Europa es una unión, pero también un complejo batiburrillo de países con leyes, idiomas, valores, políticas sobre drogas, salarios mínimos, licores y chistes malos propios. La vida puede ser totalmente distinta según el lado de la frontera en que hayas nacido, incluso dentro de los límites de la UE. Esta semana, en VICE.com te traemos historias que muestran cómo influyen las fronteras de los países que dividen y delimitan Europa en el día a día de quienes viven cerca de ellas.
Cada fin de semana durante los dos últimos años, Mateusz (23) ha estado tras la mesa de mezclas del club de dance The Suffle en Horst, un pequeño pueblo de los Países Bajos en la provincia de Limburgo. Entre semana, unas 300 000 personas se dedican a trabajar en explotaciones frutícolas, invernaderos y almacenes del norte de Limburgo y en una zona de Ruhr, un área industrial de Alemania cercana a la frontera con los Países Bajos. El fin de semana, salen de fiesta a los clubes de dance rurales.
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Durante las últimas décadas, el número de clubes nocturnos de baile en los Países Bajos se ha reducido prácticamente a la mitad; el motivo principal es el cambio en los gustos de los jóvenes neerlandeses: no quieren frecuentar el mismo sitio cada fin de semana, prefieren estar en su casa viendo Netflix o salir a cenar y a festivales de música; así que los clubes más pequeños, conocidos como “discos”, tuvieron que reinventarse. En especial en Brabante y Limburgo, dos provincias del norte, muchas discotecas decidieron empezar a probar con eventos dedicados a la comunidad polaca con una noche especial para ellos. El fotógrafo Roos Pierson y yo viajamos a uno de esos clubes, The Shuffle, un sábado noche; queríamos ver el tipo de fiesta desenfrenada que atrae a los jóvenes polacos. Antes de ponernos a bailar, nos encontramos con DJ Mateusz, Aron y sus amigos, Magda (26), Ela (38) y Ola (23).
Empezamos la noche en casa de Aron, en Hegelsom, un pequeño pueblo situado cerca de Horst. Su casa se había dividido en dos partes; él vive en el piso de arriba con su novia, Magda, y alquila el piso de abajo. Aron pone una canción de Akcent, una de las grandes estrellas del pop polaco, en la televisión. Mateusz nos explica que suele poner “Disco Polo” en el club, un tema de dance electrónico polaco. También van alternando con música neerlandesa del mismo género, porque Mateusz cree que es importante combinar las dos culturas.
Se crió en un pueblo cerca de Lublin, en el este de Polonia, donde trabajaba como DJ residente en un club y tenía un trabajo estable de camionero entre semana. Se mudó a Hegelsom hace dos años pero, ¿por qué eligió, entre todos los lugares, el diminuto y aburrido pueblo de Hegelsom, que solo cuenta con unos mil habitantes? “Mi tía había vivido y trabajado allí, y ganó mucho más dinero del que podía aspirar en Polonia”, explica. “Vine aquí por ese motivo”.
Mientras reparte unas cuantas cervezas, Aron nos cuenta que la mayoría de los trabajadores inmigrantes suelen venir de áreas del sureste de Polonia. “Por lo general, suelen ganar entre 400 y 500 € al mes, y normalmente se ven obligados a tener dos trabajos para poder llegar a fin de mes. Cuando van a trabajar a los almacenes o a los cultivos, acostumbran a ganar 1000 € con un solo trabajo, una cifra que supone una fortuna para ellos.
Elsa llega con vodka casero y un poco de tarta de chocolate tradicional. Le pregunto a Mateusz qué expectativas tiene para el resto de la noche. Nos cuenta orgulloso que a la gente polaca le gusta bailar nada más llegar al club a las 22:00. Les encantan los bailes de salón, porque se han criado con ellos, pero también les gusta alzar los puños al aire, añade Mateusz, como todas las personas de cualquier otra ciudad del mundo. Pregunté si allí se suelen tomar drogas, a lo que Aron me respondió que no. “Bueno, quizá un poco de cocaína”.
“La mayor diferencia respecto a los clubes neerlandeses”, dice Aron, “es que la gente de los Países Bajos se queda a un lado con una cerveza en la mano. Los polacos ya están borrachos cuando llegan y empiezan a levantar las manos en el momento en el que llegan al club”.
Sobre las 21:00, subimos al coche y nos dirigimos al club. En la entrada, se puede ver un cartel con la atractiva Polska Dyskotheka y los nombres de los DJ que actuarán esa noche. Por dentro, el recinto tiene una decoración digna de un campamento de verano de los 90, con suelos de azulejos y sillas de plástico que separan la zona de fumadores; el tipo de lugar en el que te darías tu primer beso mientras suena “Summer Jam” de fondo. La estética que conecta la cultura polaca con la holandesa está presente en todos los rincones; las banderas de ambos países están pintadas en las paredes, los mapas polacos y neerlandeses forman parte de la decoración e incluso las sillas de plástico son rojas, blancas y azules; y prácticamente todos los trabajadores son polacos.
Ya son las 22:00 y aparece la primera oleada de asistentes en la pista de baile, bailando foxtrot al ritmo de Hardwell y vals con un remix de dance electrónico. Las personas más jóvenes tienen 18 y las mayores, 60. Aron y Mateusz pasan un buen rato al lado de la bandera de Horst en la cabina del DJ.
Hans es el propietario de The Shuffle. El hombre de 61 años sigue vendiendo las entradas y las fichas de consumiciones. “Empezamos a organizar fiestas para la gente joven en 1995”, explica. “Nos salió bien, hemos dado unas mil aquí”, dice. “Alrededor de 2005, este tipo de fiestas empezaron a perder popularidad. La gente ya no asistía, así que tuve que pensar en algo nuevo. Era consciente de que la comunidad polaca equivale a gran parte de los trabajadores inmigrantes que necesitaban un sitio donde poder dejarse llevar. Polonia ha formado parte de la Unión Europea desde 2004, y en 2007 ya se les permitía trabajar aquí, así que empecé a organizar fiestas polacas, con personal del mismo país; y funcionó bien. La principal diferencia entre ellos y la gente de los Países Bajos es que no les preocupa ir a la misma discoteca cada fin de semana”.
Pregunto qué opinan los residentes que no son polacos sobre estas fiestas en Horst. Algunos se habían quejado hace tiempo de que les gusta demasiado la fiesta. “No me importa lo que piensen en Horst”, dice Hans. “No hay suficiente gente en Limburgo. Una de cada cinco empresas precisa contratar más trabajadores, y en el sur y el este de Europa la gente lo tiene muy complicado para encontrar trabajo, así que vienen a buscar aquí. La mayoría de los sábados noche hay muy buen rollo: se inician relaciones, la gente termina casándose y se lo pasa bien”.
Algunos de los amigos alemanes de Mateusz han venido esta noche para verle pinchar. Una de sus amigas, Ewa, de 22 años, dice que trabajar en Polonia es muy estresante: lo único que se puede hacer es trabajar, porque sino es imposible llegar a fin de mes. Según ella, los neerlandeses son más tranquilos porque tienen dinero suficiente para hacer otras cosas más allá de trabajar sin descanso. Isa, de 39 años, encargada de una guardería, está de acuerdo con ella. “La gente de Polonia lo pasa mal porque es pobre. En los Países Bajos se piensa en el futuro, mientras que en Polonia solo se piensa en el presente”. Le pregunto a Ewa cómo es una fiesta en Polonia, en comparación con la versión neerlandesa en la que nos encontramos. “En Polonia hay mucho vodka”, dice riéndose. “Esta discoteca es mucho más tranquila”.
Eso hace que me pregunte el nivel de locura de las fiestas polacas en Polonia, 300 personas dándolo todo en la pista de baile después de tomar una gran cantidad de bimber.
En la zona de fumadores, hablo con dos chicos polacos que llevan tres meses viviendo en el pueblo de Deurne y que trabajan en Eindhoven. “Hay gente en estas fiestas que viene de lejos, mucha recorre todo el trayecto desde Alemania”, dice uno de ellos. “Este es uno de los pocos sitios donde se reúnen todos los polacos”, dice el otro chico. Les pedí que hicieran una comparación con un club nocturno de Polonia. “Aquí es mejor, porque me gusta fumar marihuana”, dice el chico que todavía es capaz de terminar las frases.
Un poco más tarde, veo entrar a un grupo de neerlandeses. Al parecer, son antiguos trabajadores de The Shuffle que se han reencontrado. Uno de los chicos me explica que, al principio, había alguna que otra pelea, especialmente cuando los hombres de origen turco se dedicaban a ir tras las mujeres polacas. “Eso cabreaba a los chicos polacos. Los guardias de seguridad tenían que usar espray de pimienta para echarlos de la entrada”. Ahora, ese tipo de agresiones parecen algo muy lejano.
Son las 2:00 y la noche está a punto de terminar. Las personas que quedan en la pista de baile están borrachas y se mueven lentamente sobre el suelo de azulejos mojado, algo que no parece preocupar al DJ Aron y a Mateusz, que siguen poniendo un disco tras otro como si la noche acabase de empezar. En un intento rápido de coger mi chaqueta, que se encuentra tras la cabina del DJ, me veo obligado a esperar 10 minutos porque unos cuantos amantes de la fiesta quieren hacer sus últimas peticiones antes de que The Shuffle cierre. Le doy las gracias a Aron por la buena noche que he pasado fuera y me responde gritando, “Espera un segundo, ¡tengo que poner otra canción!”. Magda y Ola, las chicas con las que empecé la noche, siguen pegando saltos. El turno de Ela en el bar está a punto de terminar. Me voy fuera y veo cómo dos asistentes de la fiesta que ya no se tienen en pie cargan con otro chico para volver a casa.
The Shuffle es uno de los clubes del norte de Limburgo donde los jóvenes inmigrantes que trabajan en el país pueden salir de fiesta junto a su comunidad, y el hecho de que la discoteca no haya cambiado desde los 90 no parece importar mucho a las personas del este de Europa. Con el dinero extra que ganan en los Países Bajos, se dedican a enloquecer los sábados noche y se ahogan en sudor mientras pasan la resaca del domingo por la mañana; del mismo modo que deberían poder hacer todos los jóvenes.
Aquí puedes ver más fotos de la fiesta por Roos Pierson:
Este artículo se publicó originalmente en VICE UK.