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Una matanza tras otra. Así es la vida al sureste de México, en el estado de Veracruz.
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Los veracuzanos apenas estaban digiriendo el hallazgo de los cadáveres de tres estudiantes, mutilados para que cupieran en bolsas de plástico, cuando apareció la siguiente masacre: el lunes, seis hombres torturados y asesinados con un tiro en la cabeza que fueron encontrados dentro un vehículo a la orilla de un camino rural.
Días antes, más exterminios: cinco cuerpos fueron encontrados en el municipio de Gutiérrez Zamora; y en el municipio de Tecolutla, famoso por ser un destino turístico de playa, fue abandonada una cabeza con un “narcomensaje”.
La más reciente oleada de violencia inició el 29 de septiembre, cuando cuatro jóvenes veracruzanos desaparecieron: Andrés García Baruch, Octavio García, Leobardo Arroyo y Génesis Deyanira Urrutia, todos estudiantes universitarios y, al parecer, amigos. La búsqueda por ellos movilizó a una usualmente comunidad atemorizada por la violencia: familiares, amigos, compañeros de escuela, repartieron volantes y se dieron a la tarea de seguir pistas con la esperanza de verlos con vida.
Sin embargo, una semana después, el 8 de octubre, la Fiscalía de Veracruz terminó con esa esperanza: Octavio, Leobardo y Génesis estaban desmembrados y repartidos en nueve bolsas de basura, que sus victimarios dejaron en el municipio Camarón de Tejeda. Más tarde, sería hallado también el cuerpo de Andrés, pero en el municipio Boca del Río. Veinticuatro horas después, los familiares habían confirmado en la morgue la identidad de los jóvenes.
De Andrés, se sabe poco, pero hay detalles sobre sus compañeros: Octavio estudiaba Ingeniería en Bioquímica en el Instituto Tecnológico de Veracruz, era aficionado al boxeo tailandés y tenía un hermano desparecido desde 2012; Leobardo era un recién egresado de la carrera de Contaduría, trabajaba en una empresa que preparaba banquetes y era aficionado a la música pop de Adele y Beyoncé; Génesis era una estudiante de excelencia y modelo que había ganado una beca académica en Ecuador y sus sueños estaban puestos en una maestría en España.
Las autoridades han dicho que detrás del multihomicidio está el “crimen organizado”, una frase ambigua que abre la posibilidad a que los autores sean el cártel de Los Zetas o el Cártel Jalisco Nueva Generación, los dos grupos delictivos que pelean el control del estado. La línea de investigación más fuerte, sin que haya sido comprobada, es que Octavo García Baruch debía dinero a Los Zetas y cuando ejecutaron su venganza, los demás jóvenes tuvieron la mala suerte de estar con él.
Los medios locales repartieron sus agendas de trabajo entre el domingo y lunes para cubrir los funerales de tres jóvenes, excepto el de Andrés, cuyo caso se ha mantenido con poca información hacia la prensa. Octavio volvió en un ataúd a su natal Acayuacan; Leobardo a Tres Valles y Génesis a Jáltipan, donde su féretro se rodeó de tantas flores que parecían brotar de la madera pintada de blanco.
Los funerales aún no terminaban, cuando el lunes pasado, un campesino llamó a la policía después de ver una camioneta abandonada en la carretera que une Isla y Santiago Tuxtla, Veracruz. Ahí estaban seis probables campesinos, amontonados, manchados con la sangre de los demás.
El estado, rico en diversidad y pobre en protección a sus habitantes, ha vivido este año otros episodios sangrientos: desde los cinco jóvenes que en enero fueron interceptados en el municipio de Tierra Blanca por policías y luego hallados convertidos en 3.000 fragmentos humanos, hasta los hallazgos de 81 narcofosas por el grupo de familiares de desaparecidos Colectivo Solecito. Una matanza tras otra.
El gobernador de Veraruz, el priista Javier Duarte, está en la última recta de su gobierno, pues el próximo 1 de diciembre entregará el poder a la oposición, su enemigo Miguel Ángel Yunes, quien ha prometido encarcelarlo en cuanto Duarte pierda la protección que le da su puesto. Además, el mandatario es investigado por enriquecimiento ilícito y peculado por la Procuraduría General de la República y su propio partido le ha suspendido sus derechos como militante, en un claro deslinde de sus actividades.
Cuando Duarte deje la administración del estado, heredará a su sucesor un nivel histórico de homicidios dolosos y una demarcación que es segundo lugar en secuestros, mientras continúa la lucha de cárteles por el dominio del estado que conecta con Tamaulipas, cuya frontera está pegada a Estados Unidos.
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