A menudo da la sensación de que existe aún un distanciamiento entre esta población creciente que ya ha echado raíces (o ha nacido con ellas) en España, pero que la tan proclamada adaptación no acaba de concretarse, algo que en buena medida se debe a que una parte de la población española todavía no asimila que existen personas de otra raza nacidos o crecidos en su propio país.
Tal vez por una cuestión de mentalidad no se ve esta situación como una oportunidad para adaptarse a lo que ofrece el mundo actual: un continuo cambio y mutación de la sociedad. Todavía hay algunas personas que nos ven por la calle y nos dicen: “¡Vete a tu país, negro!”, algo que nos deja pensando: “¡Pero si he nacido aquí! ¿Por qué me tiene que decir estas cosas? ¿Por mi color de piel?”.
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A veces, voy paseando por la calle y noto que aún hay personas que me miran despectivamente por el hecho de no sentirse identificadas conmigo, situaciones tan cotidianas como estar en el transporte público y ver como alguien esconde el bolso sin motivo alguno. Llegados a este punto, mi comunidad y yo nos preguntamos: ¿habéis visto muchos policías negros en la calle? ¿Médicos? ¿Políticos? ¿Profesores? ¿Abogados? ¿Jueces? El problema es que aún no se ha llegado a normalizar esa igualdad tan deseada por nuestra parte.
Aunque en este caso me esté centrando en la comunidad negra, lo mismo sucede con el resto de inmigrantes que residen este país. Personas que tienen estudios, ciclos formativos… pero que muchas veces no tienen las mismas oportunidades.
Deberíamos considerar que el cambio está en cada uno de nosotros, y es por ello que la sociedad española puede invitar al progreso y a la transformación de los prejuicios por culturas diferentes. No debemos olvidarnos de que todos somos ciudadanos del mundo y que la convivencia es mucho más fácil a través del respeto. Para ilustrarlo, he recogido diferentes testimonios sobre la discriminación (sí, sí, discriminación) que hemos sufrido diferentes jóvenes negros viviendo en España, incluyendo el mío.
Elizeo y Josué; dos días detenidos por bailar
Elizeo y Josué tienen 26 y 24 años respectivamente. Tienen estudios de informática y bailan en la calle para hacer posible su plan de futuro: montar su propio negocio de informática. Hablé con Elizeo y le pregunté cuál había sido la situación más incómoda vivida durante estos años en Madrid. Me explicó que mientras ambos bailaban tranquilamente en Sol la policía les asaltó cogiendo sus pertenencias, sin permiso. Cuando les preguntaron el porqué de esta situación, no les quisieron contestar. Es más, los policías les pidieron su documentación y no quisieron devolvérsela. No entendían nada. Sólo estaban bailando.
El público que estaba viendo su espectáculo se quedó de piedra, pues no sabían por qué los policías habían llegado a este extremo sin motivo aparente. La situación se empezó a calentar, ya que el público estaba de su parte. Los policías se empezaron a sentir incómodos, así que, llamaron a más agentes. De repente, llegaron 20 policías, que esperaron a que la gente se fuese para intervenir. Entonces tomaron sus pertenencias, les obligaron a subir al coche y les llevaron a comisaría. Tuvieron que pasar dos días en los calabozos, sin saber qué era exactamente lo que estaba ocurriendo. ¿En pleno siglo XXI encerramos a dos personas en la cárcel sin tener motivos? ¿Qué pasa con los otros chicos que también estaban haciendo shows en el mismo lugar? ¿A ellos no se les cuestiona?
Eso es lo que se preguntan ambos. “Como cada día, salíamos a bailar a la calle. A nuestro lado, otros grupos de chicos blancos y latinos hacían lo mismo. Nosotros salimos a la calle para ganarnos el pan de cada día, está la cosa muy mal ahí fuera. Y nos encontramos con una situación donde jamás hubiésemos querido ser los protagonistas. Nos sentimos muy afectados porque no entendemos que a nosotros sí nos señalen con el dedo e incluso nos acusen de ¿bailar?, mientras otros pueden hacer lo mismo sin preocuparse, porque claro, no tienen el mismo color de piel que nosotros”, afirma Elizeo.
Mi mejor amigo y yo; encañonados por usar el skate en el metro
Estábamos mi mejor amigo Cheikh, de 23 años, y yo dentro del metro, en las taquillas. Mi amigo estaba jugando con el skate, de repente hizo un ruido un poco fuerte y acto seguido apareció un grupo de policías armados apuntándonos directamente sin motivo alguno, diciendo que levantásemos las manos y que no nos moviésemos. En primer lugar, un clásico, la documentación. Yo la llevaba encima. Mi mejor amigo no, ese día se la había dejado en casa. Nos preguntaron si llevábamos armas encima y no pude evitar contestar irónicamente “¿Tú crees que si tuviese armas iba a estar aquí?”, su respuesta fue “no, seguramente estarías en el Banco de España robando”. No le contesté. Creo que mi mirada expresó todo lo que estaba sintiendo.
No creo que fuese aquella —apuntar con una pistola— la forma de dirigirse a dos jóvenes en el metro por estar jugando con el skate. ¿Y si se les va la mano con el arma? ¿Estaría aquí relatando esto? Claro que entiendo que la policía venga y me pida la documentación en algún caso puntual, pero de ahí a sacar un arma hay un trecho. Para mí, desde luego, fue sobrepasar un límite. Nunca me habían apuntado y es una sensación que no deseo a nadie, sinceramente.
Abraham; acusado de robar por llevar mochila
Mi hermano Abraham tiene 20 años y como a los demás, se tiene que acostumbrar, desgraciadamente, a que situaciones racistas formen parte de su vida cotidiana.
Hace pocos días llegó a casa decepcionado y enfadado: “no entiendo por qué me acusan como si fuese un ladrón si lo único que estaba haciendo era devolverle a mi amigo el ordenador que me había prestado”.
Para que os pongáis en situación, Abraham iba en bici, con la mochila, tranquilamente cuando, de repente, un policía le hizo una seña para que se parase. Obedeció. Directamente, sin rodeos, le empezaron a registrar para ver qué llevaba en la mochila. Vieron el ordenador e insinuaron que lo había robado. Le preguntaron insistentemente de dónde lo había sacado. Él respondió con naturalidad “me lo ha prestado un amigo, estaba yendo ahora a devolvérselo”.
Constantemente me pregunto cómo me sentiría de adaptado en este país si estas situaciones no fuesen al menos tan cotidianas. Un día a mí, otro día a mis semejantes. ¿Hasta cuándo? ¿Ha avanzado realmente la sociedad? ¿Sucede solamente en algunas instituciones? ¿Qué tipo de ética y moral enseñan a estos policías? ¿Velan las autoridades por todos sin distinción?
Peter; ninguneado en la universidad
Peter tiene 22 años y está estudiando el grado en gestión y administración pública. Cuando le pregunté sobre su situación en la universidad, me dijo: “me siento disgustado con la situación que vivo día a día en clase con uno de mis profesores, siento que no avanzo al ritmo que me gustaría. El hecho de que me marginen cuando intervengo en las clases me hace sentir inferior y creo que a nadie le gusta sentirse así”.
Me contó que hay un profesor en su universidad que jamás le toma en serio. Proponen un tema en clase para intervenir y él intenta dar su punto de vista, participar, pero el profesor, reiteradamente, hace oídos sordos, como si no existiese. Peter siente que todo lo que dice es incorrecto, y, de esta forma, el aprendizaje en la universidad es más complicado, puesto que si jamás te tienen en cuenta ¿cómo vas a estar preparado para convencer a alguien en una entrevista, por ejemplo, de que tú puedes hacerlo? Aparte del tema racial, también entra en juego algo más profundo, que es el tema emocional. La autoestima de Peter, acostumbrado al silencio, desciende a pasos agigantados. Y eso no suele tener vuelta atrás.