Imagina que tienes un examen la próxima semana. Y que sabes las preguntas de antemano. No por culpa de tu sorprendente intuición o de un chivatazo furtivo, sino simplemente porque conoces al profesor de la asignatura y sabes a ciencia cierta qué te preguntará. Lo sabes porque siempre prepara el mismo tipo de cuestionario: ni más ni menos que las preguntas que, por una cuestión de lógica y sentido común, deben ser formuladas. Y ahora imagínate que, pese a todo, pese a saber al detalle cómo será el examen y tener un amplio margen para prepararlo, te presentas el día de la prueba sin haber estudiado un solo párrafo, con toda la pachorra del mundo y con una actitud a la defensiva, como culpando al docente de que precisamente te haga esas preguntas.
Esta situación ficticia podría parecer un delirio febril. Y de hecho lo es. Pues bien: eso es, exactamente, lo que hizo Mariano Rajoy en la entrevista que le hizo Jordi Évole ayer en “Salvados”. El periodista gustará más o menos, pero una cosa sí tiene: si te pide una entrevista te preguntará lo que se supone que debe preguntarte, no lo que tu querrías que te preguntara. O sea, si te llamas Mariano Rajoy, eres el presidente del Partido Popular y has sido el máximo mandatario político de España durante cuatro años, ten en cuenta que sí o sí abordará asuntos delicados como la corrupción de tu partido, Cataluña, los recortes sanitarios o la crisis de los refugiados.
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Rajoy vino a decir que España es un país de la hostia porque vienen muchos estudiantes de Erasmus, porque pudimos curarle el Ébola a Teresa Romero y porque tenemos una maravillosa red de trenes
Pienso en los días previos a la entrevista y me asalta la misma imagen: el equipo de asesores y asistentes de Rajoy persiguiendo al presidente por los jardines de Moncloa con los apuntes de la entrevista en la mano. “Presidente, por favor, tendríamos que ponernos cuanto antes con esto, hay que estudiarse lo de El Follonero”. Y Rajoy, vestido de runner, dando largas a sus súbditos: “Mañana me pongo sin falta, de verdad”. Y así cada día hasta la noche del martes, pocas horas antes de grabarse el programa, en la que Rajoy, como cualquier estudiante perezoso y confiado, se pone la alarma a las 5 de la madrugada para un repaso atropellado de última hora y al segundo aviso arroja el despertador contra la pared.
De todo lo malo que vimos ayer en “Salvados” lo peor fue eso, precisamente: que Rajoy no hiciera el menor esfuerzo por contestar con cierta entidad, credibilidad y firmeza aun y sabiendo exactamente qué le preguntaría Évole. Se la sudó por completo, y eso tuvo una repercusión evidente en el resultado final: el desequilibrio entre la claridad de las preguntas y la neblina bochornosa de las respuestas fue tan flagrante que por momentos llegamos a sentir pena y ternura por el presidente del PP. Ese sentimiento de tristeza indescriptible cuando ves a alguien totalmente superado por las circunstancias que es incapaz de disimular o reconducir una situación complicada y queda a expensas de la misericordia y la piedad de su contrincante. Un Évole que, de hecho, estuvo comedido y ofreció una entrevista sin mucha historia, en ningún caso entre las mejores que ha hecho en su programa, quién sabe si consciente de que el meollo estaba en las contestaciones absurdas, nerviosas y nada claras de Rajoy y que con eso ya tenía el trabajo hecho.
“Salvados” mereció la pena por tres momentos. El primero, la imagen de Évole escupiendo desde el iPad una sucesión de imágenes de Rajoy defendiendo a cargos de su partido imputados por corrupción ante la mirada ausente del presidente. Televisivamente lo mejor de toda la noche porque el invitado se limitaba a observar los vídeos y esa secuencia tiene mucho más valor que cualquier respuesta que pudiera dar. El segundo, su defensa como gato panza arriba cuando el presentador empezó a desgranar algunas de las sombras de la política económica y social del PP: reprocharle a Évole que solo le hablara de cosas malas y que no buscara ser justo hablando también de lo bueno. Por cosas como esta es por lo que Rajoy te acaba transmitiendo cierta ternura, porque entiendes que el personaje no da más de sí, que esto es lo que hay y no tiene solución. Y el tercero, por supuesto, el compendio de frases imposibles, respuestas delirantes y tics nerviosos que nos regaló el político durante más de una hora.
A la pregunta de si había mentido en el caso Bárcenas, Rajoy le dijo a Jordi Évole que “siendo consciente, no”
Entre otras perlas incomparables, Rajoy vino a decir que España es un país de la hostia porque vienen muchos estudiantes de Erasmus, porque pudimos curarle el Ébola a Teresa Romero y porque tenemos una maravillosa red de trenes. Trenes vacíos, sí, pero menuda infraestructura, vino a decir. Confesó que tiene “tuit y Facebook, pero no whatsapp”. Sentenció algo así como que un caso de corrupción es el resultado de la suma de varios casos aislados de corrupción, quizás con otras palabras pero con una lectura igual de incomprensible. Y por si no lo teníamos claro antes de ver la entrevista y fuera necesario aclararlo, “en Grecia hay más refugiados porque llegan allí”. Pero si tengo que elegir los grandes monumentos de la noche, las tres obras maestras de toda la entrevista, entonces la elección es evidente e indiscutible.
Una: a la pregunta de si había mentido en el caso Bárcenas, Rajoy le dijo a Jordi Évole que “siendo consciente, no”. Ni Aaron Sorkin en su mejor momento de forma hubiera sido capaz de sacarse de la chistera semejante genialidad. Como para salir mañana de El Corte Inglés cargado de bolsos Louis Vuitton debajo del abrigo y tener preparada la misma respuesta para el jefe de seguridad del centro comercial. Dos: sacar pecho por haber pedido al Consejo Superior de Deportes la condecoración a Johan Cruyff, un hombre “que hizo cosas”. Imposible no ser fan de este tío, en serio: has tenido una semana para prepararte las cosas con un mínimo de sentido y dedicación y cuando tienes que loar la figura de un mito del deporte que ha salido en todos los periódicos durante estos días solo se te ocurre decir que hizo cosas. Y tres: nada más empezar, y con buen criterio, el periodista le preguntó por qué había aceptado concederle la entrevista. La respuesta es el mejor resumen posible de la comparecencia de Rajoy ayer en La Sexta: “porque me la ha pedido”. Ricura.