La primera vez que fumé mariguana lo único memorable que me sucedió fue ver las letras de la pantalla de mi teléfono como si estuvieran en tercera dimensión. Recuerdo que le enseñé mi celular a todo el mundo para que vieran lo mismo que yo porque estaba asombrada con eso. Nadie comprendía y me veían con cara de “ya le pegó”.
Después de un rato me agarró el munchies y me comí una manzana pero no me supo tan deliciosa como a mis otras amigas que también estaban pachecas. Me dio sueño y como me sucede con el alcohol, comencé a hablar demás.
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He visto y me he enterado de muchas personas que fuman más mota de lo que deberían, una muy fuerte o palidearon. Éstas son algunas de esas historias.
LILIANA, 27
Normalmente fumaba y un día hice galletas con muy poca azúcar. Invité a unos amigos a mi departamento y yo tenía hambre. Cabe destacar que soy de presión baja, por eso me gustaba fumar, porque me relajaba mucho.
Tenía hambre y quisimos fumar y comer galletas al mismo tiempo, por lo que no comí nada sustancioso. Contenta y súper relajada me fui con mis amigos a un bar, pedimos unos tragos y después de un rato le dije a mi amigo: “me voy a desmayar”. Él sólo me decía que no iba a pasar nada. Comencé a ver todo lento, veía los ojos de las personas súper grandes e insistí en que me iba a desmayar.
Me fui para atrás del banco y empecé a gritar. Perdí la consciencia y cuando regresé estaba afuera del lugar y todos preguntaban qué me había pasado. Comenzaron a decir que si había comido algo malo o si estaba teniendo un ataque de pánico. Les grité que no tenía un ataque, dije que estaba bien y que sabía lo que estaba pasando.
Cuando traté de caminar, me volví a caer. Iba y regresaba de un mundo en cámara lenta al normal. Pedimos un taxi a pesar de que estábamos muy cerca de mi casa. Cuando llegamos a mi departamento no supe ni cómo subí las escaleras.
Mi amigo me decía que me sentara pero yo no quería porque en mi viaje pensaba que el sillón me iba a jalar, me decía que cerrara los ojos pero no quería porque pensaba que me iba a morir y me iba a dejar sola.
“Toma leche”, me ordenó, pero yo no quise. Tenía frío y en verdad pensaba que me iba a morir. Se me quedó viendo y según yo se estaba burlando de mí. Luego le pedí que me llevara al doctor porque sabía que se me había bajado la presión aunque no me hizo caso.
Tenía una lucha entre la realidad y mi viaje, pensaba que mi amigo me iba a hacer algo. Me aventó al sillón y no podía dejar de gritar, me dio la vuelta y yo sentía que estaba entrando en un hoyo y luchaba por no hacerlo. Tenía muchísimo miedo pero creí que era la única forma en la que me podía salvar así que me dejé succionar por ese hoyo y como a la hora, yo creo, me paré como si nada, me fui a dormir a mi cama y amanecí normal. Dejé la mariguana porque ahora con sólo olerla me recuerda lo que pasó y me da asco.
GÍO, 24 AÑOS
Una vez salí con un güey que conocí en Tinder. “Traigo una mota muy chingona, vamos a dar el rol”, me dijo y acepté. Pasó por mí y fumamos una mota que él llamo la moubi dic. Manejó por el periférico y se metió en una zona popular cerca de Las Águilas, al sur de la CDMX. El lugar estaba muy oscuro y me empecé a malviajar. Intenté buscar mi ubicación para mándarsela a alguien por cualquier cosa, pero ya no tenía suficiente batería en mi celular y fue imposible lograrlo. Continuamos en esa colonia durante unos dos minutos, que a mí se me hicieron eternos y el malviaje aumentó.
Llegó un punto en el que no aguanté las ganas y le dije, con mucha calma: “Güey, no te vayas a malviajar, pero creo que me vas a secuestrar”. Se sorprendió y me dijo que no mamara, que no me iba a secuestrar.
Me calmé un poco, pero insistí en que pusiera la ruta hacia mi casa en Google Maps y me llevara de regreso.
Ésa fue nuestra primera cita y la última.
JULIO, 28 AÑOS
Todo empezó cuando un güey me preguntó si él y un amigo podían ir a mi casa porque su amigo no tenía internet y tenía que terminar un trabajo final. Le dije que sí y como mis papás no estaban en mi casa, armamos una pipa de agua y le dimos tres veces cada quien, nos fuimos de espaldas y luego el chavo que tenía que mandar su entrega final se hincó, se agarró la cabeza y dijo: “No mames, la cagué”. Entre todos hicimos su trabajo pero no sabíamos qué era lo que tenía que hacer, ni siquiera qué estudiaba.
Él estaba hasta el huevo y nosotros muy pachecos. Le ayudamos, pero no podíamos hacer nada, no podíamos ni poner los acentos, así que cada que había uno, escribíamos “acento” dentro de un paréntesis al lado de la palabra. Estábamos muy pachecos.
Al final, creo que no aprobó y cuando llegó la maestra al salón se aventó de la ventana y se fue, teníamos como 20 años.
LUIS, 24 AÑOS
Estaba en un festival de música y había comido un poco de ácido. Luego me di unos pipazos de una mota que estaba muy chida.
Había unos estrobos muy cabrones mientras tocaba Dj Hunter y me volteé y le dije una amiga: “güey estoy valiendo verga, me siento mal”. Ella me dijo que nos saliéramos y a partir de ahí no recuerdo nada, black out horrible. Me dio una pálida espantosa y sentí que me iba a morir, literal.
Cuando desperté estaba rodeado de un montón de gente, llegaron unas personas que eran como paramédicos del festival y ya, pero estuvo bastante malviajante.
Fue cagado porque sobreviví, literal me despertaba decía “estoy valiendo verga” y me volvía a desmayar.
Fue más trágico que cagado.
AUGUSTO, 31 AÑOS
Tenía 18 años y recuerdo que fue un jueves que salí como a las 11 de la mañana de la prepa. No tenía nada que hacer, así que me regresé a mi casa. Tenía una mota bastante mala y una hidropónica, la cual me habían dicho que fumara poquito.
Empecé con la mala por miedo a que me pasara algo con la fuerte. Estaba medio pacheco y me puse a jugar un videojuego que se llama NCAA, que es de equipos de futbol americano colegial. Estaba cagado de risa jugando y me reía, hasta que después de un rato dejé de jugar porque me dio hambre. Comí algo y dije: “Tengo la panza llena, voy a fumar la buena”. Me fumé como dos hitters de esa y me puso tan mal que me tiró sobre la cama sin ni siquiera poder dormir ni nada. Me tumbó con una taquicardia que yo pensé que me daba un infarto, sentía que el corazón se me salía.
En eso uno de mis amigos decidió ir a mi casa para jugar PlayStation. Cuando llegó empezó a tocar la puerta y aunque lo escuchaba, no podía pararme, estaba noqueado en un mal viaje de la taquicardia que me dio hasta el punto en el que estuve a nada de hablarle a mis papás para decirles que estaba todo drogado y que me fueran a rescatar.
Afortunadamente, cuando pude me metí a bañar y con eso logré calmarme un poco. Fue un malviaje que desembocó en que ya me diera miedo fumar y desde ese momento lo dejé. Tuve mucho miedo que me diera un infarto y en lugar de ponerme bien, me hizo sufrir. Esa fue mi última experiencia con la mariguana y la más fuerte.
JOSÉ LUIS, 26 AÑOS
Lo recuerdo y me da pena. Me regalaron un boleto para ver a los Flaming Lips el día del concierto. Salí de trabajar y me vi con mis amigos en un bar cerca del evento. Como nací ayer, se me hizo buena idea tomar tequila a pesar de no haber comido. Después, antes de entrar, me di unos pipazos. Luego, ya adentro, otro pipazo.
Todo iba bien: globos, luces y canciones sicodélicas. De pronto todo se puso extraño; sentía angustia en vez de diversión. El cantante se metió en una especie de burbuja y los estrobos llenaron el lugar. De pronto empecé a ver todo blanco, como si la luz se hubiera quedado prendida en mis ojos, que aunque los hiciera chiquitos no podían distinguir figuras. Me giré y busque una silla para sentarme, pero no veía nada; le tuve que pedir a una amiga que me ayudara. Ahí me quedé como dos canciones o cien.
Después de un rato me paré porque qué oso que te dé la pálida, ¿no? Desde entonces hasta que acabó el concierto me quedé tambaleando intentando ver a un punto fijo pretendiendo que la estaba pasando chido porque era la primera vez que veía tocar a los Flaming Lips en vivo.
ADRIÁN, 32 AÑOS
Una vez en la universidad estaba comiendo con unos amigos tortas de carnitas. Comimos y cuando me levanté justo me dio la pálida pero era la primera vez así que no sabía. En el momento en el que me levanté, me empecé a sentir muy mal.
Pensé que era algún reflujo del ácido, como un flashback de alguna droga que me había metido antes, me costó trabajo pagar y recuerdo que di un billete de 200 y ni me fije en cómo me dieron el cambio.
De ahí, íbamos a ir a casa de uno de mis amigos que vivía cruzando de donde estábamos comiendo. Les empecé a decir “no manches güey, siento como que me voy a desmayar”, no entendía. Ellos muy tranquilos me dijeron que me estaba dando la pálida y me recomendaron que me comprara una Coca Cola.
Fui a una tiendita que estaba a lado del edificio y la compré, pero estaba tan apendejado que ni se me ocurrió tomármela en ese momento. Subí los cuatro pisos del edificio de mi amigo, pero ya cuando estaba llegando al cuarto, estaba viendo puntitos de colores y luego vi blanco, me acuerdo claramente. Era como si la estática de la tele empezara a entrar en fade, en colores primero y después ya nada más blanco.
Llegué al departamento, me tomé la Coca y me sentí mejor. Pensaba que me iba a morir, pero no, me tomé el refresco y me aliviané. No es la única pálida que he ha dado pero si la más fuerte, sobre todo porque subí los cuatro pisos.
ALEJANDRO, 28 AÑOS
El pacheco de esta historia no soy yo. Por lo menos no el más. Estaba en la secundaria y uno de mis mejores amigos fue a mi casa a cabulear. Era noche y mis papás ya estaban dormidos, así que decidimos darnos unos pipazos en el patio. Ya pachecos nos metimos a mi cuarto y nos sentamos en el sillón a ver la tele. Tenía la mirada fija en la pantalla cuando mi amigo se levantó, se puso frente a mí y me dijo: “Ale, siento que siempre he vivido así”. Me saqué de onda y le pregunté: “¿Cómo?”
“LOOOOCOOOOOO”, gritó con los ojos muy abiertos.
Medio me malviajé y le dije: “Ya, güe, siéntate”. No me hizo caso e insistía: “No, güe, es que no estoy loco, no mames, neta no estoy loco”. Fue tanto el ruido que hizo, que mi mamá entró al cuarto y nos preguntó que qué chingados traíamos. Intenté disimular y le pedí una disculpa por estar haciendo tanto ruido. Justo cuando se iba, mi amigo le dijo: “¡Me siento muy mal!”
Mi mamá asumió que por alguna razón se le había bajado la presión y le dio medicina para noséqué. Pasó un rato más y mi amigo aseguraba que se seguía sintiendo mal, que por favor lo ayudáramos. Yo, a escondidas, le decía que no mamara pero no me hacía caso. Mi mamá terminó desesperándose y se asustó tanto, que dijo: “Vámonos al hospital” y me amigo, feliz, accedió.
Ya cuando estábamos en el coche, mi amigo empezó a preguntar a dónde íbamos. Mi mamá le contestó que lo iba a llevar al hospital y él flipó. “No, por favor no me lleven, en serio no estoy loco. ¡NO ESTOY LOCO!”
Llegamos al hospital y la doctora le dijo a mi amigo “Abre los ojos”, apuntándole con una lamparita. Pa’cabarla de chingar, mi amigo cerró los ojos, abrió la boca y sacó la lengua mientras mi mamá y la doctora lo veían incrédulas.
“Este niño está intoxicado, señora, eso es lo que tiene”, dijo la doctora.