Tito es una de las “mujeres” de Los Tremendos, una escuela de salsa hombre con hombre en el occidente de Cali.
Sin que el sol mañanero de Cali les corra el labial ni el delineador negro de los ojos, seis morenos atraviesan la cancha de básquetbol del barrio Solares de Comfandi. Se llaman Los Tremendos y el calor ya no les molesta, pues hace tiempo que están acostumbrados a bailar en condiciones extremas: a las doce del día, sin zapatos, sobre una calle que hierve; a las tres de la mañana, entre la niebla, en un pueblo del Valle, o a las diez de la noche en una discoteca de Cali.
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—Mucho gusto, amor: Steven, Diego, Diego, Panameño, Junior y Ronald —se presentan. Lo de ellos es el baile “hombre con hombre”, una categoría que, aunque profana para los salseros ortodoxos del Valle, se está abriendo paso en los barrios populares de Cali a punta de tumbao y acrobacia. Ronald Sevillano, bailarín empírico, 23 años, profesor de baile, lidera esta revolución que es todo menos silenciosa. Una revolución que comienza con sólo cruzar con él las primeras palabras:
—Mirá, amor, empecemos por una cosita. A mí no me gusta que me hablen como hombre. Soy Filomena o Machis, que es una mezcla de hembra y macho. Relajate, a mí se me nota a leguas que soy mujer.
Panameño y Ronald bailan en la cancha. A Los Tremendos les gusta ensayar en condiciones extremas — lluvia, sol, de madrugada—, pues los hace más resistentes.
CLAUDIA
Al lado de la cancha de básquet está la casa de Claudia Puente, una líder comunitaria convertida en mecenas, que hace tres años, a unas cuadras de distancia, se encontró a Ronald bailando, como un animal huérfano y rítmico. Para entonces, Los Tremendos era una gallada de adolescentes con ganas de bailar entre sí, ávidos de un lugar para ensayar y reclutar a más muchachos fascinados por el baile entre hombres.
Aún hoy, Claudia no olvida la primera impresión que le causaron estos bailarines de barrio.
—Eran gatas salvajes— relata, mientras los muchachos intercambian, entre risas, algunos pasos en los que han estado trabajando—. Vos las veías en la calle y se trataban como guarichas: “perraaaa, putaaa, locaaa, bimbaaaa”, así se gritaban de esquina a esquina, hubiera el que hubiera. No ensayaban, sino que peleaban. Sólo les faltaba sacarse un cuchillo en la mitad de la pista. Por eso de entrada yo les dije: “Si ustedes quieren ser tratadas como profesionales, deben portarse bien. Dejar tanta vulgaridad y tanta torta”.
La torta es el maquillaje y la exageración en el vestuario que caracterizaba a Los Tremendos antes de que apareciera Claudia. Los bailarines llegaban casi disfrazados: pestañas postizas, rubor enfurecido, labiales chillones, escotes desmesurados, personificaciones extravagantes de mujeres que nada tenían que ver con el objetivo de crear un grupo de hombres expertos en danza.
A Ronald la idea de Los Tremendos se le ocurrió meses antes, durante una presentación de Rumba Brava, su primer grupo, en el teatro al aire libre Los Cristales, al oeste de Cali. Mientras daba las últimas indicaciones a sus pupilos para que su presentación fuera impecable aparecieron Óscar y Aldemar, dos hermanos que bailaban entre ellos y buscaban un espacio para mostrarse. “Es difícil, a todo el mundo le parece muy raro lo que hacemos”, le dijeron.
—Yo me asusté. No quería faltarle al respeto a la salsa con una pareja de dos hombres que podía lucir extraña, pero tampoco me sentía capaz de decirles que no. Ese día bailaron en mi grupo y aunque no tuve muy buenos comentarios decidí que iba a crear el mío.
Convocó a los mismos compañeros con los que ya había bailado en Rumba Brava y empezó a inventarse pasos, a diseñar vestuario y a crear. Claudia, además del prestarles su casa y el salón comunal que está a su cargo, se dedicó a darles una apariencia más profesional y menos dramática. A bajarle el tono al rubor, a quitarles las prendas más extravagantes y a moderar su forma de hablar.
Hoy Ronald se expresa con mucha delicadeza. Habla despacio, sonríe cada vez que termina una frase, y pareciera que de su vocabulario han sido proscritas las palabras “bimba” y “loca”. Aunque aún conserva un carácter festivo e histriónico, con el que se hizo a un lugar en el casting de Ciudad Delirio, una historia de amor tipo Cenicienta que transcurre en los escenarios salseros de Cali, y en la que Ronald da vida a Ferney, el mejor amigo de la protagonista, un personaje pintoresco, hablador, andrógino, que termina convirtiéndose en uno de los más memorables de la película.
Tito ensaya una cargada.
TITO
—Decime tu nombre y tu edad.
—Junior Steven Hinojosa. Tengo 19 años. ¡Ay, no! volvamos a empezar, ponelo a grabar otra vez que estaba mal sentada.
—¡Pero si esto es una grabadora de voz!, nadie te puede ver, es sólo para mí.
—Por eso, mami, para que vos me escuchés bonita.
Tito es un hombre vanidoso. El más vanidoso del grupo. Tiene el pelo largo, trenzado, y se lo sujeta con un caucho rosado muy infantil, del que penden unas bolitas de goma. Es la misma moña con la que se agarran el pelo las niñas de uniforme que saltan por entre las casas de Solares de Comfandi.
A pesar de estar encerradas en un solo conjunto residencial, todas las calles que componen el barrio son diferentes. Para identificar y apropiarse de sus casas, los vecinos le han puesto su sello a cada una. Algunos recurren a vistosos balcones con formas de animales tallados: cisnes, gansos, leones o tigres son los más convencionales. Otros se identifican con materiales lujosos, mármol, piedra, vitrales, esparcidos en lugares aleatorios de sus fachadas.
Tito vivió en algún momento en una de estas casas, hasta que su madre lo echó porque no le gustaba que bailara salsa con hombres, y mucho menos vestido con moños y pintalabios. Por eso le tocó pedirle posada a Ronald, y hoy vive con él en el barrio San Luis en la academia de baile donde todos ensayan y dictan clase a los niños.
Entre las calles estrechas del lugar y las casas pintadas y “engalladas” al gusto de cada propietario, se libran batallas territoriales. Aquí las pandillas, las drogas y la delincuencia se pasean con frecuencia, y por eso el baile, al menos para los 40 niños que por 20 mil mensuales toman clase en la escuela de Ronald, termina siendo una vía de escape.
El techo de la casa donde está la academia alcanza para ensayar un par de acrobacias, indispensables en el show. La salsa acrobática es uno de los elementos más atractivos de Los Tremendos y Tito es el que mejor vuela gracias a su cuerpo liviano y flexible. Sin embargo, él prefiere hacer las “cargadas” (vueltas en el aire) en la cancha de baloncesto de Claudia. No importa que el sol le rasgue los ojos y que la brisa parezca una ilusión efímera. Las últimas tardes de su vida las ha pasado haciendo piruetas en el asfalto.
DIEGO CALLEJAS
—¿Cómo hacés para verte femenina?
—Ensayo mucho la técnica, los pasos limpios, e imito los movimientos de las mujeres en el escenario. Quiero ser igual o mejor que una mujer. Admiro a Evelyn Labrido, una bailarina del grupo Constelación Latina que nos corrige a veces. No me gusta verme tan femenino, quiero que vean a dos hombres, pero que uno de ellos sea más delicado.
Tampoco me echo tanta torta, prefiero verme sencillo, humilde y calidoso. Un poco de brillo en los ojos, una línea de lápiz negro en los párpados, polvo para matizar su piel canela, y ya está.
El maquillaje es un elemento fundamental para Los Tremendos. Tienen todo un ritual a la hora de arreglarse. En eso, Ronald también los instruye y se esmera por que todos salgan pulcros al escenario, en especial él. “Cuando tengo una presentación me demoro como una hora, no me gusta estar chuzuda, o sea, tener el pelo eléctrico, me gusta hacerme afro. Ahora ya tenemos sombras y labiales, pero cuando empezamos usábamos jabón azul y carbón para darles color a los ojos”.
Por fortuna, el déficit de insumos del maquillaje se resolvió, porque si se tardan una hora preparándose para el show, fabricar esa pasta de jabón-carbón debía tomar una eternidad.
Panameño es el único del grupo que se declara heterosexual. Dice que baila con hombres porque puede aprender más y quiere convertirse en profesor de salsa.
RONALD
Desde los 10 años Ronald vive en diferentes lugares de Petecuy, Comuna 6, la misma en la que se encuentran los barrios San Luis y Comfandi. Su mamá, como a muchos de sus compañeros, lo puso a escoger entre ser gay y tener un domicilio fijo. En las calles polvorosas del barrio aprendió a bailar raga y luego salsa, con tenis rotos o “zapatos de huequitos”, como los llaman ellos.
Fue alumno de la escuela Vibración Juvenil Caleña que quedaba también en el mismo barrio. Y allí fundaría, en 2002, su propio espacio. Lo llamó Rumba Brava, “porque suena a nombre de show impactante”. En su academia comenzó a darles clases de salsa a los niños del barrio que veía bailando en los antejardines de las casas de Petecuy. Ensayaban coreografías de todos los géneros, rapeaban, aprendían acrobacias y, por supuesto, hacían sus primeros pasos de salsa.
Ronald empezó reclutando a los más pequeños que, como él, querían aprender a hacer El Cubano, La Cruz, El Punta Garza, La Patineta, Las Lijas; imitar todos los pasos que el joven maestro manejaba con una velocidad inverosímil. Porque así baila Ronald. Sus pies parecen un motor que se impulsa con el movimiento acelerado de sus piernas.
—¿Cómo se puede medir la rapidez de tus pies cuando estás bailando?
—Eso no se logra, pero te digo que en una coreografía de cuatro minutos puedo hacer hasta 10 pasos y cinco cargadas.
La cargada (vuelta en el aire) es el elemento más exigente del hombre con hombre. Los muchachos deben levantar casi su mismo peso —a veces incluso más—, impulsarlo tan alto como puedan y recibirlo con firmeza. Nada les significa más esfuerzo. Ni maquillarse ni arreglarse el pelo, ni caminar con la sensualidad de una mujer. Sobre los hombres del grupo recae la responsabilidad de coordinar un vuelo memorable.
—Apretáte, Ronald, ¡te estás haciendo el pesado! —dice Panameño, su parejo. El único del combo que se define como heterosexual.
—Claro que he tenido que aguantarme todas las burlas de mis amigos del colegio y de la gente que cree que yo soy marica por bailar con Ronald. “¡Ay, mirá, es el que baila con la loca y no le conocemos novia”, me dicen. Yo bailo con Ronald porque es excelente profesor y porque me gusta la salsa. No me pongo a ver si es con mujer o con hombre. Me gusta el arte, pero hay gente muy boba que me coge de recocha por eso.
Tito aprendió a maquillarse con Ronald, primero con una mezcla de jabón azul y carbón y luego con sombras brillantes.
A Panameño no le importó volverse un integrante más del grupo cuando muchos lo veían como una falta de cordura.
—Ronald, por ser gay, quería sentir lo mismo que experimentan las mujeres cuando bailan con un hombre, por eso armó el grupo. No significa que no baile con mujeres, de hecho también se presenta con grupos mixtos. Pero él busca hacer visible un fenómeno que se presenta en todo Cali, en todo Colombia: los gays están siendo protagonistas de todas las disciplinas artísticas, eso es innegable.
El otro miembro del grupo que en el baile juega de hombre, pero que en la realidad aún está definiendo su personaje, es el Gordo. El mismo que cuenta, entre risas, que él es “bise” y que su sueño, en este momento, es mandarse a hacer un chaleco con una tela que tenga dólares estampados.
—Sí, yo creo que estoy en una búsqueda, ¿me entendés? Y entonces lanza la anécdota de la moto.
—Una vez nos amenazaron cuando ensayábamos en un salón comunal. Pasaron los de la moto e hicieron con la mano la forma de una pistola y luego se pasaron el dedo moviéndose entre el cuello, en señal de muerte. Muchas personas creen que es irrespetuoso con la salsa que exista un grupo solo de hombres. Una sentencia que podría ser verdadera en una ciudad que se precia de ser incluyente porque organiza cada año un Festival de Música del Pacífico, que se dice liberal porque abre en todas las avenidas principales un motel más ostentoso que el de al lado, pero que le ha costado trabajo reconocer que los homosexuales también bailan salsa.
“Es evidente que en las escuelas de salsa la mayoría de los bailarines son gay”, me dice Umberto Valverde, el biógrafo del difunto Jairo Varela, fundador del Grupo Niche. Sin embargo, sólo hasta este año, la Secretaría de Cultura de la ciudad admitió a parejas de hombres en el reglamento del IX Festival Mundial de la Salsa, que se realizará este junio.
A comienzos de año, la Alcaldía de Cali había expedido el reglamento del festival, en el que sólo se aceptaban parejas “conformadas por un hombre y una mujer”. Ronald dio la pelea e inscribió a sus muchachos. Quince días después, la Secretaría de Cultura se vio obligada a modificar el reglamento y expidió un nuevo decreto que eliminó los requerimientos de género en la composición de las agrupaciones participantes pues “las puestas en escena son diversas”.
Punto para Los Tremendos. Una victoria que se sumó a la medalla que ganaron el año pasado, en la Copa Mundial de Baile Latino, donde se llevaron el tercer lugar, y a su clasificación en las semifinales de Colombia tiene talento, el programa que hace dos años buscaba grupos o artistas destacados en cualquier disciplina.
La revolución está sucediendo. En las noches, los bares heterosexuales como Cali Bella y Station están aplaudiendo en ronda a las parejas como Ronald y el Gordo cuando salen a bailar a la pista. Empiezan con un saludo al público, la mano arriba, una mirada entre ellos y los pies explotando, al ritmo de una de las preferidas de Ronald, “Descarga”, de la Orquesta La 33. “Óyeme, Ronald, como suena la trompeta”, dice la canción, y él la escucha en ese otro universo en el que se mete cuando baila.
El baile les da libertad. Y aunque la gente en la calle los defina con un montón de adjetivos que nada tienen que ver con su lucha, a ellos poco o nada les importa. “Amor, nosotros no nos llamamos Los Tremendos porque sí”, dice Ronald.
—Te lo digo pues, esta historia apenas comienza.
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