Del 19 al 21 de abril, la Asamblea General de las Naciones Unidas celebraron una reunión especial para debatir sobre las políticasinternacionales de control de drogas y sus prioridades. Así que el 20 de abril, mientras fumetas de todo el mundo se ilusionaban y soñaron con un mundo en el que la marihuana fuese legal, emisarios de gobiernos de todo el mundo llevaron a cabo su propia sesión de dignatarios dentro de su sala con paneles de madera en la sede de las Naciones Unidas en Manhattan.
Algunos estados de EE.UU. y países como Uruguay han legalizado y reglamentado la marihuana a pesar de violar tres de los acuerdos internacionales que rigen el control de drogas. El primero es la Convención Única sobre Estupefacientes, firmada en 1961. Hoy en día, sus firmantes constituyen 185 países miembros. El tratado exige que las leyes de cada país apruebe “la producción, el procesamiento, la exportación, importación o distribución, el intercambio comercial, el uso y la posesión” de las plantas de cannabis, coca y amapola “cuyo uso es exclusivo para fines médicos y científicos”. Culturas de todo el mundo han utilizado la marihuana tradicionalmente, pero esta disposición ha llevado a muchos países a prohibirla.
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¿Cuánto te cuesta un té en el supermercado? ¿Dos céntimos? Eso es lo mismo que cuesta producir un porro, no 3,5 euros, que es más o menos el precio comercial del cannabis para un porro
Según William R. Brownfield, subsecretario de la Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos y Aplicación de la Ley de Estados Unidos y funcionario de alto rango del Departamento de Estado, encargado de dirigir las políticas en meses previos a la reunión del 4/20, la nueva tendencia respecto a la regulación de drogas es la de centrarse más en “la reducción de daños” que en la “erradicación”. El 8 de marzo, Brownfield declaró en una conferencia de prensa: “Al final, el problema no es que un gobierno decida despenalizarla o no; es que siga trabajando de manera cooperativa para reducir los daños que ocasiona este producto”. A nivel internacional, esa distinción sutil supondría un cambio radical del marco normativo de la regulación de las drogas y podría dar pie a que los gobiernos se replanteen sus políticas.
Quizá sea demasiado pronto para imaginar una cadena mundial y legal de distribución de marihuana, dado que la reunión de la ONU es un paso minúsculo en esta dirección. Pero ¿cómo sería el mundo si la marihuana se legalizara?
Pues resulta que sería terrible para quienes la cultivan. Eso fue lo que Mark Kleinman, experto en políticas sobre drogas de la Universidad de Nueva York, me explicó:
“Piensa en un porro. Es un poco de hierba seca con un pequeño envoltorio. Casi parece que esté hablando de una bolsita de té. ¿Cuánto te cuesta un té en el supermercado? ¿Dos céntimos? Eso es lo mismo que cuesta producir un porro, no 3,5 euros, que es más o menos el precio comercial del cannabis para un porro. Así que veríamos un cambio de doble magnitud en el precio de la marihuana”.
La criminalización de la marihuana ayuda a muchos congoleños afectados por la pobreza a ganarse la vida de forma modesta
Mientras las organizaciones criminales sacan el máximo provecho de ese precio inflado, el cambio de precio alterará drásticamente el modo de vida tanto de los granjeros de Emerald Triangle en California como de los campesinos que la cultivan en la República Democrática del Congo. Cualquier regulación de los precios de productos de marihuana podría tener consecuencias muy negativas para los agricultores.
En California —un estado donde el uso de marihuana para fines médicos es legal y muchos esperan que se vote a favor de su uso recreativo este otoño—, conocí agricultores que trataban de clasificar su producto en distintas variedades para justificar sus elevados precios. Pero en la RDC, un país que ha sido asolado por guerras civiles y desastres naturales, hay muchas menos opciones. De hecho, la criminalización de la marihuana ayuda a muchos congoleños afectados por la pobreza a ganarse la vida de forma modesta.
Cuando los visité en julio del año pasado, la cadena de distribución de marihuana me llevó a Kivuye, un pequeño pueblo en el territorio de Masisi, al este del país. El pueblo estaba bajo el control de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), un conocido grupo rebelde creado por militantes Hutu que llevaron a cabo un genocidio en Ruanda, su país vecino. A las FDLR les trae sin cuidado el negocio de la marihuana; el oro y los minerales raros son su negocio. En cambio, para los agricultores que conocí, la hierba es su sustento.
Pregunté a Mwembo, uno de los agricultores, por qué él y sus compañeros de Kiyuve la cultivan. Me respondió que eso les “permite comprar productos de primera necesidad como sopa o sal. Puedo lavar esta chaqueta que llevo puesta porque me compran la marihuana. Cuando mi hijo necesita ropa, puedo reunir dinero para comprársela. Por eso lo hacemos”.
Muchos ven a la marihuana legal como un bien muy preciado, y es cierto que ha mejorado la economía en diversas situaciones, pero la legalización y su regulación podrían representar dificultades para otros. Espero que los agricultores como Mwembo puedan seguir manteniendo a su familia si la ONU toma la decisión de despenalizar la marihuana y deja de ser lucrativa como mercado ilícito.