Los trabajadores de la industria del pollo llevan pañales porque tienen prohibidos los descansos

Los estadounidenses no pueden parar de comer pollo. Lo hacen más que nunca en toda su historia — en 20 años el consumo del ave de corral se ha multiplicado en un 30 por ciento.

El mercado estadounidense sabe lo que quiere: quiere pollo y lo quiere barato. Y quiere variedad. Quiere variedad de formas, de sabores y de formatos. Pero baratos. Así la imparable demanda está exprimiendo a la industria de las aves de corral estadounidenses hasta extremos sin precedentes.

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En este sentido, las cuatro monstruosas corporaciones que se dedican a criar y envasar aves de corral — Tyson Foods, Perdue Farms, Sanderson Farms y Piligrim’s Pride — han resuelto, como ha hecho toda la industria desde la noche de los tiempos, apostar todavía más por la cantidad.

En este contexto, los grandes perjudicados por el súbito aumento de la producción están siendo lo trabajadores, hombres y mujeres que trabajan en monumentales cadenas de producción, que hacen horarios ilegales a velocidades desorbitantes, para satisfacer el apetito de una nación con una indiscutible tendencia a la obesidad. Trabajan jornadas de más de 10 horas por las que cobran menos de 10 dólares la hora y en las que solo les está permitido un descanso de media hora.

La presión para mantener la producción a toda máquina es tan agobiante que cada día los supervisores deniegan a sus trabajadores el permiso para ir al lavabo en varias ocasiones. Así lo concluye el informe de Oxfam América, que la organización humanitaria ha decidido titular de manera tan premonitoria como poco ambigua: No hay desahogo: la prohibición de los descansos para ir al lavabo en la industria del pollo.

De tal manera, y para evitar verse en el trago de tener que orinar o defecar en el suelo de la planta en algún momento de apuro, muchos trabajadores se han acostumbrado a trabajar en pañales. “Tenía que llevar sabanillas”, ha reconocido un trabajador a Oxfam. “Claro que no solo yo: otros muchos decidieron llevar pañales”.

Cada planta pollificadora y cada departamento de la industria trata los descansos para ir al lavabo de manera distinta. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores que laburan en el escalafón más bajo de la cadena, aseguran que dejar la cadena de producción e ir al lavabo es un privilegio poco habitual, nunca un derecho. Si un trabajador necesita ir al lavabo entonces alguien tiene que sustituirle en la cadena hasta su regreso.

Sobre cómo la industria del pollo trata a sus trabajadores como basura. Leer más aquí.

Según cuentan los mismos trabajadores, a veces encontrar a alguien que te reemplace puede llevar una hora. Y en ocasiones el reemplazo nunca llega. Un trabajador en la planta de Pilgrim, en Alabama, ha asegurado a Oxfam que la única ocasión en la que ella y sus cientos de colegas recibieron permiso para utilizar el lavabo fue durante su descanso para almorzar, el único al que tienen derecho en toda la jornada, un descanso de media hora.

El caso es que quitarse el uniforme para trabajar, comer, hacer la cola para ir al baño y volver a tu lugar en la cadena de producción es una operación que lleva casi exactamente 30 minutos. Es decir que te tienes que pasar la mitad de tu descanso en el lavabo y la otra comiendo.

Un informe elaborado conjuntamente en 2013 por el Southern Poverty Law Center y el Alabama Appleseed Center para la Justicia y el Derecho, titulado Velocidades temerarias: la industria de las aves de corral en Alabama y sus trabajadores desechables, denunciaba que algunos trabajadores habrían asegurado que las políticas de algunas plantas pollificadoras limitaban los descansos para ir al lavabo a 5 minutos.

“Los trabajadores confesaban cómo tenían que despojarse del uniforme mientras salían rumbo al lavabo a la carrera, una acción tan embarazosa como necesaria para cumplir con los 5 minutos de límite”, concluía el informe. “La carrera hacia el baño es peligrosa puesto que las procesadoras de animales muertos acostumbran a tener zonas resbaladizas por acumulación de grasas, sangre, agua u otros líquidos”.

Una trabajadora que ha hablado con VICE News a condición de aparecer bajo pseudónimo, Susana, ha asegurado que su supervisor en una de las plantas que la corporación Tyson tiene en Arkansas, donde ella trabaja, permite que sus trabajadores vayan al lavabo siempre y cuando no sea durante más de 7 minutos.

El trabajo de Susana consiste en limpiar los pollos que acaban de ser destripados. Según cuenta, el olor que largan los cadáveres es hediondo, una suerte de mezcla en que conviven el tufo a sangre de pollo, con un poderoso olor a lejía, relata. Susana dice que, además, en las plantas hace mucho frío. En realidad, lo que sucede en muchas de ellas es que se prescinde de la calefacción para así evitar que la maquinaria se sobrecaliente.

Susana fue una de los 200 trabajadores afectados por un escape registrado en un gasoducto de gas cloro en 2011. Actualmente está litigando contra la compañía para la que trabaja, a la que demandó por aquel accidente. A fin de cuentas, Susana tiene serias dificultades respiratorias desde el incidente, pero asegura que continúa en Tyson porque tiene dos hijos que mantener y la empresa le paga la sanidad, que en Estados Unidos es privada y muy cara.

En su caso y debido a sus problemas respiratorios, le cuesta ir y volver del baño en 7 minutos, se le permite ausentarse un poco más — por sus problemas, algo que no sucede con sus colegas.

“Lo que sí les dice, o les recomiendan, es que no beban demasiada agua, de manera que no tengan que ir al lavabo”, cuenta Susana. Lo cierto es que muchos de los trabajadores entrevistados por Oxfam también han confesado que les está prohibido beber más allá de cierta cantidad de líquido al día para así evitar que tengan que ausentarse para orinar.

Susana asegura que el límite de visitas al lavabo le acostumbra a provocar un dolor físico.

“No solo sufre la dignidad del trabajador: el peligro es real y puede acarrear importantes problemas de salud”, advierte el informe. La contención de la orina puede provocar infecciones urinarias que si se dejan sin tratar pueden provocar una sintomatología de resfriado que enseguida puede complicarse con una infección de riñón, un riesgo que, en el peor de los casos, puede abocar a su víctima a la muerte.

Las mujeres embarazadas de hecho, tienen un riesgo especialmente elevado de contraer infecciones de orina o de riñón, que pueden lesionar gravemente tanto a la madre como al feto. El tratamiento, además, puede ser complicado. La industria del pollo es conocida, entre otras lindezas, por embutir a sus animales de antibióticos, para evitar según qué enfermedades, y por inyectarles agua, para multiplicar su densidad corporal.

Los antibióticos suministrados a los animales pueden resultar nocivos para aquellos trabajadores que manipulan los cadáveres de los animales. Algunos, de hecho, terminan desarrollando una resistencia al antibiótico, lo cual ha complicado su proceso de recuperación tras haber contraído alguna infección vírica. Muchos de los trabajadores a los que se entrevista en el informe han denunciado padecer dolores estomacales y de riñones.

Desde la década de 1970, la administración de Salud y Seguridad Ocupacional (OSHA en sus siglas inglesas) ha sido la encargada de supervisar la seguridad de los trabajadores de la escabrosa industria cárnica de Estados Unidos. La administración ha elaborado algunas regulaciones estandarizadas sobre las condiciones de trabajo y lleva a cabo inspecciones regularmente para comprobar que la normativa está siendo respetada.

Sin embargo, la administración anda corta de personal y de presupuesto, de manera que en el año 2013 solo pudo inspeccionar un 1 por ciento de las plantas cárnicas del país.

Lo peor del caso es que cuando la administración llega a inspeccionar plantas cárnicas, las sanciones por las violaciones de la regulación son completamente irrisorias. De tal manera, en 2014 el promedio de una sanción federal promovida por la administración por una “violación seria” — amenazas contra la salud y la seguridad en el trabajo que pueden desembocar en lesiones o hasta en la muerte — era de solo 1.972 dólares.

Una cámara oculta muestra cómo maltratan pollos en un matadero en EEUU. Leer más aquí.

En respuesta al informe, Deborah Berkowitz, una exagente de la administración de Seguridad Ocupacional (ahora con contrato senior en el National Employment Law Project), escribió un artículo de opinión en la revista Quartz en el que aseguraba que lo que los trabajadores habían relatado a Oxfam se parecía mucho a los que ella misma habría presenciado durante la época que trabajó en OSHA.

“Soy testigo de los peligros. Los trabajadores de la industria del pollo forman líneas interminables en la interminable cadena de producción. Trabajan hombro con hombro frente las cintas transportadoras. La mayoría emplean tijeras y cuchillos, y lo hacen en condiciones frías, húmedas y extremadamente ruidosas. Están obligados a repetir los mismos movimientos forzosos miles y miles de veces al día, mientras se dedican a despellejar, estriar, cortar, deshuesar y envasar los pollos. Normalmente una planta procesa unos 180.000 pollos al día. Un trabajador acostumbra a manipular unos 40 por minuto”.

Berkowitz advierte que “el acceso al lavabo está regulado por las leyes de seguridad en el trabajo de Estados Unidos. Sin embargo, la falta de personal y de presupuesto de la agencia entrañaría que tuvieran que pasar 100 años antes de que el personal de la misma hubiese podido supervisar todos los lugares de trabajo de Estados Unidos”. Según relata, las corporaciones contratan cada vez a más personal para así conseguir que sea más fácil reemplazar a aquellos que necesitan ir al lavabo.

Muchos de los trabajadores que desempeñan su labor en semejantes condiciones son parte de un población vulnerable y reconocida de trabajadores. La industria lo sabe bien, así que se dedica a contratar a “poblaciones marginales y vulnerables”. Así lo concluía un informe elaborado por Oxfam América hace cuatro años.

“De los 250.000 personas aproximadas que trabajan en la industria del pollo, muchos son de color, migrantes o refugiados”, señalaba aquel informe. Muchos proceden de países como Birmania, Sudán o Somalia y han sido contratados gracias a tratados de reasentamiento laboral suscritos entre aquellos países y Estados Unidos. Bacilio Castro, un extrabajador de la industria del pollo en la compañía Case Farms de Carolina del Norte, asegura a VICE News que está convencido de que más de la mitad de sus colegas no tienen papeles.

El Consejo Nacional del Pollo (NCC en sus siglas inglesas) — una asociación de comerciantes que representa los intereses de la industria del pollo en Estados Unidos — emitió un comunicado ayer en el que cuestiona las denuncias de Oxfam contra la industria.

El texto señala que “se trata de denuncias que no nos sientan bien” y asegura que “cuestionan que Oxfam se dedique a hacer un retrato general de la industria con un pincel de brocha gorda, apenas apoyado por un puñado de denuncias anónimas” afirma el comunicado. En este sentido, sostiene el consejo “estamos convencidos de que los casos denunciados son extremadamente inusuales y de que las industria de las aves de corral de Estados Unidos trabaja muy duro para prevenir situaciones parecidas”.

El aumento del consumo de carne en los países en vías de desarrollo podría conllevar más infecciones resistentes a los antibióticos en los humanos. Leer más aquí.

“Coordinar los descansos para ir al lavabo en un lugar de trabajo no es algo que sea exclusivo de la industria del pollo”, añade el comunicado del NCC. “Se puede tratar de un conductor de autobuses, de un barman, de un cajero de un banco o de alguien que trabaja en un trabajo de producción… los descansos para ir al lavabo están contemplados y pensados para el empleado”.

Gary Mickelsen, portavoz de comidas Tyson asegura a VICE News a través de un correo electrónico, que su empresa estaba preocupada “por esta serie de denuncias anónimas” y que “si bien no tenemos ninguna evidencia de que sean verdad, están trabajando para asegurarse de que la normativa sobre descansos para ir al lavabo está siendo respetada y de que las necesidades de nuestro equipo de trabajadores sean atendidas”.

Mickelsen también asegura que algunos representantes de su compañía ya se habían reunido con gente de Oxfam anteriormente para discutir temas parecidos y que ya fueron informados “de que estamos convencidos de estar al frente de una empresa que se preocupa por sus trabajadores y que está abierta a escuchar consejos que informen de lo que puedan hacer para mejorar”.

“Proteger y asegurar la salud y la seguridad de cada miembro del equipo de Pilgrim es una de nuestras preocupaciones fundamentales”, escribe Cameron Bruett de Pilgrim’s Pride, quien aprovecha para añadir que los empleados de la misma “tienen la posibilidad de denunciar injusticias a través de un proceso de resolución de disputa, un proceso negociado y arbitrado sindicalmente”, explica. Además, sus trabajadores también pueden acceder a la llamada “Pride Line”, — una línea de atención telefónica abierta las 24 horas donde pueden denunciar cualquier irregularidad”.

Julie DeYoung, de Perdue Farms también asegura que “la salud y el bienestar de nuestros trabajadores es fundamental y nos tomamos estas denuncias muy seriamente”.

“Las situaciones denunciadas no parecen estar relacionadas con los usos y las prácticas de Perdue. En realidad, Perdue dispone de una Política de Puertas Abiertas que incluye una línea de asistencia telefónica gratuita y anónima en la que cada cuál puede expresar lo que le preocupa. Hemos revisado la situación y podemos decir que nadie ha denunciado nada a través de nuestra línea”.

Por su parte, los representantes de Sanderson Farms se han abstenido de hacer declaraciones.

Oxfam asegura que su informe es el resultado de 3 años de investigaciones, de cientos de entrevistas con extrabajadores y trabajadores actuales de la industria de las aves de corral, con especialistas médicos y activistas, y que está desarrollando investigaciones paralelas sobre el mismo tema. Así, de los 266 trabajadores a los que se ha preguntado en Alabama, el 80 por ciento ha asegurado que no se les permite ir al lavabo cuando así lo piden.

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