Es un jueves 13 de agosto en la Ciudad de Buenos Aires. El cielo está despejado y la temperatura de este invierno les permite a algunxs andar en remera. El confinamiento convierte los puntos más agitados de la ciudad en espacios transitables. En el portón de entrada del Cementerio de la Chacarita, el más extenso de la capital —con casi 100 hectáreas de terreno—, se concentra un grupo de lesbianas autoconvocadxs. De la reja de un puesto de flores cerrado cuelga una bandera que dice: “Las lesbianas ya no jugamos a las escondidas, ahora jugamos a la mancha”. A unos metros, a los pies de alguien, hay un parlante del que suenan canciones de Chavela Vargas, de María Elena Walsh, de Violeta Parra.
Hace doce días que la militancia lésbica está de luto, hace doce días encontraron el cuerpo de Alicia Caf en la Avenida Córdoba, a tres cuadras de la habitación donde vivía. Su muerte fue caratulada como dudosa y pasado el mediodía de un jueves de agosto se le rinde un homenaje, se exige que se le haga una autopsia y se acusa como real responsable a la desidia del Estado. “Vejez lésbica en resistencia”, ese fue el activismo de Alicia Caf, de 69 años, referente de la lucha y origen de un sueño: un geriátrico para lesbianas.
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Sueños de Mariposas es el nombre con el que la activista bautizó una idea que, gracias a una publicación que hizo en 2017 en el grupo de Facebook Transfeministas Cooperando, se convirtió en proyecto. Esa primera expresión de urgencia encendió una mecha que generó una activación colectiva que empezó a consolidarse con Ali como referente. “Queremos construir desde la participación intergeneracional una casa para nosotras y nos estamos organizando para cumplir ese sueño urgente: lo llamamos cariñosamente Lesbiátrico y lo imaginamos como un lugar en donde haya una biblioteca, un espacio cultural y en donde las lesbianas podamos estar en expresión activa de nuestros intereses, debates, luchas, creatividad y deseo”. Así empieza un texto difundido el pasado 24 de julio desde su cuenta de Instagram —@suenosdemariposas2— para expresar la necesidad de concretar la casa comunitaria.
La puesta en marcha
Ju (25) la conoció a Alicia en plaza Dorrego, donde organizaba un cine-debate junto a otrxs compañerxs, pero recién empezaron a vincularse con el surgimiento de la Asamblea Lésbica Permanente —creada en 2017 a partir del pedido de justicia por Eva Analía “Higui” de Jesús, ya en libertad, en ese momento presa y acusada de homicidio por haberse defendido del ataque sexual de un grupo de varones cis—. Fue entonces cuando se propusieron hacer eventos para visibilizar el proyecto, cuya financiación acababa de ser rechazada por parte de un organismo internacional. Gestionaron el primero en Tierra Violeta —centro cultural, biblioteca, centro de documentación, investigación y formación feminista ubicado en el barrio de Monserrat— y empezaron a tejer redes con compañeras de otros sectores.
Según cuenta Ju, el proyecto nunca llegó al Estado por distintas razones: “Por un lado no teníamos muchas redes como las que tenemos ahora. Además, apuntábamos más a algo que no fuera estatal. Ali siempre tuvo esa visión anarquista de no venderse a nadie ni nada. Es algo que hoy tenemos que seguir pensando. Hay un proyecto redactado. Hay una idea y hay distintos caminos”.
Un exilio permanente
Norma Castillo y Ramona “Cachita” Arévalo fueron las primeras lesbianas en casarse en la Argentina y en Latinoamérica, incluso antes de que fuera legal —y gracias a un amparo judicial—, con casi setenta años y después de tres décadas de estar en pareja. Sus respectivos exmaridos eran primos, ambas emigraron a Colombia durante los setenta; en el caso de Norma, expulsada por la dictadura militar. Tenía 35 años cuando, justo antes de subirse al tren que la sacaría del país, con su marido esperándola en el vagón, una amiga la abrazó para despedirla y le preguntó: “¿Vos me querés a mí?”. “Ahí mismo se prendió una luz dentro de mi cabeza y te lo juro que no vi nada más que una luz y sentí un deseo enorme de enamorarme de otra mujer. Pero vi que la rueda del tren se estaba moviendo y salí corriendo y subí al tren ya sabiendo lo que sentía y lo que era. Ahí mismo empecé a disimular y estuve dos años en esa lucha”, cuenta.
Norma y Cachita —fallecida en 2018— vivieron más de veinte años entre Pivijay y Barranquilla, regresaron a Buenos Aires en 2004, abrieron un centro cultural al que llamaron el Socavón y empezaron a militar. Su historia acumula mucha felicidad —“Colombia para mí fue como si hubiera resucitado”, comenta Norma—, pero también vulnerabilidad. En 2017 el Gobierno de la Ciudad las desalojó de su casa —también centro cultural— en Parque Chas. Hoy, Norma cobra la jubilación mínima, vive junto a otras siete personas y, hace dos años, atraviesa múltiples mudanzas. “En un momento fui ciudadana ilustre y después fui desalojada ilustre”, cuenta Ju que le dijo la última vez que se vieron las dos cuando toma la palabra en el encuentro de Chacarita.
En el caso de Alicia, el exilio fue la respuesta al rechazo de la familia por la identidad. “Eran militantes en un momento donde no existía la palabra lesbiana ni dentro ni fuera del movimiento. De hecho Ali se exilia, como siempre le decía, el exilio lésbico. En su infancia tuvo un montón de situaciones de violencia. Dentro de ellas, a los 14 años le hicieron el tratamiento de electroshock para curarle el lesbianismo”, cuenta Ju.
Volvió al país en 2014, a los 63 años, con ayuda de la Cruz Roja por su situación de indocumentada, y vivió su último tiempo en una habitación de hotel que, según cuentan compañerxs de su entorno, era una pieza chica sin agua caliente, con problemas eléctricos y humedad. “¿En qué condiciones muchas veces se termina viviendo?”, se pregunta Ju, y pone en primer plano la vulneración económica que sufren muchas lesbianas mayores sin recursos.
La vejez lésbica
¿Cómo es ser una vieja lesbiana? “Ya de por sí ser una persona vieja tiene sus consecuencias de la manera en la que está organizado el mundo. Una llega a ser un trasto que ya no sirve, aparte de ser mujer y terminar siendo lesbiana. Son tres cosas que el mundo declaró fuera de concurso durante muchos años, durante muchos siglos. Pero una cosa es lo que decide el mundo y otra cosa es lo que sienten las personas”, dice Norma, que en 2015 fue distinguida como Personalidad Destacada de los Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires por su lucha para lograr, en 2010, la Ley de Matrimonio Igualitario.
Las adversidades de la(s) vejez(ces) lésbica(s) son muchas y las situaciones de vulnerabilidad habitacional afectan la salud de manera letal. “La soledad que se da a partir del rechazo de la familia por la identidad, por las mismas instituciones o distintos espacios; la vulneración económica también; los dolores”, enumera Ju. La soledad que deriva del duelo también aparece en los relatos de Norma, que cuenta que cada mañana llora la ausencia de Cachita: “Me despierto y veo que no está y empieza el sufrimiento. Pero ya juré que iba a seguir hasta que pueda porque me faltan cosas por hacer”.
Loa (46), parte de Maternidades Feministas, una organización cercana al activismo de Sueños de Mariposas durante los últimos años, explica: “Las lesbianas se guardan cuando están en situación vulnerable, entonces no sabemos qué sucede cuando son mayores y, las que sabemos, sabemos que terminan así [en situaciones de vulnerabilidad económica, social y habitacional]. Está el caso de Alicia, está el caso de Norma y Cachita que las desalojaron de la casa, y además son las personas que fueron al frente de la lucha por el matrimonio igualitario”. Nos cuenta que el próximo paso de Sueños de Mariposas es llevar un registro de quiénes son las “viejas lesbianas” —modo en el que se refieren a ellxs cariñosamente para no “caer en llamarlas mujeres”, ya que no todxs se identifican así— que necesitan ayuda. En palabras de Ju, la idea es “recopilar imágenes, hacer como un registro habitacional y poder difundir y denunciarlo”.
Traer el sueño a la realidad
En Montreuil, a las afueras de París, existe una casa comunitaria como la que soñaba Alicia. La Maison Des Babayagas (La Casa de las Babayagas) es una residencia de mujeres mayores autogestionada, imaginada por Thérèse Clerc, militante feminista francesa fallecida en 2016. Funciona hace siete años como una “anti-residencia de ancianas”, apelando a la organización colectiva de tareas de cuidado: reparten la gestión del espacio, dictan y toman talleres, y fomentan una vejez activa, solidaria y comunitaria.
“Hay más de cien mil inmuebles vacíos en la Ciudad de Buenos Aires, sobre todo en los barrios tradicionales. Hay que conseguir un lesbiátrico para lesbianas en situación de calle de la tercera edad”, expresa Norma en la conversación que llevamos por teléfono. ¿Cuántxs tienen que morir vulneradxs sin haber vivido el sueño de la vejez lésbica conjunta? Queda expresado en el último párrafo del texto que se viralizó a fines de julio: “Nos proponemos un techo de resistencia en donde podamos seguir construyendo nuestra historia y nuestro devenir tortillero. Para nosotras y para las que vendrán”. La lucha de Alicia Caf era y seguirá siendo intergeneracional. Pero, una vez más, llegamos tarde, su lucha es el legado que dejó en manos más jóvenes. Que la próxima vez, los sueños, que son también reclamos, se consoliden en vida.