Los misterios y enigmas en el Guernica de Pablo Picasso

Convulso, desarticulado, disonante, roto… “cambalache, problemático y febril” diría el tango. Siglo XX, siglo de guerras, de avance tecnológico y progreso científico, pero también de nostalgia por el pasado y de elevación mítica de los orgullos nacionalistas. En él colindan no sólo el pasado y el futuro en un violento presente, sino también una lluvia de ideologías con sus sendos derivados. Tal fue el siglo XX, y fiel a este breve retrato lleno de lugares comunes es su obra de arte más emblemática: El Guernica. ¿Y qué sería del Guernica sino el nombre de un obscuro pueblo en un rincón de España de no ser por Pablo Picasso? … O, mejor dicho, de no ser por Francisco Franco, por la guerra civil y por esa desafortunada alianza con el nacionalsocialismo. Porque, creo yo, el Guernica de Picasso no es un retrato de Guernica, País Vasco. Diría yo, junto con los historiadores del arte, como el británico Simon Schama, que Guernica de Picasso es un retrato del siglo XX. Y uno bastante fiel. No se trata, por supuesto, de una obra de arte copista, ni imitativa; es decir, que esta obra, con su peculiar estilo cubista, no es una representación de la realidad como la vemos a primera vista.

Recordemos el contexto en que se desarrolla Picasso, el artista. La llegada de la fotografía fue uno de los factores que rompió los paradigmas clásicos de aquello que se denominaba las bellas artes. La pintura, como disciplina artística visual, dejó de buscar la perfección bajo el criterio de la similitud con el objeto retratado. ¿Para qué hacer un fiel retrato de alguien, o un paisaje, si para eso ya estaba la fotografía como una tecnología que daba el mismo resultado más rápido y más barato (si bien en blanco y negro)? El pintor, como artista visual, se quedaría en una posición sumamente difícil si su labor se redujera simplemente a la presentación de un retrato que arrojase la misma imagen que un ojo humano frente al objeto retratado. Y si bien es verdad que los pintores no se limitaban simplemente a copiar lo que veían, sino que bajo una cierta inspiración platónica buscaban retratar lo real a la luz de lo ideal, los paradigmas terminarían cambiando aun así debido a que los artistas terminaron por cansarse de una norma de gusto que se hacía cada vez más rígida y, para desgracia del mundo del arte, más snobista también.

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¿Qué surgiría en lugar del paradigma antiguo? Los primeros en aventurarse hacia el mundo de la perspectiva subjetiva fueron los impresionistas. Su mundo es uno desdibujado y líquido, un terreno de juego para la imaginación. Luego vendrían el resto de las vanguardias: los surrealistas, futuristas, expresionistas, fauvistas, ultraístas, estridentistas, dadaístas y, por supuesto, los cubistas. Con su emblemática obra, Las señoritas de Avignon, Picasso haría suyo este último estilo. El Guernica seguiría la misma narrativa artística: su visión de la realidad es desintegrada, la imagen es atomizada, no se mira aquello retratado desde una sola perspectiva sino desde varias a la vez, como una especie de imagen fuera del tiempo, fuera incluso del momento fijo que hasta entonces el arte retrataba y que por tanto de convierte así en algo dinámico y fugaz.

Lo que vemos en La Guernica tiene una profunda resonancia con la obra de otro gran artista español: Goya. En Los horrores de la guerra éste último denuncia la atrocidad de la violencia humana de manera cruda, directa y sin ningún maquillaje. La obra de Goya, a pesar de que guarda cierta solemnidad, no es una imagen de lo real a la luz de lo ideal, es lo real tal como es, tal como la guerra lo ha dejado. El Guernica comparte esa aproximación a su objeto, no hay un sólo rastro de lo ideal en ella, es realidad pura, cruda y material. Pero encierra una contradicción: es realidad retratada no como realidad, ni desde la perspectiva de ésta, sino desde un punto de vista privilegiado, desde esa perspectiva imaginaria cubista que permite observar más de un aspecto de ésta a la vez. Quizá por eso sólo podía ser cubista, porque un horror de ese tamaño no cabría en la rigidez del paradigma clásico de profundidad, proporción y dimensión. Por eso y porque el mismo estilo de la obra va de la mano con su objeto: es absurdo. Horrible y escandalosamente absurdo, pero absurdo, al fin y al cabo. Absurdo no porque fueran absurdas las vidas que se perdieron ahí, sino porque el actuar del ser humano deja de tener todo sentido cuando llega a esos extremos; es el desarrollo tecnológico, construido bajo la promesa del progreso, incluso moral, que se torna en contra del hombre debido a que su condición, aunque más erudita y conocedora, nunca mejoró y sólo se hizo más poderosa. A más herramientas tecnológicas corresponde más capacidad de destrucción también. El sueño ilustrado no logró superar los miedos y la obscuridad del pasado, y como denuncia de ello se erige Guernica.

El pasado también está presente en esta emblemática obra de Picasso; en ella encontramos no solamente esta nueva aproximación a la realidad que, en su contradicción, nos la muestra tal como es, desarticulada y, valga la redundancia, contradictoria; sino que también vemos el conflicto entre presente y pasado, entre progreso y tradición, conflicto que estaba presente tanto en España como en el mismo Picasso. La guerra civil, a final de cuentas se reduce (mal y rápido) a ese conflicto entre la tradición que busca guardar el pasado y una idea de progreso que busca un futuro prometedor. Elementos de este pasado ancestral en España, vigentes hasta ahora, son el toro, el caballo y el matador caído; en ellos vemos el retrato de la España taurina y envalentonada que alguna vez sometió al mundo pero que se convertiría tan sólo en la sombra de lo que antaño fue. La nostalgia ibérica por su pasado glorioso queda retratada en esos elementos.

Pero Picasso no sólo atiende a la España imperial, también vemos el ocaso de la España de puertas adentro, de la España doméstica: una madre con su hijo en brazos. Imagen tierna pero desgarradora, que remite a la piedad de Miguel Ángel, sólo que éste hijo no resucitará, sino que en él vemos a los hijos de España cuyas vidas se han perdido para siempre. La madre patria, la madre España, ese gran pasado (aunque ya mohoso y avejentado) que había engendrado a una nueva generación está ahora de luto debido a que sus hijos se han aniquilado a sí mismos.

Eso en cuanto al pasado, pero ¿dónde está la modernidad? El cuadro entero es la modernidad. No se entienden las tensiones del siglo XX sin su buena carga de pasado. Pero para ser más específicos podemos resaltar un elemento en el que se encarna la modernidad frente al pasado: el foco. Éste aparece como una luz que ilumina todo el cuadro y son varias sus funciones: es un aeroplano, una bomba, un trueno y, por supuesto, un foco. Pero esencialmente es luz, aunque ya no la luz medieval y platónica que iluminaba un mundo de sombras para llevarlo hacia el orden apolíneo del día, ni tampoco la luz de la ilustración, que es en el fondo la misma que la medieval sólo que secularizada. No, esta luz no nos muestra ningún orden, sino todo lo contrario: denuncia. Devela el horror y el espanto, muestra la miseria humana tal como es, ya no es la luz redentora y sublime sino el ojo del enemigo. Es el fuego que consume la aldea de Guernica y que la deja al descubierto ante sus atacantes. La sombra, entonces, se convierte en refugio. ¿Refugio de qué? Del foco, porque no se trata de un sol o una vela, sino de un foco, de un desarrollo tecnológico de la modernidad, y éste queda por tanto como la representación del progreso que se tornó en contra del hombre.

Pero el foco no es la única luz del cuadro, tenemos también una vela, inútil herramienta de un curioso espectador que sale en medio de la noche a contemplar la pesadilla que lo acaba de desertar. Más abajo, a la luz de la vela y el foco, oculta entre las patas del caballo y los restos del guerrero, vemos que surge una flor, posiblemente un lirio, que es quizá, junto con la vela, la única señal de esperanza, dice Simon Schama, que Picasso nos deja en el cuadro. Esperanza en medio de esa cruda realidad, no ideal, dicho en el sentido de fe kierkegaardiano, que es esperar contra toda esperanza. Si es así, estos dos elementos son las únicas señales de esperanza en medio de la obscuridad que la obra denuncia. Si esa esperanza viene del pasado o de la modernidad no importa realmente, Guernica es lo que es, la denuncia del choque de dos esferas no sólo en España sino en todo el mundo, que queda no sólo como documento histórico sino como advertencia para el futuro de los límites a los que somos capaces de llegar.

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