Instrucciones para escribir con los dedos de coño

Conejilla_Manos_Coño_@lenny_maya

No te laves las manos de coño, ni pienses en lavártelas. Huélelas todo el rato, hay que olerlas todo el rato. Cuando nadie se dé cuenta olfatea tus dedos con una cara secretamente depravada. Toca las cosas más sencillas e inocentes que te rodean con los dedos impregnados. Toca la comida que vas a dar a tu familia, sobre todo. Toca todo lo que cocines. Toca el bacon, las manzanas. Toca sutilmente los dragones fogosos de tu hijo. Toca sus legos diminutos de Avengers. Toca el mando de la tele que usará tu abuela. Toca tus plantas lascivamente como si fueras una jardinera de orquídeas. Toca el piano aunque no sepas tocarlo y deja un sello humeante en cada tecla sorda. 

Tócate detrás de las orejas como si aplicaras gotitas de perfume duradero, toca las narices. Que el mundo huela a coño. Abre y cierra las puertas, frotando muy bien el pomo hasta embadurnarlo de entrañas. Deja huellas leves y profundas en las superficies, como patitas de paloma en la nieve, pequeños hilos de babosa cristalina entre los libros, deja el rastro viscoso de tu sexo y el suyo. Da la mano, sobre todo da la mano a los carteros, al que vende el gas, a tus suegros. Aprieta bien esas manos, pasa el coño como el testigo, que vaya de mano en mano y no tenga fin.

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Contaminarlo todo del olor de los coños como propósito de nuevo año. Desarrollar el sentido de conservación de las muescas que deja un coño en el mundo. En realidad de cualquier cosa que deje un dibujo y un olor. No olvidar que estamos perdiendo olfato por culpa del virus y que todo debe oler más fuerte e intenso para no pasar desapercibido. Tener muy presente la frase tan española “huele que alimenta”. 

Ahora con esos mismos dedos, escribe. Contamina tu teclado, encóñalo. Porque después de usar los dedos hay que seguir usando los dedos. Esa es la clave, que no se te olvide, el continuum de unos dedos obreros. Ya estás lista para escribir con los dedos de coño. O de polla, como prefieras. Contamina, mancilla, qué más da, tu escritura, empápala.

 Yo escribo con los dedos de coño. Brillantes por el aceite con el que se deslizan hasta llegar al fondo, cuando entran y salen y lo rozan todo y lo electrizan todo. Nadie diría que son dedos de pianista, nadie diría que son dedos de pajera, nadie diría que son dedos de escritora. Mis dedos tan cortos que no penetran, solo escarban, mis dedos de roedora, de animalito de la tierra media y húmeda, internándose en las cuevas, escurriéndose con esa lentitud extraña, viva, perlina, por los agujeros que les dan la bienvenida, que los engullen carnívoros. Y luego sacarlos de ahí, como se saca lo que nace, bañados en su jugo. Me prometí jamás escribir un texto erótico, ni media sonrisa vertical, me prometí una escritura porno o al menos posporno, pero no lo estoy logrando. ¿Estaré envejeciendo?

Inténtalo, escribe una columna con los dedos mojados y olorosos y haz que cada letra sea un pequeño charco sobre el que saltar como un niño los días de lluvia. Como cuando Luna Miguel escribe libros calientes. Como cuando Cristina Fallarás escribe sobre su coño que huele a coño. Como cuando Itziar Ziga se masturba en el metro con un solo dedo. Lo impertinente del deseo, lo autorreferencial. Siempre bordeando peligrosamente el límite entre hacerte un dedo, hacer una columna y hacer un papelón grandioso. Lubricados, aceitados los dedos se preparan como antes se mojaba la pluma en la tinta. Para ayudarnos a salir ilesas. Pero vamos, tú puedes. Deberías poder escribir algo meridianamente tórrido. Algo que huela y que alimente. Algo que caliente porque antes te calentó a ti. Con esos dedos sucios. Ahora escribe de lo que te salga del coño. Te leerán con sus dedos.

Este texto hace parte de Conejilla de indias, una columna de Gabriela Wiener en la que escribe sobre ser una cuy en tómbola que no sabe en qué cajita meterse. Léela todos los meses en VICE.

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