“Si yo les pidiera uno de esos másteres en B, ¿quién me lo iba a dar, si soy de Abrantes y estoy aquí becada?”, bromea Jessica. Tiene 19 y está sentada en el césped que crece a las puertas del campus de Móstoles de la Universidad Rey Juan Carlos. Ha venido hasta aquí, precisamente y como cientos de compañeros, para protestar por las malas hierbas.
Protestan por Cifuentes, por Pablo Casado y por Carmen Montón. Por Enrique Álvarez y su Instituto de Derecho Público, pero también por la negativa a asumir responsabilidades de Javier Ramos, el rector de la universidad, del que se pide la dimisión.
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“Hoy hemos recibido un correo suyo en el mail de la universidad que venía a decir que entendía la huelga pero como si la cosa no fuera con él, sin mencionar en ningún momento la dimisión”, cuenta Ángela, una alumna de 23 años de Ingeniería Ambiental. “Nos pedía portarnos bien, respetar el entorno y a nuestros compañeros…, algo así como una invitación a quedarnos calladitos en casa. Decía además que consideraba que no debía haber ninguna actividad académica obligatoria a lo largo del día de hoy, pero a mí me da igual lo que él considere. Es el rector, tiene un puesto de decisión y no de opinión, así que si realmente entendiera la huelga podría haberlo ordenado”. Unos minutos después algunos de sus compañeros conseguirán entrar al edificio para hablar con Ramos y exponerle su descontento y sus propuestas.
Natalia, estudiante de segundo de periodismo y representante de URJC Crítica, plataforma que aglutina a seis de las asociaciones convocantes (ACM, EPU, UEPA, Ángulo Abierto, Frente de Estudiantes, Virtual Souls y Res Pública), dice que “la huelga era necesaria. Al final, llegamos aquí el 5 de septiembre para empezar las clases y nos encontramos todos los días con nuestra universidad en el telediario y los periódicos y no para bien precisamente. Con esto queremos demostrar que los alumnos no somos partícipes de lo que se está haciendo en nuestra universidad y queremos conseguir una regeneración que entendemos que pasa por una investigación externa y por la dimisión del rector. Por eso hemos venido hasta aquí”.
Con “aquí” se refiere al campus de Móstoles de la URJC. Que el acto central de la jornada de huelga, que arrancó con piquetes informativos desde por la mañana en los distintos campus, se celebre en el de Móstoles no es casual: es donde se encuentra el rectorado, que alberga los despachos de los que son acusados de “mafia” a las puertas del edificio. Son las 18.30 y ya son cientos los que gritan “¿Dónde está el TFM, el TFM dónde está?” o “Universidad pública y de calidad”.
Entre ellos un grupo de pensionistas corea cada cántico con la misma intensidad que los estudiantes. Paco, uno de ellos, explica serio que ha venido “para dar ejemplo”. “Luego los jóvenes no venís a protestar con nosotros, los pensionistas, por lo que es nuestro y será vuestro y de vuestros hijos y nietos, así que espero que más de uno tome nota. Hay que defender lo público, lo que es nuestro: la sanidad, la educación, las pensiones…”, dice. Y vuelve a agarrar la pancarta que ha traído.
Las consecuencias del desprestigio de la URJC ya se han empezado a notar y han repercutido incluso en las notas de corte necesarias para entrar a algunas carreras. “El año pasado era de más de un ocho en mi carrera, Periodismo y Filología Hispánica. Este año ha sido de un cinco. Yo incluso me planteé estudiar en otra universidad, pero la única que ofrecía el doble grado que yo quería, además de esta, era la de Navarra. Y mi familia no podía permitírselo”, comenta Jessica, que estudia en el campus de Fuenlabrada.
Precisamente para representar a las familias ha venido Laura, madre de una alumna de la universidad que ha venido para acompañar a su hija. “Aunque hay algunos me sorprende que no haya más padres”, comenta. “Al final esto es algo que pagamos nosotros, así que además de que sea éticamente reprobable, nos afecta al bolsillo. De todos modos esto es la punta del iceberg, es algo que se conoce desde hace años, en esta universidad ocurren cosas que no ocurren en otras y que nunca deberían ocurrir. Hay que apoyar la pública siempre, y hay que luchar porque no se convierta en un negocio, que es lo que está ocurriendo”, argumenta.
Pero para algunos, como Ángela, estudiante de Ingeniería Ambiental, la protesta va más allá de la Rey Juan Carlos y su corrupción, más allá de los másteres. “Bolonia abrió las puertas a esto, a que hubiera acuerdos opacos con las empresas, a que las prácticas obligatorias (pagadas, por cierto, por los estudiantes en la matrícula) se convirtieran en trabajadores gratis para las empresas durante mucho tiempo en algunos casos”.
Su compañero Eduardo añade que “el plan de 3+2 que planteaba Bolonia no estaba mal sobre el papel. Durante tres años recibías una formación integral y los dos últimos, con el máster, te especializabas. El problema es que los másteres aquí tienen unos precios desorbitados, no como en otros países europeos”, opina. Ángela, que está a su lado, es tajante: “yo creo que lo que ocurre, el auténtico problema es que ya no tienen ningún plan para nosotros. Ya nadie sabe qué va a ocurrir con nuestros futuros laborales o con nuestros títulos, nadie se lo plantea. El plan es, únicamente, sacar dinero. El resto da igual”, apunta, mientras cientos de sus compañeros corean “fuera la mafia de la universidad”.
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