-Acabo de descubrir un nuevo mundo, tío.
-¿No conocías a Leonardo?
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-Sí, pero sólo de verlo en la tele. Nunca me imaginé que fuese tan grande.
Esta pequeña conversación, escuchada tras el concierto de Leonardo Dantes, resume a la perfección el espíritu epifánico que reinaba en el bar Abrente de Santiago de Compostela tras su espectáculo.
La primera sorpresa fue el cambio de nombre artístico. Tras la relectura de El conde de Montecristo, Leonardo confesó ya no sentir la fascinación de antaño por Edmundo Dantés, personaje literario del que tomó prestado el apellido. Razón por la que ha decidido distanciarse de su viejo ídolo. Ahora es Leonardo Dantes. Así, sin tilde. Sabe que será complicado para el público asumir el cambio, pero su decisión al respecto es irrevocable.
Tras un largo retiro espiritual en Badajoz, su tierra natal, el popular showman vino a Santiago a causa de su labor como músico en Una chica para Pedre, nueva webserie protagonizada por David Pedre, exconcursante de Un príncipe para Corina y Campamento de verano que alcanzó su zenit artístico al amenazar con follarse a todas las mujeres de Mombentrán durante el pregón de unas fiestas. Leonardo nunca tuvo oportunidad de cantar en Galicia, así que decidió aprovechar la visita para dar un concierto benéfico a favor de las personas en peligro de exclusión social, darse una vuelta por diversos medios de comunicación locales y visitar a su buen amigo Cañita Brava.
Su nuevo show se llama Los cuatro Leonardos y es un intento de conciliar sus diferentes personalidades. Cuatro Leonardos que podemos sintetizar en dos: el Leonardo compositor que ha trabajado en la sombra para artistas de renombre de la talla de Los Chunguitos, Manolo Escobar, Lola Flores, Sara Montiel, Raffaela Carrá… y el Leonardo friki que todos conocemos gracias a sus surrealistas performances en El día después y Crónicas marcianas. Un carnavalesco Mr. Hyde que a ojos del gran público ha acabado por devorar al serio e introvertido doctor Dantes.
El local elegido fue tan atípico como el propio artista. El Abrente es un entrañable bar familiar famoso en Compostela por sus pantagruélicas tapas y su devoción por el Villarreal C.F. La puesta en escena no pudo ser más punk. Tras una breve presentación, el cantante se subió a un humilde escenario improvisado con dos palés de madera. Vestía elegante sombrero gris y americana negra tocada con exóticos dragones chinos. Un máquina de humo, luces de colores y un ordenador portátil para lanzar las instrumentaciones MIDI. No hizo falta más. El variopinto público que se amontonaba dentro y fuera del establecimiento estuvo entregado desde el primer minuto.
Entre canción y canción, Leonardo aprovechó para darnos diversos detalles de sus creaciones. Cuando anunció ser el compositor de 78 canciones de Los Chunguitos entre las que se encuentran temas tan populares como Carmen o Por la calle abajo, las caras de incredulidad de los asistentes fueron tan grandes que afablemente nos invitó a comprobarlo. “Podéis mirar los discos, ya veréis como sale el nombre. ¡No me estoy tirando el rollo!” Tampoco faltó en su repertorio No vale la pena, otro de sus grandes logros. Su primer hit. La canción con la que en 1974 obtuvo el número 1 en Los 40 Principales. “En el número 2 estaban los Rolling Stones con Angie“, matizó durante la presentación. Sin embargo, las canciones con las que más vibró el público fueron sus hits más verbeneros. Leonardo aseguró que no se avergonzaba de esta parte friki de su personalidad y que estaba tan orgulloso de estas canciones como de cualquiera de las otras. La gente coreó a grito pelado la célebre Tiene nombres mil y El baile pañuelo, momento mágico en la que todo el bar agitamos servilletas de papel al espasmódico ritmo de su contoneo.
Aunque no la contemplaba en su set list, ante la insistente petición de los fans, Leonardo hizo una excepción y también cantó a capella el estribillo de No cambié. Un poco afectado confesó que su relación con Tamara Seisdedos acabó mal a causa de sus diferencias de carácter y que la canción no le traía buenos recuerdos. Se sucedieron todo tipo de pasodobles, baladas, canciones de tuna e intensas coplas melodramáticas. Sonidos folklóricos de antaño, que como a un poderoso chamán poseían al artista extremeño hasta casi llegar a la lágrima. Los gritos de “¡Maestro!” se repetían una y otra vez desde la barra. Pero lo mejor aún estaba por llegar. Dantes cerró su recital con dos hermosas rancheras que creo que definen a la perfección su poliédrica personalidad y filosofía de vida: El rey y Siempre joven.
Ver a un artista como Leonardo Dantes, acostumbrado a la popularidad de los programas de máxima audiencia, en un pequeño bar de provincias cantando por amor al arte y radiante de felicidad aquello de “Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina ni nadie que me comprenda pero sigo siendo el rey”, fue la revelación de la autenticidad de su espíritu independiente y la pureza de su vocación artística. Siempre joven es una canción propia en la que nos desvela el secreto de su eterna juventud e inconsumible energía sobre el escenario (“Se puede ser viejo a los treinta y joven, muy joven, a los ochenta. Vuelve otra vez a enamorarte, sueña los sueños que ayer soñaste. No pierdas nunca jamás la ilusión y serás siempre joven en tu corazón”). Una composición que ya le ha servido para ganarse el sobrenombre internacional de “El rey español de las rancheras que hablan de amor”.
Al finalizar el recital, él mismo se ofreció para sacarse fotos con todo aquel que lo desease. Nunca vi tantas caras de satisfacción al acabar un concierto. La pasión, sinceridad y alegría de Leonardo contagiaron a todos los asistentes. Supongo que en un mundo tan superficial como el que vivimos, donde la pose, el “qué dirán” y el marketing dominan el mundo de la música, encontrarse con un showman tan libre, desprejuiciado y carente del sentido del ridículo es un revitalizador soplo de aire fresco. Leonardo se convirtió ante nuestra atónita mirada en un superhombre nietzschiano capaz de aunar lo apolíneo y lo dionisíaco en un único ser, luminoso e irrepetible. ¡Hasta pronto, maestro!