La FIL convirtió Guadalajara en una pequeña Jerusalén

Las autoridades israelíes demostraron en Guadalajara que viven cagadas de miedo y que no les importa joder a los demás con tal de protegerse.

“Bomba”, “explosión”, “terrorismo”, fueron algunas de las palabras que más se escucharon —la mayoría de las veces en tono de broma y seguidas de risas—, por los pasillos de la XXVII Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que se celebró del 30 de noviembre al 8 de diciembre de 2013.

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La FIL terminó, y con ella el estado de sitio que impuso el Estado hebreo a los tapatíos que osaron visitarla. Por más de una semana, la Expo Guadalajara se convirtió en un búnker, con largas filas de personas que llegaron a esperar hasta dos horas para poder pasar por los detectores de metal y espejos para ver si traías bombas bajo el carro, que miembros del equipo de seguridad privada Centurión usaban para hacer la revisión de los vehículos que entraban al estacionamiento de la Expo Guadalajara, sede de la FIL. También había elementos del ejército mexicano y la Policía Federal.

Los guardias fueron unos hijos de la chingada que incluso descompusieron la cámara de 50 mil pesos de un fotógrafo, sin pagarla. Hasta ahora ha sido la edición de la feria más desorganizada: hubo eventos con hasta hora y media de retraso —Sasha Grey canceló un día y Diego Luna se puso divo—. Y la que más dinero ha recibido: más de 750 mil visitantes, lo que da un aproximado de más de 15 millones de pesos solamente en entradas.

Los visitantes mostraron su molestia ante el desplante de seguridad, que los primeros dos días fue insoportable por la presencia del presidente israelí Shimon Peres, en los que incluso amurallaron la ceremonia de inauguración para que los simples mortales. Si algo quedó desde el inicio claro es que a los gobernantes israelíes les gustan los muros y los check points.

Y aunque las quejas por la seguridad fueron recurrentes, nuevamente se rompió el récord de personas que ingresaron a la FIL. Cuarenta y nueve mil compradores más que el año anterior.

La seguridad también contempló la instalación de inhibidores de señal en algunas zonas de la feria, algo que nos jodió mucho a muchos —a las autoridades isralíes tampoco le gustan los periodistas—; el sobrevuelo de aeronaves de seguridad, así como la presencia de granaderos e incluso del ejército. Uno se sentía transportado a Oriente Medio, o al menos a un estado norteño.

Pero ni con toda esta seguridad evitaron las muestras de repudio en contra de la política de Israel en su guerra contra los territorios palestinos ocupados, como lo hizo un grupo de jóvenes que dejaron una rata muerta, atada de patas, sobre una bandera palestina y con un mensaje en hebreo en pleno pabellón del país invitado de honor.

Algunos tapatíos opinaron. ¿Qué le dirías a Israel y a su seguridad en la FIL?

“Que chinguen a su puta madre”. Paola, visitante.

“Que el miedo no anda en burro. Y que si quieren dejar de tener que protegerse tanto que dejen de mamar con otros países”. Saúl, abogado.

“Todo fue una exageración. Las armas no resuelven los problemas”. Jonathan, periodista.

“Pues que han de tener mucho que temer, y muchas muertes en la conciencia, para traer un equipo de seguridad así”. Romina, ingeniera ambiental.

Los más robados

En la FIL todo mundo se mete algo a la bolsa. Ahora quienes chingaron fueron las empresas de seguridad, los organizadores chingan siempre y los mortales chingamos poquito, como los rateros de libros.

Algunos ladrones culturales tienen buen gusto. Llamé a algunas editoriales para ver cuál había sido el saldo de robos en esta FIL. Entre los más robados, según lo informado por editoriales como Colofón (que incluye Anagrama), en donde sorprendió a 15 personas, hay libros de Charles Bukowski y Roberto Bolaño.

En Almadía, los libros de novela negra, ilustraciones y Juan Villoro son los más buscados. Ellos llegaron a documentar hasta 30 ejemplares robados en un solo día. En tanto, en Sexto Piso tuvieron una pérdida de 30 libros y en Conaculta 60.

Algunos robalibros justifican su actuar como un reembolso por todos los impuestos que pagan —en el caso de editoriales públicas como la misma Conaculta—; otros sugieren que robar un libro es como robar un pan, algo necesario que no se debe negar a nadie. Al final, la decisión es propia y a quienes sorprenden robando en la FIL no los chingan con el Ministerio Público, solamente pagan tres veces el importe del texto hurtado.