La ciencia de la sonrisa

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Este artículo fue co-creado con Pepsodent

La sonrisa: bienestar, clase y bálsamo social en una sola acción universal. Esa curva que haces al tomarte una selfie sin darte cuenta de lo que pasa en tu cerebro mientras presionas tu teléfono. La sonrisa es la expresión básica por excelencia, una de las pocas similitudes que tenemos las personas del mundo sin importar raza, color, sexo o contextos.

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17 músculos faciales puestos a disposición de un movimiento con el que nacemos. La ciencia ya lo confirmó: las personas ciegas sí sonríen a pesar de jamás haber visto una, las tribus sin interacción con la civilización lo hacen y los bebés curvan sus comisuras desde que están en el útero materno.

“Cuando sonreímos activamos una serie de zonas del cerebro, como la corteza motora (encargada de producir el movimiento) y los centros de memoria, a nivel del hipocampo. Esta activación hace que se liberen hormonas y neurotransmisores que producen el placer y la alegría, aún no muy bien localizada a nivel cerebral”, dice Guillermo Fariña desde Fundación Daya, organización sin fines de lucro que investiga y promociona terapias alternativas orientadas a aliviar el sufrimiento humano.

Cuando sonreímos nos llenamos de endorfinas y dopamina. “Activamos los centros de la memoria para atesorar aquello que nos provoca placer. La estimulación de estos centros activa las defensas, mejorando el sistema inmune, nuestro ánimo y la concentración de manera indirecta gracias a la baja de los niveles de ansiedad”, explica Fariña

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Por muy exagerados y melosos que suenen los clichés del tipo “con una sonrisa puedes cambiar el mundo”, sonreír es capaz de hacer mucho más de lo que creemos. En tan solo 0,01 segundos nuestro cerebro logra procesar sentimientos como la felicidad o placer y transformarlo en una evidencia tangible en medio de nuestro rostro [la sonrisa].

Nuestras sonrisas son innatas. No las aprendemos ni las imitamos, aunque sí podemos fingirlas. Un pegamento social que desarrolla la empatía y hasta que el ser humano “luzca más cortés, competente y apacible” según cuenta Ron Gutman basado en estudios de la Universidad de Penn State.

En el extenso mundo que es la expresión corporal, son pocos los detalles realmente universales; la sonrisa es un código mundial, inconfundible en su significado porque no es algo que nos inventamos. Las diferencias que presenta esta expresión entre distintas culturas sólo se reducen a pequeñeces como qué tanto sonreímos o a quién.

En el año 1872, Charles Darwin nos invitaba a considerar a la sonrisa como un trampolín para sentirnos bien en lugar de pensarla como una consecuencia de bienestar. Un movimiento que parece sencillo pero que es capaz de estimular tu cerebro como si se tratara de comer cientos de chocolates o recibir una cantidad considerable de dinero.

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Sonreír, neurológicamente, ayuda a reducir el nivel de hormonas que nos producen estrés e incomodidad, como el cortisol. La ciencia ha tomado a la sonrisa como medidor de longevidad, tal como lo hicieron el 2010 en Wayne State University; donde analizaron las postales de una serie de jugadores de baseball de los años cincuenta. El resultado: la sonrisa predice la longevidad, y mientras aquellos que no sonreían en sus fotos vivieron un promedio de 73 años, quienes salían con la sonrisa más extensa llegaban casi a los 80 años.

Pero “no sólo producimos hormonas cuando sonreímos, también expresamos una emoción. Es una forma de comunicar a alguien lo que estoy sintiendo. Las personas estamos programadas para reconocer las expresiones y cuando vemos una sonrisa activamos las neuronas espejos; las responsables de contagiarnos las ganas de sonreír”, nos explica la psicoterapeuta especialista en perspectiva de género y diversidad sexual, Nick Mac-Namara Barrenechea.

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¿Será que todas las especies tenemos la suerte de sonreír y compartir con gestos nuestras emociones? Por desgracia no.

“Científicamente no está comprobado que haya una similitud gráfica de una sonrisa en, por ejemplo, los perros. Lo que sí hay es una similitud emocional. Los perritos tienen contacto con nosotros desde hace 30.000 años, y dada la domesticación, se han convertido en los únicos animales que tienen una visión sostenida con el fin de expresarse. Se ha experimentado con otros animales, como lobos, pero al no conseguir lo que quieren se van. Los perros, en cambio, buscan los rasgos faciales del humano, como una sonrisa, para intentar lograr el desafío de otra manera”, comenta Daniela Araya Torres, médico veterinaria y etóloga clínica.

“Con los perros tenemos un gran grado de empatía. Se han estudiado a cachorros que son capaces de poner ‘ojitos tiernos’ para conseguir cosas, y nuestro cerebro podría asociar esta conducta a una sonrisa”. Pero según Araya Torres, esa tierna foto de tu perro no es tan así: “El hocico abierto con las comisuras es una muestra de relajo y podría evidenciar una sensación de bienestar y alegría pero no es una sonrisa como tal”, dice, asegurando que cuando muestran toda la dentadura, con un pequeño relamido de lengua, es más bien un “signo de estrés.”

Los humanos también hemos asociado sonreír como un ejercicio que produce sensaciones de incomodidad, y por motivos mucho más sociales. A pesar de ser una expresión atemporal, no siempre fueron tiempos de selfies mostrando dentadura. “Durante el siglo XX, tanto en Europa como en Estados Unidos, se vivieron grandes avances tecnológicos que permitieron recuperar sonrisas. En palabras sencillas: la gente no sonreía porque nadie tenía qué mostrar y se veía feo. No pasó mucho tiempo hasta que los dentistas fueron capaces de ofrecer, a cambio de dinero, una dentadura ideal y reluciente”, explica Dominique Beyer, socióloga; coordinadora y asistente de investigación de Proyecto Anillos.

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En tiempos de selfcare, la sonrisa es un accesorio de salud y de estética. La expresión adquiere una carga social construida con creencias populares como la asociación de los dientes y una sonrisa sin ellos con desgracias o pobreza.

La sonrisa se vuelve fundamental en encuentros sociales, acuerdos históricos o reacciones espontáneas: como la risa nerviosa que suele evidenciar vergüenza o confusión en momentos de liberación de cortisol. Con este nivel de conocimiento respecto a todo lo que produce esta reacción, hemos ido construyendo nuevas capas de uso a sonreír: “La sonrisa expresa una de las cinco emociones que son aceptadas como universales pero no sólo se interpreta como felicidad, también como la posibilidad de tener confianza, de la inexistencia de un conflicto”; comenta desde la comunicación estratégica Cecilia Monge, que es parte de una agencia de media training de ministros y empresarios chilenos. Trabajos de consultoría hoy son capaces de ejercitar el control sobre esta expresión para lograr una prestancia creíble y confiable.

“Se registran diferencias culturales mínimas: en Asia demasiada sonrisa puede ser apreciado como deshonestidad o dolor, y en Rusia tampoco está muy bien visto”, agrega Monge. A pesar de estar lejos de tener una connotación negativa, la expresión suele ser intermitente y no tan permanente, por lo que ver un exceso de ella puede generar reparos.

“Una sonrisa verdadera se diferencia gracias al movimiento que genera en la musculatura de la parte de arriba del rostro. En la comunicación estratégica, hay que hacer el esfuerzo de achicar los ojos cuando se sonríe y hacerlo de manera simétrica, no sólo un lado de la cara porque se puede confundir con la expresión de desprecio”, concluye Monge.

Un movimiento con el que nacemos que habita en nuestros espacios, aporta al contexto, refleja tendencias y funciona como herramienta de credibilidad; tan fascinante que hasta siendo fingido es capaz de entregar beneficios a nivel neurológico.

Tal vez cambiar el mundo con una sonrisa es una exageración. Pero el efecto de las sonrisas, desde variados postulados, ha logrado cambiar el mundo.