“Le explotó una granada en la mano”: Historias de doctores en salas de urgencias

DOC-URGENCIAS_@aca_ibanez

Artículo publicado por VICE México.

Normalmente casi todos los doctores, dependiendo de su especialidad o servicio, tienen que pasar durante un tiempo breve atendiendo casos en la sala de urgencias. De ahí, se forma parte importante de su relación con pacientes que necesitan extremo cuidado y al mismo tiempo rapidez inmediata en casos que podrían llegar a ser de vida o muerte. Naturalmente, con ello, también un sólido bagaje de historias insólitas sobre cómo la humanidad puede ser muy, muy creativa cuando se trata de causarse daños que pueden llegar a ser mortales.

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Platiqué con doctores para que contaran sus historias surrealistas con esperanza de que algún día hagan un nuevo Dr. House que se centre en los pacientes más que en historias amorosas entre doctores. Las historias son un registro de la suerte y, en unos casos, la sorprendente surrealidad de la salud humana.


Dra. Aracely Alvarado, Médico General

Yo tenía mi consultorio acá donde vivimos, a las afueras de Oaxaca, en San Pablo, hace unos 20 años. Estaba en una consulta privada y de pronto llegó un señor con su familia. Era un campesino de unos 70 años, más o menos, ya era un hombre grande. Un familiar suyo entonces me comentó que lo acababa de atacar un enjambre de abejas. Yo pensé que se refería a unos cuantos piquetes nada más. Lo pasé al consultorio, lo empiezo a atender. Para todo esto el señor estaba consciente, platicaba y todo. Pero cuando le empiezo a quitar la ropa ya podía ver que a causa de los piquetes comenzaba tener fallas respiratorias. Cuando me pongo a revisarle el cuerpo, no noté muchos piquetes en los brazos, pero me dice, “es que fue aquí en la cabeza donde me picaron”. Me asomo a ver en su calva y, Dios mío, en la vida había visto tantos piquetes en una sola persona; era una cantidad de verdad abrumadora. No te puedo decir cuántos, pero fácil estaba arriba de los 100. Los aguijones los tenía incrustados en el cuero cabelludo. Yo todavía no comprendo hasta la fecha como el señor aún estaba vivo. Yo supongo que para este punto ellos, los campesinos, ya tenían una resistencia o tolerancia sobrehumana a los piquetes de abeja o insectos.

No perdí la compostura, pero sí me apaniqué al ver la cantidad de piquetes. Le inyecté en la vena un corticoide y en el glúteo otro medicamento para contrarrestar, pero pensaba “no va a ser suficiente lo que yo tengo aquí; este señor se va a tener que ir al hospital”. Sin embargo, se empezó a tranquilizar en cuanto a su respiración, aunque su cabeza era como un empedrado de bolas de un tejido fino. Le dije a su familia que si no mejoraba inmediatamente tenían que llevarlo a la capital al hospital. El pueblo donde estábamos se encontraba a unos 20 minutos de ahí. Lo bueno fue que como vi que empezaba a mejorar, no fue necesario. Él me contó que en el campo había hecho algo y por eso lo atacaron. Ya después la familia me dijo que había prendido fuego al pasto para quemar alguna cosa y las llamas llegaron a un enjambre gigantesco. De verdad todas las abejas se le fueron encima. Platicando con él, tal cual, con un peine en contrasentido del cabello le quité los aguijones, salían y salían, llenaban el peine. Eso ya era añadido porque el veneno ya había sido inoculado, pero igual tenía que removerlos. Lo más impresionante de todo esto fue que el señor se salvó y hasta se fue caminando a su casa.

Dra. Marcela Cárdenas, Psiquiatría

Cuando fui interna de pregrado (es un año rotando en diferentes servicios de un hospital y corresponde a las prácticas profesionales previas a titularse) ocurrió que mientras estaba haciendo una nota de una paciente que acaba de atender, una enfermera de recepción gritó: ¡paciente en expulsión! Eso significaba que una mujer que acababa de llegar estaba con el bebé casi saliendo del canal del parto. Yo ya tenía los guantes puestos y la mujer pujaba a pesar de la insistencia del personal de que esperara a llegar al expulsivo para que su bebé naciera en un lugar más limpio. Sin embargo, hay un punto en el que pujar o no pujar no depende de la voluntad. No alcanzaríamos a movernos. Pedí que trajeran el equipo ahí mismo, las enfermeras corrieron y lo trajeron en un santiamén, mientras, mi mano izquierda ya tocaba la cabecita del bebé.

Volvió a pujar y por fin salió la cabeza completa. Para entonces la enfermera ya había puesto en mi mano la perilla, una mesita improvisada con los demás objetos necesarios, el campo (sábana estéril) calientito en mis brazos para recibir al bebé y la cubeta a los pies de la camilla a la que debían caer todos los restos de la labor. No hubo necesidad de usa la perilla, la niña lloró tan fuerte que dio gusto. Así salió después el hombro derecho, luego el hombro izquierdo y el cuerpo completo. Todo ocurría entre palabras de aliento y felicitaciones para la nueva mamá. Decíamos cosas como “Muy bien hecho… Está muy linda tu bebé… Nació muy sana… Ya descansa”.

Pincé el cordón umbilical, lo corté y entregué la niña al pediatra para que hiciera el resto. Ya en calma, pudimos trasladarnos a la sala adecuada para el alumbramiento y las suturas que tuvieran que hacerse. En la misma sala ya estaba la bebé tranquila, en manos del pediatra que la evaluaba y la preparaba para dársela a “J”, quien tenía 21 años, igual que yo, y la veía asombrada. Le pregunté qué nombre le pondría (no sabía todavía), y a qué se dedicaba, mientras saturaba unas pequeñas heridas que se hacen a veces con la salida del bebé. Al contarme su historia, fui encontrando puntos en mis recuerdos; el trabajo de su mamá, el oficio de su papá, el barrio donde creció, la escuela primaria a la que asistió… Levanté la cabeza y le pregunté: “¿Eres ‘J’ y tal apellido?” Resulta que sí. No lo podía creer, se trataba de una antigua amiga de primaria. Le dije “soy Eva, estábamos juntas, ¿te acuerdas de mí?”. Ella me miró y también peló los ojos. Con la urgencia de su situación, no habíamos tenido tiempo para reconocer que nos conocíamos.

Terminamos preguntándonos de nuestras vidas, suturando, secando, limpiando, cortando, hasta que todo estuvo terminado y la nueva mamá con su bebé en los brazos. Me dijo que le pondría María y mi segundo nombre, Marcela, lo cuál me llenó de emoción. Me fui a hacer mi nota y estuve regresando a verla hasta que el camillero se la llevó a piso. La visité en su habitación la mañana siguiente y nos prometimos vernos después, pero ya no nos vimos más. Para estas fechas, María Marcela (si es que en verdad la llamaron así) debe tener 17 años.

Dr. Rubén García, Cirugía ortopédica y traumatología

Hace no mucho me llegó un militar con la mano destrozada, hecha pedazos. Llegó al servicio de urgencias con un sangrado bastante grave y con los dedos y la mano prácticamente destruidos. Resulta que durante un ejercicio no había lanzado una granada a tiempo y ésta le había explotado en la mano. Dado que era necesario hacer una reconstrucción muy meticulosa o casi perfecta de la mano por la línea de trabajo del militar, fue una operación complicada y difícil de llevar a cabo, pero con suerte pudimos hacer bien el trabajo y que el paciente se recuperara acordemente después de un tiempo.

Dr. Alejandro Ortega, Médico General

Una vez tuvimos una paciente que tenía obesidad mórbida. Esto es cuando llegas a un grado donde tu sistema de grasa corporal está arriba de 40. Ya era incontable su peso, pero yo calculo que pesaba alrededor de los 250 kilos. Esta paciente ya tenía la salud muy delicada, diabetes y varias cosas más. Pero en este caso particular sucedió que se había fracturado una pierna y la tenía recién operada con unos fijadores externos, que son una especie de fierros para que la fractura no se mueva. Lo que teníamos que hacer entonces, era algo prácticamente protocolario que se le pone a todos los pacientes, ponerle una sonda uretral. Esta es una pequeña manguera que se pone directamente a la uretra para los pacientes que no pueden ir al baño por su propio pie a vaciar la orina. Fue muy intenso porque la señora tenía un sobrepeso tal que era imposible ponérsela. Tuvimos que hacerlo entre cinco doctores. Levantar todo el sobrepeso que tenía en todas sus extremidades, te imaginarás cómo es la situación cuando una persona pesa más de 250 kilos, separar las piernas, lonjas, etcétera.

La verdad es que sacrificamos a uno de los estudiantes para que pudiera meterse ahí, entre sus piernas. Ella estaba abierta de piernas, acostada, y la uretra femenina, obviamente, se encuentra en la vagina. Tuvimos que sostener horizontalmente entre dos doctores al estudiante, para que él pudiera extender su brazo y llegar hasta la uretra de la señora. Una enfermera quitó una pierna, otra enfermera la otra, el camillero cargando las lonjas de un lado y otro del otro lado y nosotros cargando al estudiante. Nos tardamos entre dos y tres horas para a hacer algo que normalmente toma 5 minutos. Desgraciadamente, la señora murió una semana después. Su salud ya estaba en un estado muy precario, un día entró en un estado de choque y falleció.

Dr. Pablo González, Traumatología

No me acuerdo bien el año, pero resulta que un día llega súper preocupado un tipo al Hospital porque tenía un esguince de tobillo. La verdad era algo menor, pero el cuate me decía, “algo que la verdad me tiene muy angustiado es que tengo que ir a mi concurso de rebuznar”. Así, tal cual, un concurso para hacer sonidos como burro y el tipo estaba preocupado de que su tobillo fuera a influir en su desempeño en algo que no tiene nada que ver. Lo intentaba calmar y decirle que no tenía un problema entre las dos cosas, sí necesitaba usar un yeso pero él creía que de alguna manera u otra, por la postura o que se yo, no pudiera hacer sonidos de burro. La verdad es que no sabía si era verdad o no, pero ahí a la mitad de toda la sala de urgencias este tipo decidió que debía mostrarnos a todos sus talentos. Independientemente del yeso o no, la verdad, es que sí rebuznaba como todo un campeón. Hubo gente en la sala que creyó que sí había un burro dentro del hospital, estaban muy espantados todos. Creo que fue por ahí del 2006, más o menos.

En otra ocasión, bastante menos divertida, estaba en el servicio de urgencias y llegó un hombre sin su antebrazo. Resulta que estaba tan drogado, evidentemente seguía bastante intoxicado cuando llegó con nosotros, y había decidido hacerle la parada al tren, como si se tratara de un microbús. Estuvo muy fuerte, porque llegó completamente amputado a la sala de urgencias a la altura del codo, más o menos, y haciéndole el interrogatorio solamente repetía que le hizo la parada al tren. Estaba drogadísimo y nunca nos dijo con qué o cómo, era visible que era de un estatus económico vulnerable así que supuse que no se trataba de ninguna droga cara sino más bien algo como thiner, cristal, resistol o algo por el estilo. No se desangró porque se había volado todo en el impacto y solamente quedaba el codito.

Dr. Jorge Vargas, Médico General

Una vez un muchacho que nos llegó estaba nadando en el río con sus amigos y le cayó una tabla como desde 15 metros directamente en la cabeza. Lo único que lo salvó fue estar nadando porque amortiguó el peso. Más que algo chistoso, me parece que es una historia de logro logístico entre varias facciones médicas porque estamos en la sierra chiapaneca y es muy difícil dar una atención médica apropiada, particularmente con los casos de urgencia donde las personas, desgraciadamente, normalmente mueren. Llegó a la clínica muy dañado, especialmente a nivel neurológico, y fue especial porque con la comunidad logramos hacer una camilla medio improvisada y usamos el radio para comunicarnos, brincando la señal de un lugar a otro. Entonces en el comité de salud logramos gracias a eso conseguimos una ambulancia de la Secretaria de Salud Federal, que es super difícil de conseguir.

Acompañamos al paciente hasta el poblado más cercando y usando las señales de radio de todos los cercanos pudimos interceptar la ambulancia, tuvimos que esperar unas tres horas para subirnos. Una vez que ya conseguimos señal telefónica, llamamos al 911 y comunicamos con el servicio donde, curiosamente, el supervisor era médico por lo que pudimos platicar un poco el caso y coordinar la llegada del chavo al hospital, que estaba en Tuxtla-Gutiérrez, capital de Chiapas, a otras dos horas de donde nos encontrábamos. En cuanto llegamos al hospital ya lo estaban esperando y lo ingresaron inmediatamente a terapia intensiva. Para el día siguiente lo operaron de daños neurológicos, tenía un sangrado dentro del cráneo que lo pudo haber matado, y un mes después salió adelante y regresó a la escuela. Es un muchacho que tiene alrededor de 15 años. Gracias al apoyo de todas las comunidades, dado a cómo reaccionaron y la disposición de todos por salvarle la vida, en las condiciones de precariedad más intensa todo salió muy bien. Fue un logro médico pero también, sin duda, uno comunitario.


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