Por qué y justo ahora: las claves del retroceso de la izquierda sudamericana

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Lo que pareció ser el último boom cultural de América del Sur, gobiernos de izquierda, populistas o reformistas — elija cada quien cómo llamarlos —, de repente, viven su ocaso bajo una forma inesperada. Con las excepciones del golpe de Estado disfrazado contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay en el año 2012 y la reciente salida — como mínimo, descuidada — de la presidenta Dilma en Brasil, articulada institucionalmente, el retroceso de estos gobiernos de izquierda se da en las urnas.

Es la caída de su popularidad la comprobación de que sus bases migraron quizás también a merced del ascenso social. E incluso, que las organizaciones sociales y políticas que contenían a estos gobiernos se revelaron más como “tigres de papel” que como vigorosas fuerzas capaces de articular la calle y las urnas.

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Ocurre a estos gobiernos de América del Sur una pesadilla paradójica: las urnas que los trajeron parecen ser la misas que se los llevan. Sin embargo algunos aún gobiernan, y todavía no se consolida a nivel regional una alternativa real por la derecha capaz de “corregir”, como ellos mismos dicen, los defectos de estos gobiernos.

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Durante la última fase del año pasado y los primeros meses del 2016 se produjeron importantes avances de la derecha a nivel político en Latinoamérica: el triunfo opositor en las elecciones legislativas de Venezuela y ahora el intento de referéndum revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro, el acceso a la primera magistratura de Mauricio Macri en Argentina, el fortalecimiento de la derecha “tucana” y el impeachment que suspendió a Dilma Rousseff en Brasil y la derrota del intento de reforma constitucional de Evo Morales en Bolivia, entre otros.

Desde los proyectos que llevaron adelante reformas más radicales — como Venezuela o Bolivia —, hasta los más moderados — como Brasil —, o quienes se ubicaron entre uno y otro extremo — como Argentina —; sufrieron reveses electorales, derrotas políticas y hasta golpes institucionales.

El trasfondo estructural de las distintas crisis son los vientos de cambio de la economía mundial, que afectan especialmente a la región. Desde finales de 2007, la economía trastocó todo el cuadro en que transitaba Latinoamérica, afectada durante 2009 por una recesión importante aunque suave. Mientras los centros de las potencias avanzadas entraban en recesión, las masivas inversiones en China y las bajas tasas de interés en Estados Unidos alentaron el boom de los commodities y la entrada de capital extranjero en los “mercados emergentes”.

Pero desde 2013 comenzaron a sentirse las tendencias de desaceleración y las dificultades de la balanza comercial y financiera. La posterior bajada de precios del petróleo, minerales y de la soja — aunque en menor medida —, debido en gran parte a la desaceleración de la economía china, junto con la tendencia al retorno de los flujos de capital financiero hacia Estados Unidos, afectaron cada vez más negativamente a la región.

En Venezuela, en el marco del agravamiento de la situación económica y social y con una disminución drástica de la entrada de “petrodólares”, la oposición logró el 6 de diciembre del año pasado, derrotar con contundencia al chavismo pos-Chávez en las elecciones legislativas. La coalición denominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) tiene ahora mayoría en la Asamblea Nacional y busca destituir a Maduro en medio de una crisis de características catastróficas.

Manifestación en favor del gobierno de Nicolás Maduro en las calles de Caracas el 31 de mayo de 2016. (Imagen por Miguel Gutiérrez/EPA)

La apuesta de la oposición es llegar a la revocatoria antes del 10 de enero del año que viene: si Maduro es revocado antes de esa fecha es obligatorio convocar a elecciones generales; sino puede haber alguna “continuidad” en manos del vicepresidente. Una encuesta reciente de Venebarómetro evidencia la crisis que sufre el país: el 88 por ciento de los venezolanos asegura que la situación está muy mal, el 85 por ciento quiere un cambio político de inmediato — y esta cifra incluye a buena parte del 65 por ciento de aquellos se autodefinen como chavistas.

A mediados de mayo, Maduro firmó un decreto por el cual se dicta el “estado de excepción y emergencia económica” que le confiere extensas atribuciones por otros 60 días. Uno de los grandes problemas de la administración chavista fue que los millones incalculables de dólares que ingresaron por la renta petrolera entre 1998 y 2013 se desperdiciaron en expropiaciones de tierras y empresas que hoy no son productivas; en las importaciones con las que se suplió esa falta de producción propia y, también, una amplia gama de productos suntuarios; con un abultado gasto público y una corrupción generalizada.

La revolución chavista, promotora de un “socialismo del siglo XXI”, fue más un “proceso” abierto de elecciones democráticas que no tuvo un punto, un día, un asalto al Palacio de Invierno, sino una serie de triunfos electorales, de expansión del Estado y enfrentamiento social cada vez menos contenido. Hoy Venezuela quebró límites tanto de la violencia del gobierno como de la violencia opositora — no olvidemos que ya en 2002 Chávez sufrió el intento de un golpe de Estado.

En Brasil un impeachment (juicio político) desplazó a la presidenta Dilma Rousseff aprovechando la mayoría opositora en las Cámaras del congreso y el fuerte rechazo a la corrupción, en un contexto económico de varios años de recesión. El vicepresidente Michel Temer, miembro del PMDB, partido que fue aliado del PT de Dilma para llegar al poder, está a cargo del gobierno interino y nombró un gabinete con representantes de las elites económicas. Anunció además un plan de contrarreformas que liquidarían gran parte del legado del “lulismo”.

El juicio contra Rousseff pretendía detener una investigación de corrupción masiva. Leer más aquí.

La Bolivia de Evo Morales gozaba de una mayor estabilidad económica, pero el presidente se auto-infringió una derrota política. El fracaso electoral del proyecto de reforma constitucional que se llevó a cabo el 21 de febrero pasado y que pretendía habilitar tempranamente una nueva reelección de Morales en 2019. Evo no podrá postularse de nuevo y su partido se verá ante la extraña situación de tener que buscar otro candidato. El 51,30 por ciento de los electores optó por el No frente al 48,70 por ciento que eligió el Sí.

Durante la gestión de Morales y el MAS (Movimiento al Socialismo) la economía alcanzó cifras destacadas: reservas internacionales equivalentes a 50 por ciento del PIB, baja inflación, crecimiento sostenido de alrededor de 5 por ciento durante casi una década. Su combinación de política distributiva, discurso antiimperialista, expansión del Estado y Macroeconomía ordenada le valieron los elogios de casi todo el arco ideológico que ve en Evo algo más que un “populista” derrochador de recursos.

Pero en el marco de una profunda desconfianza histórica de los bolivianos frente a la perpetuación de sus gobernantes en el poder, fue rechazada la reforma reeleccionista. Todos los que lo intentaron fracasaron en la empresa. Evo llegó a ser el presidente que más tiempo pasó en la presidencia y el gobierno apareció forzando su propia Constitución, mientras que una parte de la oposición quedó como defensora de esa “nueva Carta”. El vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, escribió tras la derrota electoral un texto titulado Derrotas y victorias, en donde ensaya un intento profundo de comprensión sobre la propia sociedad boliviana que se ha transformado en estos años.

En Argentina, el kirchnerismo comandado por la expresidenta Cristina Fernández no pudo retener el poder y fue derrotado por mínima diferencia por la coalición Cambiemos encabezada por el empresario Mauricio Macri en la segunda vuelta de las elecciones del año pasado. El agotamiento del “modelo” económico, si bien no entró en crisis catastrófica, aumentó el desgaste del gobierno anterior y apuntaló las chances de Macri, que también fue ayudado por los errores políticos en la estrategia electoral del kirchnerismo, cuyo candidato Scioli — un peronista más clásico — la propia Fernandez de Kirchner no pudo siquiera nombrar una sola vez durante la campaña.

‘No les tengo miedo’, dice la expresidenta de Argentina a quienes la acusan de corrupción. Leer más aquí.

En la mayoría de los países, las derechas avanzan intentando hacerlo por medios democráticos y con un discurso más aggiornado a lo que fue históricamente el relato clásico de la derecha. Brasil es el país donde el proceso “golpista” fue más claro y donde asumió una administración con fuertes rasgos retrógrados desde el punto de vista ideológico y político.

La justicia y distintas gradaciones de procesos de tipo manipulite hicieron su aporte para el debilitamiento de distintos gobiernos — siendo el caso Dilma el más claro. La idea de un “partido judicial” — la politización de la Justicia — reemplaza lo que en la historia latinoamericana fueron los “partidos militares”. Y del otro lado, el anti republicanismo y las teorías populistas en construcción minaron un sentido común que pudiera combinar, como dice el historiador argentino Pablo Stefanoni, “decencia y justicia social”.

Ninguna de las derechas que avanzan o llegan al poder tienen el camino allanado. Las estructuras sociales y estatales de la “herencia recibida” son un límite a sus ambiciones restauracionistas. El politólogo argentino Andrés Malamud dice a VICE News que “el principal sedimento colectivo dejado por las izquierdas es la revalorización del Estado como regulador y redistribuidor”. A pesar de ello, según Malamud, “alguien podría adjudicar esa enseñanza al fracaso anterior del neoliberalismo más que a los éxitos de la izquierda”. Políticas de redistribución, programas de transferencia condicional de ingresos, también “se desarrollaron también en países gobernados por la derecha, como México”.

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