La fotografía es un arte de visibilización. Desde un mendigo que está comiendo la tajada de pan del día, hasta la modelo fabulosa que no deja mucho a la imaginación de los que la ven: las fotografías sobreexponen sus pequeños detalles al ojo público. Sus realidades íntimas. La labor del fotógrafo recae entonces en hacer ver algo a los demás. Sin embargo, lo que se muestra generalmente es solo una porción de lo que nos rodea.
Pienso que en una sociedad como la colombiana (por no decir que en todas las demás) las normas y la jerarquización de clases en la sociedad hacen que la fotografía también sesgue de alguna manera el ojo del espectador para que vea determinadas cosas. Lo que nos queda entonces es una visión estereotipada de lo que se considera digno de ser visto. Pero debajo de esta capa “normativa” de lo que debemos ver, se encuentran escenas que, por no pertenecer a una percepción socialmente aceptada, no estamos acostumbrados a ver en plataformas como la fotografía o el arte.
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La serie de Javier Vanegas, fotógrafo y artista plástico colombiano, profesor de fotografía en la Universidad Javeriana y de los Andes en Bogotá, se ha enfocado en romper la fotografía tradicional, por un lado, con técnicas antiguas poco utilizadas y, por el otro, con los modelos que se dedicó a retratar.
Aunque su idea principal no es hacerlos visibles únicamente, Vanegas se enfoca también en experimentar con colores y texturas, con imágenes que funcionan a la vez como negativos (la película negra que se utiliza adentro de la cámara análoga) y positivos (la imagen con color), siguiendo la técnica fotográfica del ambrotipo.
Hace algunos años, Javier encontró en un anticuario la cámara ideal para ese proceso. Según el vendedor, sin embargo, esta solo servía para decorar. Al descubrir que la cámara tenía muchos más usos, dentro de los cuales estaba el hueco para meter un vidrio de 3 milímetros, el vendedor hizo su agosto y Javier empezó el proyecto que lo llevaría a crear la serie AMPO. El nombre de la serie, que en realidad significa color blanco resplandeciente, conforma la fotografía de 15 personas albinas que Vanegas encontró gracias al voz a voz y a sus recorridos por las calles de Bogotá.
Para revelar fotografías con la técnica del ambrotipo Javier necesitó un laboratorio con luz roja y un pedazo de vidrio insertado detrás del lente de la cámara, en el cual, luego de tomar la foto, se vierte colodión húmedo (una especie de barniz líquido que se sensibiliza en nitrato de plata). Encima de una cubeta roja que está dispuesta a 45 grados se pone con el colodión siempre húmedo. Cinco minutos bastan para que se vuelva fotosensible ortocromático, es decir, que no es sensible al color rojo, pero sí al verde y al azul. Ahí es cuando se empieza a revelar la fotografía en la placa. Después de unos minutos, el químico hace efecto y la imagen se dibuja en la placa.
“En Colombia son muy pocas las personas que conocen esta técnica, debido a que su reactivo requerido para el proceso fotosensible es el éter, químico actualmente prohibido en el país, debido a su uso en la producción de la cocaína y otros tipos de droga”, afirmó Vanegas cuando lo visité en un apartamento en la 71 con décima en Bogotá: su taller.
Al tener un padre dueño de una empresa de químicos, Javier siempre tuvo facilidad para conseguir y manejar estos elementos. Para él, el procedimiento es casi impredecible, porque implica muchos procesos distintos. La temperatura, la luz y la posición de la placa son claves para obtener un buen resultado. “Todo se hizo a partir de prueba y error”, me dijo.”Empecé a hacer esta técnica más o menos en 2010 y, en 2011, ya tenía la primera foto de un saco blanco que mi madre tejió hace tiempo”. Cuando se dio cuenta de que el color blanco generaba una textura y un revelado distinto decidió hacerlo con personas albinas.
Con estudios acerca de la otredad, del cuerpo y de la enfermedad, a través de obras como Human Tra(m)p y VIP, esta serie quiso acercarse a una comunidad que está ahí y de la cual no se habla mucho. Por eso decidió retratar con su nueva cámara esos cuerpos con ausencia de pigmentación que tienen los albinos. El proyecto inició cuando vio una joven albina en un bus de Transmilenio por la 39 con Caracas, en Bogotá. Le comentó lo que quería hacer. El resto ya lo dije: el voz a voz, los que se cruzó por la calle.
“Con ellos el trabajo fue difícil porque eran sesiones largas de fotografía en las que tenían que permanecer quietos. Algunos de ellos generan algún nivel de fotofobia, por lo que les incomodaba mucho la luz necesaria para tomarles las fotos”, me dijo Javier en una parte de su cuarto, que transformó en una especie de estudio de fotografía. De hecho, los albinos tienen una cosa que se llama nistagmo y, al no tener melanina en los ojos, hace que estos tiendan a vibrar constantemente. De esta forma, Javier decidió que los modelos debían salir con los ojos cerrados, lo cual para él resaltaba las pestañas, los rostros y las facciones de cada uno de los retratados.
Lo más bonito de esta serie, según él, recae en que las fotografías reveladas en vidrio son impredecibles. Si el Ph del nitrato sube, se genera una textura específica, y, de igual manera, si el Ph baja, la fotografía cambia con él. “Tengo muchas fotografías que tienen unas texturas impresionantes que nunca podría generar a propósito”, me dijo Javier cuando me mostró esta foto:
La obra, que participó en una exposición de arte en Roma, Italia, en 2014, en el Museo de Arte Contemporáneo, se expuso en marcos a 45 grados para que las personas pudieran ver la fotografía en modo de negativo, con el fondo blanco, y en forma de positivo, con el fondo negro.
Esta es una pequeña muestra de la serie AMPO creada por Javier, donde fotografió a 15 personas albinas colombianas.
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