Cuestiones de volumen, las que envuelven a la albiceleste. De decibeles, o demasiados o no los suficientes.
La selección argentina pasa por un momento difícil, atrincherado. Actualmente ocupan el lugar cinco de la clasificación para Rusia 2018. Eso significa que si hoy termina la eliminatoria, los amigos de Messi estarían obligados a jugarse el boleto en un repechaje contra alguna desafortunada selección de Oceanía. No es un buen sitio para la selección número uno en el discutible ranking de la FIFA. Mucho menos para un equipo que ostenta como líder al mejor jugador del mundo.
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Como saben, en la última jornada de eliminatoria perdieron estrepitosamente contra Brasil de visitantes y ganaron de locales de manera contra Colombia. Lo notable de la jornada, más allá del golazo de Messi, sucedió al margen de los marcadores, incluso casi al margen de la cancha.
El partido estaba finiquitado: ganaban 2-0, Colombia se acercaba pero sin fortuna ni claridad, y los asistentes sanjuaninos estaban satisfechos con el resultado. El patón Bauza habrá considerado el minuto 78 como el momento propicio para amigar al malquerido delantero Gonzalo Higuaín con el público local. (No olvidar, para referencia, sus fallas contra Alemania, contra Chile o contra Chile en las finales recientes que este grupo de seleccionados no ha podido ganar.) Con el partido ganado, con el equipo jugando mucho mejor que hacía cuatro días, era ocasión ideal: Higuaín entra, toca unos cuantos balones, quizá meta un gol, quebrados como estaban los Colombianos, y todos tan contentos.
Lamentablemente, no contaba con los decibeles del hartazgo.
Quizá Bauza equivocó el cambio. Después de todo Lucas Pratto, un delantero contratado por el Atlético Mineiro, nombre relativamente nuevo con la albiceleste —debutó con la mayor hace dos meses— clavó el primer gol y dio un muy buen partido esa noche en San Juan. Quizá simplemente la hinchada está harta de Higuaín y no querían perder esta oportunidad para hacérselo saber a un volumen alto y coordinado.
Por su parte, el Pipita, ya desde la bota italiana, agradeció ya el apoyo.
Contrario a los aficionados en el San Juan del Bicentenario, el grupo de 23 seleccionados argentinos decidieron automutearse. Esa misma noche lo anunciaron en un comunicado que tenía todos los gestos de una poesía coral en primaria: muchachos uniformados, distintos grados de hartazgo, brazos cruzados, miradas perdidas y el bueno del salón —el 10—, con el micrófono explicando la situación.
Mute a la prensa, entonces. La anécdota que derrama el vaso es tan telenovelera que resulta irrisoria. Un periodista “filtró”, la “noticia” de que el Pocho Lavezzi —el delantero del PSG que en el Mundial pasado mojó al entrenador antes de entrar de cambio— no salía al campo contra Colombia porque, según sus fuentes, supuestamente, le confirmaron, dice él, aunque obviamente no está probado y es algo incomprobable, le habría pegado a la cachicha, la yerba, la verdecita, en la concentración. No sabemos y no lo especificó el periodista si fue porque era una hierba particularmente fuerte que lo tenía incapacitado a la hora del partido o si fue descubierto y castigado con no alinear. En cualquier caso, un chisme burdo que provocó enfado, y una demanda judicial.
A ver si en marzo del año que viene que vuelven las jornadas eliminatorias continúan con el mute puesto.