A un par de días de que Joaquín El Chapo Guzmán fuera arrestado, nuestros dealers siguen trabajando. En Ciudad Juárez, el epicentro de la guerra más cruel que luchó El Chapo en México, la cocaína, la “lavada del Chapo“, como le dicen aquí, llenó nuestras narices como cualquier otro fin de semana. El sábado, a unas horas de la noticia que pensamos no llegaría en mucho tiempo, la vida nocturna de Ciudad Juárez intentaba tragarnos en los excesos, pero el miedo de las repercusiones violentas por la captura del Chapo aún lo traemos dentro.
El Chapo fue omnipresente, como dijo Héctor González, el arzobispo de Durango. Su droga, sus hombres y su rastro de sangre han dejado historias en casi cada ciudad de México. Pero en pocas ciudades se manchó las manos de sangre como en Ciudad Juárez. De 2008, cuando se tiene registrada su presencia en esta ciudad fronteriza con Estados Unidos, a 2012, cuando su presencia comenzó a desvanecerse, esa guerra entre el Cártel de Sinaloa, empresa criminal de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y el Cártel de Juárez, liderado por Vicente Carrillo Fuentes, dejó más de diez mil personas asesinadas.
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La mañana del sábado me enteré de que El Chapo fue arrestado en un hotel de Mazatlán, Sinaloa, sin un solo disparo.
La versión oficial fue que El Chapo cayó tras un operativo de cooperación binacional que comenzó hace unos días. Pero todos tenemos nuestras dudas sobre su pacífico arresto y que podría ser un trato pactado desde hace algunos meses entre el gobierno de Enrique Peña Nieto y las autoridades estadounidenses. Un trofeo a cambio del petróleo mexicano. El mexicano cumplió con su parte del trato y los gringos, meses después, con la entrega de El Chapo.
Quién sabe. Esta sospecha tomó más sentido cuando me di cuenta que el discurso oficial en todas las televisoras y portales de noticias de ambos países seguían un mismo patrón: destacar y enfatizar en que “es una victoria para el gobierno de Peña Nieto”.
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El operativo que terminó con El Chapo
Esta frontera ha sido emblemática para los negocios de El Chapo. Y también lo fue para su final como líder máximo del Cártel de Sinaloa. Según el ex piloto de la CIA Robert Plumlee, quien reveló hace unos meses a VICE el operativo en que participó para sacar al narco Rafael Caro Quintero del país en 1985, y a fuentes militares de Texas, la estrategia para arrestar a Guzmán Loera se practicó decenas de veces en El Paso, Texas antes de ser puesta en marcha.
La fuerza especial “Force 7” de la base militar estadounidense Fort Bliss, en El Paso, tiene años entrenando a la Marina mexicana para arrestar a los más grandes narcos. Según Plumlee, desde 2009.
Esta fuerza especial del Ejército de Estados Unidos es la responsable de encontrar una casa de seguridad llena de armas y municiones en Ciudad Juárez, de desmantelar un taller de costura donde se fabricaban uniformes militares falsos, en la misma ciudad, de encontrar un gigantesco cementerio clandestino en Palomas, Chihuahua y de cooperar con la Marina mexicana para asesinar en 2009 al narco Arturo Beltrán Leyva, jefe del Cártel de los Beltrán Leyva.
El Sargento César Uribe, del área de aviación del Ejército estadounidense en Fort Bliss me dijo que, a pesar de que no podía comentar en particular sobre el operativo del arresto de El Chapo, si tenía conocimiento del entrenamiento especial que reciben las fuerzas armadas mexicanas allí.
“Aquí vienen varios grupos a entrenar, se quedan durante varias semanas o meses y cuando termina el entrenamiento se van”, me dijo por teléfono desde El Paso, Texas.
Sin embargo, su colega, el Coronel Lee Peters, el vocero oficial de Fort Bliss me escribió un escueto correo: “Yo no estoy enterado de ningún entrenamiento militar a oficiales mexicanos, pudo haber sido con el Departamento de Justicia, lo siento”.
La operación, sin entrar en detalles por obvias razones, comienza formando grupos entre la Fuerza 7 de los Estados Unidos, la Marina mexicana y el Ejército mexicano. Se entrenan para penetrar la seguridad del objetivo, infiltrar a uno de los equipos entre la gente del objetivo, abrir canales para poder meter a otros equipos y finalmente desde dentro desarticular la red criminal.
“Esta operación se planeó por dos años para penetrar la red de tráfico de armas y la seguridad de Guzmán. El Mayo Zambada es el que sigue en ser capturado”, me revela Plumlee.
La estela de sangre
En 2008, a siete años de su fuga del penal de Puente Grande, en Jalisco, El Chapo pisó Chihuahua, el estado donde se encuentra Ciudad Juárez. Un hombre de la CISEN, el FBI mexicano, quien solo quiso ser identificado como Rubén, me cuenta que nunca hubo realmente una disputa entre los jefes de los cárteles y que fue el mismo Vicente Carrillo quien llamó a las fuerzas armadas del Cártel de Sinaloa para controlar a José Luis Ledezma, alias el JL, líder de La Línea, una rama al servicio del Cártel de Juárez, y quien quiso tomar el control del cártel de Carrillo en esta ciudad.
“La orden fue que todos los del Cártel se guardaran, enterraran sus armas y se fueran de Ciudad Juárez porque se iba a poner muy cabrón”, dice Rubén. Es complicado saber si en realidad sucedió así o si El Chapo llegó con la intención de quedarse con esta zona estratégica para el trasiego de drogas a los Estados Unidos. Lo que se sabe es que si se puso muy cabrón.
En 2008 comenzamos a ver un par de asesinados cada tres días. En 2009 eran cuatro diarios. Y en 2010 eran una decena todos los días. En pocas ocasiones vimos enfrentamientos a balazos como en zonas donde cárteles como Los Zetas o La Familia Michoacana se disputaban “la plaza”. Aquí más bien los cazaban. Una estrategia propia de los ejércitos. Aunque después se puso aún más cabrón porque con tantas personas que asesinar, el trabajo del sicariato se abarató y entonces había amateurs que asesinaban por 500 pesos, pero, sin entrenamiento, se llevaban entre las balas a niños, viejitos, y demás personas con mala suerte de haber estado cerca de un “objetivo”.
A casi seis años de que comenzara esta guerra las cosas están un poco mejor. Estamos como en 2008, un par de asesinatos cada tres días, aunque hay semanas que son más bien como en 2009. Por eso la noticia del arresto del Chapo nos ha asustado de nuevo. Gilbert González, un agente de la DEA en El Paso, Texas me dijo ayer —mientras él celebraba con una copa de vino en mano—, que el arresto de El Chapo en Mazatlán puede que regrese un incremento en la violencia aquí durante los próximos días o semanas.
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“La violencia se va a recrudecer en Juárez por el reacomodo de las organizaciones criminales, pero esperamos que a largo tiempo vuelva a bajar a mejores niveles que incluso 2008”, me dijo por teléfono. Y me dio una pista sobre las posibles razones detrás de su arresto: “¿Tú crees que la portada de la revista TIME “saving Mexico” de hace unos días fue coincidencia?”
Así que el sábado, a pesar de que hicimos lo que pudimos, los bares estuvieron medio vacíos, las calles igual. Mi familia regresó a la vieja llamada de alerta: “Mejor ni salgas hoy, no te arriesgues, dicen que se va a poner muy cabrón otra vez por lo del Chapo“.
Pero no sólo somos nosotros, en la ciudad, los que tenemos un impacto directo sobre el arresto de El Chapo. En 2010 logré registrar la presencia del Cártel de Sinaloa en los grupos étnicos de la Sierra de Chihuahua. A ellos, los tarahumaras, un grupo indígena ancestral autonombrado rarámuri, que significa “pies ligeros” y se caracterizan por su habilidad de caminar largas distancias (han ganado maratones kilométricos alrededor del mundo), El Chapo los usa para que hagan lo que mejor saben hacer: caminar.
De acuerdo a estadísticas oficiales en las cárceles de El Paso, Texas hay unos 50 tarahumaras arrestados por tráfico de mariguana, todos entre 2010 y 2011. El Chapo se aprovechó de su habilidad, como lo ha hecho con las personas en cada punto geográfico del mundo, y los cargó con mochilas repletas de droga para cruzar por el desierto de Nuevo México hasta El Paso. Algunos corrieron con la suerte de ser arrestados, el resto no tuvo tanta suerte y fueron asesinados al reclamar el pago. Esto me lo contó Bernardino, un tarahumara adolescente que se ha resistido al narco.
Y luego están los tepehuanes, otro grupo étnico de la Sierra de Chihuahua. Ellos viven en la frontera con Sinaloa, la tierra que vio nacer al Chapo. Allá las cosas son aún peores. Según Randall Gingrich, un gringo que tiene más de 20 años viviendo en la sierra y quien defiende los derechos de los grupos indígenas de Chihuahua, él personalmente ha visto cómo el Cártel de Sinaloa tiene campos de entrenamiento tipo militar para tepehuanes adolescentes. Allí, me contó en 2010, los drogan y los enseñan a matar para usarlos como carne de cañón para tomar territorios controlados por otro cártel o por el Ejército mexicano.
Según Gingrich, la noticia es buena y mala. La certeza de que la cabeza del Cártel que ha esclavizado indígenas por años ha sido arrestado les ha traído cierta paz, pero la zozobra de no saber si el Cártel de Juárez regrese a tomar las tierras que se habían apropiado antes que sus enemigos, no los deja dormir.
A nosotros tampoco.
La noche en que cayó El Chapo
A final el tiempo se encargará de decir si el Cártel de Juárez intenta regresar a tomar el control de esta ciudad que, según las estadísticas del FBI, es controlada por El Chapo.
La noche del sábado en Ciudad Juárez, pocos nos animamos a salir y seguir una vida nocturna normal. La “lavada” del Chapo Guzmán se movió de nariz en nariz como siempre. Que El Chapo haya pasado esa noche y probablemente muchas más en el penal del Altiplano no significa que nuestros dealers vayan a contestar el teléfono.