El 6 de marzo de 2008 Matik Matik abrió sus puertas. Diez años después del concierto inaugural la desopilante historia se sigue contando. Laboratorio sonoro de jazz, rock, electroacústica, música de cámara, improvisación libre, noise, canción melodramática experimental, instalación sonora, hip hop y tropicalismos inverosímiles, el legendario fortín de la calle 67 con carrera 11 celebra su aniversario con una fiesta colosal que se extenderá durante seis semanas.
En su juiciosa disertación Experimentation and improvisation in Bogotá at the end of the Twentieth Century (Oxford University Press, 2017), el compositor Rodolfo Acosta menciona Chapinero Mutante, 6L6 y Matik Matik, tres lugares cruciales que, entre mediados de la década de los noventa y el 2008, acogieron a los músicos que por esos años protagonizaban la movida disidente de la música experimental y la improvisación en la ciudad. Si bien estas controvertidas prácticas sonoras tuvieron espacio en escenarios formales como museos, festivales, teatros y salas de concierto, se trataba, casi siempre, de hechos aislados, vistos con prevención, y condenados al ostracismo. Del primero no quedó rastro –salvo el llamativo nombre-, mientras que el segundo solo se mantuvo activo durante un año. Matik Matik, por su parte, ha resistido al tiempo, la indiferencia, las insensatas burocracias, el tráfico espeso de la carrera 11, los vecinos maliciosos y la vil mala leche de la Policía Nacional.
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La historia de este embeleco tiene su origen en una ciudad remota. Fue en Bucarest donde la artista plástica Diana Gómez y su esposo, el administrador y melómano francés Julien Calais, tomaron la determinación de montar en Bogotá un laboratorio de sonidos que sería, al mismo tiempo, una suerte de galería con centro de documentación, tienda de discos y restaurante. En septiembre de 2007 llegaron a Bogotá y pronto dieron con una casa en Quinta Camacho, un barrio localizado en la localidad de Chapinero. Diana colgó en la entrada el emblemático tríptico de Mao Tse Tung –pintado por el artista rumano Tiberiu Bleoanca-, Julien acondicionó una barra en el garaje de la edificación y juntos adornaron el techo con una enrevesada madeja de cables y bombillas. Lo bautizaron azarosamente cuando, en la búsqueda de un nombre que se asociara a la palabra laboratorio, se les apareció por obra y gracia del destino una caja de un detergente muy popular en Colombia: Lavomatic. Así es, sencillo y conciso; no hay ningún mensaje oculto -en francés- detrás del curioso apelativo.
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Acicalado en su interior como si se tratara de una bóveda llena de carámbanos resplandecientes, Matik Matik abrió sus puertas el 6 de marzo de 2008 con un concierto de improvisación electroacústica a cargo de los compositores Roberto García Piedrahita y Juan Reyes . Durante unos meses Diana y Julien programaron jazz –con especial predilección por el free-, electrónica experimental, música antigua, obras de jóvenes compositores, instalaciones sonoras, folk de bajo perfil, pop alternativo, hicieron lanzamientos de revistas, audiciones de discos extraños y homenajes a viejas glorias del rock local como Los Flippers y Los Speakers. En agosto de 2008, la pareja entusiasta alistó maletas y se preparó para un nuevo viaje. Se fueron, tuvieron hijos y no volvieron. En su reemplazó llegó Benjamín Calais, el hermano menor de Julien.
Quizás desengañado por el futuro burócrata que le ofrecía su carrera de Administrador de Empresas, el por esa época imberbe Benjamín arribó a Bogotá para encargarse del bar. Muchos pensamos, con algo de drama agorero, que el tipo con cara de Kurt Cobain y saco de Freddy Krugger –así lo recuerda el que esta nota escribe- tenía otros planes para la casa. Lo que nunca imaginamos fue que Ben venía con el ímpetu suficiente para delinear, definitivamente, la personalidad de Matik Matik.
Y entonces llegaron los noiseros, los punkeros, los del hip hop aventado, los improvisadores desenfrenados, los baladistas meditabundos y los del tropicalismo descarriado. Y se hicieron festivales, ferias de publicaciones, pogos salvajes y banquetes pantagruélicos. Los comensales bailaron cumbia, currulao, joropo, carranga, son jarocho, klezmer, salsa, vallenato y bambuco viejo. Y tronaron las chirimías, los computadores dislocados, los ruidos estridentes, las flautas indígenas, la gaita, el tambor y un piano sempiterno que regaló un celador suertudo. Y llegaron Peter Brotzmann, Carmelo Torres, Tony Malaby, Edson Velandia y Ava Rocha, entre otros músicos maravillosos que protagonizaron residencias místicas. Y se grabaron discos, fallidos unos, memorables otros. Y se hicieron rones rudimentarios que alebrestaron a los convidados frenéticos. Y se inventaron novedosas formas de fumar marihuana en un trombón. Y asomaron su cabeza Zuka, Chata, Lili, Jorge, Tanque, Maria Te, Manuela Orduz, Héctor, Gámez, Niki, los Sabroders, Gualdrón, Santiago Gardeazábal, el del Anónimo y Felipe Salazar, el de La Residencia. Y entonces, atraídos por una fuerza ineludible, espontáneamente fueron llegando algunos cómplices más de la aventura: los de la Distritofónica y los de Radio Pachone; los de la Fundación REMA, los de Matera, y las de La Huerta; los del CCMC y los de Radio Mixticius; los de Rat Trap y los de Bizarra; los de In-Correcto y los de MitH FotU; las de Ruge y las del Orejón Sabanero; los de Sonidos Enraizados y los de Nova Et Vetera; los de TVL REC y los de La Jaula; los de Festina Lente y los de Sonalero; los de UNO, DOS y los de Masai, también. Y Kike Mendoza, Benjamin Calais y Santiago Botero hicieron Los Toscos. Y se publicó el pasquín RAM y se prensaron siete títulos de un catálogo discográfico inaudito. Y Ben aprendió a bailar salsa y se dejó encantar por el ritmo sinuoso de “El mochuelo”. Y llegamos los pendencieros, los bailadores sin ley, la tropa de amigos trasnochadores que todos los días queremos un poco más a ese refugio entrañable que es como una extensión de la sala de nuestra casa.
Luego de más de 1800 conciertos, “la cantina más amable de Quinta Camacho”, como bien la bautizó un eximio tomador de rones arreglados, llega a su décimo aniversario. El festejo estará a la altura de las circunstancias: durante seis semanas, a partir del 13 de febrero hasta el 24 de marzo, se darán cita en Matik Matik 75 bandas, integradas por 265 músicos de siete nacionalidades distintas.
Acá está el insólito cartel que, presagiamos, promete amacice, descontrol, lágrimas, sorpresa y, sobretodo, camaradería.
Los encargados de calentar las sudorosas paredes de Matik-Matik durante el fiestón de su primera década de vida serán: Guillermo Bocanegra, Hombre de Barro, Punkt, Sebastián Rozo, Geometría Ardiente, Las Áñez, La Sonora Mazurén, DJ Festina Lente, Trip Trip Trip, Hermanos Menores, Espiral, Suricato, Magallanes, Superson Frailejón, Pársec Trío, Santiago Botero, Pentajuma, Los Niños Telepáticos, Curupira, Mighty Groove y la Melodía Subliminal, Las Hermanas, Animales Blancos, Bogotá Orquesta de Improvisadores, Ana María Romano, Muro, Mirlitorrinco, Redil Cuarteto, Trista Alumbra, DJ Gala Galeano, Inés Granja, Carmelo Torres y Los Toscos, DJ Quiebrapatas, Kike Mendoza Trío, Opaal, Romperayo, Roberto García, Holman Álvarez, AC y DC, Ricardo Gallo, DJ Mixticius, Libres en el Sonido, Juanita Delgado, Ricardo Gallo Cuarteto, DJ Barbaroja, Las Viudas, Meridian Brothers, DJ Sergio Iglesias, MULA, Child Abuse, Als Eco, Ricardo Arias, Lorenzo Márquez Septeto, Ensamble CG, Alejandro Zuluaga, Vien Tóxicos, DJ Garnika, Tony Malaby & Los Toscos, Los Pirañas, La Gran Resbalosa, El Ombligo, Sabroders, Asdrúbal, Edson Velandia, Chicha & Guarapo, Mugre, Las Malas Amistades, Dick my Fuck You, Pinche DJ, N. Hardem, Velandia y las Sinfonías Municipales, DJ Galletas Calientes, Bituin, Compadres Recerdos, The Thing.
Esperen próximamente la programación completa.
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