La mano de obra itinerante y en edad de jubilación de Amazon

Beth LaFata dejó su vida sedentaria para convertirse en una workamper de Amazon. Fotos de Lara Shipley

WORKAMPERS: Trabajadores migrantes que se echan a la carretera en autocaravanas y furgonetas en busca de trabajos eventuales para subsistir

A principios de septiembre, una tormenta eléctrica despertó a Beth LaFata mientras dormía en un camping de caravanas llamado Buckeye Mobile/RV Estates situado a las afueras de Coffeyville, Kansas. Era cerca de la medianoche y la lluvia repiqueteaba sobre el techo de su casa, una furgoneta Dodge del 79 de color azul pálido. Al cabo de seis horas debía estar fichando para comenzar una larga jornada de trabajo en un almacén de Amazon cercano. Inmediatamente, LaFata se dio cuenta de que la lluvia se estaba colando por el techo justo encima de la cama. Se estaba calando hasta los huesos, y al cabo de pocos minutos su vivienda de una sola habitación estaba completamente inundada.

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“Dentro de la furgoneta llovía tanto como fuera”, dice LaFata. “La cama estaba empapada. No podía hacer otra cosa más que quedarme allí sentada llorando hasta que fuera la hora de ir a trabajar”.

LaFata había acampado en Buckeye porque acababa de unirse al que probablemente sea el colectivo de mano de obra más móvil de Estados Unidos. En su mayoría, los workampers son trabajadores inmigrantes en edad de jubilación que se han echado a la carretera en autocaravanas y furgonetas en busca de trabajos temporales que les permitan llegar a fin de mes. Al igual que lo verdaderos jubilados, estos trabajadores viajan por todo el país, hacen un poco de turismo y se quedan a dormir en campings de caravanas. Pero los workampers dependen de trabajos eventuales de baja cualificación para subsistir, como vigilar campings, vender entradas para las carreras de la NASCAR o, como en el caso de LaFata, pasarse largas noches llenando cajas para la mayor tienda online del mundo.

En 2010, tras ser despedida de Meals on Wheels, una empresa de entrega de comida a domicilio en las afueras de Dallas, LaFata, que por entonces tenía 44 años, se embarcó en una búsqueda desesperada de trabajo. Después de 18 años como asistente jurídica, para ella fue todo un shock comprobar lo difícil que resultaba encontrar empleo en tiempos de crisis. La rechazaban para puestos que antes hubiera considerado indignos para ella. Ni siquiera encontraba trabajo como cajera en cadenas de comida rápida como McDonald’s, y ya se le estaba acabando el subsidio de desempleo. “Mandé cientos de solicitudes”, me explica. “Pedí trabajo en todas partes. Absolutamente en todas. Pero no puedes seguir insistiendo mucho cuando te dicen que no una y otra vez”.

LaFata no dejó de buscar trabajo hasta que consiguió dejar su apartamento de 600 dólares al mes en las afueras de Houston para pasarse nueve meses cuidando una casa y empezó a ganar unos cuantos cientos de dólares al mes gestionando las reservas de grupos de música. Pero cuando el trabajo cuidando la casa se acabó, la idea de volver a pagar un alquiler le parecía cada vez menos atractiva. LaFata siempre había soñado con vivir en la carretera, así que a finales de 2013 intercambió su última posesión, un Pontiac Firebird descapotable del 92, por la furgoneta en la que ahora vive. El Día de San Valentín de hace un año, su primer día en la carretera, durmió en el aparcamiento de un Walmart.

Rápidamente, la movilidad hizo que encontrar trabajo le resultará mucho más fácil. LaFata podía trasladarse allí donde hubiera faena, y al poco tiempo la contrataron para limpiar aparcamientos y lavabos por el salario mínimo en un camping a las afueras de Austin. Mientras trabajaba allí, la contrataron con meses de antelación para trabajar en Amazon y también en una gran plantación de remolachas de la azucarera American Crystal Sugar, una empresa que en los últimos años ha estado utilizando trabajadores temporales para reducir su plantilla de empleados sindicados. La idea de LaFata era trabajar las extenuantes doce horas de las jornadas de la plantación durante unas semanas, y luego trasladarse a Kansas en octubre hasta el final de la temporada de Amazon. Cuando, a finales de julio, la llamaron de Amazon para decirle que en el almacén de Coffeyville necesitaban workampers de inmediato, LaFata hizo números y comprobó que si renunciaba a trabajar en la recogida de la remolacha podría ahorrarse cientos de dólares en gasolina. El 11 de agosto llegó a Coffeyville.

La crisis económica de 2008 pilló por sorpresa a millones de trabajadores en edad de jubilarse. Muchos vieron como, tras contribuir durante décadas a la Seguridad Social, de la noche a la mañana sus planes de pensiones habían perdido casi todo su valor. Por otro lado, los que se habían quedado sin trabajo se las vieron y se las des para encarrilar su trayectoria profesional ante la competencia de candidatos más jóvenes y con CVs que habían quedado obsoletos desde hacía años. Con tanta gente buscando trabajo, las empresas ya no tenían ninguna necesidad de ofrecer las tradicionales ventajas, como contratos estables o sueldos decentes, para encontrar personal. Desde la recesión, son cada vez más los millones de americanos que se ven abocados a la nueva economía de minitrabajos, de manera que el descenso del paro responde en su mayor parte a contratos temporales, entre ellos los de miles de workampers.

Justo cuando la economía comenzaba a desmoronarse, Amazon lanzó un programa piloto en Coffeyville llamado CamperForce. La compañía se había expandido rápidamente y tenía dificultades para configurar su plantilla de almacén de trabajadores eventuales solamente con los residentes de la zona. Hacía más de veinte años que existía una pequeña comunidad de campistas que se hacía llamar workampers, pero nunca hasta entonces sus servicios habían sido requeridos por una empresa tan potente. El programa piloto de Coffeyville fue todo un éxito, y Amazon decidió extender CamperForce a sus almacenes de Campbellsville (Kentuck), Murfreesboro (Tennessee) y Fernley (Nevada). Amazon incluso envía gente a las convenciones de campistas para reclutar workampers sobre el terreno. Cuando LaFata llegó a Coffeyville, trabajar para Amazon había pasado a formar parte del estilo de vida de los workampers.

Para la mayoría de los trabajadores de Coffeyville, el salario de 10,50 dólares a la hora (11 dólares para los turnos de noche) que paga Amazon representa un buen incentivo para viajar hasta Kansas. Amazon también les paga la plaza de aparcamiento de la caravana, ylos que trabajan la temporada completa reciben un bonus de un dólar adicional por cada hora trabajada. La mayoría de las ofertas de trabajo para workampers incluyen aparcamiento, pero el salario base de Amazon es uno de los más altos del sector; bastante más que el salario mínimo, que es lo que ofrecen la mayoría de empresas y que en EE. UU. se sitúa en los 7,25 dólares a la hora.

Cuando visité el almacén el otoño pasado, todavía no había comenzado la temporada alta para Amazon, de modo que el trabajo se centraba en procesar la entrada de enormes cargamentos de productos en previsión de la oleada de pedidos navideños que llegarían después del Día de Acción de Gracias. En septiembre, los workampers se pasan las noches entrando y clasificando toda esa mercancía. A medida que se acercaba Navidad, sus tareas pasaban a centrarse en empaquetar y trasladar una inmensidad de productos que acabarán en domicilios de todo el país.

A pesar de que los horarios de los workampers pueden llegar a ser extenuantes, ellos se sienten afortunados por el sentido de comunidad y de pertenencia que esta vida migratoria les proporciona. Los trabajadores de Buckeye no solo viven y trabajan juntos, sino que han formado estrechos lazos de amistad y una sólida camaradería. Con la ayuda de sus vecinos workampers, LaFata se mudó a un bungaló móvil mientras lleva a cabo las necesarias reparaciones de su furgoneta.

La devoción de los workampers hacia este estilo de vida adquiere en ocasiones tintes casi proselitistas. Durante mi primer encuentro con LaFata, estuve conversando con ella hasta cerca de las cinco de la tarde, cuando las calles polvorientas de Buckeye comenzaron a llenarse de camionetas que salían para el turno de noche. Una menuda pero muy apasionada trabajadora de Amazon llamada Jeanne Pitts se nos acercó ataviada con un chaleco naranja con su acreditación corporativa colgando. Cuando se enteró de que era forastero, me animó a deshacerme de todos los lastres que me anclaban a mi vida en Nueva York. “Lo que necesitas es montarte en una autocaravana y salir a explorar. No te harás rico, pero vivirás un montón de nuevas experiencias y conocerás a gente extraordinaria,” me dijo mientras hacía un gesto con la mano señalando el campamento. “Serás feliz porque ya no estarás siempre de mal humor.

Muchos de los workampers que conocí en Coffeyville no solo hacían lo que podían para ir tirando, sino que experimentaban aquella situación con particular entusiasmo, una modalidad de júbilo rayando en el fanatismo que, sinceramente, me resultaba chocante teniendo en cuenta las evidentes dificultades económicas a las que debían enfrentarse. Un reportaje publicado recientemente en la portada de la revista Harper’s Magazine atribuía las fervorosas expresiones de felicidad de los workampers simplemente a una forma de autoengaño, una manera con la que mitigar la angustia de la vida como trabajadores migrantes en autocaravanas que se ven obligados a llevar. Pero entre la gente con la que hablé en Buckeye percibí una energía distinta y más profunda. Si el irreprimible optimismo de los workampers es una mentira colectiva, es un tipo de ficción con el que cualquiera de nosotros podría sentirse identificado. Es una estructura de significado que da sentido a sus existencias o, en el caso de los workampers, explica un estilo de vida que se ajusta perfectamente a las exigencias de la economía de trabajos temporales de la nueva América.

Las críticas más duras hacia las políticas laborales de Amazon que escuché en Coffeyville no las hizo un workamper, sino un residente local que me dijo que, en su primer y único día trabajando en el almacén, por poco no le da un ataque ante la disciplina informatizada y alienante que imponía Amazon. Tal vez, Amazon advirtió allá por 2008 cierto valor cultural en los workampers. Con esta nueva fuerza de trabajo, Amazon sin duda ha alcanzado un hito en el sector de los recursos humanos: los workampers forman una cultura capaz de honrar el ideal americano de la aventura y los nuevos territorios, al mismo tiempo que se adapta y dignifica la política de trabajos eventuales a menudo tan criticada y que es una parte imprescindible del modelo de negocio de Amazon.

Sin excepción, los workampers se refieren a las viviendas convencionales como casas de “ladrillo y cemento”. Lo dicen de manera despectiva. Después de pasar unos días en Buckeye, comencé a darme cuenta de que esta expresión no se refiere a las edificaciones en sí mismas, ni siquiera al estilo de vida residencial, sino a toda una escala de valores que los workampers han dejado atrás. Nada me ha hecho sentir nunca tan hecho de “ladrillo y cemento” como la reacción que obtenía cuando les preguntaba cuándo pensaban dar acabar con su peregrinaje; si es que pensaban establecerse en algún sitio de forma permanente.

La mayoría de los workampers parecen centrado solamente en el corto plazo. LaFata me dijo que tenía intención de seguir trabajando mientras viviera. Después de Amazon, tenía pensado viajar a una gran concentración de autocaravanas en Quartzside, Arizona, donde ya se había apuntado para trabajar una temporada como camarera en un restaurante de comida casera. Luego, volvería a Amazon para trabajar de nuevo la temporada alta de Navidad. Más allá de eso, su única guía es el rudimentario sistema climatizador de su furgoneta, que la obliga no solo a ir detrás de unos ingresos, sino también del buen tiempo.

“Si hace mucho calor, iré al norte”, me dijo LaFata con evidente orgullo en la voz. “Si hace frío, iré al sur”.