‘Literally Short’, una ventana Tex-Mex para cortometrajes latinoamericanos

Artículo publicado por VICE Colombia.


Un hombre de pelo gris y nariz prominente lleva unos binoculares a su cara. Apoyado contra una roca, observa una ventana distante. Junto a él, en aquel jardín de maleza desértica, se encuentra su hijo, que es un niño. El hombre se llama Simon.

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Simon vive en Armenia. Sus parientes cercanos —a quienes mira a través del lente—, viven en Turquía. El momento es importante porque para ese tiempo ya van más de diez años desde que la frontera entre ambos países se cerró. Por razones de causa mayor, Simon tendrá que viajar diez mil kilómetros para llegar a su destino, que está a menos de trescientos metros de su propia casa. Así comienza el cortometraje Simon’s Way, ganador del gran premio del jurado del festival de cortometrajes Literally Short, que, desde 2014, se realiza en Houston, Texas.

Armenia, lo sabemos, no queda en América. Pero durante los pocos minutos que dura la película dirigida por Edgar Baghdasaryan, uno conecta. Ahí, en la pantalla, estamos nosotros viajando distancias largas y demoradas para llegar a destinos que parecen colindantes. “La amistad, el amor o el odio son temas universales, igual que las fronteras. No solo las geográficas, sino también las que viven dentro de cada uno”, comenta el editor de la película, Alexander Baghasaryan, durante los días del Festival.

The Simon’s Way, película armena dirigida por Edgar Baghdasaryan, fue la ganadora al gran premio del jurado en el Literally Short Film Festival. Foto cortesía del Literally Short Film Festival.

El Literally Short se ha convertido en un túnel alternativo por el que, durante cuatro días cada año, circulan proyectos que atraviesan esas fronteras. “Nosotros buscamos historias universales, que tengan un contenido que nos relacione con otros seres humanos”, explica Loris Simon, sicóloga, documentalista y cofundadora del Festival, con un perfecto acento chilango que maquilla los más de veinte años (de veintinueve) que lleva viviendo en Estados Unidos. “Como somos de México, creamos una sección exclusiva para películas mexicanas. Pero recibidos cortos de todo el mundo”, señala Loris, apuntando a una convocatoria que en 2018 recibió alrededor de cuatrocientos proyectos de cuarenta y cinco países.

La sede del Festival es una bodega ubicada en una zona industrial de Houston. En uno de los costados del recinto de techos altos y luces blancas, cien sillas negras apuntan a una pantalla donde se proyectarán los cortos. Afuera, un carro de comida vende tacos, papas con tocineta y queso, humeantes hamburguesas que se sellan con donas glaseadas en vez de pan. Adentro, Rose Mary Salum, madre de Loris, atiende al público y los dirige a sus puestos cuando las películas están por comenzar. Todo el asunto se siente como un asado familiar durante un domingo en la tarde. Los delata la multiplicidad de personas paseando por el espacio. Houston ostenta actualmente el título de ciudad más diversa en Estados Unidos, la gran puerta de entrada, hogar de ciento cuarenta cinco lenguas diferentes.

Rose Mary, escritora y periodista cultural, fundó hace quince años la Revista Literal. Un medio bilingüe que busca crear conversaciones entre el mundo hispano y Estados Unidos a través de las humanidades. “Cuando llegué hace veinte años, empecé a buscar espacios para publicar en español, pero eran escasos o nulos. Algo muy extraño, porque la comunidad hispana es gigante y el español es muy hablado en este país”, dice Rose Mary sobre Estados Unidos, que hoy alberga en su población, por lo menos, un doce por ciento de hispanohablantes. Alrededor de cuarenta millones de personas.

Rose Mary Selum, cofundadora del festival,durante la jornada del tercer día de actividades. Foto cortesía del Literally Short Film Festival.

La revista nació como un proyecto impreso que contenía reseñas, columnas de opinión, piezas de ficción y poesía. Han publicado talentos incipientes y autores reconocidos, como Martha Nussbaum, Mario Vargas Llosa, Alberto Chimal, Ana García Bergua. El Literally Shorts nace como el brazo fílmico de este proyecto. Rose Mary y Loris conforman un equipo que encuentra en las letras y las imágenes en movimiento una forma deliciosa de construir puentes.

En 2018, el premio a mejor imagen se lo llevó Negative Space, corto animado del director Kobe Bryant, que también tuvo una nominación al Oscar; el premio de la excelencia lo ganó el proyecto Oasís, del director mexicano Alejandro Zuno, quien, días antes de la proyección en Houston, recibió el premio Ariel, el más prestigioso de a la cinematografía mexicana.

“Siempre pensé que Estados Unidos era un país que se concibe a sí mismo como el ombligo del mundo, pero cuando me mudé me di cuenta que México también sufre de ese ombliguismo”, comenta Rose Mary sobre su propia exploración dentro del mundo de los orígenes y la identidad. México hace parte del trio hegemónico de la región. De las seiscientas películas que se realizan cada año en Latinoamérica, por lo menos tres cuartas partes son proyectos argentinos, brasileños o mexicanos.

En las cinco ediciones del festival se han seleccionado y premiado trabajos de otros países, como el documental cubano Gallero, de Andreas Hadjipateras; la venezolana, Anfibio de Héctor Silva Nuñez; y la peruana, The Scorpion’s Tale de Jhosimar Vásquez. Sin embargo, para Loris “sí hay un glass ceiling (techo de cristal) dentro de la región. Lo hemos notado cuando intentamos tener un programa de Latinoamérica y el material no nos da para abrir el espacio”. La meta para las próximas ediciones es tener más materia critica de todo el continente y crear una categoría que acompañe a las que ya existen: Voces internacionales, Cine tejano, México lindo y querido y El rincón de la animación.

Negative Space es la película norteamericana en stop-motion, del director Kobe Bryant. Fue nominada a mejor cortometraje animado en los premios Oscar y ganadora a mejor imagen en el Literally Short Film Festival. Foto cortesía del Literally Short Film Festival.

Durante los días del Festival los participantes —cineastas y espectadores— tienen una disciplina silenciosa y divertida, que visten para llegar cada día a esa bodega y sentarse durante toda la tarde a ver historias. En lo que corren las horas, nos metemos en la vida de Cerulia, una niña mexicana que peina la cabeza de sus abuelos muertos en el jardín de su casa; la de Valeria, una mujer migrante en Texas que una noche es asaltada por su jefe en su propia casa; o la película de un director daltónico que cuenta la historia dos extraños que toman un taxi juntos y en el viaje se recuerdan de otra vida.

¿Puede la historia del mundo caber en unos cuantos minutos de cine?

Para Carlos Gutiérrez, la respuesta es sí. “¿Por qué una película tiene que durar más de media hora para ser considerada una película?”, se pregunta Carlos, quien aparte de haber sido jurado del Literally Shorts hace un par de años, es el cofundador de Cinema Tropical, una organización que promueve el cine latinoamericano en Estados Unidos.

Cinema Tropical tiene grandes victorias, entre otras está aquella vez, hace diecisiete años, cuando proyectaron el pre-estreno de Amores Perros en Estados Unidos, película que significó la entrada a Hollywood de Alejandro González Iñárritu. Para Carlos, el Literally Shorts “tiene el rol de ser una plataforma para cortos que de otra manera se mostrarían poco. Ahora [los cortometrajes] se usan como tarjeta de presentación de artistas jóvenes que necesitan fondos”. Aunque existen más de dos decenas de festivales de cine latinoamericano en Estados Unidos, no todos dan espacio a películas de menos de treinta minutos. Darles pantalla a estas muestras sintéticas de arte no es solo es simpático y fresco, sino necesario.

En las últimas tres décadas la participación internacional en las pantallas de Estados Unidos se ha hecho más estrecha. “El espacio que ocupaba el cine extranjero ha sido colonizado por el cine independiente norteamericano. Luego está la comercialización. Las películas en lengua extranjera entran al circuito del arte. Ese circuito está dominado por el cine europeo”, explica Carlos. Según sus cálculos, durante los años setenta, el cine extranjero representaba alrededor del diez por ciento de la taquilla. Hoy en día es menos del uno por ciento. A pesar de la visibilidad que grandes proyectos latinoamericanos como la chilena Una mujer fantástica, o la colombiana El abrazo de la serpiente, las fronteras se han ido cerrando.

Un cortometraje tiene las características de un viaje de fin de semana. Cada paso al frente es el epítome de vidas distantes, o la marcha al interior de nuestras propias emociones. “Queremos que se entienda que no solo se hace un cortometraje porque no alcanzó el dinero para hacer un largo. Hacer cortos también es aprender a contar en menos tiempo. Es presentar una historia completa, universal, en unos cuantos minutos”, dice Loris, poco antes de comenzar la última función, sobre un proyecto que, para ella, apenas está comenzando.

Durante la última noche, un grupo de cinéfilos termina de ver el ciclo internacional de películas y va a bailar a un bar country. Beben cocteles de dos y cuatro dólares, bailan con personas que acaban de conocer y con quienes comparten una pasión que no tiene un solo idioma. Pequeñas luces blancas que se desprenden de sillas de montar cubierta de cristales que cuelgan del techo, iluminan sus caras. El Festival termina y todos parecen querer un poco más. Agradecen a Rose Mary, a Loris y a toda su familia por la hospitalidad, por la maravillosa selección y por crear este pequeño país, dentro de ese otro gigante que es Estados Unidos, en el que hay espacio para la pluralidad y para los pequeños discursos de independencia que significan el mundo para sus creadores.

La convocatoria del Literally Short Film Festival abre entre enero y marzo de cada año y la premiación se lleva a cabo en Houston, Texas, a mitad de año.