Infierno migrante

Dinko Valev posa en su cuatrimoto en su depósito de chatarra en Yambol, Bulgaria. Todas las fotos de Matt Lutton.

Este artículo forma parte de la edición de agosto/septiembre de la revista VICE.

Dinko Valev tiene 30 años, es exluchador y propietario de un depósito de chatarra. En febrero se hizo famoso en todo el mundo después de subir videos de celular sobre su cacería de migrantes en la remota y montañosa región de Strandzha, Bulgaria, cerca de la frontera con Turquía. En uno de sus videos, inicialmente publicado en su cuenta de Facebook, interroga a un hombre afgano de veintitantos años tras su captura, antes de entregarlo a las autoridades. “¿Eres terrorista?”, pregunta Valev. El hombre ensancha sus ojos y ríe incómodo. “¿Yo? No”. En otro, filmado como un video casero de deportes extremos, Valev se desplaza en su cuatrimoto antes de que la toma corte hacia los 15 migrantes —su presa capturada—, a quienes ha hecho acostarse boca abajo sobre la tierra, en fila. “Mis muchachos y yo estábamos conduciendo hoy y miren lo que encontramos. ¿Quién es esta gente? ¿Cuánto tiempo más va a continuar esto?”.

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Los videos tienen la misma estética deficiente de las peleas amateur u otros contenidos de la deep web, pero quizá su cualidad más aterradora sea que a partir de su viralización, Valev se ha convertido en un héroe en Bulgaria. Y no está solo: un grupo de nacionalistas vestidos con ropa militar, llamados la Organización Para la Protección de Ciudadanos Búlgaros (OZBG), también ha convertido la captura de grupos de migrantes en un deporte. Desde septiembre de 2015, la organización ha llevado a cabo algo que jocosamente llama “paseos en el bosque”. En marzo, el primer ministro Boiko Borisov elogió públicamente al grupo y dio instrucciones al jefe de la policía fronteriza de Bulgaria para entregar a los hombres un premio por su servicio “voluntario”. Mientras que los funcionarios dieron marcha atrás a sus elogios y en marzo de 2016 se acusó a Valev de presunta violación a los derechos humanos, la reciente deshonra del gobierno no ha podido detener la propagación de la cacería de migrantes. En el caso de Valev, su estatus de héroe popular incluso ha aumentado. Una encuesta reciente de la televisión búlgara encontró que el 84% de los encuestados aprobaban sus acciones de patrullaje y las de otros voluntarios. Un conocido presentador de noticias búlgaro lo describió como un “superhéroe” que combate a los migrantes “con sus propias manos”.

Bulgaria es uno de los países más pobres de la Unión Europea (UE) y además tiene la desgracia de estar situado en el frente de batalla europeo: comparte una frontera terrestre de 223 kilómetros con Turquía y una frontera montañosa de 470 kilómetros con el norte de Grecia, territorios a través de los cuales han cruzado cerca de 50,000 solicitantes de asilo desde 2011. En su creciente alarmismo, el gobierno ha construido 80 kilómetros de cerca alambrada a lo largo de la frontera con Turquía. El director ejecutivo de Frontex, la agencia de fronteras de la UE, la ha llamado “la frontera terrestre más importante de la UE”. Bulgaria tiene previsto terminar la cerca este verano. Mientras que los funcionarios del gobierno dan vueltas sobre cómo hacer frente a la migración y a los justicieros, otros se valen de la explotación para lucrar. En febrero se filtró un video donde 60 personas cruzaban la frontera búlgaro-turca con ayuda de traficantes, mientras los guardias fronterizos se limitaban a observar. En marzo, una investigación del Ministerio del Interior de Bulgaria condujo a la detención por contrabando de cinco oficiales de la policía fronteriza, incluido un comandante.

En medio de la confusión y el caos, algunos búlgaros en la frontera sur han decidido ellos mismos hacer el país tan inhóspito como sea posible para recibir a los solicitantes de asilo. Medidas como las de Valev, en este sentido, hacen eco del intento de algunos activistas antinmigrantes de Estados Unidos: ante una experiencia desagradable, los migrantes supuestamente elegirían la “deportación voluntaria” por encima del reasentamiento. Valev y la OZBG son las caras más destacadas de este esfuerzo, pero han surgido otras patrullas de justicieros armados que siguen su ejemplo, con la esperanza de convertirse en héroes patrios. Bulgaria es un “fracaso, el gobierno es corrupto, y hay una oligarquía que gobierna el país”, dice Iliana Savova, la directora del Programa de Refugiados y Migrantes para el Comité Búlgaro de Helsinki. “La forma más fácil de desviar la atención de tus propias acciones (es fijarse en) alguien que sea fácil de señalar y echarle la culpa”.

Uno de los empleados de Valev usa un soplete para desmantelar un autobús en chatarra.

Se habla de erigir una estatua de Valev en Yambol. Sus admiradores lo comparan con Vasil Levski, el héroe de la liberación nacional del siglo 19 que luchó por los ideales de la Revolución Francesa y soñó con una Bulgaria plural, heterogénea en lo étnico y religiosamente tolerante. A finales de marzo, cuando llevaron a Valev a una estación de la policía local para interrogarlo por cargos derivados de sus paseos en cuatrimoto, una multitud de varias decenas de personas, vestidas con banderas búlgaras como capas, se reunieron para apoyarlo y cantaron: “¡el corazón y el alma de Bulgaria!” y “¡Dinko es un héroe!”. “Los del Comité de Helsinki son unos perdedores totales,” dijo Valev a las cámaras de los medios de comunicación a su llegada, y mostró una sonrisa ganadora a lo Donald Trump. “Simplemente no me importa… hice lo que tenía que hacerse”.

Yambol es una ciudad desgastada, cubierta de juncos, plantas manufactureras de la era comunista y almacenes en ruinas. Se ubica cerca de la frontera suroriental de Turquía, a orillas del río Tundzha. La ciudad no es bien vista por el resto de Bulgaria, y antes se conocía sólo por ser la locación de un video musical, en el que un rapero parecido al Tío Lucas pasea por las calles con un cuervo disecado en su hombro, rimando como lelo: “Yamboolllll… es la ciudad”.

Vestido con un conjunto deportivo de camuflaje verde, Valev se reunió conmigo frente al pequeño centro comercial de Yambol. Tiene un aire a Vin Diesel —su actor favorito— y lleva un tatuaje gigante de una cruz ortodoxa ornamental en el pecho, así como una manga tribal completa, que muestra a la menor provocación. Su mano derecha, Dennis —una especie de matón— lo acompañaba. La gente de Yambol parecía salir de la nada para estrechar la mano de Valev y felicitarlo. Dentro del centro comercial, una abuela que observaba a su nieta en un juego para niños se dio la vuelta y dijo: “¡Dinko está aquí!”. Luego se acercó a darle la mano y decirle lo buen chico que era. Entramos a un café del centro comercial, Valev ordenó un pastel y se reclinó hacia atrás en su silla. Los dos jóvenes baristas lo admiraban como si se tratara de una estrella de cine.

Valev insiste en que lo empujaron a tomar acción como justiciero. Un día, mientras conducía su cuatrimoto a través del bosque, un grupo de migrantes supuestamente saltó de los arbustos y trató de apuñalarlo. Después de ese incidente, comenzó a patrullar con un grupo de amigos, todos montados en cuatrimotos. Durante el primer patrullaje, detuvieron alrededor de una decena de inmigrantes. Tiempo después, según él, un sitio web yihadista puso una recompensa de 4,000 dólares por su cabeza. “Los había visto antes, pero no empecé a cazarlos hasta que ellos me atacaron”, dijo. “Básicamente soy un don nadie, pero esto tenía que empezar en alguna parte”.

Dijo encontrarse algo ansioso porque la policía fronteriza llevaba tiempo acosándolo, situación que atribuye a la corrupción de la fuerza y la tajada que se lleva en el negocio de contrabando humano. “A la policía de fronteras se le está pagando para introducir migrantes, ciento por ciento”, dijo Valev. A pesar de que existe poca evidencia de que la corrupción fronteriza esté tan extendida como afirma Valev, un miedo demográfico real subyace a la histeria. Desde el cierre de la ruta de tránsito de los Balcanes, que abarca las islas griegas egeas hasta Macedonia y Europa Occidental, muchos de los políticos y ciudadanos de Bulgaria están preocupados porque el país pueda convertirse en una importante vía alternativa para la migración. En la frontera griega, la policía búlgara ha llevado a cabo simulacros con cañones de agua, donde cientos de actores que pretenden ser migrantes arrojan piedras a los agentes. Los funcionarios búlgaros también han comenzado a operar ejercicios navales a lo largo de la costa este del Mar Negro con tal de estar listos ante la posibilidad de que los migrantes comiencen a utilizar esta ruta masivamente. “Si los contrabandistas encuentran una manera de transportar a la gente a través del Mar Negro como lo han hecho en el Mediterráneo”, dice Yavor Siderov, un politólogo residente en Sofía, “no sería descabellado pensar que la ruta pueda convertirse en un importante corredor”.

En este edificio de Pastrogor, los refugiados esperan a que el gobierno decida si se les permitirá permanecer en Bulgaria.

Después de terminar su pastel, Valev se marchó a trabajar en el depósito de chatarra que posee y opera. Nos subimos a su Mercedes CLS350 color blanco, decorado con un crucifijo e íconos ortodoxos en el espejo retrovisor. Antes de mi viaje, había leído acerca de su flota de vehículos. Además del Mercedes, Valev tiene un Hummer, un Porsche SUV, un vehículo blindado para transportar tropas, y por supuesto, cuatrimotos. También dispone de 20 caballos. Sin embargo, existen varios rumores y preguntas sobre cómo pudo enriquecerse al operar un depósito de chatarra. Algunos, como Savova del Comité Búlgaro de Helsinki, alegan que en realidad está involucrado en el contrabando y que sus actos como justiciero son sólo una fachada, acusación que él tacha de “mentira”. Otras versiones lo vinculan a la mafia búlgara. El diario Capital afirmó que el socio fantasma del depósito de chatarra de Valev probablemente sea Kamen Zhelev, quien hace un par de años atrás decidió no impugnar los cargos que le impuso la ley búlgara por dirigir una aterradora empresa de cobro de deudas estilo El Padrino, llamada Creditline. De acuerdo con Capital, la empresa de Zhelev “trataba a los deudores a bofetadas, puñetazos, patadas, los despojaban de sus ropas, los amenazaban con violarlos, con castigos crueles, con incendiar sus piernas y quitarles las uñas con alicates”.

El depósito de chatarra está situado en el borde de la ciudad, allá donde Yambol se vuelve una con las grandes extensiones de hierba. Es una vasta área asfaltada llena de autobuses y rodeada por estructuras de fábricas abandonadas. Cerca de una decena de empleados se dedicaban a desmontar autobuses con martillos y sopletes. Cuando Valev salió del coche, sus empleados lo rodearon. Repartió fajos de billetes y luego habló por los distintos teléfonos celulares que le entregaron.

“Hey, gitanito, ven aquí”, gritó. “Me voy a coger a tu madre”. Sus empleados eran trabajadores condicionados, con una paga de 50 a 60 levs (cerca de 600 pesos) por autobús desmantelado. La mayoría eran romaníes —aún sujetos a los prejuicios generalizados de ser la casta más baja en la sociedad búlgara— pero había un hombre recién llegado de África, Jamal, proveniente de Costa de Marfil.

Le pregunté a Valev cómo podía emplear inmigrantes en su negocio mientras cazaba otros tantos en la frontera. Su respuesta me recordó el tipo de ideas que tiene la gente en Estados Unidos. “No tengo nada en contra de las personas que ya viven aquí”, comentó. “Mi problema es con las personas que nos están invadiendo”.

Por la tarde apareció un equipo de la televisión búlgara. Valev dio una entrevista improvisada sobre su detención a manos de la policía fronteriza un par de noches atrás, debido a un registro caduco de su coche. “Los refugiados cruzan la frontera, ¿y qué hace la policía? Nada”, dijo. “Me decepciona que estén buscando una pelea conmigo”. Cuando llegó un equipo de video de Der Spiegel, Valev intentó pronunciar un par de palabras en alemán, antes de volver al inglés: “¿Qué quieren de mí? ¿Qué quieren ahora? ¿Quieren verme en la cuatrimoto?”

Valev y uno de sus empleados.

Al día siguiente fui a un albergue a las afueras de un pequeño pueblo fronterizo llamado Pastrogor. Las personas esperan aquí durante meses, mientras un panel del gobierno procesa sus solicitudes de asilo y califica los videos de entrevista. Sólo entonces deciden si han soportado suficiente horror como para permitirles vivir y trabajar en Europa. Me habían dicho que los sirios tenían prioridad sobre otras nacionalidades. El lugar parecía una prisión de mínima seguridad: un oxidado bunker tipo militar, rodeado por una valla metálica y protegido por un guardia. Al llegar, algunos residentes se reunieron alrededor de una gran ventana abierta para saludarnos.

En Bulgaria existen actualmente unos seis centros migratorios para aquellos que intentan llevar a cabo el proceso de asilo legal. Además, cuenta con tres centros de detención para las personas capturadas en su intento por cruzar ilegalmente (es aquí donde por lo general van a parar aquellos aprehendidos por los justicieros). Los edificios son cuarteles en desuso ubicados en caminos secundarios y la mayoría de sus instalaciones están en pésimo estado. El Comité Búlgaro de Helsinki informa que un centro cerca de Yambol, en el pueblo de Elhovo, cerró temporalmente por violaciones a los derechos humanos y “deplorables condiciones sanitarias y de vida”, según Savova.

Los funcionarios nos negaron la entrada a la instalación de Pastrogor, pero dos hombres se aventuraron a salir bajo la llovizna ligera para saludar: Idriss, un alegre señor de mediana edad con una bata verde, proveniente de Costa de Marfil, y un kurdo de nombre Rom, quien había huido del norte de Siria. Idriss se describió a sí mismo como un “refugiado veterano” en el centro: había estado allí durante cuatro meses, contando y volviendo a contar su historia a los funcionarios, y luego a la espera de que le otorgaran el asilo. Se convirtió al cristianismo en Costa de Marfil antes de dejar atrás a su familia para venir a Europa. Tanto Rom como él eligieron entrar por el puesto fronterizo oficial de la cercana ciudad de Svilengrad y se hicieron apresar a propósito. El primer paso en el proceso oficial de asilo es ese.

“Cualquier lugar en Europa tiene ahora alambre de púas”, dijo Idriss. “Cruzar la frontera hoy en día es muy arriesgado. Estoy aquí en Bulgaria, y me gustaría permanecer aquí”. Habló un poco de búlgaro y dijo conocer a Jamal, el hombre de Costa de Marfil que trabaja para Valev. Le pregunté por qué había elegido venir aquí en vez de intentar por el traicionero cruce del Egeo hacia Grecia, al igual que muchos otros, con la esperanza de llegar a países con un sistema de apoyo más sólido para los refugiados, como Alemania o Suecia. El temor de ahogarse, sugirió, había determinado su ruta (1,361 han muerto o desaparecido tan sólo en 2016). “Antes de hacer cualquier cosa hay que pensar profundamente”, dijo. “Con el mar nunca se sabe”.

Una bandera turca vista desde el pueblo de Rezovo, Bulgaria. Esta ciudad está situada en el borde costero, y el pequeño canal es todo lo que separa a los dos países.

(Savova me dijo más tarde que era poco probable que Idriss recibiera el estatus de refugiado: a ninguna persona de Costa de Marfil se le ha concedido asilo en Bulgaria.)

Rom hablaba muy poco inglés y nada de búlgaro, pero explicó que su intención era llegar a Alemania. Varios meses antes había huido del territorio controlado por los kurdos en el norte de Siria porque no quería luchar contra ISIS o Daesh. “Siria es un gran país pero el gobierno no lo es”, aclaró. “Hay un enorme problema entre los kurdos y Daesh. Todo es fuego allí”.

Mientras Idriss y Rom están en una especie de purgatorio, otros han sido mucho menos afortunados. Los grupos de justicieros han capturado a más de un centenar de migrantes que han entrado al país ilegalmente. Los guardias fronterizos de Bulgaria, según Human Rights Watch, golpean y extorsionan como práctica común. En octubre de 2015, un guardia fronterizo asesinó a tiros a un afgano solicitante de asilo, y en marzo se encontraron dos cuerpos cerca de las “autopistas boscosas”, en uno de los cruces montañosos de un pueblo llamado Malko Tarnovo. Ese mismo mes, según la BBC, el alcalde del pueblo de Topolovgrad pidió al Ministerio de Defensa 30 fusiles AK-47, vehículos blindados de transporte de personal y más equipo militar, para abastecer a su “patrulla fronteriza voluntaria”, compuesta por 200 hombres de la localidad. La ciudad quería tomar el control de dos estaciones fronterizas y convertirlas en centros de entrenamiento para sus patrulleros. El alcalde finalmente retiró su solicitud y alegó que había sido un mal entendido.

Valev, a la izquierda, en una celebración llevada a cabo en su honor en Sofía.

Una noche llegué al patio trasero del único hotel–restaurante de lujo en Topolovgrad. Sin contar el bling del rapero y su cuervo disecado, el pueblo es tan pequeño y polvoriento como Yambol, Allí me reuní con un excontrabandista al que voy a llamar a Tim. (Acordé no revelar su identidad como una condición de nuestra entrevista). Durante la media hora que hablamos, Tim no comió nada, no bebió nada y ni siquiera fumó.

Contó que había entrado al negocio cuando algunos traficantes, acompañados de un traductor, se le acercaron en un café de la zona, sacaron algo de dinero y le dijeron que podía quedárselo si guiaba a unos desconocidos a través de los bosques hacia Bulgaria. Tim aceptó y en su primer viaje —donde condujo a cinco personas— ganó alrededor de 800 dólares por cabeza. Alguien había colocado piedras numeradas en el bosque, explicó, y le dijeron que esperara cerca de una para recoger al grupo de refugiados. Un turco en la ciudad fronteriza de Edirne coordinó todo el asunto. “A veces hay un acuerdo entre los policías y a veces no lo hay”, relató Tim. Dijo que ocasionalmente veía agentes fronterizos en el bosque cuando llevaba a los migrantes a través de los pinos. “Ellos podían verme”, continuó, “pero se alejaban de mí como si fuera un fantasma”.

Sin embargo, a medida que su trabajo con los contrabandistas se hizo más frecuente, el número de personas traficadas aumentó, mientras que el precio por persona fue en picada. “La tarifa varía”, comentó. “Existe un precio cuando los refugiados vienen solos, pero sube si traen a sus familias”. Debido a la construcción de la cerca fronteriza, con el tiempo los traficantes pasaron de los bosques a utilizar un sistema de minibuses y camiones. La policía finalmente atrapó a Tim cuando conducía un minibús lleno de refugiados. Ahora está en libertad condicional.

Valev alimenta a sus perros en el depósito de chatarra.

Antes de irme de Bulgaria fui con Valev a Sofía. Allí, un grupo de ciudadanos preocupados tenía previsto otorgarle una medalla de honor. Llegamos al monumento del Zar Libertador, frente a la Asamblea Nacional de Bulgaria. Alrededor de 20 nacionalistas llevaban a cabo —sin permiso— una manifestación con bocinas que reproducían himnos militares a gran volumen. Un hombre llevaba puesta una camiseta en la que podía leerse: ¡NO AL ISLAM EN EUROPA!

Mientras Valev se pavoneaba hacia el podio para comenzar su discurso, pensé que en realidad la cacería de migrantes era para él una especie de deporte en lugar de un compromiso político o ideológico real —uno que, a pesar de la crueldad, encaja en su concepto de patriotismo búlgaro— y se reafirma con gran fama y respeto. Después de todo, Valev se junta con inmigrantes y les da empleo. Además, la cifra de personas que ha detenido es sólo de dos dígitos. Sus acciones, entonces, fungen principalmente como una advertencia ante la llegada de posibles migrantes (“No vengan a Bulgaria”) y como publicidad de su supuesta destreza viril. Tal vez sea ésa la razón por la que Valev se ha convertido en un héroe para algunos: transmite un mensaje popular y moralmente repugnante de xenofobia que cada vez más gente en Europa está adoptando. Sin embargo, este mensaje es también una ilusión: las guerras en Irak y Siria no cesan, y la UE parece incapaz de hacer frente a la crisis de refugiados, de modo que Bulgaria se encuentra cada vez más atrapada en el conflicto.

“Tenemos que proteger nuestra patria”, gritó Valev a la multitud de simpatizantes, antes de marcharse en su Mercedes. “Quiero que la gente se quede aquí, en este país. Que no lo abandonen”.