Artículo publicado por VICE Argentina
Buenos Aires, Avenida Gaona al 4600. El 20 de diciembre de 2001, el país estaba ardiendo. En toda la Argentina había saqueos, heridos múltiples y una devastación total de las instituciones. Después de desbaratar un local del supermercado Maxiconsumo, unas 300 personas robaban por completo un local coreano. La imagen que se veía en varios canales quedó en la retina de los argentinos: el dueño llorando a gritos porque no había policía ni fuerzas de seguridad que detuvieran semejante batalla campal.
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Otra de las tomas que pasaron a la posteridad fue la de Fernando De la Rúa, por entonces presidente, abandonando la Casa Rosada en un helicóptero. Minutos antes, a las 6:30 pm, había presentado su renuncia, después de dos años de gestión. “Confío en que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República”, rezaba el comunicado. En un período de sólo 12 días se sucedieron cinco mandatarios, y las heridas de la crisis continúan aún hoy.
¿Pero qué fue lo que pasó en esos meses? ¿Hubo alguna influencia del poder político y mediático detrás de la caída del gobierno? VICE se dio a la tarea de reconstruir la historia.
El 29 de noviembre de 2001, muchos inversionistas decidieron extraer sus depósitos de los bancos, y se generó una fuga de capitales sin precedentes. A los tres días, el entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo anunciaba el famoso “corralito”, una medida en la que los ahorristas podían retirar unos pocos pesos por mes. Lógicamente, el malestar fue generalizado. Protestas, piquetes y saqueos hicieron que la crisis no fuera sólo económica, sino también política: el gobierno de Fernando De la Rúa tambaleaba.
“En general todos, incluyendo los presidentes de los bancos, me pedían una medida así. Ahora se hace mucho hincapié en el corralito, pero no generaba mayores problemas. Primero porque la gente podía retirar hasta 1000 pesos, y comprar y hacer sus pagos —explicaba Domingo Cavallo en 2012, mediante una videollamada desde los Estados Unidos—. No se le retuvieron los depósitos a nadie, y se podía pagar con transferencias bancarias y con tarjetas. En fin, lo del corralito fue sólo una anécdota. Lo terrible fue que luego se utilizó para llevar adelante el objetivo del golpe: la pesificación, el congelamiento de los depósitos… ¡Fue un robo que le hicieron a la gente! Trataron de confundir diciendo que ocurrió como consecuencia de mi corralito, pero no tuvo absolutamente nada que ver”.
Desde su despacho en el centro porteño en 2013, el expresidente Fernando De La Rúa coincidía: “El corralito fue inevitable, hasta ciertos tribunales lo señalaron como un deber del gobierno, porque no hay nada peor que una corrida bancaria. Algunos canales pasaron imágenes de personas golpeando las persianas de los bancos, pero esos fueron los días de Duhalde. En los míos había calma porque la gente podía seguir operando. Yo no sólo tenía fondos en los bancos y me vi afectado por el corralito, sino que había vendido un departamento que estaba en dólares, y para “dar el ejemplo” lo cambié a pesos. Así que cuando vino la devaluación, me quebraron. Le contaría al pueblo que fuimos objeto de una maniobra financiera, inspirada por el FMI, por los factores de los intereses de acá, y que fue para defender sus ahorros. Y que no confundan esa “medida transitoria de protección” con la apropiación de los depósitos que hizo Duhalde para la devaluación y la pesificación asimétrica, que favoreció a los grandes grupos económicos. Eso no lo hice ni lo hubiera hecho”.
Ramón Puerta, ex Presidente Provisional del Senado y aliado de Duhalde, fue Presidente de la Nación por dos días. Asumió una vez que renunció De la Rúa y al no haber vice: Carlos “Chacho” Álvarez se había bajado unos cuantos meses antes, dejándolo a Fernando sin un ladero.
Sentado en su despacho privado en la Cámara de Diputados —en la que contaba con una camada de asesores—, Puerta contradecía a ambos entrevistados. “No fue así. En menos de un año y medio, Eduardo Duhalde dejó un país totalmente normalizado. Consiguió corregir errores y encaminar la Argentina en una buena dirección. Si bien Néstor y Cristina quisieron instalar que la historia empezó en 2003, no fue así. La buena época comenzó una vez que renunció De la Rúa”.
DIGNO DE UNA PELÍCULA BÉLICA
Los hechos de 2001 parecían de un film de ficción. El 19 de diciembre, quien fuera presidente entre 1999 y ese año declaró el estado de sitio. “Hay medidas que me dolieron profundamente, pero que hubo que tomar”, relataba en esa misma oficina, en la que encabezaba un estudio de abogados. “De ninguna manera quería decretar el estado de sitio, pero había tal desastre en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, que fue por pedidos de esos gobernadores, para que la Nación les diera asistencia y fuera una advertencia de contención para los violentos —recordaba De la Rúa—. Me planteé que aún doliéndome, era un deber para llevar tranquilidad al país. El resultado fue adverso. Cuando hay una conspiración no actúan las fuerzas naturales de la sociedad, sino las organizadas. Por eso, luego de que me derrocaron, todo desapareció”.
De la Rúa sostenía que había sido derrocado, y comparaba su caída con la del paraguayo Fernando Lugo y la del hondureño Manuel Zelaya. “Eso mismo pasó conmigo. En diciembre de 2001 se decía que había una protesta generalizada y una crisis social, pero magnificaron todo. En Buenos Aires actuaron 1200 protagonistas de la violencia, que fueron traídos al comienzo de la tarde. Hubo un golpe de estado y lo encabezó Duhalde con algunos radicales, que lo ayudaron o se abstuvieron. No voy a dar más nombres, pero eran de la Provincia”.
Puerta volvía a contradecirlo, a pocas cuadras y con la protección de las paredes del Palacio de Diputados: “Lo de Lugo en Paraguay fue 100 por ciento constitucional. El tipo se quedó solo, es inexplicable. Con respecto a De la Rúa, hablé con él y le dije: ‘Puedo asegurarte que Duhalde no trabajó para que renuncies, al contrario. Vos sufriste un duro golpe con la cuasi-traición del vicepresidente Chacho Álvarez, que te abandonó a los ocho meses. Él era la pata peronista de tu gobierno’. Y me reconoció que fue muy duro. Tampoco vi que su propio partido radical, en diciembre de 2001, lo haya acompañado. Fernando me respondió que quizás yo tenía razón, que el golpe podría haber sido de los radicales y no de los peronistas. Me induce a creer que, a esta altura, el propio De la Rúa se cuestiona algunas cosas”.
MÁS FANTASMAS CONSPIRATIVOS
El periodista Damián Nabot —autor del libro “Dos semanas, cinco presidentes”, y editor de la sección Política del diario Perfil— echaba un poco de luz al ser entrevistado unos años después: “La crisis de 2001 fue producto de la recesión que atravesaba la Argentina. Sostener la convertibilidad llevó a un endeudamiento asfixiante, a un desempleo récord (21.5 por ciento de desocupados), recesión y falta de competitividad; todo enmarcado en una subordinación política al FMI y a un tipo de cambio fijo que le quitaba margen de maniobra a la política económica. Cuando en Washington se cortó el financiamiento, el modelo terminó volando por los aires”.
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La teoría del investigador estaba fundamentada: “En la provincia de Buenos Aires actuaron grupos políticos que buscaron profundizar la protesta social, pero la principal razón de la caída del gobierno de Fernando De la Rúa fue su impericia para enfrentar la crisis. Esa es la realidad histórica. Creer que Eduardo Duhalde tuvo la capacidad de derrocar a un gobierno es sobreestimarlo, aunque el Partido Justicialista sí aceleró su caída”.
Ramón Puerta respondía: “El peronismo tenía vocación de poder, no hay dudas. El radicalismo también, de hecho hubo muchos gobiernos de ellos. A esta altura de la historia argentina, a los radicales les costaba terminar los mandatos. La voluntad de poder es una cosa, la gestión de gobernar es otra. El peronismo tenía una gran ventaja en cuanto a la gestión: a las ganas de poder la poseen ambos, pero el PJ contaba con una intuición mucho más rápida”.
Puerta, que desde 2016 es Embajador de la Argentina en España, señalaba que no hubo una intención de Duhalde de derrocar a De la Rúa. “Al contrario, si el Justicialismo manejaba gran parte de las provincias y municipios del conurbano. La gente que protestaba en la plaza también lo hacía en las intendencias porque quería cobrar el sueldo y disponer de los recursos para las fiestas. Decir que hubo responsabilidad de uno de los dos partidos es algo parcial. La crisis se fue engendrando no en un par de días, sino en un período mayor en donde lo fiscal no daba respuestas a las necesidades sociales. El ‘uno a uno’ nos había dejado sin acceso a los grandes mercados para colocar nuestros productos, y eso generó la recesión”.
“No creo que se le deba atribuir sólo al peronismo, el radicalismo de la provincia de Buenos Aires contribuyó de la misma forma. Y también sé que muchos peronistas del interior y de la Capital en realidad no estaban de acuerdo con la caída —agregaba De la Rúa en 2016—. Sobre todo la dirigencia de la provincia de Buenos Aires, que fue la gran responsable de la crisis. Tanto el peronismo como el radicalismo permitieron que se produjera un gran desajuste fiscal en la provincia. Se habían endeudado y tenían su banco al borde de la quiebra. Entonces se pusieron de acuerdo para distraer la atención de la gente, enviándola a la Plaza de Mayo. Quisieron que se quemara el país para tapar el incendio que ellos habían provocado en la provincia”.
Allí surgía la pregunta inevitable: ¿por qué los radicales hubieran querido la caída de su propio gobierno? “Los de la provincia de Buenos Aires, más ligados a Alfonsín, habían estado permanentemente en contra de todas las reformas de los ‘90 —respondía Cavallo—. Nunca estuvieron de acuerdo con que De La Rúa hiciera campaña diciendo que iba a continuar con esos planes. Entonces para ellos, aunque fuera De La Rúa el que cayera, significaba demostrar el fracaso de la política de esa década. Fue la posición mental con la que actuaron”.
SECRETOS Y SAQUEOS
“Los problemas eran bastante más amplios que los que hayan podido generar un par de personas conspirando. Eso no tiene ni pies ni cabeza”, señalaba Puerta, quien luego se reconocería amigo de Mauricio Macri. En voz baja, el político hasta comentaba algunas intimidades: “De la Rúa habla de un golpe de estado para justificarse, y Rodríguez Saá también. Ambos lo culpan a Duhalde. Es inexplicable por qué se quebró Adolfo, y Fernando ya venía así. Los mozos de la Casa de Gobierno me contaron que el pobre se sentaba y miraba al horizonte varias horas… ¡pedía un pijama y se acostaba en el dormitorio contiguo a la Casa Rosada! El día que renunció lo hizo cuando entró el sol. Ahí se quebró y empezó a escribir de puño y letra”.
Aunque se intentó contactar a Rodríguez Saa para esta investigación, el Senador no aceptó la iniciativa. “No da notas porque no puede explicar lo que pasó, es simple”, agregaba Puerta dentro de las mismas paredes en las que fue Diputado por la Provincia de Misiones. Y declaraba casi en un susurro: “¿Lo conocés a Duhalde? No mataba ni una mosca. No era un Hugo Moyano, ni un Luis Barrionuevo. Esos tipos te iban a meter una movida fuerte si hacía falta. Duhalde era casi un radical: buscaba el consenso y el diálogo, y demoraba en tomar decisiones. El peronismo no intentaba el acuerdo por mucho tiempo. Bajaba una idea, y si no recibía respuesta, encontraba a otro. Era la quinta esencia del argentino”.
De la Rúa, otra vez, le salía al cruce. “Lo que diga Puerta es sólo su opinión. Incluso Federico Storani —ex Ministro del Interior radical— contó en televisión que le ordenaron llevar gente. El punto central fue la movilización que llegó al centro el 20 de diciembre a las dos de la tarde. Fue convocada por el Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires, así como los asaltos organizados a mercados y comercios. ¡En agosto, Duhalde le había dicho a José María Aznar (expresidente español) que iba a tomar el poder en diciembre!”.
Para Domingo Cavallo, los intendentes del conurbano, con acuerdos del gobernador pero también de la dirigencia radical, organizaron columnas que fueron a Capital Federal. “¡Algunos de los revoltosos asaltaban supermercados, mientras que la policía de la provincia de Buenos Aires se cruzaba de brazos y no defendía esos locales!”, explicaba con una palpable mezcla de bronca y desazón, como si los fantasmas todavía habitaran su cuerpo.
EL EFECTO DE LA OPINIÓN PÚBLICA
“El programa de Marcelo Tinelli generó un deterioro de mi autoridad presidencial, desde el punto de vista institucional. Y la imagen de ‘limitación’, con la gran potencia difusiva de la televisión, reemplazó mi condición real”, fundamentaba Fernando De la Rúa en 2013. Para él, las parodias de Videomatch marcaron la visión del pueblo. Y según pensaba, eso fue imposible de recomponer. “Se creó la imagen de un presidente distraído, ausente… la verdad es que los padecimientos de esos días implicaron todo lo contrario”, añadía.
En una encuesta realizada por el estudio Equis, publicada el 12 de octubre de 2000 en el diario Página 12, se afirmaba que el entonces presidente tenía un 33.9 por ciento de imagen positiva, frente a un 36.5 por ciento de rechazo. Los cómputos se realizaron luego de la renuncia de su vicepresidente, Chacho Álvarez. En mayo de ese año, la imagen de De la Rúa había sido favorable en un 51.1 por ciento.
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Todo cambió con el correr de los meses: en noviembre de 2001, la misma consultora realizó un sondeo y el resultado fue de apenas un 12 por ciento de imagen positiva para De la Rúa —contra el 51.1 por ciento de mayo de 2000—. Duhalde, por su parte, había ascendido un 5 por ciento en ese terreno.
Pero De la Rúa insistía en que el estado de sitio, por ejemplo, llevó “tranquilidad” a las provincias, porque “la violencia y los asaltos cedieron”. La realidad es que la economía del país atravesaba su peor período, pero venía en caída desde hacía ya varios años. La opinión pública de los argentinos —más allá de las ridiculizaciones, las burlas de los medios y las posibles “conspiraciones” del peronismo— había sido construida en base a hechos reales y de manera racional. La Argentina estaba verdaderamente en llamas.
MANCHADOS CON SANGRE
El 19 de diciembre de 2001 dejó 138 heridos, según fuentes oficiales. En la madrugada del 20, la Policía Federal lanzó gases lacrimógenos contra los manifestantes en la Plaza de Mayo. Un estudio del CELS publicó que “no se respetaron ancianos, mujeres o chicos. La reacción de las fuerzas fue injustificada”. Esa misma tarde, la jueza María Romilda Servini de Cubría apareció en la plaza y ordenó que se detuviera la represión. La orden no fue acatada. Según los jefes del operativo, el Ministro del Interior—–Ramón Mestre— les había pedido que “limpiaran el predio”.
El informe del CELS también detallaba que allí perdieron la vida al menos cinco personas. De la Rúa lo desmiente. “Los conspiradores pensaron que la caída del gobierno se produciría si había muertos en Plaza de Mayo, donde no ocurrió ningún hecho trágico de esa naturaleza. Eso fue sobre la Avenida 9 de Julio. No hay prueba efectiva de que las muertes hayan sido por la acción policial, y del gobierno no hubo decisión de reprimir”.
Consultado sobre quién ordenó disparar, el expresidente cordobés decía: “¡Nadie! La policía actuó de acuerdo a la ley. Hubo movimientos durante todo el día, así como horas de calma. El tema se recalentó cuando hubo incendios a las cinco de la tarde, pero jamás hubo orden de perseguir ni golpear a nadie. Mi gobierno nunca hizo eso. Hubo un muerto en la Avenida de Mayo por disparos contra un banco, y la custodia ‘contestó’. Eso ya fue juzgado. También uno en el Obelisco, que se atribuye a miembros de control policial, y otros tres que algunas pericias demostraron que no fueron muertos de bala, sino de un metal de un cartucho de una escopeta. Al atribuir las muertes al gobierno se dio una visión unilateral y no se investigó a quienes realmente trajeron y dirigieron la violencia”.
“Hubo más muertos en Santa Fe que en la Plaza de Mayo, y más violencia en ciudades como Tucumán y Mendoza que en la propia Capital. Se dio en la cercanía a las fiestas, y con el corralito quedándose con los recursos de la gente —remarcaba Puerta—. El que tenía una cuenta corriente o un ahorro, no lo disponía el día que quería. En la renuncia de De la Rúa influyó mucho que alguien iba a un cajero y no podía retirar lo que era suyo. Es más, en las 72 horas que tuve la responsabilidad de ser presidente del país, lo primero que hice fue cargar los cajeros. ¡El humor cambió totalmente!”.
Un estudio de la CORREPI afirma que en todo 2001 hubo 254 casos de represión en el país. Entre diciembre de 1999 y el mismo período de 2001, hubo 45 fallecidos, 39 de ellos cayeron el 19 y 20 de diciembre, o murieron posteriormente por heridas recibidas en esas fechas.
“La crisis se resolvió porque hubo instituciones en nuestro país, y se cumplieron las normas del modelo republicano en todas las instancias —se jactaba Puerta—. Por eso el mundo nos aceptó, más allá del tremendo golpe a las finanzas, y no nos reprochó el incumplimiento. Observó que habíamos pasado por una crisis y que salíamos. Duhalde consiguió corregir errores y encaminar al país en una buena dirección. Es difícil hacer las cosas más exitosamente de lo que se dieron después de la renuncia de De la Rúa. El gran fracaso fue no haber sabido salir de la crisis sin su renuncia. Todo tendría que haber sido resuelto con él y Chacho al poder”.
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Cavallo decía: “El ‘corralito’ no fue una medida mala o inoportuna, sino una decisión ineludible, que hubiera tenido que tomar cualquiera. Cuando a los bancos se les termina la liquidez, no hay otra alternativa que hacerlos funcionar así. Fue una medida de la cual no puedo pensar ‘me arrepiento’ o ‘no me arrepiento’”.
Mientras terminaba su taza de café y vestido con un traje que recuerda su investidura presidencial, De la Rúa sí hacía una autocrítica: “La falla fue no haber logrado crear una confianza en la gente para que se reactivara la economía. El pueblo se refugió en sus ahorros y cayó la demanda, y eso fue negativo. El segundo error fue no haber convencido al FMI de ayudarnos, como sí lo hizo con Brasil, ni haber tenido aliados en los gobiernos de los grandes países”.
Su voz se quebraba antes de finalizar, como si se transportara nuevamente a esos días caóticos: “Recuerdo que obrábamos como en las movidas forzadas del ajedrez: para evitar el jaque mate teníamos que usar una pieza que nos dolía… pero no teníamos otras jugadas posibles”.
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Nota del autor: esta investigación fue compuesta a través de varias entrevistas propias, realizadas desde 2012 hasta la fecha.
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