La historia detrás de Javier Hernández: Un siglo Chícharo

Nota del editor: El camino de Javier “Chicharito” Hernández en el césped está lleno de historia. Le damos un vistazo a lo que sucedió antes de que él tuviese la oportunidad de jugar en el campo.

Tomás Balcázar, “Tommy”

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México, con Guadalajara como uno de sus principales motores, se movía en plenos años ’40 hacia el progreso económico soñado por liberales, arrastrando con mayor y menor fuerza a unos y otros grupos de la sociedad. Fue este el contexto material que forjó el temple emocional y las virtudes deportivas de Tomás Balcázar, representante del proletariado caracense que observaba con ilusión la posibilidad de arrimarse a la bonanza material que chorreaba sólo hasta capas socioeconómicas superiores.

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Su primer encuentro con la abundancia fue el primer sueldo recibido tras firmar un contrato profesional con las Chivas —escudo al que desde entonces juró amor eterno—. La suave pero ligeramente porosa superficie de esos billetes obnubiló a Tommy, quien extasiado formó un abanico con ese montón de pesos mexicanos y volvió envuelto en ansiedad a la casa de su madre para contarle las novedades. “¿A quién le robaste Tomás?, la fregada”, le dijo, segura que no era posible que ese dinero hubiese sido ganado con trabajo. A los días, en medio de una conversación con su novia, un viejo amigo del barrio lo abordó. “Cómo has cambiado, híjole, la fregada, tienes hablado de putito”.

Estos episodios tuvieron consecuencias benditas en Tommy: asesinaron al nuevo rico aspiracional que se incubaba en su alma, llevándolo de vuelta a la tierra, ahí donde sabía que la única manera de alcanzar el cielo y trascender era dar uno de sus brincos infinitos para poder cabecear la pelota hacia la red. El camino de gloria en las Chivas tuvo como compañera de ruta a Luz María Anaya, con quien darían a luz a Silvia, comenzando así la descendencia que estaría predestinada a darle a la historia del futbol mexicano décadas de fantasía e ilusión.

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Javier Hernández Gutiérrez “Chícharo”

En el albor de los 80, México postulaba para organizar su segunda Copa del Mundo y brotaba desde el mismísimo campo del Tres de Marzo, el Chícharo. Sus ojos, lanzados en velocidad por la banda derecha, parecían dos agujeros que lo conectaban con el césped y trazaban líneas verdes acarreadas por su menuda pero agilísima figura. El glorioso apelativo habría de caer pronto, ¿Qué otra cosa podía ser lo que se veía en ese futbolista de ojos cetrinos sino, un Chícharo?

Entre la aplastante medianía de los Tecos ochenteros que flameaban al viento sus anchas camisetas enfrascadas en diminutos shorts, destellaba la grácil técnica de Javier Hernández González. Las verdes pinceladas de su arte, le bastaron para cantar en la banca del Estadio Azteca el himno de México en 1986, pero no para apagar su sed de jugar un mundial.

La idea de disputar una copa se volvió una obsesión, una idea en forma de torbellino que le asediaba y nunca podría ser concretada, pero que se vio ocultamente soterrada en marzo de 1987, cuando milagrosamente engendró junto a Silvia Balcázar a quién lograría sostener un siglo Chícharo.

Javier Hernández Balcázar “Chicharito”

Der “kleinen Erbse”, leyó Chicharito en letras gigantes tras salir de su casa luego de alguna de sus primeras jornadas épicas en el Bayern Leverkusen. Una natural sonrisa se dibujó en su rostro con esa rarísima traducción alemana de su apodo, para luego perderse en recuerdos de infancia, que habían brotado precisamente en aquel partido con el Mainz, en el que anotó su primer gol por el equipo.

Rolf Vennenbernd/ EPA

“Tienes que calcular y saltar una fracción de segundo al menos antes que el defensa, para que con su hombro en tu estómago te quedes suspendido ese segundo extra, ese que te hace ganar el cabezazo”, le dijo el abuelo Tommy bajo la atenta mirada de su padre Javier, que asentía y decía, escucha al abuelo “Javierito”, el abuelo sabe. No por nada había pasado su infancia rodeado de balones, de instrucciones técnicas, de imágenes redondas, de un mundo que era capaz de portar botines de todas las décadas acelerando el camino al gol.

Las glorias de Tommy y los sueños inconclusos del Chícharo caían como haces de luz sobre el espíritu del Chicharito, que retrocedió a Guadalajara, se vio en Manchester y luego volvió a aquel letrero de letras gigantes situado en Leverkusen, cayendo en cuenta que sus dos piernas lo conectaban con un siglo de historia verde que aún se está jugando.