Mientras espero a Los Jevis, miro el reloj. Me han dicho que suelen llegar como a las siete de la tarde. A las siete y cuarto los veo llegar, separados. Uno delante del otro. El primero se salta el semáforo y va decidido, me llama la atención su pantalón vaquero desgastado, muy apretado. El otro espera del otro lado de la calle a que el semáforo se ponga verde. Llegan a la Gran Vía, en Madrid, lugar al que van todos los días. Ya es como su segunda casa, su espacio, su templo.
En Madrid todo el mundo los conoce, o al menos los ha visto alguna vez en la vida. Son, sin quererlo, una postal más del paisaje urbano de la ciudad y de la transitada e icónica Gran Vía. Unos dicen que son una leyenda, otros hasta les quieren hacer una estatua y algunos los critican diciendo que son unos vagos sin oficio. Ellos no se enteran de nada o hacen que no quieren enterarse.
Videos by VICE
Hace 13 años que los gemelos Alcázar, Emilio y José, van todos los días a sentarse frente a donde estaba la emblemática tienda Madrid Rock. Ahí, durante 24 años, los roqueros, góticos, jevis y faunas variadas amantes del rock, se reunían, compraban discos a buenos precios y entradas para conciertos. A veces se dejaban caer por la tienda los mismos artistas que tocarían para firmar autógrafos. Fue una buena época para el rock en España.
En el año 2005, la tienda cedió ante la piratería, y el imperio español de ropa Inditex encantó a sus dueños con un cheque de varios ceros. Se cerró un ciclo y empezó otro: el superficial.
Emilio y José protestaron junto a cientos de amantes de la tienda en los meses posteriores al anuncio del cierre. El dinero pudo más. Iban todos los días y aunque todo el mundo siguió con sus vidas, ellos se quedaron y no se fueron jamás. Su protesta se eternizó.
“Ah, tú nos estabas haciendo fotos, ¿qué tal quedaron?”, me preguntan. Su acento madrileño es una mezcla de macarreo-barriobajero-chulapo-paso-de-todo-y-no-me-importa-nada que se siente al instante. Tienen 49 años a sus espaldas. No es la primera vez que los fotografío, les comento, se encogen de hombros y José me dice: “aquí viene mucha gente a tomarnos fotos y nunca las hemos visto”.
Emilio es el que más habla: “Nosotros venimos todos los días desde hace 13 años aunque llueva, haga frío o calor. Siempre hubo un ambiente muy rockero en esta esquina y como somos del barrio, nos quedaba cerca. Cuando fue la protesta, que cerró por culpa del capitalismo salvaje, nos quedamos y hasta la actualidad pensamos igual, en realidad es contra lo que protestamos”.
Una de las cosas que más me gusta es mirar al cielo. Hemos visto todo tipo de aves, águilas y pájaros. Hemos visto hasta ovnis. No es broma. Cuando miras hacia tu interior ves cosas sorprendentes.
Un chico se acerca y les dice que mientras haya gente como ellos, el rocanrol seguirá existiendo. Emilio responde: “Tú sigue haciéndolo colega, no abandones”.
“Aunque ésta debe ser la millonésima vez que nos preguntan de qué vivimos, siempre contestamos lo mismo: Un ser humano no necesita dinero para subsistir, lo que tienes que alimentar, sobre todo, es el espíritu y no tu cuerpo. Si alimentas tu espíritu, tu cuerpo estará bien. No necesitas comerte el coco, simplemente debes seguir tu camino”.
Emilio me dice que el heavy tiene muchas caras y que el rocanrol lo engloba todo. “AC/DC es mi banda favorita y aunque la lista de sus canciones que me gustan sería infinita, me gusta el mensaje y la buena onda de ‘It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock and Roll)’, en donde se puede escuchar el estado puro del primer cantante del grupo”, me cuenta. José interrumpe y asegura que AC/DC no es heavy metal y que es hard rock. “El verdadero heavy metal es Judas Priest y ‘Reckless’ su mejor canción”.
Tienen muchas anécdotas, tantas que dicen que podrían escribir un libro con todas las que le han pasado en todos estos años. “La calle es la mejor y única universidad porque aquí estamos todos al mismo rollo y a la misma altura. Aquí no hay buenos ni malos, cada uno queda en evidencia con su actitud”.
Sobre si tienen familia, Emilio me cuenta: “Teníamos un hermano que se llamaba Eufrasio que murió a los 24 años por causa de la droga. En los 80 era normal tener un apodo y a nosotros tres nos decían Los toldos. A mí me llamaban Puna y a José, Lin”.
“Vivimos en una casa que nos dejó la familia. Nuestra madre, Mercedes, está enferma de Parkinson y vive en una residencia. La visitamos todos los días y la ayudamos a caminar”.
“No tenemos hijos ni estamos casados, gracias a Dios, hay una cosa que se llama destino y ya el nuestro está bien definido. Hemos tenido parejas y todo el rollo, pero de alguna forma eso nos quita libertad”.
En los 80 y 90 murió mucha gente por la droga y nosotros seguimos representando el lema ‘sexo, drogas y rocanrol’. Sin abusar de las drogas puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero tienes que utilizar el rocanrol a tu favor y no en tu contra.
Es tanta su popularidad, que incluso cuentan con una página de Facebook. “No es cosa nuestra y no nos pidieron permiso”. Les digo que deben de tener algunos fans, a lo que José replica: “Sólo tienes que ser fan de ti mismo y de la libertad” y Emilio agrega: “Nosotros no queremos tener fans, queremos ser nosotros mismos”.
La conversación se interrumpe porque llegan tres chicas jóvenes que no son españolas. Una de ellas parece conocer a José y le pregunta: “¿Me recuerdas?” José le dice que sí, es un tipo muy educado, todo un caballero. Me olvidan completamente y aprovecho para hacerles fotos.
Las chicas se van sin dejar teléfonos o pistas de algún futuro prometedor. Ellos se dan la vuelta y se dan cuenta de que sigo ahí. Me miran con cara de sorpresa y algo de asco. “¿Tú sigues aquí? Joder, ¿no tienes ya suficiente?”, pregunta José.
Una de las cosas que más llaman la atención de los Alcázar son sus atuendos. Todo parece estar milimétricamente calculado en sus looks. Les pregunto dónde compran su ropa: “Tampoco se vale decir cosas tan privadas, ya hemos hablado bastante. Lo mucho ya cansa”, me dice José ya muy molesto.
“Somos seres humanos que viviremos nuestras vidas, para nosotros sobre todo. Estaremos siempre aquí, no nos rendiremos”.
Frente a una pared cercana les tomo una fotografía a cada uno. La gente que pasa nos mira muy curiosa y ellos se sienten incómodos. Hay unos señores mayores sentados en un banco frente a nosotros, hablan entre ellos en voz alta y uno le pregunta al otro: “¿Y estos de qué vivirán?” Al que iba dirigida la pregunta se encoge de hombros. Emilio ve toda la escena y me dice: “Bueno, no se les puede pedir a estos ancianos que entiendan que nuestro modo de vida es el rocanrol, ¿no?”