Gabriela* se iba a vivir a la Ciudad de México por una oportunidad laboral en una compañía de telecomunicaciones. Sin embargo, una noche de septiembre de 2017 la deportaron de México a pesar de tener visa de trabajo.
Su periplo comenzó desde Caracas, donde tomó un autobús hasta la frontera con Colombia y cruzó a pie desde San Antonio del Táchira hasta Cúcuta. Una vez en Colombia, tomó otro autobús hasta Bogotá, donde abordó un vuelo de la aerolínea Wingo hasta la Ciudad de México. Con 29 años, ingeniera en telecomunicaciones y un contrato de trabajo bajo el brazo, llegó al Aeropuerto Internacional Benito Juárez la madrugada del 20 de septiembre de 2017. Desde que arribó a la estación del agente del Instituto Nacional de Migración (INM) de México sintió que algo no estaba bien. A pesar de tener la visa de trabajo estampada en su pasaporte venezolano, el funcionario lo revisó durante 15 minutos sin decirle nada. Después de pedirle que esperara un momento, el funcionario llamó a un supervisor.
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“Por favor, señorita, venga con nosotros, hay una incongruencia con su visa”, le comentó el agente de mayor rango, identificado con un apellido: Rodríguez. Durante nueve horas tuvieron a Gabriela encerrada en un cuarto sin ventanas, con un par de colchonetas en el suelo, un baño sin limpiar y las puertas cerradas, esperando algún tipo de respuesta de las autoridades de migración de México. Le quitaron el celular, sus papeles de identificación, sus objetos personales y no le permitieron comunicarse con representantes de la empresa que la contrató o el consulado venezolano. Sólo, después de ese tiempo, acompañada de un grupo de otros cinco venezolanos, dos colombianos y tres hondureños, una agente del INM la llamó para interrogarla.
“¿Qué viene hacer a México?”, “¿Cuánto dinero carga encima?”, “Dígame la verdad”, “¿Usted viene a joder a mi país?”, “Si no me responde como es, no la voy a dejar pasar”, le decía la agente Delgado, mientras revisaba cada uno de los papeles que Gabriela había traído para demostrar que entraba al país legalmente y sin segundas intenciones.
Como este caso, decenas se han reportado en los aeropuertos de la Ciudad de México y Cancún, desde mediados de 2014 hasta principios de este año, por parte de los representantes del INM en contra de los ciudadanos venezolanos. En una entrevista que brindó a Animal Político, Carolina Carreño, coordinadora de Atención y Servicios de Sin Fronteras, organización civil que se encarga de brindar asesoría legal a migrantes y personas que buscan refugio en México, comentó que según estadísticas que maneja la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), Venezuela se ha convertido en el segundo país, después de Honduras, desde donde vienen solicitudes de refugio. En 2017 contabilizó más de cuatro mil y 912 concluyeron procedimiento con un éxito en aprobación del cien por ciento. La mayoría de los venezolanos que emigran a México, según Carreño, son profesionales con estudios de tercer y cuarto nivel y miembros de clase media que huyen de la escasez de alimentos y medicinas que afecta a su país.
Orianna García y su esposo trataron de ingresar a México por el aeropuerto Benito Juárez la madrugada del primero de marzo de este año. Ambos profesionales en comunicación social y a pesar de que tenían una invitación notariada que les envió una amiga que tiene más de dos años viviendo en México, al ver su pasaporte, los agentes migratorios les indicaron que no entrarían al país por “irregularidades en sus documentos” y que serían deportados al país desde donde vinieron: Colombia.
Durante casi tres días, Orianna y su esposo durmieron separados en habitaciones atestadas de personas que también serían deportadas, con un solo baño y sólo la alfombra del piso como cama. “Me sentía impotente, sin esperanzas. Nos quitaron todos nuestros objetos personales, hasta las trenzas de los zapatos. Cuando pedíamos saber la hora o que nos trajeran comida, los agentes migratorios no nos daban respuesta. Era un escenario muy desolador. En mi tiempo encerrada, la mayoría de los deportados eran venezolanos, y hasta trajeron a una muchacha que tenía permiso de residencia desde hace dos años. Ella lloraba y rogaba que volvieran a revisar sus papeles. Los funcionarios ni se inmutaron, sólo le decían que ellos no podían hacer nada”, cuenta.
Cuando volvieron a entrar a Bogotá, los agente de migración de Colombia les preguntaron por qué los habían deportado. “No sabemos”, fue lo único que Oriana pudo responder. Ahí fue cuando les entregaron de nuevo sus objetos personales y pasaportes. Después de esta experiencia, ambos decidieron instalarse en Ecuador, donde los trámites migratorios han sido más flexibles para los ciudadanos ecuatorianos.
La Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación de México publica con regularidad las estadísticas de ciudadanos devueltos al tratar de entrar al país: 55 venezolanos fueron deportados en 2014; 67 en 2015; 120 en 2016; 80 en 2017 y entre los meses de enero y febrero de este año, van 10. Después de Colombia y Ecuador, Venezuela se ha convertido en el tercer país de Sudamérica con más deportados desde México.
Otro caso es el de Ángelo Marcano, quien en agosto de 2017 trató de ingresar a México por el aeropuerto Benito Juárez. Partió desde Caracas, vía Panamá, hasta Ciudad de México en un vuelo de Copa, y su itinerario era quedarse en casa de un amigo que le había facilitado una carta de invitación notariada para luego recorrer la ciudad. Si bien, Ángelo admite que su intención a mediano plazo era trasladarse a México para terminar sus estudios en Comunicación Social, en este primer viaje sólo quería tantear la dinámica y cultura mexicana. “Tenía el dinero suficiente para hacer turismo, los boletos de regreso y el contacto de mi amigo que avalaba lo que iba a hacer al país”. Sin embargo, una vez que arribo por la Terminal 2 del aeropuerto, lo que se encontró con la joven de inmigración que lo atendió fue una solicitud de que lo acompañara a otra sala para hacerle una segunda entrevista.
Pasó una hora y media, sentado en una silla de plástico y sin sus pertenencias personales hasta que otro funcionario lo llamara para preguntarle qué venía a hacer al país y con qué intenciones. Le revisaron cada una de las maletas, le preguntaron por qué su carnet estudiantil de la Universidad Central de Venezuela estaba vencido y qué lugares pensaba visitar en la Ciudad de México. “Creo que me venció el cansancio, llegó un momento en que le dije que quería visitar librerías y universidades porque había escuchado muchas cosas de ellas. Eso desencadenó una cara de pocos amigos en el funcionario que me dijo que a su país no entraba y que sería deportado”.
Trasladaron a Ángelo otra habitación donde estaban cinco colombianos y dos sudafricanos. Una habitación con varias colchonetas manchadas por el uso y el paso del tiempo, un baño en condiciones deplorables y aún sin la posibilidad de contactar a sus familiares. Espero ocho horas hasta que lo deportaron vía Panamá y sólo cuando estuvo en ese país, le devolvieron su pasaporte. De la experiencia de México a Ángelo le quedó la cabeza fría para elegir mejor su elección para emigrar: actualmente vive en Colombia.
Por otro lado, Andrés Terán, periodista, lo retuvieron 17 horas en julio del año pasado en el aeropuerto Benito Juárez por no demostrar que tenía los recursos económicos necesarios para estar en el país. “Les expliqué que teníamos familiares en México, con estatus legal y visas de trabajo, y a los agentes migratorios no les importó”. Él no se pudo comunicar con su esposa, que estaba pendiente desde Venezuela de su llegada, y tampoco pudo hacer contactos con el consulado venezolano. Andrés, en septiembre de ese mismo año, logró entrar a México, pero esta vez amparado bajo la nacionalidad europea de su esposa. “La segunda vez, cuando vieron que llevaba un pasaporte europeo, amparado por mi matrimonio, casi que ni me vieron la cara, sólo sellaron y me dejaron entrar”.
Así como Andrés, Gabriela vivió 12 horas de incertidumbre. Una vez que la agente migratoria la sometió a un interrogatorio la tuvieron tres horas sin ningún tipo de información hasta que la llevaron al stand de la aerolínea Wingo donde habían pautado su vuelo de regresó a Bogotá. “Conversando con un amigo mexicano que trabaja en el INM, me comentó que por lo general los vuelos que entran por la terminal 2 del Benito Juárez —lugar donde llegan los vuelos provenientes de Sudamérica y Centroamérica— son los que tienen mayor índice de personas deportadas”, me cuenta Gabriela por WhatsApp. Ella no se rindió y a pesar de que la deportaron, regresó a Caracas y logró sacar su pasaporte portugués que le permitiera viajar a Estados Unidos sin visa y desde ahí ingresar a México.
“Hablé con la empresa que me contrato y les expliqué mi situación. Ellos fueron muy receptivos y mantuvieron mi oportunidad de trabajo. Como la segunda vez entré a México por la terminal 1 del aeropuerto Benito Juárez —ahí se reciben vuelos que vienen desde Estados Unidos y Europa— no me pusieron peros al ver mi pasaporte de la Comunidad Europea”.
Gabriela tiene casi un año viviendo en Ciudad de México con una residencia temporal estampada en su pasaporte portugués, no en el venezolano.
*Nombre cambiado a petición del entrevistado.