La Banda Bastön en el Teatro de la Ciudad: Una noche para no olvidar

Nos encontramos en un rincón secreto cerca del bosque de Chapultepec y es miércoles por la noche. Estamos en Homegrown, la guarida donde se reúnen varios héroes honorables del rap que se hace en México hoy en día y que le hablan a un público cada vez más grande y cada vez más familiar. Están ensayando para uno de los conciertos más importantes de su carrera. Todos están ahí. En este justo momento Dr. Zupreeme hace los ajustes necesarios para que la consola arranque. Müelas de Gallo respira profundo, está quieto, como un perro antes de que lo suelten para pelear. Sostiene el micro entre sus dos manos a la altura del estómago, sus lentes oscuros cubriendo su mirada, como siempre. El micro en su posesión parece una bomba atómica, un arma biólogica. Es científicamente comprobable que es una cosa bien radioactiva. A su alrededor están Yoga Fire, Aztek 732, Alemán. Es el Salón de la Justicia.

La música de Zupreeme despierta a los animales del bosque, a los patos y los gansos del lago, a los animales del zoológico, a todos los vecinos; levanta a los muertos, sacude esas torres grandes y luminosas que están sobre Reforma. La música que sale de las manos del Dr. Zupreeme le da ritmo a las luces de las avenidas que se pierden como acordes en el viento de la madrugada. Cuando la voz de Müelas comienza a sonar, es como la voz de Adán nombrando las cosas, es la voz de un sabio merólico, la de un sonidero, la de un profeta. Es la voz del enumerador que todo lo alcanza y nada se le esconde, porque sus ojos llegan a todos lados y su voz puede ponerle nombre a todas las cosas.

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Esto apenas es el ensayo, es miércoles y es de noche.

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La luz cae sobre el escenario. Ya es viernes. Estamos todos en el centro histórico. Todos. El Teatro de la Ciudad hoy es una iglesia y el Bastön está en el aire. Esta banda de origen sudcaliforniano lleva años en la escena rapera. Durante el ensayo Müelas me dijo que él piensa seguir en lo suyo, en el estilo que maneja, y me confesó que no tenía nervios, sino ansiedad, ganas de salir y enfrentar a ese monstruo que es el público y la expectativa de uno de los conciertos clave de su carrera. Cuando los integrantes de la Banda Bastön salen con sus capas a enfrentar al mundo, el público se vuelve loco. La misa ha comenzado.

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