Ser joven en Granada, la ciudad universitaria del sur de España

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Cinco siglos después de la conquista de los Reyes Católicos, la que fue capital del último reino musulmán de la península se sostiene sobre dos patas: la universidad y el turismo.

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Basta un paseo para darse cuenta de que gran parte de la economía local gira en torno a los universitarios. Quien lo ha vivido lo sabe: Granada no es Granada en vacaciones. Es otra cosa, más vacía, menos viva. En verano, las tiendas echan la persiana y los bares languidecen.

Una de cada cuatro personas que vive en Granada está matriculada en su histórica universidad. La ciudad, que hoy tiene 232.770 habitantes, cuenta con 54.532 estudiantes (entre Grado, Máster y Doctorado), de los cuales 20.298 vienen de otras partes de España. Además, Granada es el destino preferido por los estudiantes Erasmus. Nadie recibe más en toda Europa: 1.918 en el curso 2013-2014, último con datos disponibles. También es la universidad que más Erasmus envía: 2.020.

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Todo eso, claro, imprime carácter. La ciudad se mueve al ritmo de las fiestas universitarias, sus bares de copas, las viviendas de alquiler alrededor de los tres campus y hasta un concepto gastronómico para el sufrido bolsillo del estudiante: cerveza y tapa gigante de calidad básica al precio imbatible de 2,20 euros casi siempre.

También fue la ciudad del botellódromo, una explanada inmensa donde juntarse a darle al frasco. Pero aquello acabó en el curso 2016/2017.

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Granada además recibió 1.786.852 visitantes en 2017, según los datos del ayuntamiento basados en la Encuesta de Ocupación Hotelera. De ellos, casi un millón (980.356) eran extranjeros. ¿Qué visitan? Fundamentalmente, la Alhambra: en 2016 pasaron por allí 2.615.188 personas.

Hemos ido a Granada a preguntar a sus jóvenes cuál es la relación con los turistas y entre los universitarios y los granadinos. ¿Es cierto el tópico de la malafollá? En una ciudad con el 22,76% de paro, ¿hay vida en Granada más allá de la Universidad?

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Miguel

Un ejemplo de los miles de jóvenes que llegan de cualquier punto de España es Miguel Velasco. Lleva tres años en la ciudad nazarí y salir de Ciudad Real le ha cambiado. En La Mancha sus gustos no encajaban porque allí, nos dice, “todo es puritito reggaetón, y poco más”.

“En la adolescencia somos personas en construcción, y te dejas llevar por el rebaño”, comenta. Pero en Granada… Granada es otra cosa: “Encuentras tanta variedad de personas, de conocimiento… que te ayuda a encontrarte a ti mismo, a cultivar esos gustos, y a ser más tú”.

Miguel, que tiene 20 años, hace tercero de Física. Nos cuenta que de pequeño hacía experimentos con su padre, y que aún guarda una libretilla de inventos propios. Ahora bien, no tiene muy claro qué hará el día de mañana, porque duda si seguir estudiando su carrera. “Sigo sin saber qué quiero ser de mayor”, dice.

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Para Miguel, Granada es la ciudad perfecta para encontrarse a uno mismo

Eso sí, tiene claro que Granada es un lugar propicio para cualquiera de las dos tareas en las que parece embarcado: estudiar y encontrarse a sí mismo.

“Si quieres estudiar y salir bien preparado, recomiendo Granada. Si quieres venir a conocer gente, recomiendo Granada” – Miguel

“Si quieres estudiar y salir bien preparado, recomiendo Granada. Si quieres venir a conocer gente, recomiendo Granada. Si quieres venir a conocer distintas culturas, recomiendo Granada. Si estás hecho un lío y no sabes cómo quieres ser, recomiendo Granada, porque es agua fresca”.

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Juncal

Juncal Ferre piensa parecido. A esta veinteañera murciana le encanta la vida de estudiante de la ciudad. Le hubiera gustado estudiar Bellas Artes pero acabó haciendo Biología, y cree que el plan de estudios está “superindustrializado para ver qué se puede sacar de los seres vivos y aplicarlo a nuestra producción humana”. Eso sí, cultiva su pasión pintando retratos.

Antes de bajar a la facultad, Juncal pasa “casi todo el día” paseando a sus perros, que acaban de tener cachorros: “Son siete en casa ahora mismo”, suelta. Y dos gatos. Y cuatro personas. “Es un poco locura, pero en mi casa nos llevamos todos superbién”, asegura.

“Tengo una amiga que vive por 120 euros con piscina en el Zaidín y un pedazo de piso nuevo” – Juncal

No sorprende que del casero sólo tenga buenas palabras. Y aunque cree que hay propietarios que se aprovechan, ella (como todos los jóvenes con los que he hablado) opina que el alquiler es barato. En su caso, 160 euros al mes más luz y agua, a 15 minutos de la universidad. Eso sí, siempre hay quien estará mejor: “Tengo una amiga que vive por 120 con piscina en un pedazo de piso nuevo en el Zaidín”.

Le preguntamos por dos temas esenciales de la ciudad. Las tapas y el botellódremo. Del tapeo, opina que es “puta mierda lo que te ponen”, así que ya no lo frecuenta: “Es que por dos euros no les puede salir muy rentable… Si comes todos los días eso, te mueres”.

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Juncal cree que la desaparición del botellódromo no ha mejorado la situación

Y sobre el botellón, dice que es cierto que se quedaba todo “hecho una pena”, pero que “ahora están los que se suben al Albaicín y lo dejan hecho una porquería, los que se van al parque, los que están en el piso haciendo ruido…”.

En resumen: Juncal cree que antes la mierda estaba concentrada y que ahora está por todos lados.

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Victoria

Juncal también me dijo que granadinos conoce pocos porque en Granada hay pocos granadinos. Así que cuando encontramos a Victoria y nos dice que es granadina nos damos con un canto en los dientes. Victoria va a la biblioteca para estudiar con su novio. Tiene 24 años y los dos son opositores a Guardia Civil. ¿Por qué, si estudió Relaciones Laborales? “Porque estudias cuatro años para especializarte en recursos humanos y luego viene un psicólogo y te quita el puesto”, cuenta. También le viene de familia: de pequeña ya quería ser guardia civil.

Victoria explica cómo esta ciudad cambia con y sin estudiantes: “En periodo universitario llegaba a las dos para hacer las prácticas y hasta las cuatro no aparcaba”. “Yo llegué un lunes a las 10 de la mañana y hasta la una de la tarde no me bajé del coche”, añade su novio.

En cambio, en verano Granada se queda vacía y todo cierra. “No hay nada”, nos dice con rotundidad. Si acaso, turistas “que no saben el calor que hace”.

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Los granadinos tienen fama de ser los andaluces más secos

Antes de seguir, un apunte sociológico: el granadino tiene fama, al menos al sur de Despeñaperros, de mala follá, que viene a significar ser un malaje, que es ser un lacio o un sieso, que es lo mismo que no tener gracia alguna.

“Yo no pienso que [la persona de Granada] tenga malafollá… pero sí, somos más secos. En Sevilla son de “ay, que te quiero mucho” y nosotros no” – Victoria

Le preguntamos a Victoria: “Yo no pienso que tenga malafollá… pero sí, somos más secos. En Sevilla son de “ay, que te quiero mucho” y nosotros no. Es muy raro ver eso. Allí son… Más abiertos… Más amables… Más graciosos”, la ayuda su novio, sevillano de Écija. Al final, ella concluye que algo hay: “Estando aquí digo que no, pero vas a otro sitio y dices: “¡Pues es verdad!”.

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María Gómez

María Gómez y María Ledesma son dos amigas a las que nos encontramos paseando por la Avenida de la Constitución. Vienen de intercambiar un libro: María Gómez se ha quedado con Once minutos, de Paulo Coelho, y está satisfecha. María Ledesma no ha cambiado ningún libro, pero tiene un tatuaje que dice: “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”. Tiene otro tatuaje que se hizo hace unos días. Es un sol de diez rayos, porque su madre la adoptó con diez meses. El sol alumbra la luna y dice: “Yo soy porque tú eres”.

“Me gustaría quedarme en mi pueblo, no porque sea una catetilla sino porque se está muy a gusto allí” — María Gómez

Las dos estudian Trabajo Social. “Es una carrera por y para personas, pero no tratamos con nadie. ¿Cómo vamos a tratar con las personas al terminar si durante la carrera solo tratamos con libros?”, se pregunta María Gómez.

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María Gómez no piensa en marcharse de su pueblo cuando acabe la carrera, para ella es el lugar perfecto

Ella es de Churriana de la Vega, un pueblito pegado a Granada, va y viene todos los días en moto porque le sale más barato. Sus padres están en paro y ella no quiere pedirles dinero. A sus 23 años, María ha trabajado cuidando niños o en la campaña de la aceituna, pero ahora se dedica solo al estudio.

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María Ledesma

Su amiga María Ledesma es de Roquetas de Mar, en Almería, y vive en Granada “gracias a la beca del Ministerio”, que supone una ayuda de unos 4.000 euros al año. Sin embargo, este año no la ingresó hasta finales de febrero.

“Yo entiendo que cierren el botellódromo porque vienen menores, se ensucia, mean por las calles, vomitan… Pero yo en mi casa puedo meter a una niña de 14 años y beber igual” — María Ledesma

Paga 130 euros mensuales por el alquiler y tiene la fiesta en casa. Lo de salir hasta las mil lo está dejando porque eso es algo “sobre todo del primer año”. Luego “te vas apalancando”.Algo habrá influido, como decíamos antes, el fin del botellón. “Yo entiendo que cierren el botellódromo porque vienen menores, se ensucia, mean por las calles, vomitan… Pero yo en mi casa puedo meter a una niña de 14 años y beber igual. Y hemos salido de fiesta y meado por ahí. Es lo mismo”.

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El tatuaje de María Ledesma hace referencia a su madre, quien la adoptó con diez meses.

Ella está tan a gusto en Granada que le cuesta bajar a su pueblo, pero cree que cuando termine la carrera cambiará de aires. En cambio, María Gómez se ve en Granada y en su pueblo, a ser posible. “No porque sea una catetilla —dice entre risas— sino porque se está muy a gusto”. Y es que en su pueblo se puede aparcar en la puerta y las tapas son, incluso, más baratas: “Aquí son 2.20, y en el pueblo las puedes encontrar hasta por 1,80”.

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Ramón

“¿Me vas a sacar a mí, con toa mi polla?”, nos pregunta Ramón mientras se descojona. Este ceutí de 22 años lleva nueve meses en Granada y ya maneja la jerga local: “¡Es que el granaíno tiene la polla en la boca tol día!”. ¿Qué hace Ramón? “Más que trabajar, me busco la puta vida”, responde.

Ramón es un verdadero artista, por la pasión que le pone y por estirpe, porque, ahí donde lo ven, es un Valle Inclán. Él llegó aquí para tocar el contrabajo en una orquesta haciendo “reggaetón chusta, cumbia chusta… De todo, pero de todo lo malo”.

Su contrato con la orquesta ya está “kaputt” por un “malentendido”, pero eso no es problema: él prefiere tocar swing y algo de bossa nova en el Albaicín o en Campo del Príncipe. “Igual al día me saco mis treinta euritos y con eso tiro”, comenta.

“Esto es un punto sagrado, un punto de poder, tío. Nada más tienes que cerrar un poquito los ojos y dejarte impregnar” — Ramón

“Si no tienes la bendición de ser músico o artista, la única manera de buscarte la vida fuera de la universidad es ser camarero o comercial”, nos dice respecto al mercado laboral. Una vez Ramón probó un trabajo de comercial vendiendo tarifas eléctricas puerta a puerta y no duró ni doce horas.

Luego nos explica que hay otra Granada, que no es “la Granada producto, financiada por los benefactores de las universidades que quieren que sigas el redil”, sino la de los gitanos del Sacromonte y la gente que vive al día. Esa es la suya.

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Ramón está en contra de la gentrificación de Granada, sobre todo del barrio del Albaicín

“La magia de Granada viene de tiempos inmemoriales. ¿Por qué crees que los moros construyeron la Alhambra aquí? Esto es un punto sagrado, un punto de poder, tío. Nada más tienes que cerrar un poquito los ojos y dejarte impregnar”. Para Ramón, la vida aquí es intensa y esto sucede “porque la gente se siente libre”. “De eso va esta entrevista, de sentirse libre”, aclara.

Vive en una casa “muy pollúa” por la que paga 200 euros, pero pronto pagará menos porque va a alquilar el salón a un cantante de flamenco. Sentados en el muro de la Carrera del Darro, pasa rozándonos el micro que sube al Albaicín y Ramón nos dice que ha visto que las inmobiliarias organizas excursiones para vender los cármenes (las casas típicas de este pintoresco barrio) a los guiris con dinero. “Les decían: “Tenéis que decirme cuánto creéis que cuesta…” ¡Jugaban al Precio Justo!”. A Ramón eso no le parece bien: “El Albaicín no se vende, hermano”.

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Ahora quiere estudiar jazz en Tenerife. Lo veréis por la calle arrastrando su “gordo”, que es el contrabajo, como si fuera una tortuga ninja. “Yo tengo mi música y eso no me lo va a quitar nadie. Sólo pido que se le dé mucho power a los músicos callejeros, que dejen de dar tanto por culo con la policía, que se normalice el disfrute de una persona cuando vaya por la calle y escuche un músico callejero. Que aquí en Granada hay mucho arte y no lo dejan florecer porque no da dinero a los que tienen el verdadero tinglado”. Palabra de Ramón, artista en Granada.