Se me hace arduo y complicado hablar de Luis Alberto Spinetta. Siento que estoy cometiendo un pecado, que mis manos se desgarran cuando lo intento y mi corazón bombea más sangre que cuando tomo de más. Creo que, mientras mis dedos teclean estas palabras, algún dios antiguo está planeando un castigo para mí en el peor de los infiernos de Dante, pero, ¿qué es la vida si no más que una repetida suma de pecados?
Lo que sí sé es que es un insulto que un ser humano de carne y hueso, con decenas de sueños sin cumplir, deudas por pagar y una insoportable normalidad, quiera usar las palabras del mismo idioma y vocabulario que Luis tomó prestadas para exhalar versos. Pero siento que está bien darme un lujo y hoy, 8 de febrero de 2018, celebrar la vida de Luis robándole palabras de su maravilloso idioma para hablar con serias limitaciones acerca de su muchacha.
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Cuando por primera vez escuché “Muchacha ojos de papel”, recuerdo estar en la recámara principal de casa de mi madre. El cielo que podía ver entre las persianas estaba infectado de nubes. Tenía no más de 14 años, aún utilizaba playeras de futbol a diario y seducía mis pensamientos con las ganas que tenía de tomar una guitarra y tocar algo de Artaud, disco que por casualidades caprichosas del mundo online llegó a mí primero que la obra de Luis en Almendra.
Le di play a un audio de dudosa calidad y el arpegio trovador con el que comienza la canción ya me hacía entender que estaba sintiendo una música que no había escuchado en algún otro canal de televisión de cable. La sensibilidad de las melodías de ese flaco capitalino logró que cada frase que cantara me hiciera sentir como si estuviese soltando pedacitos de esos arcoíris que salen después de una tormenta necia; era como si algún unicornio latino estuviese trayendo la buena nueva y una especie de energía hippie me estaba enseñando que las muchachas tienen “pechos de miel” y no tetas como la televisión me había dicho. Cada parte del cuerpo de la muchacha me hacía ver que llevaba 14 años equivocado, que ellas en realidad no tenían carne, sino “piel de rayón” y que el corazón de la primera mujer que logró enamorarme no bombeaba sangre, ya que en realidad era un “corazón de tiza” y estaba hecho de yeso y agua. Y pues claro, esto me hizo sentido y por fin entendí por qué los ojos de Marcela (primera muchacha que despertó mi interés por el sexo femenino), eran más bien de papel y por eso sentía que cada vez que la miraba fijamente mis entrañas creían que podía doblar en dos su mirada.
Esta letra abrió un abismo dentro de mí, borró con cloro y jabón todo lo que en mis 14 julios tenía entendido sobre el amor. Nunca más entendí lo que era estar enamorado, a menos que la muchacha que conquistara mi corazón tuviese “voz de gorrión” cada vez que me hablara. Solamente hoy, a mis 28 años, es que entiendo precisamente por qué cuando alguna muchacha deja caer su cabeza y cabellos sobre mis manos, para descansar, siento que puedo “robarle un color”, que con él puedo pintar mis tardes, días, noches y hasta comidas, y que por esa razón pensar en una muchacha me quita el hambre. Concluí que si alguna muchacha no me hace sentir así, pues mejor que pase la próxima.
Nunca nadie más que Luis pudo describir de una manera más precisa, poética, con forma y ritmo, lo que significaba estar perdidamente enamorado del cuerpo y alma de una muchacha. Tanto así, que para sentirnos enamorados hay que estudiar carpintería y poder construir una castillo en el vientre de la muchacha hasta que el sol la haga reír, de sus ojos salgan pequeñas lágrimas de sal y no hable más.
Luis Alberto Spientta cambió la música en español, nadie más nunca pudo lograr con una guitarra expulsar de su corazón palabras tan hermosas. Luis tenía su propio idioma, y de a ratos siento que no era el español, que al igual que la maga en Rayuela, fue el compositor, productor y performer de un idioma que quizás aún en el 2018 no hemos descubierto. En cien años seguirán hablando del idioma creado por Luis, ese flaco de Buenos Aires.
Su obra seguirá tatuada en las paredes de cualquier provincia y capital latinoamericana. Cada vez que en alguna banca sobre un parque haya una especie de declaración de amor, de cierta manera estaremos robando palabras que sólo le pertenecen a Luis.
Gracias por tu vida, flaco.
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