La Natividad: La procedencia de Diego Armando Maradona

El siguiente texto fue adaptado del libro ANGELS WITH DIRTY FACES: How Argentinian Soccer Defined a Nation and Changed the Game Forever por Jonathan Wilson. Reimpreso con permiso de Nation Books.

El 30 de octubre de 1960, 32 años después de que Borocoto había descrito al pibe perfecto, el niño de la calle con el cabello despeinado, los ojos que brillaban con malicia, y la insolente sonrisa que revelaba dientes desgastados por el pan del ayer, el ideal en sí, se encarnó en el hospital Evita Perón en Lanús, distrito industrial al sur de Buenos Aires.

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Diego “Chitoro” Maradona y su esposa, Dalma “Tota” Salvadora, eran de la ciudad Esquina en Corrientes al noreste de Argentina, cerca de la frontera con Paraguay. Él era un barquero que vivía en una choza cubierta de arcilla y juncos sobre la cuenca del río, y que vivía de la pesca y del transporte de vacas a las islas Delta del Paraná para pastar, cuando la marea lo permitía. “Tota” se mudó a Buenos Aires en busca de una mejor vida donde encontró trabajo como sirvienta. Dos años después, convencería a “Chitoro” de unírsele, donde viviría en un principio con familiares en Villa Fiorito, suburbio al sur de Buenos Aires. “Chitoro” encontró trabajo en la fábrica de harina de huesos cerca del Riachuelo, lugar donde Pedro de Mendoza había fundado Buenos Aires y del otro donde los “descamisados” habían manifestado su apoyo por Perón en 1945. Para entonces, el canal estaba sucio y contaminado, y terminaría por marcar la diferencia entre los ricos y los pobres de la ciudad. Poco tiempo después de la llegada de Maradona a Villa Fiorito, sus familiares se mudaron, y “Chitoro” tuvo que construir su propia casa con ladrillos sobrantes y hojas de metal.

Los Maradona habían tenido tres hijas cuando “Tota” se embarazó de nuevo. Existen cientos de historias sobre el nacimiento de su cuarto hijo, como si el universo lo hubiera presagiado; la anécdota más familiar dice que “Tota” estaba bailando cuando, de repente, sintió dolor. Horas después dio luz a un niño, quien se dice llegó al mundo pateando. “Felicidades”, se supone que el doctor dijo. “Usted tiene a un niño saludable”. Los Maradona nombraron a su hijo como su padre: el Diego.

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Diego creció en una choza sin agua corriente, ni electricidad. Fue Villa Fiorito, Maradona siempre lo mencionó, lo que le enseñó la viveza, el sentido de astucia que se valoraba como la virtud que permitía a los pobres prosperar. Aquellos que vivían en provincias, insistió, eran más honestos, pero los “villeros” eran tribales: ellos se juntaban para abrazar fuertemente a sus amigos y valoraban la lealtad sobre cualquier cosa. Él es, lo dice orgulloso, un “cabecita negra”, descendiente de la estirpe de italianos pobres y guaranís, un trabajador de los niveles más bajos de la sociedad.

En su tercer cumpleaños, Maradona recibió una pelota de parte de su primo Beto; aquella noche se durmió con ella. Se convirtió en su fiel compañera. “Hay mucha gente que tiene miedo de decir que proviene de una villa”, dijo, “pero yo no, porque de no haber nacido en una villa, no habría sido Maradona. Conté con la libertad de jugar”. Pero no se puede idealizar su niñez. No había estación de policía en Villa Fiorito por miedo a que se convirtiera en un blanco de inconformidad; en su lugar, los policías eran transportados a la villa todos los días. Había otros peligros más mundanos. Cuando era pequeño, Maradona cayó en una fosa séptica. “¡Diegito!”, gritó su tío Cirilo mientras lo ayudaba a salir, “mantén tu cabeza arriba de la mierda”. Es una historia que Maradona suele contar, y cuando lo hace las palabras de su tío se convierta casi en un mantra durante los momentos más complicados de su vida.

De niño, Maradona ganaba dinero de cualquier forma que podía; se acomedía para abrir las puertas de los taxis, vendía chatarra, recolectaba la envoltura de aluminio de los paquetes de cigarros. Sobrevivir significaba vivir de acuerdo a tu astucia; había pasado mucho tiempo del sueño peronista, pero “Chitoro” y “Tota” conservaban fotografías de Perón y Evita en la casa. Al parecer, se dieron cuenta desde temprano que el futuro de Diego estaría en el futbol, y lo apoyaron en cada etapa de su desarrollo. En una fotografía de su niñez aparece, tal vez de cuatro o cinco años, parado frente a una reja maltrecha y con los alambres de fuera por la infinidad de veces que había estrellado el balón contra ella. De camino a la escuela se ponía a hacer dominadas con una naranja, con periódico echo bolita, o con una bola hecha de trapos viejos; nunca dejaba que la pelota tocara el piso, incluso cuando cruzaba el puente del ferrocarril.

En diciembre de 1968, Maradona fue a probarse con los Cebollitas, el equipo juvenil de Argentinos Juniors. El club se había fundado en el barrio central de Villa Crespo en 1904 por un grupo de amigos que compartía ideales socialistas o anarquistas, y al principio adquirieron el nombre de Mártires de Chicago, en memoria de los ocho anarquistas ahorcados y encarcelados después de la Revuelta de Haymarket en Chicago en 1886. Un año después, conforme el club empezó a crecer, cambiaron su nombre, mucho más inclusivo, Argentinos Juniors. Fueron aceptados en la asociación en 1909 y, después de una serie de movimientos, se establecieron en el barrio central La Paternal en 1921, al oeste de su hogar original. Para 1930, el club estaba había decidido ingresar al profesionalismo. El dinero siempre fue poco, y descendieron en 1936, para regresar a la primera división casi dos décadas después. Para entonces la calidad del joven crecimiento del equipo empezaba a llamar la atención, y el club era querido por su entretenimiento, mas no, necesariamente, por su futbol. Fue entonces que contrajeron el apodo “Bichos Colorados”. Argentinos finalizó en tercer lugar del campeonato en 1960 —y tenía las esperanzas del título hasta la derrota de 5-1 contra River en el penúltimo fin de semana de la temporada—, pero en la mayoría de las campañas siempre batallaron contra el descenso, conscientes de que si podían desarrollar a un buen jugador, o dos, podrían venderlos rápidamente a los clubes más grandes.

No pasó mucho tiempo para que Argentinos se diera cuenta de que el caso de Maradona era muy diferente al de todos los demás. Maradona era pequeño, fornido, y con una cabeza más grande de lo normal —evocaba recuerdos de Sivori— y, de acuerdo al entrenador, Francisco Cornejo, “parecía venir de otro planeta”. Maradona era tan talentoso que, en un principio, los mandatarios del club asumieron que tenía que ser mayor de lo que él aseguraba, e insistían ver su identificación. Consciente de que lidiaba con un prodigioso niño de ocho años, Cornejo lo llevó con Cacho Paladino, doctor que trabajaba para Huracán y algunos boxeadores, y quien le administraría una dosis de pastillas e inyecciones para fortalecerlo. Desde temprana edad, Maradona se familiarizó con la idea de que la ayuda farmacéutica era algo normal y natural.

Casi de inmediato se convirtió en un fenómeno. Al medio tiempo en los partidos de Argentinos, Maradona se ponía a hacer trucos para entretener al público. En un juego contra Boca Juniors en julio de 1970, su espectáculo fue tal que la grada cantó para que se quedara hasta el segundo tiempo. También apareció en un programa de televisión realizando trucos, primero con un balón, después con una naranja, y finalmente con una botella. En un vídeo, durante una entrevista, es cuestionado sobre sus ambiciones. “Ganar la liga y la Copa del Mundo”, contestó.

El 28 de septiembre de 1971, Maradona apareció por primera vez en la prensa nacional, ya que uno de los reporteros del Clarín quedó cautivado por su espectáculo de medio tiempo en el partido entre Argentinos e Independiente. El niño de diez años, en palabras del reportero, demostró “una habilidad única para controlar y burlar con el balón”, pero lo que es más significativo es la manera en que Maradona fue de inmediato situado dentro de la tradición del pibe: “Su playera es demasiado grande para él y su fleco apenas lo dejar ver. Hasta parece que se escapó de un potrero. Puede matar el balón y levantarlo fácilmente con sus pies. Sus formas son las de un futbolista nato. No parece ser de nuestros tiempos pero sí lo es; posee un amor muy argentino por el balón, y gracias a él nuestro futbol seguirá alimentándose a sí mismo con grandes futbolistas”.

Se trataba de un gran peso para un jugador tan joven, pero nadie parecía dudar de que Maradona sería exitoso. Por supuesto, lo que sucedió después moldea la percepción, y otorga significado a los episodios que en otra vida habrían sido olvidados, pero desde una edad extremadamente temprana existió la corazonada de que Maradona estaba destinado para la grandeza. Maradona jugó, clandestinamente, con equipos más grandes y prosperó, cualquier problema con la escuela se resolvió ya que su maestro, cautivado al verlo jugar, le daba calificaciones por exámenes que no tomaba —una lección a temprana edad, tal vez, de que las reglas no aplicaban para él—. Maradona pronto descubriría que el talento abre muchas puertas.