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Los radares tuvieron abuelos

No hay duda de que es algo muy sencillo el poder escuchar un ruido y más o menos detectar de dónde chingados viene. Y más lo es si lo comparamos con el generar ondas electromagnéticas, hacerlas chocar contra un objeto y que se reflejen en él. De ahí, descifrar su velocidad, rango, altitud y aceleración a través de la información que ese reflejo trae consigo, que en general es la longitud de onda y la frecuencia de cada una de ellas. Y verlo todo a través de una pantallita. De esta manera, o por lo menos de una manera cercana a esto, funciona un radar (Radio Detection And Raging, así como dicen, “por sus siglas en inglés”). Esta tecnología, de manera no extraña, se desarrolló gracias a nuestro amor por matar a otras personas y poder saber con certeza dónde se encontraban otros barcos o submarinos. Sí, el radar comenzó en el mar, y cual bestia, salió de los océanos para quedarse en la tierra y seguro ahora es una madre toda evolucionada (como nosotros, claro) de la cual jamás llegaría a comprender su entero funcionamiento.

Pero así como nosotros nos tardamos millones de años en perfeccionar nuestra estupidez como especie, el radar tardó lo suyo para poder ser utilizado en la forma en que los vemos en las películas como Austin Powers. En ese mientras-tanto nos valimos un poco de los animales y de una manera muy peculiar y ridícula para generar nuestros propios instrumentos que localizarían al enemigo. Bueno, la intención era más o menos hacerle de murciélagos o cetáceos (ballenas, delfines…), pero acabó siendo una manera mucho más básica y, como dije, ridícula. En realidad no fue tanto ecolocación, una forma de radar en donde en lugar de emitir ondas electromagnéticas o de radio, se lanzan ondas de sonido que se reflejan y permiten saber más o menos dónde está el animalito que nos queremos comer, o el avión o barco que queremos derribar o hundir. Se trató básicamente de hallar la procedencia o locación de algún objeto a través de amplificadores gigantes que estarían conectados a nuestros oídos.

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Así pues, lo que acabamos desarrollando pudo haber estado basado en Mickey Mouse, si es que no hubiera iniciado todo en 1880 (aunque existen patentes que datan de 1859, pero de aparatos un tanto diferentes). Como dije, el chiste era ponerse unos conos o trompetas o antenas parabólicas enormes que serían “conectados” a las orejas de algún sujeto de la tripulación quien podría, a través de los ruidos que fuera escuchando, dirigir el rumbo del navío (muy propio me puse). O algo así. Años más tarde, la Primera Guerra Mundial llegó y con ella, el uso del ruido indiscriminado, y con él, o al revés, los aviones. Sin aquellas extensiones de orejas seguramente era muy sencillo escuchar de dónde vendría el avión cargado de… bombas. Pero siempre queremos más, y sobre todo, no nos queremos morir, por lo que era mejor saber de dónde viene esa máquina de muerte con mucha más anticipación para poder darle en la madre antes de que ella nos la dé a nosotros.

Los países que se vieron las caras en las dos grandes guerras también competían, como bien lo sabemos, en el campo del desarrollo tecnológico. O en otras palabras, en el cómo matar más y más rápido. Pero esto, obviamente, no únicamente centraba su atención en el desarrollo de las ofensivas, sino también en la defensivas, y el radar acabó siendo una de ellas. Es como en el futbol; es mejor la anticipación ¿sí, no? En fin… Todos esos países buscaron adelantarse con respecto a los otros en los diferentes campos bélicos y cada uno lo hizo en lo que mejor pudo, pero fue Japón el que curiosamente se especializó en el desarrollo de esos “radares” sonoros. Fueron eventualmente llamadas “tubas de guerra” y eran dispositivos enormes que llegaron incluso a tener ruedas para poder ser transportados. Quizás si los gringos los hubieran tenido en aquel mentado ataque a Pearl Harbor, las cosas hubieran sido distintas, pero esto se está saliendo de lo que estoy queriendo abordar en este escrito. Regresando a lo otro, Japón llegó a desarrollar hasta 30 diferentes tipos de localizadores sonoros y, aunque no todos ellos fueron utilizados en ambas Guerras, al parecer fueron de gran ayuda para las tropas japonesas. Según esto, se llegaron a construir un poco más de siete mil de artefactos con este fin, pero muchos de esos modelos jamás fueron utilizados. Algunos de ellos eran utilizados para detectar buques, otros aviones; unos frecuencias muy altas, otros muy bajas. Unos tenían un alcance, al parecer de varios cientos de kilómetros (hasta 360), mientras que otros, diseñados para detectar ondas de radio, sólo de algunos cuantos metros (150).

Y pues sí. Vemos las fotografías y resulta un poco ridículo ver a semejantes trozos de artefactos y pensar que fueron efectivos, pero lo fueron. La velocidad a la que los aviones se desplazaban en aquellos años era muy lenta, y el nivel de los decibeles muy alto, como para lograr detectar aviones y embarcaciones acercándose. Con la evidente mejoría del radar y su eventual generalización, se acabó por destronar a estas tubas de su importante papel en cuanto a la anticipación de cualquier ataque aéreo o marítimo.