lo es con quién es más importante serlo, consigo mismo.
El tiempo apremia y Pablo tiene que tenerlo presente. Lo que le espera es grande, pero llegará cuando deba llegar. Aún hay muchas tarimas que pisar, mucho camino por recorrer, y no hay necesidad de correr.
Ya es la madrugada del domingo, está a pocas horas de tomar su vuelo de vuelta. Mira a la gente que fue a verlo, y que le pide a gritos una canción más, que aún sin haber ensayado igual termina cantando. Se baja de la tarima aún sin creerlo, no es consciente de lo poco que falta para que se le acabe el viaje, el sueño, y con ellos, la dicha. “Difícil ser MC en la ciudad de Medellín, con un sueño tan profundo que no deja dormir”, dice Crudo Means Raw en “No te preocupes por mí”, Pablo lo tuvo más que claro. No lo dejó el avión, como dice Mañas Ru-Fino en esa misma canción, pero seguro pensó en la vida entera y el show anteriror a su regreso.
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Ha$lopablito se presentará en el Sónar Bogotá el próximo 17 de noviembre. Más info por acá.
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