La antesala del primer Knotfest en Colombia estuvo cargada de anhelos, miedos y ansiedades que apaciguaban la espera a un festival que prometía una noche fantástica para el metal en Colombia. A pesar de problemas logísticos para la llegada, entrada y salida del evento, este salió a pedir de boca; la variedad de sonidos que se propuso en esta edición hizo que el público capitalino, aunque en ocasiones tímido, se fundiera en uno solo para celebrar en grande a un género que es tan bello como terrorífico.
La llegada al país de aquél monstruo nacido en 2012 por Slipknot, y que ya ha celebrado sus ediciones en México y Japón, fue encabezado el pasado 26 de octubre por nombres del calibre de Judas Priest, Helloween, Kreator y Arch Enemy. La alineación no podía ser otra que una lista de invitados de lujo del que también hacían parte bandas nacionales como Masacre —en la celebración de sus 30 años—, Kilcrops y Cuentos de los Hermanos Grind.
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Aunque el evento fue un éxito, con el clima y el ambiente ideal, una audiencia que se entregaba tanto a actos legendarios como a nuevos conocidos y una sensación a victoria y libertad inherente a bolear mecha, mientras nos intentamos matar los unos a los otros en un símbolo de hermandad, no todo es felicidad y hay cosas que dejan algo de malestar. El segundo escenario, bautizado como Maggot Stage, se sentía relegado, sobretodo porque era donde había más presentaciones nacionales y el público tenía que debatirse entre ver y apoyar unos pocos minutos de bandas con la energía y calidad de Undertreath, Revocation y Goathwhore, o ver a Arch Enemy, Kreator y Helloween.
Lastimosamente por problemas en la entrada varias personas, dentro de los que me incluyo, llegaron a ver solo un pedazo del final de Kilcrops, pero dejó servido uno de los platos fuertes de la jornada: Masacre. Los paisas, con tres décadas de historia a cuestas, ponían desde temprano al público a saltar, cabecear y proclamar ‘Death Metal Forever’ mientras mutuamente se transmitían el cariño logrado en su historia y trasegar musical. Después vendía Arch Enemy que, liderado por Michael Amott y Alissa White-Gluz, dio muestra de lo encantador del death metal melódico y de lo mortífero y sosegado que este logra ser. Kreator fue, para mi, el show más especial concebido en un setlist con la mejor muestra de la agresividad comandada por un Petrozza que nos instaba alegremente a acribillarnos, bajo el yugo de tartáricos sonidos, entre walls of death y mosh pits que se prometían eternos de no ser por que el tiempo se acababa y todavía faltaban varias bandas.
El cierre entre el fuego, el humo y la pirotecnia y que da título a esta reseña, logra definir a esta leyenda teutona. Ver a Helloween en su gira de Pumpkins United es una experiencia única, no sólo por juntar a Michael Kiske con Andi Deris y Kai Hansen, sino sobretodo por la muestra de jerarquía en el escenario, un show junto a la interpretación de maestros de sus instrumentos. Vimos a una banda realmente genuina que se divertía en la tarima mientras nos abrumaba con sus potentes y largos solos de guitarras además de sus estridentes voces.
Finalmente llegaría el turno de Judas Priest que hace tiempo dejó de ser una banda y se convirtió en una inmortal entidad que por casi 50 años ha pregonado y defendido la fe. Esa noche del viernes nos dioa 15.000 almas una magistral clase de cómo rockear hasta el amanecer, repasando momentos claves de su trayectoria desde el Sin After Sin hasta el reciente y renacedor Firepower, y que expresó el ‘Metal God’ con una desenfrenada puesta en escena, los solos de Faulkner y Sneap nos hicieron dejar de lado, aunque no olvidar, el hueco que deja Glenn Tipton en el corazón de la banda. Cantamos, bailamos y saltamos tanto clásicos como nuevos favoritos con la última gota de energía que nos quedaba de una jornada agotadora. Estaba tocando Judas Priest y eso es algo que nunca vamos a olvidar.
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