La concepción médica de las enfermedades mentales en las mujeres ha cambiado con el transcurso del tiempo, pero durante décadas la representación artística (abrumadoramente masculina) fue sorprendentemente constante: cabello alborotado, discurso entrecortado, ojos acuosos, desnudez inapropiada. Durante siglos, los hombres han encuadrado las enfermedades mentales en las mujeres como algo romántico, incluso sexy. Basada en el anticuado diagnóstico de la “histeria”, la representación de la locura en las mujer, a manos del hombre, ha eclipsado las historias de sus musas no siempre consensuadas.
No es coincidencia que Ofelia, personaje de Hamlet, sea perfectamente fiel a este estereotipo. Su caracterización tuvo una gran influencia en los primeros psicólogos. “Todo psicólogo con experiencia medianamente vasta debió ver muchas Ofelias”, escribió en 1859 el Dr. John Charles Bucknill, presidente de la Medico-Psychological Association del Reino Unido. El Dr. Hugh Diamond, superintendente de la clínica para mujeres del hospital psiquiátrico del condado de Surrey, incluso vestía a sus pacientes como Ofelia para sacarles fotos; la imagen más famosa muestra a una paciente envuelta en una capa con una corona de laurel que él mismo puso en su cabeza. El Dr. Diamond usaba retratos de sus pacientes en terapia —se creía que las fotografías tenían la capacidad de “asombrar” a los pacientes hasta el punto de mejorar su situación, ya que la teoría dictaba que confrontarse con su rostro los traería de vuelta a la realidad—. Además, las actrices que interpretaban a Ofelia en el escenario eran invitadas a que visitaran los hospitales psiquiátricos para observar a las otras “Ofelias” en su estado puro, supuestamente en busca de inspiración artística.
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Otro lugar donde las actrices, estudiantes de medicina, artistas, socialités, y otros mirones podían observar mujeres histéricas era el Hospital Pitié-Salpêtrière en París. En aquel entonces se creía que la histeria era un enfermedad de los órganos reproductivos. El deseo excesivo —deseo de sexo y/o dar a luz— era considerado la raíz de la enfermedad. La decepción, los cambios de humor, y arranques emocionales eran síntomas generalizados. Entre las curas sugeridas se encontraban cabalgar a caballo y procrear. El doctor Jean Martin Charcot, director del Salpêtrière y padre de la neurología, fue uno de los primeros doctores que defendió la idea de que la causa de la histeria estaba en el cerebro y no en las entrañas. Sin embargo, sus investigaciones sobre dicha enfermedad seguían siendo excesivamente sexuales.
Cada martes, Charcot exhibía a sus pacientes como un domador de leones en un circo. A los pacientes con espasmos les daban sombreros con largas plumas que se agitaban violentamente con cada contracción. Los pacientes con histeria eran sometidos a “experimentos” que se parecían más a trucos de hipnosis que tratamientos médicos. Si las pacientes no actuaban histéricamente como se esperaba corrían el riesgo de ser incluidas en la población general de las llamadas “mujeres dementes”, donde la tasa de cura era menos del 10 por ciento.
Una de las “obras” más populares dentro del hospital, incluida por Asti Hustvedt en su libro Medical Muses, llevaba por nombre Mariage a trois. La obra trata de una paciente histérica que es sometida a hipnosis y se le ordena “que cada costado de su cuerpo, derecho e izquierdo, iba a tener un esposo diferente y, por lo tanto, era su deber ser fiel a ambos”, escribe Hustvedt. Cada hombre acariciaba su respectiva mitad y, según se dice, la paciente recibía cada caricia con “gran placer”. “Pero si uno de los dos se atrevía a cambiar de lugar debía tener cuidado. Cuando iba demasiado lejos, me llevaba una dolorosa cachetada”. Cualquier inconformidad física o mental que las mujeres del Salpêtrière sufrían quedaban en el olvido los días de “función”.
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Como si fuera poco, Charcot se unió al artista Pail Richer para documentar las poses que experimenta una persona con histeria en una serie de grabados. Estos versiones artísticas nacieron no sólo de las observaciones de Charcot, sino también de las representaciones de éxtasis religioso en el arte medieval temprano. En el prólogo del libro que escribió con Richer sobre las poses histéricas, Charcot dibuja una línea desde Santa Catalina de Siena hasta la histeria de su era en un intento por crear una teoría “universal” de dicha enfermedad. Muchas de las poses se capturaron, desde luego, con mujeres semidesnudas.
El diagnóstico de la histeria perdió aprobación en el Siglo XX, en parte gracias al activismo de feministas y defensores de la salud mental. Sin embargo, la mitología romántica de las mujeres mentalmente inestables permaneció intacta por mucho tiempo. El cine se convirtió en el medio omnipresente creador de esta figura: la mujer trágica y hermosa que sufre por algún tipo de enfermedad mental sexualizada, figura a la que llamaré la “chica triste, sexy y condenada”.
El Hollywood de la posguerra utilizó cuantiosamente la figura de la “chica triste, sexy y condenada” en filmes como Vertigo y Lilith, cintas en las que el atractivo de una mujer era equivalente a su sombrío y predestinado futuro. “El elemento sorpresa recae en su hermosura”, respondió el presentador del podcast Bechdelcast, Jamie Loftus, cuando se le preguntó acerca de este arquetipo. “Se ve tan triste pero, al mismo tiempo, tan hermosa. Siempre que un personaje mentalmente inestable no es atractiva, ¿cuándo se salva a esa mujer? ¿Cuando recibirá dicho personaje la cantidad correcta de atención en la trama o de parte de cualquier otro en la película? Estas cintas están más preocupadas por hombres que aman a chicas deprimidas que por la enfermedad mental en sí. Por ejemplo, al comienzo de Vertigo, el personaje de James Stewart se entera que su rubia reina de hielo ha sido poseída por el espíritu de su abuela suicida. Stewart no se desanima ante la descabellada noticia, sino que se enamora de su trágica heroína hasta el punto de moldear a su próxima novia a su imagen suicida.
La figura de la “chica triste sexy y condenada” es más un acertijo que un personaje bien creado. Al igual que los histéricos de antaño, las mujeres son una colección de síntomas y una figura atrayente. “En general, las películas se enfocan más en la imagen de las mujeres que su análisis; excepto cuando la dama en cuestión está (al menos en apariencia) un poco desquiciada”, escribe Terrence Rafferty en su reseña de A Dangerous Method. Rafferty asegura que esa película, como medio, tiende a concentrarse en los pensamientos de una hermosa mujer sólo si está demente, y sólo se interesa en la locura si aquellas que la padecen son hermosas. Cita algunos ejemplos en los que se encuentra Olivia de Havilland en The Snake Pit, Jessica Lange en Frances, Naomi Watts en Mulholland Drive, y Natalie Portman en Black Swan.
“Algunas mujeres dementes en películas reciben el tratamiento adecuado —psiquiátrico y cinematográfico— y otras no”, afirma, “pero incluso cuando el análisis fracasa, la búsqueda perdura”. Loftus está de acuerdo con su caracterización y menciona la estética onírica de Las vírgenes suicidas como ejemplo a destacar. “El cine es un medio visual y tiene que explotarlo”, comenta. “Las vírgenes suicidas lucen demasiado bien. Es una película muy elusiva… Tiene mucho atractivo millennial, tomas en cámara lenta, y una banda sonara indie. Las enfermedades mentales no deberían ser musicalizadas con The Shins”.
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Nuestra tendencia para enfocarnos en “la búsqueda” ha sobrevivido hasta nuestros días y proliferado en otros medios: la serie de Netflix 13 Reasons Why, la cual se estrenó a principios de este año, enmarca específicamente la agresión sexual de una joven (y el trastorno por estrés postraumático y suicidio) como una búsqueda para el protagonista masculino. “En lugar de proyectar el trágico final de una vida, vemos cómo toda una escuela se cautiva por el drama del suicidio”, escribe Alexa Curtis en Rolling Stone.
Por supuesto, existen representaciones de mujeres con problemas mentales que no encajan en estereotipos que debieron morir con el diagnóstico de la histeria. Cuando las mujeres que sufren problemas ocasionados por enfermedades mentales cuentan sus historias pueden provocar matices sin precedentes al tema. En la segunda mitad del Siglo XX, una gran cantidad de mujeres enfermas tomaron el control de sus propias historias por medio de autobiografías. The Bell Jar, obra semificticia de Sylvia Plath, los poemas de Anne Sexton, y libros como Prozac Nation de Elizabeth Wurtzel, y The Center Cannot Hold de Elyn Saks, relatan la experiencia de primera mano; en todos estos ejemplos, las mujeres fueron capaces de liberarse de los limitantes del anticuado tropo de Ofelia y afirmar sus propias narrativas bajo sus propios términos.
Los ejemplos citados finalmente pudieron otorgar autoría a las mujeres sobre sus experiencias. Por ejemplo, en Girl, Interrupted de Susanna Kaysen, la protagonista pelea contra su diagnóstico de personalidad. A pesar de admitir que necesita ayuda por estar “demente”, en sus propias palabras, no otorga completamente el control a sus doctores. El capítulo llamado “Do You Believe Him or Me” está dedicado a comprobar que su doctor mintió cuando dijo que habló con ella durante tres horas antes de recomendarle el internado. Libros como estos obligan al lector a confrontar las enfermedades mentales y sus complicaciones desastrosas. Entre más mujeres escriban y produzcan sus shows, la representación de sus experiencias también mejorará. “Lady Dynamite lo hizo bien”, dice Loftus, refiriéndose a la comedia semiautobiográfica de Maria Bamford. “A pesar de ser representada de una forma boba y maniaca, al menos se muestra como un proceso y no una faceta”.
Las enfermedades mentales no son una faceta. Pueden ser dolorosas, grotescas; muchas cosas pero no algo sexy. Se trata de un tema muy complejo. Cualquiera que haya leído Girl, Interrupted entiende que en la vida de Kaysen no todo es miel sobre hojuelas. Las mujeres que padecieron histeria en el Salpêtrière no tuvieron la oportunidad de contar sus historias, y se les rebajó a la interpretación actoral de una versión ajena de la “locura”. Cuando las mujeres están en control de sus propias historias, la verdad surge en toda su gloria desordenada y cruda. Es decir, un tipo diferente de belleza.