Muchos preferimos comer en la calle que en nuestra casa. No digo la mayoría porque de acuerdo con el estudio de Nielsen, ¿Qué hay en nuestra comida y en nuestra mente? de 2016, casi la mitad de las personas prefieren comer en la calle que cocinar. Si a eso sumamos la cantidad de personas que llegan a trabajar en la Ciudad de México de otros estados —que de acuerdo con el INEGI son un millón 320 mil 748 personas—, y la cantidad de vendedores informales —ubicada en el 28.76% (casi un punto porcentual más respecto al mismo periodo de 2016)—— tenemos miles de vendedores que se transportan decenas de kilómetros para alimentar todos los días a los hambrientos oficninistas que pululan las calles en busca de un bajón en la ciudad más grande del mundo. Ya sea vendiendo tamales de lunes a viernes, o repartiendo birria hidalguense en los fines de semana, miles de trabajadores recorren este camino para alimentar al hambriento monstruo de la Ciudad de México. Platicamos con algunas de estas personas para que sepas quién te está vendiendo el lunch a la hora de tu comida godín.
Almuerzo
Chente. Puesto de frutas.
Lunes a sábado.
Juan Vázquez de Mella y Ejército Nacional, Polanco (frente al KFC).
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Vicente Reyes vende cocteles de fruta. Se desplaza más de tres horas todos los días para llegar de su casa —en El Oro, estado de México (a 170 km de la CDMX)— a la esquina de Juan Vázquez de Mella y Ejército Nacional, frente al centro comercial Pabellón Polanco.
“Me levanto a las cinco de la mañana todos los días y me hago dos horas y media para llegar hasta aquí. Pero como no me puedo traer toda la fruta desde allá, voy cada tercer día a La Merced para surtirme. Tampoco puedo comprar tanta porque se me echa a perder y la tengo que tirar”, cuenta Chente, como lo conocen todos sus clientes.
Para no viajar con su carro y la fruta que compró, Chente alquia paga una cuota para guardar sus cosas cerca del lugar en donde se establece: “Me dejan guardarlo en un almacén donde se queda con la fruta. Ya cuando llego en la mañana voy por él para comenzar a vender a las once.
Antes de terminar de hablar, Vicente me cuenta sobre la inseguridad: “Me han asaltado dos veces, las dos con pistola. Se llevaron todo mi dinero. Pero nunca me han quitado el carro, solamente vienen por lo que haya ganado. Dicen que por otros lados si se los han llevado”, comenta.
Esa intranquilidad se suma al pendiente de tener que aportar a quien controla los puestos ambulantes de la zona. Es por ello que está vestido con un uniforme en color negro: “Lo traigo porque me lo dan los líderes y tengo que cumplir. Si no lo trajera me castigarían y me podrían dejar hasta tres días sin vender.
“No siempre es igual”, finaliza Chente. “Lo bueno es que en la semana si se acaba el carrito… Y el negocio se ha ido adaptando dependiendo de lo que pide la gente, como el chamoy o el miguelito”.
Comida
Alberto Domínguez y Teresa Matías. Tacos de guisado
Lunes a sábado.
Calle López frente a la tienda Gimar, junto al Mercado de San Juan.
Recomendamos: Chicharrón en salsa verde.
Alberto Domínguez y su esposa Teresa viven en San Francisco Xochicuautla, en el estado de México (a 56 km de la CDMX), pero tienen un puesto cerca del Metro Salto del Agua en donde venden más de 15 guisados.
“Un día antes comenzamos a preparar todos. Vamos a la Central de Abasto de Toluca porque es más barato. Mi esposa es la que hace todo. Empezamos como a mediodía y ya terminamos como a las 7 de la noche. Ya al otro día nos despertamos a las tres de la mañana y nos tardamos una hora y media en acomodar y empacar todo. No podemos guardar antes porque está caliente y se echaría a perder. Ya después nos venimos en camión, pero es pesado porque traemos todo. Por eso luego mejor pedimos taxi. Llegamos al puesto como a las 9 o 10 de la mañana”, comenta Alberto.
Aunque llevan vendiendo ocho años, no siempre fue igual. “Antes no vendíamos. Le entregábamos tortilla a una prima que vendía afuera del Mercado de San Juan, pero se enfermó. Entonces comenzamos a vender. Al inicio puras tortilla pero después nos dijeron que metiéramos más cosas para que nos saliera”. Ahora, además de los guisados, también comercializa tlacoyos, gorditas, miel de abeja, hortalizas y hasta pan típico.
“Pensé que no lo iba a encontrar señor. Es que así compro algo, llego a mi casa, lo caliento y ya le puedo decir a mis hijos y mi marido que yo lo hice”, comenta una señora apresurada y con varias bolsas en las manos. La compradora forma parte de la estadística de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) que en su estudio de “Hábitos de compra de alimentos fuera de casa” de 2013 afirmaba que 3 de cada 10 personas compraban comida preparada fuera de casa, y de ellas, 7 de cada 10 lo hace porque no tiene tiempo.
CENA
Las manitas. Puesto de comida.
Todos los días.
Avenida Universidad y Martín Meldalde, salida del Metro Coyoacán dirección Universidad junto a Radio Fórmula y CFE.
Recomendamos: Tlacoyo de frijol con requesón y quelites.
Obdulia Quiroz llegó a vender gorditas, quesadillas y tlacoyos hace más de 37 años a la CDMX en la antigua Estación de Tranvías donde ahora se localiza el Metro Mixcoac.
“Cuando empezaron a hacer el Metro Mixcoac y lo inauguraron, nos quitaron a todos de ahí y pues ya no hubo dónde vender. Entonces un conocido me dijo que me viniera para acá, y desde ese entonces estoy aquí”, afirma justo a un costado de la salida del Metro Coyoacán de la Línea 3.
La señora, que ya rebasa los 60 años de edad, vive en Xalatlaco, Estado de México (a 69 km de la CDMX) y comenzó a viajar para vender: “Por mi necesidad, ¿pues tú por qué crees? ¿Quién va a llegar a una parte nomás por gusto, por deporte, por divertirse? No joven, para mantener a mis hijas. Antes de los pueblos no salía mucha gente y ahora ve a ver, ya todos se vienen a trabajar”.
Por su ubicación, el negocio de “Las manitas” tiene mucha afluencia. Vienen de todos lados: “Los oficinistas, los que pasan, los que trabajan cerca, los de los hospitales. Antes aquí estaba Bancomer y venían. Y más noche vienen los del mantenimiento del Metro, los familiares de pacientes de los hospitales; por aquí hay como cuatro. Clientes nuevos y antiguos de mucho tiempo, pero no son siempre los mismos porque a algunos los jubilan”, comenta Obdualia, cuyo puesto ahora es atendido principalmente por sus hijas.
“Los 14 guisados se preparan en casa. Aquí no se hace nada, ya viene todo preparado porque para hacerlo aquí necesitaría gas, mi cocina y mucha agua. Por eso en la mañana me levanto a las siete, vamos al mercado de donde vivimos y todo es fresco. Desde que me levanto hasta que nos venimos hay que ir al molino para la masa, preparar la flor de calabaza, el huitlacoche, deshebrar el pollo, hervir los quelites, y todo lo que traemos”, comenta Obdulia quien dice que ha cambiado mucho el transporte. “Antes me venía en el camión y cargando todo en el Metro, pero ahora en un taxi especial que me pueden dejar en Observatorio o les digo que nos traigan hasta acá”.
En cambio, Obdulia asegura que con los años han bajado sus ventas: “Hay más puestos, las cosas están más caras y se pone difícil. Y no les puedo vender caro porque tú te imaginas, ahorita las damos de a 15 pesos las gorditas, quesadillas y tlacoyos por igual, pero el champiñón me sale de 20, y no las puedes dar así porque no me las comprarían. Sólo fíjate de a cómo está el jitomate, de a cómo está el tomate, a cómo está la cebolla, a cómo está el nopal; te lo suben a veces hasta lo doble y eso se resiente mucho. Hay veces que no me alcanza ni para el pasaje”.
PARA LOS FINES DE SEMANA
Gustavo Arellano. Barbacoa de Capulhuac.
Avenida Chapultepec, afuera del Metro Sevilla salida dirección Observatorio frente al restaurante La estación.
Sábados y domingos de de 7am a 2pm.
Gustavo Arellano comenzó a vender barbacoa de borrego en la CDMX desde que era adolescente. Es oriundo de Capulhuac, estado de México (a 54 km de la capital del país), donde, según datos municipales, hay nueve mil productores de barbacoa.
“Los domingos es cuando vendo más. Ha de ser porque casi todos los locales están cerrados y además es más familiar. Por eso traigo tres borregos. Gracias a Dios casi siempre todo se acaba”, dice Gustavo. Aunque la seguridad no es tan buena como quisiera. “Tratan de aprovecharse cuando no estoy y se quedan mis hijas. Quieren su mordida o un taco, aunque tenga mis permisos”.
Sus hijas, que todavía están en edad escolar, son quienes ahora le ayudan en el puesto: “No importa si les gusta o no porque saben que de ahí sale para la escuela y lo que quieren. Eso también yo lo pasé y no era de que me gustara o no, es que tenía que trabajar; sobre todo con mi tío. Con él vendíamos 30 animales en un solo día, pero ahora ya no; todo ha cambiado. Ahora está bien vender cinco borregos porque son 50 kilos por día y ya me deja para darme unos gustos. Ya me mantiene sus clientes”, puntualiza Gustavo Arellano.
PARA EL ANTOJO
Gorditas de La Villita. Calzada de los Misterios y Avenida Montevideo (frente al Restaurante Zenón).
Lunes a viernes de 8am a 5pm.
Sábados y domingos de 8am a 8pm.
Recomendamos: Paquete de gorditas envueltas en papel estrasa.
Ofelia Calderón es oriunda de Tetela de Ocampo, Puebla (a 239 km de CDMX). Durante las vacaciones vende las llamadas “Gorditas de la Virgen” junto a la Basílica de Guadalupe.
Se trata de una especie de pequeñas tortillas que tienen como base el maíz cacahuazintle.
A diferencia de los demás casos, Ofelia trabaja para una señora que tiene varios puestos de gorditas en la zona. “Ahora vine todas las vacaciones y me quedo con mis hijas en el Ajusco o en La Paz. La dueña me dijo que me quedara todo el año pero no creo porque dejé a mis dos hijos pequeños en la casa. Su papá ya no los puede cuidar todo el tiempo porque también debe trabajar”, indica.
Desplazarse a un lugar poco conocido para ella es una necesidad. “Yo vendo las gorditas de a 20 pesos y a mí me dan 150 pesos diarios venda lo que venda, ya sea poco o mucho. Empiezo a las ocho de la mañana y recogemos a las cinco de la tarde. Los fines de semana es de ocho a ocho, porque viene más gente a ver a la Virgen y es más probable que me compren algo”, asegura.
Pero así como le llaman para venir a la capital del país, en enero espera irse a Sonora a empacar espárrago. “Una se tiene que mover a donde sea que le den trabajo porque si no, en la casa no comemos. Además mis hijos están chiquitos y quiero que ellos si estudien para que no les pase como a mí que ando de un lado para otro”, finaliza Ofelia, que accedió a platicar conmigo pero con cautela, porque mientras hablábamos vigilaba para que siguiera haciendo las gorditas y vendiendo sin distraerse.