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Somos una generación que no pierde las ganas de jugar con la edad

Juegos de mesa, “room escapes”, videojuegos… El éxito de todos ellos demuestra que los jóvenes adultos de hoy seguimos manteniendo el espíritu infantil de jugar aunque dejemos de ser niños. Eso es lo que Skoda ha querido recoger con su modelo Skoda Fabia, invitándonos a disfrutar de conducirlo como cuando éramos pequeños. No puedes volver a ser niño, pero puedes divertirte como si lo fueras.

Todas y cada una de las personas que viven sobre la faz de la tierra han jugado alguna vez. Dicen que las funciones básicas durante el ciclo vital del ser humano son nacer, crecer, desarrollarse, reproducirse y morir, y para llevarlas a cabo son necesarias acciones tales como alimentarse, dormir o… jugar. Si lo piensas bien, no solo es cosa de humanos: tu perro o gato se pasan gran parte de su existencia jugando, por no decir prácticamente todas y cada una de las horas de vida durante las que no están durmiendo. Sin embargo, lo de jugar es una cosa que se asocia inmediatamente con la infancia. Jugar nos recuerda a juguete, y juguete nos recuerda a la carta a los Reyes Magos y el Toys’R’Us (o toisarás, como siempre creí firmemente que se escribía cuando era pequeña).

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“Juguete” también evoca a un par de cajas de cartón en el trastero de casa de tus padres en las que se amontonan figuras, piezas y cochecitos que en su día lo fueron todo y que veinte o veinticinco años después han perdido el brillo, las ruedas y sobre todo la importancia que un día tuvieron en tu corazón. Jugar es, a fin de cuentas, algo de lo que nos alejamos emocionalmente una vez empezamos a pasar las horas del patio chismorreando y tratando de cruzar miraditas con el galán o galana que nos hace tilín en vez de jugar al escondite, a fútbol o a la peste alta.

Digan lo que digan, los viajes en metro son mucho más agradables desde que podemos entretenernos con nuestros móviles

O tal vez no. Si nos preguntaran seguramente no diríamos que uno de nuestros hobbies es jugar, así sin más, pero pensándolo bien, no por ello dejamos de hacerlo. En los juegos de mesa a los que nos entregamos en tardes lluviosas o después de comidas familiares ya lo indica muchas veces: de 9 a 99 años. Lo de los room escapes se ha convertido en un fenómeno internacional, en toda zona turística de toda ciudad europea que se precie encontrarás un reto (o challenge) con el que poner a prueba tus capacidades intelectuales y la paciencia que tienes con tus amigos. Y la gota que colma el vaso son las apps para móviles, divertimento democrático donde los haya que une al pródigo sin entender de edad, género, clase social o nacionalidad. Del solitario de toda la vida al Angry Birds, Triviados, Farm Ville o 2048: digan lo que digan, los viajes en metro son mucho más agradables desde que podemos entretenernos con nuestros móviles.

Somos adultos y somos gamers, y no tenemos problema en admitirlo. Es hora de dejar atrás el tópico del postadolescente de veintiocho años que no sale de su habitación porque está enganchado al World of Warcraft: que nos guste jugar es algo de lo que enorgullecernos. A estas alturas del partido, ya sabemos aquello de que somos la primera generación que lo tiene más negro que sus antecesores. Muchos de nosotros nos incorporamos al mercado laboral después de la crisis, también hemos visto cómo se nos pedían cuatro másters y dos posgrados que luego no servían de nada, lo máximo a lo que podemos aspirar antes de los treinta es a compartir piso con cinco personas, y lo último es que a la Unión Europea en la que hemos nacido le quedan dos telediarios. Visto el panorama, nos quedan dos opciones: o volvernos esos hombres grises de Momo, o librar a nuestras mentes de tanto agobio recuperando las ganas de jugar.

Que nos guste jugar es algo de lo que enorgullecernos

La rutina acaba siendo una construcción social, pero la creatividad es algo de lo que todos los humanos somos capaces por naturaleza. Utilizar nuestras mentes para conseguir escapar de una habitación de mentira o de comernos más fichas en el parchís –en suma, poner a prueba el ingenio con fines ficticios– es una forma de escapismo que a la vez nos estimula mucho más que sentarnos frente al ordenador y hacer scroll infinito en Facebook. Vaciar la mente de preocupaciones, ni que sea durante un ratito, es algo que todo ser humano necesita. Para nuestros padres ese lujo podían ser unas vacaciones en Benidorm, a nosotros nos basta con pequeñas pausas durante las que retarnos a nosotros mismos.

Y es que jugar puede ser una forma alternativa de seguir explorando el mundo. Encerrados en una rutina que nos lleva de A a B en un loop constante, jugar nos permite establecer conexiones de las que antes no éramos conscientes, posicionarnos en roles en los que nunca hemos estado y escapar de las constricciones de ser Juan Pérez García o María Ramos Fernández durante un ratito. Igual que en el colegio teníamos la hora del recreo para liberar la energía después de horas de concentración en clase, como adultos deberíamos apreciar un pelín más la posibilidad de, como se suele decir, cambiar el chip. Se nos ha acusado muchas veces del síndrome de Peter Pan, se ve con ojos negativos que los treinta sean los nuevos veinte, y se teme que la sociedad se vuelva cada vez más infantil. Pero tal vez necesitamos esa emoción, esa intriga y esa motivación propias del juego para salir adelante de una forma un poco más creativa, un poco más espontánea y un poco más humana. ¡Larga vida al jugador!