Ok, se ha ido, casi por completo. Un puñado de equipos tienen números de peleas de un dígito, entre ellos los Maple Leafs, quienes poseen cifras bajas en liga de peleas esta temporada. La cantidad promedio de peleas por juego se ha reducido a la mitad en las últimas 15 temporadas. ¿Cómo nos sentimos al respecto? ¿Echamos de menos las peleas? ¿Hay algún elemento del juego que de repente nos parece sorprendentemente ausente? ¿Acaso el precio del boleto justifica ver un deporte de contacto donde ya nadie se pega? O mejor dicho: ¿Acaso el precio del boleto justifica ver un deporte de contacto donde ya nadie se pega, especialmente cuando nadie anota goles tampoco? ¿Podrá la NHL regresar las peleas a este deporte? ¿Aunque sea un poquito?
Hace unos años, organicé un evento literario donde uno de los presentadores fue el escritor deportivo del Toronto Star, Cathal Kelly. Kelly contó una historia de cuando trabajo en el extranjero en su juventud, hasta establecerse en Europa occidental. Recordó haber asistido a un show de Radiohead en un campo —un festival de algún tipo— y tener la vista bloqueada por una enorme sombrilla, a pesar de que la tarde estaba despejada. El dueño de la sombrilla fue molestado por la multitud, hasta que finalmente se dio por vencido. Después de que la sombrilla había sido bajada, uno de los amigos de Cathal suspiró y dijo, “ahora extrañamos la sombrilla.” Así es como me siento respecto a las peleas.
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No extraño las peleas. Más bien, extraño la idea de pelear. Extraño la idea de que, en algún punto, la presión, la tensión y el drama del juego puedan explotar en una lluvia de puñetazos; diez hombres perdieron la puta cabeza y abrazar sus emociones de la manera en que siempre les han prohibido. El significado cultural de las peleas es complicado. Para mí, siempre fue como ver pornografía. Parafraseando a Susan Sontag: “En los primeros diez minutos, todo lo que quieres hacer es coger. Para los próximos diez, es lo que menos quieres hacer.” Me pregunto si hay manera de regresar a esos primeros diez minutos, sin que los últimos sucedan.
¿Acaso este deporte parece más gris sin la amenaza del pugilismo? Para los devotos de este juego, probablemente sí —vemos la jugada en todos sus gloriosos detalles, y seguiremos viéndola sin importar lo que suceda— pero para aquellos que no lo son (al menos en EE.UU, la mayoría no pone al hockey por encima, o más allá, de los cinco o seis deportes dominantes) te preguntas cuántos ojos han presenciado el juego sin ser atraídos por la postal de dos hombres sanguinarios lanzando golpes por todos lados, miradas fijas y cabellos empapado de sudor colgando de sus cuellos. ¿Acaso se ha drenado un color en particular —rojo sangre, supongo— del deporte hasta el punto en que ya no brilla de la misma forma? ¿Es ahora más monocromático? ¿La gente extraña la sombrilla?
Tie Domi, Bob Propert, Marty McSorley, Donald Brashear, Tony Twist, Ogie Ogilthorpe, los Hansons, Eddie Shore, Gilles Bilodeau, Felix Batterinski, y el sucio Steve Durbano, quien murió destituido en Yellowknife —por todos sus crímenes sobre el hielo (en el caso de Batterinski, fue una vida ficcional), fueron figuras culturales enormes de la salvaje y compleja narrativa del juego—. Existe una aspirado por la actual ausencia de gañanes o policías —escoge tu término—.Como la mayoría de los jugadores precavidos y comportados se encuentran atrapados en un sofocante juego por anotar, aquellos que poseen un verdadero sentido de individualidad —impetuoso y controversial— han sido hipotecados en favor de algo que la NHL aún le falta por inventar.
Existen todo tipo de cuestiones relacionadas con el declive de las peleas, y su posible eliminación. El incesante caso iniciado por jugadores retirados —alegan que la NHL puso a jugadores en riesgo a pesar de décadas de datos que vinculan los golpes a la cabeza con daño neurológico a largo plazo— ha obligado a la liga a alejarse rápidamente de los pleitos. Pero, cualquiera que sea la motivación de la NHL, subestimó el efecto de cambiar un producto en el cual las peleas, o mejor dicho, la idea de pelearse, era central para su desarrollo. Las peleas fueron y son horribles y peligrosas, pero también le dio al hockey un tipo de carácter no presente en ningún otro deporte profesional.
Siempre insistí que las peleas no se extrañarían si fueran a desaparecer, y aún lo creo. Pero conforme el hockey se parece más al ajedrez, me hago más preguntas. El hockey tiene que ver la forma de permanecer único y salvaje con la ausencia de las peleas. En nuestros días, pagamos bastante dinero para ver a los jugadores no solo anotar, pero tampoco para pelear.
No hay una sola sombrilla en algún lugar.