Un bucle infinito en el que aparece un anime rollo Miyazaki de una chica en una pintoresca habitación y con aspecto de cansada. La chica está escribiendo notas en una libreta, leyendo el periódico con una taza de café humeante, o simplemente mirando melancólica por la ventana un día lluvioso.
Un donwtempo muy particular y millennial suena por los altavoces del portátil, la cadencia de la caja de ritmos amortiguada, unos pocos ritmos nocturnos de sintetizador, quizá un sample vocal hipnotizante sacado de alguna casete de autoayuda, dibujos animados antiguos, juegos de Nintendo 64 o alguna basura de acceso público.
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Estos ingredientes son sencillos y llamativamente constantes, y mezclados encarnan una nueva forma de radio por internet llamada “lo-fi hip-hop”, o “chillhop” o, más específicamente, “lo-fi hip-hop radio for studying, relaxing and gaming” (radio de hip-hop para estudiar, relajarse y jugar). Interminables e imperecederos streams de YouTube que suenan ininterrumpidamente, lanzando vibraciones de buen rollo y amistad a una legión de estudiantes traumatizados, la alternativa holística perfecta cuando el Xanax ha dejado de hacer efecto. A veces lo único que hace falta es confiar en el gusto de un chaval emprendedor con un canal de YouTube.
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Hay varios de estos canales y todos son tremendamente populares. El más destacable de ellos pertenece a alguien que responde al alias ChilledCow y ha conseguido 1,7 millones de suscriptores en poco más de un año. Lo cierto es que lo que hace esta persona no difiere mucho de la labor de alguien que pinchara una lista de temas cuidadosamente seleccionados en una fiesta.
Sin embargo, los vídeos no requieren que haya nadie constantemente pendiente de la mesa de mezclas. Pese a ello, la rotación musical es constantemente renovada con nuevos temas seleccionados, lo que contrasta claramente con las sugerencias lanzadas por los algoritmos de Spotify o Apple Music.
El DJ Ryan Celsius, que tiene varios canales de hip-hop lo-fi en activo, cuenta que YouTube se ha convertido en el semillero de este género gracias a la laxitud de la plataforma respecto a los derechos de propiedad. Twitch, el titán del live streaming, siempre se ha mostrado muy exigente a este respecto con la música que se reproduce en su web, lo que provocó que Celsius fuera expulsado en sus inicios por una infracción de las condiciones del servicio. “En 2017 me di cuenta de que el streaming en YouTube había mejorado muchísimo y decidí darle una nueva oportunidad”, explicó.
Hoy, el canal de Celsius tiene más de 260 000 suscriptores y es todo un icono del género en la red. Según Celsius, el resurgir del chillhop nace de una antigua nostalgia por Adult Swim Toonami, de Cartoon Network. La especialidad de Adult Swim eran los deliciosos temas que sonaban en cortinillas y anuncios; también fueron los responsables del éxito del rapero MF Doom. Toonami, por su parte, llevaron por primera vez Cowboy Bebop y Samurai Champloo a la audiencia occidental, con sus increíbles bandas sonoras intactas. Hoy, los adolescentes que adoraban estas series están en sus veintilargos y encantados de volver a escuchar esas texturas.
“Toda una generación estuvo bajo la influencia de los suaves ritmos y la estética relajante o hipnótica del Adult Swim de principios de los 2000”, señala Celsius. “Creó un sector muy amplio de personas a las que les gustaba tanto el anime como los ondulantes ritmos de hip-hop”.
Puedes estar pensando que cualquiera podría empezar uno de estos canales desde su cuarto y empezar a ganar dinero gracias al equitativo sistema de ingresos por publicidad de YouTube y, hasta cierto punto, es verdad. Pero se requiere bastante capacidad para emitir audio y vídeo de alta calidad de forma simultánea. Celsius me cuenta que los terabytes de capacidad que alquila en servidores cloud le cuestan entre 200 y 300 dólares (160-270 euros), por lo que, entre los ingresos por publicidad y lo que obtiene en Patreon, se saca unos 1.300 euros limpios al mes. “Para mí, personalmente, no es tanto un negocio”, añade.
Otros DJ de YouTube han aprendido a consolidar diversos intereses económicos tangenciales para mantenerse a flote. El stream de chillpop “College Music”, con 415 000 suscriptores, es obra de dos chavales británicos, Johnny Laxton, de 19 años, y Luke Pritchard, de 20. Ambos convirtieron sus emisiones de radio en una discográfica, exhibiendo a sus artistas a través de listas de reproducción de Spotify y construyendo una identidad de marca que poco tiene de anónima o desechable. “No queremos que la gente descubra el stream y al día siguiente no sea capaz de encontrarlo”, dice Pritchard.
Pritchard también me explica que a veces contactan con ellos artistas que están dispuestos a pagarles para que sus temas aparezcan en la rotación de su canal, como si se tratara de una nueva forma de payola. La petición tiene sentido, ya que tanto el artista como el tema aparecen siempre en la pantalla, y siempre hay cierto valor comercial en poder sonar en las habitaciones de innumerables jóvenes de todo el mundo. Sin embargo, College Music rechaza todas esas propuestas, ya que supondría una traición a la filosofía de este género.
“Desde el primer día, Johnny y yo hemos tenido claro que esto va de compartir música de artistas desconocidos que nos encantan a los dos”, explica. “No creamos College Music con la idea de ganar dinero. Por eso nunca haríamos nada para maximizar el ‘rendimiento’ a costa de nuestra integridad y de la calidad de la música que compartimos”.
Veremos cuánto tiempo dura su postura. La posibilidad de monetizar resulta muy seductora, y si estos streams siguen manteniendo su popularidad, las ofertas serán cada vez más suculentas. En cualquier caso, alivia saber que la gente joven está plantando cara a las sugerencias musicales enlatadas y servidas por hordas de servidores en Silicon Valley.
“Por muy buenas que sean sus intenciones, plataformas populares como iTunes, Spotify y Google Music lo único que hacen es meter a la gente en una cámara de vacío”, señala Celsius. “Los streams ininterrumpidos, en cambio, muchas veces permiten a la gente descubrir música que no sabían que les podía gustar.
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