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Los colombianos se lanzaron a las calles la semana pasada para celebrar un acuerdo de paz que promete terminar con la guerra que ha matado a cientos de miles, ha desplazado a millones durante cinco décadas — y que ha ayudado alimentar la boyante industria de la cocaína.
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Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se han avenido a deponer las armas y a abandonar el narcotráfico, el principal activo para financiar sus operaciones.
Los observadores aseguran que el acuerdo de paz debería de tener unas consecuencias monumentales en la industria de la cocaína local. Consideran que el precio de la cocaína podría dispararse una vez las cosas se vuelvan a normalizar
Según la última encuesta realizada por la oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la producción estimada de cocaína en Colombia el año pasado fue de 646 toneladas métricas, lo que supone un incremento del 46 por ciento respecto a 2014. Las FARC controlan el 70 por ciento de las 96.000 hectáreas del país donde crece al hoja de coca — la planta de la que brota el principio activo de la droga. Así lo consideran en InSight Crime, un colectivo investigador que rastrea el crimen organizado en América Latina.
El grupo rebelde grava a los campesinos locales, les compra su hoja de coca y la convierte en una pasta que venderá a otras formaciones ilegales, mientras que dispone de sus propios laboratorios para procesarla, donde se elaborará la sustancia química final. Claro que semejante escenario podría desaparecer con el acuerdo de paz. Pese a todo, la promesa de las FARC de abandonar el tráfico, despierta dos preguntas: ¿serán capaces de ser fieles a su palabra? Y si lo hacen… ¿qué pasa con la parte del negocio que comparten?
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Muchos consideran que algunos miembros de las FARC no podrán resistirse a abandonar un estilo de vida tan millonario. Ello significaría que rechacen disolverse y que decidan quedarse en la selva. Ya existe una antecedente similar. Sucedió en 2006, entonces alrededor de 30.000 miembros de la AUC, una organización paramilitar que combatía a las guerrillas y que participaba activamente en el narcotráfico, aceptó disolverse.
“Cuando nos disolvimos, nuestras políticas se disolvieron con nosotros”, ha relatado el excomandante Germán Senna Pico en una entrevista reciente desde prisión. “Los que se quedaron solo querían convertirse en narcos. Sucederá lo mismo con las FARC”.
InSight Crime ha sugerido que los comandantes de las FARC recibirán suculentas ofertas de dinero y armas de organizaciones criminales internacionales que necesitan mantener el negocio de la cocaína a toda costa.
Pero incluso en el caso de que algunos frentes de las FARC rechacen desmovilizarse, la llegada de un periodo de inestabilidad podría provocar el aumento del precio internacional de la cocaína durante un tiempo.
Adam Isaacson, director el programa en políticas de seguridad regionales en la oficina de Washington de Latinoamérica considera serán otros grupos violentos quienes rellenen el vacío de poder provocado por la desmovilización. Y, obviamente, cuando ello suceda, la violencia alcanzará a los civiles de las inmediaciones. “Las cosas se van a poner muy feas”, advierte.
Entre las posibles organizaciones que se encarguen de reemplazar a las FARC estarían los carteles mexicanos, los grupos que plantan su propia hoja y que relevaron a las AUC, y organizaciones criminales locales como los Urabeños, un temido cartel que mueve cocaína en el noroeste de Colombia y que tiene vínculos conocidos con el cartel de Sinaloa, el del Chapo Guzmán, nada menos.
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Los Urabeños están afianzando su presencia violentamente en las mismas zonas que controlaron en su día los rebeldes de las FARC. Un informe de Naciones Unidas se ha referido al aumento de los enfrentamientos y al desplazamiento de miles de personas que viven en zonas de peligro, como el departamento de Chocó, al noreste del país.
Igualmente, en las últimas semanas también se ha informado que varios miembros de los Urabeños habrían sido abatidos mortalmente o detenidos en las zonas de su radio de influencia.
Se espera igualmente que la segunda guerrilla rebelde más grande de Colombia — el Ejército de Liberación Nacional (ELN) — intente ocupar también el vacío de las FARC después de su desmovilización. De momento, ya se ha informado de varios enfrentamientos entre el ELN y los Urabeños por distintos puntos del litoral Pacífico.
El acuerdo de paz suscrito por las FARC exige que los rebeldes planten un cultivo para reemplazar a la hoja de coca. Se supone que se trata de un servicio voluntario y que solo contempla la erradicación manual antes que la fumigación o el uso de pesticida alguno. “Conseguir que la gente deje de plantar cosa y que planten otros cultivos llevará tiempo”, cuenta Ariel Ávila, una analista que trabaja para la fundación humanitaria radicada en Bogotá Fundación Paz y Reconciliación. “Ahora mismo, nada va a cambiar”.
Isaacson considera que el gobierno no debería de esperar a que se entre en vigor el programa de sustitución de cultivos que permita sustituir la hoja de coca con otros cultivos. Y si bien subraya que por una vez el gobierno no tendrá que intervenir a balazos para resolver el conflicto, lo cierto es que “también es más probable que sean otras organizaciones criminales las que se muevan deprisa para ocupar el apetitoso vacío”.
Isaacson advierte también que la historia es sabia y que ya ha dado su lección a todos aquellos que creen que un acuerdo de paz interrumpirá de manera significativa el tráfico de cocaína en el norte.
“Hay que recordar”, comenta, “que el negocio de la cocaína y el tráfico de la misma a Estados Unidos, ni siquiera se interrumpió tras la caída de los carteles de Cali y Medellín de hace 20 años”.
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